Full text: 27.1937,3.Nov.=Nr. 1398 (1937139800)

MUNDO ARGENTINO 
” 
í A 
a 
de 
o 
0 
es NE, pu 
en VA Lo 
a MO ES 
— e 
C 
Cuento por: TOMAS ROMKE 
— ¿De qué se trata? — interrogó el 
reneral. 
— Las sentencias del Tribunal Mili- 
car que se reunió esta mañana. 
— ¡Por Dios! ¿Todavía más? . 
— Así -es, general... Todos lamenta- 
nos esta severidad, naturalmente, pero 
isted puede 'comprender que es absolu- 
amente necesario para el. triunfo de 
9 causa. eE 
— Oh, absolutamente “necesario, sí. 
Deje los informes aquí; yo los. exami- 
1aré, 
— Tienen que ser firmados en el 
icto — agregó el coronel, con el mismo 
ono de paciencia forzada con que se 
ubiera dirigido a un niño. — Debe- 
nos eliminar sin demora estos elemen: 
:08 rebeldes, a fin de evitar que se pro- 
Juzcan más matanzas inútiles, 
El general suspiró. — 
— Creo que tiene razón — dijo. 
— Manos a la obra, pues —- mani- 
'estó Ferrer alegremente, mientras se 
sentaba. Y tomando sus papeles, co- 
menzó un rápido sumario. - 
— Caso de Juan García, Ocultaba 
armas enemigas. Siete testigos. Conde- 
ado a muerte, Firme aquí. —' El ge- 
1eral firmó. uu. 
— Casos de Diego Sánchez, . Pablo 
Mateo y Fernando Swartz, Sorprendi- 
dos como enemigos. Muerte. Firme 
aguí. — Nuevamente el, general es- 
tampó su firma. ! 
El coronel prosiguió .con su lista 
mientras, por el enrejado, en la parte 
superior de la puerta, llegaba hast: 
allos el rumor de la ciudad de fieste 
— El caso de Matilde Padron... 
— ¡Otra mujer! — exclamó el ge 
1eral. - . 
— No hay modo de evitarlo, genera!. 
úas mujeres han luchado en esta gue- 
rra como hombres, y. como tales debe- 
mos juzgarlas. Firme aquí, - 
Caso de. Arturo Gil Méndez. Oculta- 
ba fugitivos, poseía armas, incitaba a 
motines. , 
— ¿Arturo Gil Méndez? — repitió 
lentamente el general. — Yo tuve un 
alumno de ese nombre. 
— Un hombre peligroso. Mató a un 
ficial al resistir: el arresto, 
— Arturo Gil Méndez, Debe ser el 
mismo. Quiero verlo. 
—Es imposible, general... 
Fué mi mejor alumno, Mándelo 
puscar inmediatamente, 
Ferrer miró al general y se encogió 
de hombros. 
Cuando Arturo Gil Méndez fué trai- 
do a la habitación del general estaba 
tan débil, que tuvieron que colocarlo 
en -una silla. El general ordenó a to- 
dos que los dejaran solos, y observó 
el rostro manchado de sangre del joven, 
— Arturo — le dijo, — ¿no me co- 
noces? 
La cara del muchacho permaneció 
impasible. . 
— Lo conozco — respondió. 
—¿Qué ha ocurrido, muchacho? ¿Có- 
mo te has comprometido así? No te ha- 
brás aliado al enemigo, seguramente... 
— Yo no era aliado de nadie. 
—. Me alegro de que así sea — el 
general se enderezó en su silla, — Sa- 
bía que no podías apoyar al enemigo. 
Fuiste mi mejor alumno. Aunque no 
an la totalidad de las cosas, estábamos 
N U aspecto no era el de un po- 
deroso conquistador guerrero. 
h Parecía más bien un explora- 
- dor, ya viejo y no muy activo. 
Penetró en el patio del hotel San 
Carlos, huyendo de las aclamaciones 
entusiastas en la calle, ascendió rápi- 
damente por la escalera y se detuvo 
en la puerta de su habitación. Salu- 
dó lo más elegantemente posible, des- 
pidió a su estado mayor, cerró la puer- 
ta y se sentó en el sillón, adoptando 
la cómoda postura de sus días de maes- 
tro de escuela, Luegó, con un esfuer- 
zo, trató de recobrar una pose de elfi- 
ciencia. 
Había una cantidad enorme de pa- 
peles sobre el escritorio. Los fué fir- 
mando unio por uno, casi sin darse 
cuenta de lo que hacía. 
- Un ordenanza abrió la puerta y pe- 
netró el coronel Ferrer, jefe del estado 
mayor, trayendo consigo más papeles. 
— Perdone, mi general — dijo el co- 
ronel: — hay algunos asuntos urgen- 
les, que me gustaría tratar con usted. 
— Adelante, coronel, He estado exa- 
minando estos papeles; todavía no he 
terminado con ellos. 
El coronel Ferrer hizo un leve gesto 
de impaciencia, : 
-.— Si me permite, general, su tiem- 
po es demasiado valioso para desperdi- 
ciarlo en estas rutinas. En cambio, es- 
tos asuntos — añadió colocando un fa- 
jo de hojas sobre el escritarin — son 
más urgentes, 
le acuerdo siempre en las ideas funda- 
nentales. Respetábamos mutuamente 
muestras convicciones. Mi ambición era 
a “de estimular” el pensamiento y lu 
»onciencia política. . — 
El joven. se sonrió con amargura. - 
— ¿Cómo ha sucedido esto, mucha- 
ho? ¿Qué estabas haciendo? 
Arturo Gil Méndez habló con tran- 
¡úilidad, sin alterar la expresión de 
¡uU rostro, nOs * 
— Estaba tratando de proteger a 
in grupo de gente inocente de ese tro- 
)el de asesinos que están a sus órde. 
nes — dijo. 
— ¿Asesinos? — exclamó el general. 
— ¿Un tropel. de asesinos? Vamos, mu- 
hacho, no digas tonterías. Tú sabes 
vor qué estoy aquí. He venido aquí co- 
no salvador del pueblo. He derrocado 
a tiranía que los esclavizaba, y esta- 
Jeceré un gobierno popular, bajo el 
mal todos los hombres... 
— Sí — interrumpió, molesto, el jo- 
ren. — Ya he oído hablar de eso. Pero 
¡cuándo va a empezar sus funciones el 
zobierno popular? 
— A decir verdad, debo reconocer 
¡ue no ha hábido. mucho tiempo para 
50. La tarea ha sido difícil — admitió 
:] general. 
. — Han estado demasiado ocupados 
In matar gente. 
-— ¿Qué es eso? ¡Oh, sí, ha habido 
muchas muertes! Demasiadas, —' El 
zeneral movió tristemente la cabeza; 
tuego, recobrándose, se dirigió al joven 
en forma mecánica y casi inconscien 
te. — Pero hay que comprender que 
todo gran movimiento en procura de: 
mejoramiento social demanda sus sa 
erificios. Pronto esta tierra, con tod: 
SU riqueza y su grandeza, será puesta 
en manos del pueblo. , 
— Si es que queda algo del pueblo 
— murmuró Arturo Gil Méndez, — 
¿Cuántos hombres asesinaron anoche! 
-—¡Anoche? Qué quieres decir? Por 
cierto que ninguno. No se ha matado 
gente excepto cuando se -descubrían 
grupos en flagrante delito. , —. 
Arturo tuvo una risa amarga, :.: 
— Anoche fueron muertas doscien 
Las personas, por lo menos. Muchas de 
ellas eran mujeres. Yo fuí arrestado 
porque maté un soldado que había he- 
rido a un anciano. ; 
— Pero no puedo creer “eso. Estás 
mintiendo — replicó asombrado el ge 
Jeral. 
-— Ha hatido miles de víctimas el 
sodas las ciudades. 
— ¡Mientes, Arturo Méndez! 
— Siempre lo tuve por estúpido, pe- 
ro nunca creí que llegara a este ex- 
:remo. Todo el mundo lo sabe. Miles 
le personas han sido asesinadas, otras 
¿orturadas: ancianos, niños, mujeres. 
— Se dijo que eran todas invencio- 
nes. Mis oficiales me informaron que 
se trataba de propaganda enemiga 
cuando escuché los informes por radio. 
— Los informes decían la verdad. 
—Ordené que se suprimieran las 
represalías. Declaré la amnistía en la 
ciudad. 
— Nadie hizo caso a sus órdenes. 
— Me rodeaban como una muralla 
2n cualquier sitio en que me encontra- 
ra — se dijo para sí el general, — Yc 
8 el menos enterado de todos de loa 
Jue. ocurría. - .— 
— ¿Qué esperaba hacer usted cuan. 
do inició esto? _ 
— El movimiento estalló espontá 
eamente. Yo no intervine en él, Fué 
In levantamiento general de las masas 
sontra las fuerzas que las oprimían, 
7 yo fuí elegido para dirigirlas, en 
virtud de mis ideales políticos. El mo- 
simiento era inevitable. 
— ¿Cuánto tiempo se ha dicho us- 
ed eso? El estallido era inevitable 
vorque Usted y otros como usted lo 
1abían predicado constantemente*du- 
cante años enteros. ú 
.El géneral permanetió inmóvil en 
su asiento; sus labios se movieron, pe- 
:0 ningún sonido salió de ellos,. y Ar- 
uro prosiguió con voz úsbera y mor- 
laz 
— El único culpable es usted, ¡que 
vor débil y estúpido fué elegido para 
itraer. a la gente. Usaron su nombre 
7 su reputación para burlar alos in- 
autos. Se ocultaron detrás suyo para 
»brar y obtener lo que deseaban. 
Arturo Méridez fué retirado de la 
1abitación y el general permaneció so- 
0, sin moverse, durante largo tiempo, 
in ver nada a través de sus gruesos 
inteojos. Luego, envió un ordenanza 
*n busca del coronel Ferrer, . 
Ferrer escuchó en silencio y' tran 
juilamente los reproches del general. 
—- Ya dije yo que hubiera sido me- 
jor matarlo — murmuró por lo bajo. 
— Usted ha desobedecido mis órde- 
1es. más de una vez —- dijo el general. 
— Y por lo tanto, está despedido de 
5u puesto y arrestado vor insubordi 
nación. Om 
Ferrer lo miró con desprecio, so! 
ando. una dura. carcajada. 
— ¡Imbécil! — exclamó luego, y ax 
:rayendo un revólver con gesto dis- 
alicente, disparó sobre el general. 
El .ex profesor tuvo .un estremeci 
miento y quedó inmóvil enla cómoda 
sosición de susy días en el aula. .
	        
© 2007 - | IAI SPK
Waiting...

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.