MUNDO ARGENTINO
”
í A
a
de
o
0
es NE, pu
en VA Lo
a MO ES
— e
C
Cuento por: TOMAS ROMKE
— ¿De qué se trata? — interrogó el
reneral.
— Las sentencias del Tribunal Mili-
car que se reunió esta mañana.
— ¡Por Dios! ¿Todavía más? .
— Así -es, general... Todos lamenta-
nos esta severidad, naturalmente, pero
isted puede 'comprender que es absolu-
amente necesario para el. triunfo de
9 causa. eE
— Oh, absolutamente “necesario, sí.
Deje los informes aquí; yo los. exami-
1aré,
— Tienen que ser firmados en el
icto — agregó el coronel, con el mismo
ono de paciencia forzada con que se
ubiera dirigido a un niño. — Debe-
nos eliminar sin demora estos elemen:
:08 rebeldes, a fin de evitar que se pro-
Juzcan más matanzas inútiles,
El general suspiró. —
— Creo que tiene razón — dijo.
— Manos a la obra, pues —- mani-
'estó Ferrer alegremente, mientras se
sentaba. Y tomando sus papeles, co-
menzó un rápido sumario. -
— Caso de Juan García, Ocultaba
armas enemigas. Siete testigos. Conde-
ado a muerte, Firme aquí. —' El ge-
1eral firmó. uu.
— Casos de Diego Sánchez, . Pablo
Mateo y Fernando Swartz, Sorprendi-
dos como enemigos. Muerte. Firme
aguí. — Nuevamente el, general es-
tampó su firma. !
El coronel prosiguió .con su lista
mientras, por el enrejado, en la parte
superior de la puerta, llegaba hast:
allos el rumor de la ciudad de fieste
— El caso de Matilde Padron...
— ¡Otra mujer! — exclamó el ge
1eral. - .
— No hay modo de evitarlo, genera!.
úas mujeres han luchado en esta gue-
rra como hombres, y. como tales debe-
mos juzgarlas. Firme aquí, -
Caso de. Arturo Gil Méndez. Oculta-
ba fugitivos, poseía armas, incitaba a
motines. ,
— ¿Arturo Gil Méndez? — repitió
lentamente el general. — Yo tuve un
alumno de ese nombre.
— Un hombre peligroso. Mató a un
ficial al resistir: el arresto,
— Arturo Gil Méndez, Debe ser el
mismo. Quiero verlo.
—Es imposible, general...
Fué mi mejor alumno, Mándelo
puscar inmediatamente,
Ferrer miró al general y se encogió
de hombros.
Cuando Arturo Gil Méndez fué trai-
do a la habitación del general estaba
tan débil, que tuvieron que colocarlo
en -una silla. El general ordenó a to-
dos que los dejaran solos, y observó
el rostro manchado de sangre del joven,
— Arturo — le dijo, — ¿no me co-
noces?
La cara del muchacho permaneció
impasible. .
— Lo conozco — respondió.
—¿Qué ha ocurrido, muchacho? ¿Có-
mo te has comprometido así? No te ha-
brás aliado al enemigo, seguramente...
— Yo no era aliado de nadie.
—. Me alegro de que así sea — el
general se enderezó en su silla, — Sa-
bía que no podías apoyar al enemigo.
Fuiste mi mejor alumno. Aunque no
an la totalidad de las cosas, estábamos
N U aspecto no era el de un po-
deroso conquistador guerrero.
h Parecía más bien un explora-
- dor, ya viejo y no muy activo.
Penetró en el patio del hotel San
Carlos, huyendo de las aclamaciones
entusiastas en la calle, ascendió rápi-
damente por la escalera y se detuvo
en la puerta de su habitación. Salu-
dó lo más elegantemente posible, des-
pidió a su estado mayor, cerró la puer-
ta y se sentó en el sillón, adoptando
la cómoda postura de sus días de maes-
tro de escuela, Luegó, con un esfuer-
zo, trató de recobrar una pose de elfi-
ciencia.
Había una cantidad enorme de pa-
peles sobre el escritorio. Los fué fir-
mando unio por uno, casi sin darse
cuenta de lo que hacía.
- Un ordenanza abrió la puerta y pe-
netró el coronel Ferrer, jefe del estado
mayor, trayendo consigo más papeles.
— Perdone, mi general — dijo el co-
ronel: — hay algunos asuntos urgen-
les, que me gustaría tratar con usted.
— Adelante, coronel, He estado exa-
minando estos papeles; todavía no he
terminado con ellos.
El coronel Ferrer hizo un leve gesto
de impaciencia, :
-.— Si me permite, general, su tiem-
po es demasiado valioso para desperdi-
ciarlo en estas rutinas. En cambio, es-
tos asuntos — añadió colocando un fa-
jo de hojas sobre el escritarin — son
más urgentes,
le acuerdo siempre en las ideas funda-
nentales. Respetábamos mutuamente
muestras convicciones. Mi ambición era
a “de estimular” el pensamiento y lu
»onciencia política. . —
El joven. se sonrió con amargura. -
— ¿Cómo ha sucedido esto, mucha-
ho? ¿Qué estabas haciendo?
Arturo Gil Méndez habló con tran-
¡úilidad, sin alterar la expresión de
¡uU rostro, nOs *
— Estaba tratando de proteger a
in grupo de gente inocente de ese tro-
)el de asesinos que están a sus órde.
nes — dijo.
— ¿Asesinos? — exclamó el general.
— ¿Un tropel. de asesinos? Vamos, mu-
hacho, no digas tonterías. Tú sabes
vor qué estoy aquí. He venido aquí co-
no salvador del pueblo. He derrocado
a tiranía que los esclavizaba, y esta-
Jeceré un gobierno popular, bajo el
mal todos los hombres...
— Sí — interrumpió, molesto, el jo-
ren. — Ya he oído hablar de eso. Pero
¡cuándo va a empezar sus funciones el
zobierno popular?
— A decir verdad, debo reconocer
¡ue no ha hábido. mucho tiempo para
50. La tarea ha sido difícil — admitió
:] general.
. — Han estado demasiado ocupados
In matar gente.
-— ¿Qué es eso? ¡Oh, sí, ha habido
muchas muertes! Demasiadas, —' El
zeneral movió tristemente la cabeza;
tuego, recobrándose, se dirigió al joven
en forma mecánica y casi inconscien
te. — Pero hay que comprender que
todo gran movimiento en procura de:
mejoramiento social demanda sus sa
erificios. Pronto esta tierra, con tod:
SU riqueza y su grandeza, será puesta
en manos del pueblo. ,
— Si es que queda algo del pueblo
— murmuró Arturo Gil Méndez, —
¿Cuántos hombres asesinaron anoche!
-—¡Anoche? Qué quieres decir? Por
cierto que ninguno. No se ha matado
gente excepto cuando se -descubrían
grupos en flagrante delito. , —.
Arturo tuvo una risa amarga, :.:
— Anoche fueron muertas doscien
Las personas, por lo menos. Muchas de
ellas eran mujeres. Yo fuí arrestado
porque maté un soldado que había he-
rido a un anciano. ;
— Pero no puedo creer “eso. Estás
mintiendo — replicó asombrado el ge
Jeral.
-— Ha hatido miles de víctimas el
sodas las ciudades.
— ¡Mientes, Arturo Méndez!
— Siempre lo tuve por estúpido, pe-
ro nunca creí que llegara a este ex-
:remo. Todo el mundo lo sabe. Miles
le personas han sido asesinadas, otras
¿orturadas: ancianos, niños, mujeres.
— Se dijo que eran todas invencio-
nes. Mis oficiales me informaron que
se trataba de propaganda enemiga
cuando escuché los informes por radio.
— Los informes decían la verdad.
—Ordené que se suprimieran las
represalías. Declaré la amnistía en la
ciudad.
— Nadie hizo caso a sus órdenes.
— Me rodeaban como una muralla
2n cualquier sitio en que me encontra-
ra — se dijo para sí el general, — Yc
8 el menos enterado de todos de loa
Jue. ocurría. - .—
— ¿Qué esperaba hacer usted cuan.
do inició esto? _
— El movimiento estalló espontá
eamente. Yo no intervine en él, Fué
In levantamiento general de las masas
sontra las fuerzas que las oprimían,
7 yo fuí elegido para dirigirlas, en
virtud de mis ideales políticos. El mo-
simiento era inevitable.
— ¿Cuánto tiempo se ha dicho us-
ed eso? El estallido era inevitable
vorque Usted y otros como usted lo
1abían predicado constantemente*du-
cante años enteros. ú
.El géneral permanetió inmóvil en
su asiento; sus labios se movieron, pe-
:0 ningún sonido salió de ellos,. y Ar-
uro prosiguió con voz úsbera y mor-
laz
— El único culpable es usted, ¡que
vor débil y estúpido fué elegido para
itraer. a la gente. Usaron su nombre
7 su reputación para burlar alos in-
autos. Se ocultaron detrás suyo para
»brar y obtener lo que deseaban.
Arturo Méridez fué retirado de la
1abitación y el general permaneció so-
0, sin moverse, durante largo tiempo,
in ver nada a través de sus gruesos
inteojos. Luego, envió un ordenanza
*n busca del coronel Ferrer, .
Ferrer escuchó en silencio y' tran
juilamente los reproches del general.
—- Ya dije yo que hubiera sido me-
jor matarlo — murmuró por lo bajo.
— Usted ha desobedecido mis órde-
1es. más de una vez —- dijo el general.
— Y por lo tanto, está despedido de
5u puesto y arrestado vor insubordi
nación. Om
Ferrer lo miró con desprecio, so!
ando. una dura. carcajada.
— ¡Imbécil! — exclamó luego, y ax
:rayendo un revólver con gesto dis-
alicente, disparó sobre el general.
El .ex profesor tuvo .un estremeci
miento y quedó inmóvil enla cómoda
sosición de susy días en el aula. .