Full text: 27.1937,3.Nov.=Nr. 1398 (1937139800)

3 de Noviembre de 1937 
E había jugado fuerte aquella 
noche. Ahora, ya casi de ma- 
drugada, en la trastienda del 
boliche, sólo quedaban frente a 
rente dos jugadores, dos jugadores de 
rerdad: Ramón Peña y el Marcao. Los 
iemás formaban un grupo apretado de 
nirones silenciosos, los ojos brillantes 
7 los labios secos. Callaban así, con ra- 
sa, su vergienza y su derrota frente 
2 las manos habilidosas de aquel des- 
:onocido a quien apodaron el Marcao, 
entre cuyos dedos largos, flacos, habían 
realidad, no se sabía de dónde venía. Le 
ipodaron así, de entrada, por una ci- 
atriz pequeña, en forma de cruz, que 
levaba junto a la sien, como si fuera 
echa a punta de cuchillo. Alto, delga- 
lo, ojos. profundamente negros, apa- 
“entaba cuarenta años, El tiempo que 
evaba en el pueblo se le había visto 
voco. Cast no salía del fonducho donde 
Jarecía haberse refugiado, Sólo se acer- 
6 a los demás la noche de su peligrosa 
ipuesta con Ramón Peña. 
Ahora estaba allí, como acorralado 
:n su cuarto, sabiéndose observado, 
vigilado, sin poderse mover, por aque- 
la apuesta extraña que hombres y mu- 
,eres comentaban en todos los tonos, 
n las calles, al pasar, Significaba un 
:spectáculo dentro del otro espectácu- 
o de las romerías que el pueblo no 
estaba dispuesto a perder. 
Para todos, el forastero había gana- 
do en buena ley el beso de una mujer 
iugándolo con el marido, e iría. a bus- 
carlo allí, a la vista de todos, en me- 
dio de la fiesta, ante el asombro de 
tanos y la malicia de otros. : 
Ramón Pena había perdido. Y Ra- 
D món Peña — por medio de los labios de 
- A — - su compañera — pagaba, Eran le- 
FER yes de hombres jugadores. 
E Carmen Fuentes, la esposa de Ra- 
— E C món, tardó poco en enterarse de la 
original apuesta de su. marido. 
JULIO FRANZOSO — ¡Es una desvergiienza!... - 
, — ¡Es un desalmao! 
9z0 en la cara. La sangre le quemó de 
ronto en las manos, se le nublaron los 
jos, y rápidamente, se abalanzó so- 
Te él. 
— ¡Perro! 
Lo detuvieron entre.todos. El Marcao 
Io se movió. Desde la esquina de la 
uesa siguió hablando: o 
— ¿No ve? Mal jugador... Ya salió 
el hombre... - 
— ¡Suelten! ¡Suelten! 
— ¡Qué lástima! En este pueblo .no 
'ienen un jugador de verdad, Un juga- 
lor de verdad no tiene nervios... 
— ¡Acepto! 
Lo soltaron, Quedáronse fríos. Ramón 
Peña ocupó de nuevo su lugar en la 
mesa. 
(1 
«i 
>si 
uent» - 
la claridad de sus almas. Ahora Car- 
men Fuentes esperaba. - . 
— ¿Querés un mate? 
— No. , 
— ¿Estás enfermo? 
— No. 
El no la miraba a los ojos. No al- 
zaba siquiera la cabeza. Muchas ve- 
:es ella le había reprendido suave- 
mente, como a un niño; pero esta vez 
20 se animaba a intentarlo. La *ra- 
vesura había sido demasiado grande, 
— Este. .., ¿sabés?, tenés que per- 
donarme... 
— Yo..., Ramón. .., te quiero siem- 
pre... 
No hablaron más. Quedéronse pensa- 
ivos, Ella, sin duda, implorando una 
rez más el milagro que curase a su 
wmbre del maldito vicio, y el..., él 
nirándose hacia adentro, insultándose 
n silencio y buscando una solución al 
Jroblema, la mano en el cuchillo. 
Sonrió. 
¡El Marcao! Tenía una cicatriz en 
'orma de cruz cerca de la sien... Y 
:0mo si hablara para otro Ramón Pe- 
ia que estaba agazapado entre las pa- 
“edes de su cráneo, dijo a media voz: 
— ¡Y bueno: le haremos otra en la 
cal... . 
Carmen Fuentes se estremeció. 
Pasaron días,.. - 
Alta: noche. Como una - sombra 
nás entre las sombras, Ramón” Peña 
legó a la fonda donde sabía que estaba 
Ramón Peña sintió como 
un cachetazo en la cara. La 
sangre le quemó de pronto 
n las manos, se le nubla- 
on los ojos y, rápidamen- 
'e, se abalanzó sobre él. 
dejado todos sus buenos pesos. Sólo a 
Xamón Peña le quedaba algo que per- 
ler, y ese algo ya estaba sobre la mesa: 
3u reloj. 
— ¿Lo juega? — preguntó el Marcao 
*ríamente, 
— Lo juego. . 
Nadie dijo una palabra, Era una no- 
>he mala para Ramón Peña. No ignora- 
van su afecto por aquel recuerdo de 
tamilia, pero era inútil advertírselo, Nc 
escucharía razones. Era jugador de al- 
ma, y allí estaba, sereno, frío, sin un 
novimiento, esperando cartas. 
De improviso, le vieron extender un 
brazo, 
— ¡Un momento! 
Tomó el reloj, Lo abrió. Y con un 
volpe de uña hizo saltar una fotografía 
me estaba en la contratapa. 
—- Esto no se juega. 
Erá un pedazo de cartón ordinario 
con la cara de su mujer, Luego puso 
el reloj donde estaba. 
— ¡Cartas! — reclamó. - 
El Marcao barajaba por última vez, 
Después, repartió. 
— ¡Arriba! 
Miraron, Ramón Peña había perdido 
4 reloj. 
—— Es suyo — dijo, y se puso de pie. 
— ¿Se va? — preguntó el Marcao con 
derta ironía, 
7 No tengo más que perder... 
— ¡Quién sabe! Fíjese bien... 
Los ojos de unos se encontraron con 
os ojos de otros, Sentían algo extraño 
en aquellas palabras. 
— ¡Hable claro! 
— Podemos jugar por algo que está 
uera de aquí, En su casa, por ejem- 
Do... - 
— ¿En mi casa? ¿Los muebles? 
— No, - 
— ¿Mi mujer? 
— Cerca. No se asombre, amigo, Los 
menos jugadores lo juegan todo..., to- 
do... Podemos jugar... un beso de su 
mujer... 
Ramón Peña sintió como un cacha. 
— ¿Qué apuesta? 
— Un beso de mi mujer. ¿Interesa? 
—Mucho. 
Pausa. Al cortar, el Marcao advir- 
5: 
— Si pierdo, Ramón Peña, le devuel- 
n su reloj, Y si gano..., si gano..., 
domingo. .., en las romerías... 
Ramón Peña, con los dientes, se hizo 
angre en los labios, Los demás lo mi- 
aron, 
EE 
KE Marcao no era de ese nueblo. En 
— ¡Capaz de jugarse un hijo! 
— ¡Cuando lo tengan!.,.. 
Ante los comentarios de las coma- 
tres, calló. Calló también ante los ojos 
ristes y avergonzados de su compa- 
lero. No tuvo para él un reproche. No 
»odía tenerlo. Jamás había discutido 
on Ramón Peña, Obedecía. Obedecía 
iempre, Además, ellos vivían felices 
n su pobreza, Sólo aquel vicio de las 
artas ponía sombras, inquietudes en 
lustraciáón de 
el Marcao. Había ya, de antemano, lo- 
“alizado su habitación. Arrastrándose, 
vegándose a los muebles, subió por una 
:scalera, cruzó un pasillo angosto, obs- 
uro, y se detuvo al final de él, frente a 
a puerta que buscaba, Por debajo de 
:lla filtrábase un hilo de luz, Ramón 
Peña contuvo la respiración. Había lle- 
gado. Estaba, pues, muy cerca del hom- 
bre que buscaba. Sintió latir apresura 
(Continúa en la página 74) 
HECTOR POZZO
	        
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