10 de Noviembre de 1937 :
3 q E |
um el 4/mMo7 y en los
Cuento por
ROBERTO R. FUNES
— Por eso le
sablaba de la
nosibilidad de
una traición a
uñ amigo. ¿No
¿ree usted,
Carlos, que en
el amor y .en
los negocios to-
do es permiti-
30? >
MILIO, de pie junto a la ven-
d tana de la oficina, observaba
con detenimiento el lejano hori-
zonte donde el sol, que acaba
de ponerse, había dejado un tinte rojo
sangre, semejante a las llamas de un
incendio extendiéndose a lo largo de la
tierra,
—- ¡Vean ustedes qué espectáculo ma-
ravilloso!... — exclamó, dirigiéndose
2 sus compañeros, que, mientras aguar-
daban la hora de salida, se entretenían
jugando a los dados. -
Ellos miraron por la ventana. Des-
de. aquel 18* piso que ocupaban, el as-
vecto del cielo inflamándose' cada vez
más, era er realidad extraordinario;
vero el fantástico incendio que parecía
Y calcinando la tierra no les tocó a ellos
de tan sensible manera como a Emilio.
—- Esta mano es mía — dijo uno, sir
xrestar atención al horizonte, mientras
1acía sonar los dados en el cubilete:
Los demás se volvieron hacia él y la
vartida continuó. . o
— Cuestión de temperamento — pen-
.5 Emilio, Y en voz alta, agregó: —
Jstedes no saben apreciar la belleza, ..
— ¡Vamos, Emilio, déjate de tonte-
as! Ese cielo lo hemos visto así cente-
ares de veces.., — respondió el com-
:añero Carlos con ai-e de fastidio, -
Y en tono caústico, con una reveren-
la irónica, les habló a los otros: ..
— Lo qué ocurre es que el señor in-
reniero experimenta melancolía por
:bándoriarnos. ..; o' lo simula.
— Te equivocas, Carlos — dijo Emi-
0, — No me acordaba de eso.
— Otra simulación, querido mío, No
s posible que un hombre que se en
vuentra en tus condiciones deje de pen-
ar un instante en ello. Y si no, va-
nos: a ver, Digan ustedes, compañeros
- continuó Carlos con aire de burla:
-- todos nosotros somos ingenieros: He.
nos estudiado juntos y juntos nos. he-
ros recibido y logrado. empleo. Pero
vuestro sueldo actual, apenas si basta
'ara las necesidades más” impériosas;
le aquí que cualquier mejoramiento
:conómica sea bien recibido... Eso es
o que le acontece a Emilio, Ha sido
opuesto y será nombrado en estos
das con un sueldo muy superior al
westro. Además, lo trasladan. Nos se-
aramos, es decir, nuestra alianza se
ompe. _——
Emilio, sín comprender adónde que-
ía ir á parar, lo miraba con amar-
rura. . .
-— Sí, señores — prosiguió Carlos. —
?ronto se desmembrará la sociedad.
Tasta aquí, todo fué muy bien; pero
Hhora comienzan las injusticias...
La expectativa era grande, Emilio,
ue presenta algo malo, interrogó con
xtrañeza: . 0
—¿Injusticias?... .
— Sí, señor — cóntestó Carlos, sin
:bandonar su tono incisivo. — Injusti-
ias, Los méritos deben - primar sobre
as- preferencias: Al fin y al cabo, tú
10 eres de los aluninos' más distin-
suidos. -, us. E
—-Tú,- por :ejemplo. — dijo Emilio
— Si tú lo dices... —
La -atmósfera estaba sobrecargada,
“osa que nunca había .pasado hasta
hora, aquellos hombres, sintiendo que
1 rencor les iba creciendo sordamente,
omprendían que podía ser enemigos.
“arlos entendió, sin embargo; que la
-gresividad era peligrosa y volvió 'al
arcasmo,
— Así es, señores ingenieros — dijo,
=. [Adiós sueños juveniles! Ahora hay
¡ue luchar y. lucharemos, Además — y
u ironía se agudizó mientras palmeaba
-on fingida .cordialidad la espalda de
¿milio, —.no olvidemos la advertencia :
n el amor y en los negocios. todo está
ermitido, - Mo
Emilio sonrió con pena, . ... —.
— Yo prefiero ser. leal — dijo. — Y
n todo caso no he tenido yo la culpa...
Dieron las seis..Las campanadas dis-
cajeron la atención y todos empezaron
1 buscar sus sombreros: Carlos, que fué
+1 primero .en salir, se detuvo junto a
a puerta, y mirando hacia la ventana.
xclamó: .. - o E !
— El crepúsculo es rojo. Mañana llo.
"erá,
Los demás compañeros le siguieron
n silencio. Sin duda no les había gus-
ado la actitud de Carlos, porque mo-
endo la cabeza hacían gestos de des-
tprobación. . _ Lo
Emilio permaneció un instante más
en la oficina, y luego, lentamente, mien-
:ras pensaba en lo que acababa de ocu-
"Tir; se dirigió a la salida. —.
“— ¿Será posible — se decía. — ¿El
xrimer- paso en la vida y ya está difi-
ultado?... :
Iba tan distraído, que al abrir la
-»uerta no observó a una persona que
ntraba y la llevó: por delante. Alzó los
»jos y se encontró frente a Alicia que
e miraba sonriendo... -':.
— ¡Vaya un ensimismamiento, Emi-
10! ¿En qué piensa usted?... . -
- Emilio sintió que una turbación in-
rencible, la: misma turbación: que le po.
ela. cada-vez que se encontraba con
Alicia, .le ganaba. el. corazón dulce-
nente, . , .
— ¡Pero, Alicia! Qué anda hacien-
o usted por-acá?- -
Ella se extrañó de no ver a los otros
1 la oficina, -
— Pero ¿se han ido ya? — dijo, pe-
*trando en la habitación,
Emilio la siguió y, tomándola de un
razo, trató de afraerla hacia la puerta,
— Sinos apuramos, tal vez los alcan-
emos abajo. Carlos se Tué primero, y
mientras él llegaba a la calle usted
subía en el ascensor. Se han desencon-
rado. Apúrese — insistió — y lo al
anzaremosS. ..
— Deje usted, Emilio — replicó la
muchacha con una sonrisa. — Si he
venido por aquí era para ve:los a us-
'tedes. A Carlos ya lo tendré en casa
sta noche, y ahora me interesa con-
versar con usted...
Emilio se ruborizó, Tenía miedo de
star a solas con Alicia, .y, por otra
narte, experimentaba una sensación tan
ulce, que hubiera deseado que aquel
momento se prolongase toda su vida,
Mient:as la muchacha se acomodaba en
ana silla que él — recién se daba cuen.
la — Mo le había ofrecido, atravesaron
su mente todos los recuerdos que le
nían a Alicia, Había seguido la carre.
“a con ellos durante éinco años, y el
imbiente de compañerismo que se for-
na en. las aulas le había impedido
siempre tratarla 'en otra forma que no
uese la de una camarada, casi la de
1n muchacho, como a ot:0:-hombre más
jue estudiaba junto a él. Pero desde el
¿rimer momento que la vió, se había
ventido cautivado por la belleza de
Alicia, pero el trato dulce y sere-
a0 de ella, tan distinto al de las otras
compañeras, y aunque mil veces quiso
xplicarle la emoción que ella ponía en
u alma, su timidez, su estúpida timi-
lez, enma él decía, se lo había prohi.
(Continúa en la nácina 191