24 de Noviembre de 1937
—— B—Ú[ÑZZ LAA e
El corazón dormido "Continuación de la página 28)
A la mañana siguiente logró anti-
ciparse a la puntualidad del dueño de
la fábrica. Se sentó junto a la máqui-
na de escribir, conteniendo una risa
sana y juvenil, Mirándose en el espe-
jito de mano, montó sobre su pequeña
nariz unas gafas de grueso armazón.
A los pocos segundos, y cuando más
convencida estaba de que tenía el as-
pecto de un lamentable estado de ane-
mia, entró Peter como una tromba,
pisando fuerte y con un enorme ciga-
rro en la boca. Lola, al verlo, le saludó
amablemente, El artículó, masticando
ta punta del cigarro, algo que parecía
na contestación.
Un ordenanza trajo la voluminosa
correspondencia, Peter, con un corta-
papel, la fué abriendo, La secretaria,
atenta, lo observaba con gran disimulo,
De cuando en cuando tosía bastante
fuerte. Peter, a quien la tos ajena po-
nía nervioso, la miró. Al contemplar
con asombro las gafas de Lola, que en
ese instante se le habían corrido hasta
'a punta de su pequeña nariz, no pudo
lejar de dirigirle la palabra.
—¡Oh!... ¿Usted, señorita Lola,
zon anteojos?
—— Sí, señor. El médico dice que de-
do usarlos, Estoy muy débil. Necesito
mucho aire y sol..,
Peter enrojeció súbitamente y mas-
ulló en voz baja: .
— Yes... .
Continuó abriendo sobres. De pronto
lió un fuerte puñetazo sobre el escri-
torio que hizo volar y caer al suelo va-
rios papeles y sobres, Lola, a través
Je las gafas, asustada, fué perdiendo
la serenidad, y helando la sonrisa iró-
nica de sus labios, le veía más gran-
lote 'y le pareció que iba a reventar
de indignación. Sin embargo, no dijo
nada, Y eso fué para ella una libera-
zión de pesadilla, Como un energúme-
ño se retorció en el asiento lo mismó
que si lo tuvieran sujeto por el cue-
lo. La carta había llegado a sus ma-
nos
ácil: lindero al mismo campo de de-
ortes encuentra dos manzanas inci-
ientemente alambradas, Regresa a su
tespacho. Ya el gesto de enfado ha ido
lesdibujando la aspereza de las faccio-
tes, Lola lo mira sin poder darse cuen-
a del humor que tan a deshora lo lle-
/a a la oficina. Su cerebro no concibe
1ada: hasta le parece vacío y entreabre
EL HOMBRE GALANTE
EN El, CAMPO
=— ¿Le molesta el humo, señorita?
a boca: como una idiotá. Peter, con
"oz sonora, le ordena que se retire, La
secretaria le estorba. Cuando se ha ido
mpieza a caminar en distintas direc.
dones, con las manos en los bolsillos.
Ju mente empieza con lucidez a con-
retar ideas: “Sus empleados tendrán
in club.” Cavila, y sonriente vuelve a
lar rienda a su imaginación, “El Club
le Tim Baker tiene cuatro canchas de
enis; el mío tendrá seis, El natatorio
le Tim Baker mide veinte metros; el
nío medirá cuarenta,” Y enumerando
as instalaciones del “club rival, duplica
os trampolines, sombrillas, “bancos,
restuarios, hasta que, poco a poco,
lándose cuenta del enorme gasto que
riginará todo aquello, cree, por. fin,
:char polvo a la suposición ridícula
lel amigo que lo disfrazá de “ama.
rete”, .
Las obras empezaron en seguida.
Peter visita su club varias veces al
lía, Observa trabajar. Ya no es el pri-
sionero de su austero despacho de la
fábrica, donde vivió recluído desde las
siete de la mañana hasta las nueve de
4 noche más de treinta años. Allí, so-
dre el terreno, recibe varias horas de
sol, se enrojece, Camina y se detiene.
ree experimentar un cambio brusco
21 su interior, Se hace expansivo con
0s dirigentes del edificio. Habla con
08 obreros. Y luego, contento, guar-
lando su secreto, regresa a la oficina.
Pasea con cualquier pretextp entre las
filas de escritorios alineados, empieza
1 “ver” a sus empleados, Desearía co-
10cer sus íntimos pensamientos. No
lesearía que lo miraran con ese res-
veto huraño. Hasta quisiera hablar co-
mo UN gran amigo de ellos. Quisiera
merecer la confianza de camaradas.
Vuelve a su gran mesa escritorio.
Se sienta, Una idea lo preocupa: el
nombre que pondrá al club. Su amigo
Peter lo denomina lo mismo que el
anco, “Yo dedo aventajarlo — piensa.
— Debo buscar un nombre mejor,”
A la mañana siguiente, después de
haber tomado resoluciones definitivas,
Peter pidió el auto y ordenó al chofer
que se retirara. Empuñó el volante y
se dirigió al barrio de los clubs cerca-
nos a la costa del río, “Esa carta ——
pensaba — no puede ser sino de Tim
Baker. Y tendrá su respuesta, Ya ve-
rá él de lo que soy capaz.”
Cuando llega frente al club de su
amigo, busca prolijamente el terreno
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69
palmeando efusivamente a su amigo,
1e contesta: -
— Tienes razón. No he podido enga-
ñarte, Esa carta que tanto bien te ha
1echo, es mía,
— ¡Gracias, Tim! Soy un hombre
1uevo. Antes era un ente que sólo en-
:endía de números y de automóviles,
He vivido encerrado en las oficinas
lesde los quince años! Mi padre, en el
ifán de que fuera su digno heredero,
acortó mi niñez y mi adolescencia ha-
siéndome un hombre de negocios, in-
sensible para la vida. ¡Gracias, Tim!
¡Muchas gracias!
Y entornando los párpados, plácida.
mente evoca las canchas rojas bañadas
por el sol, los árboles tiernos con sus
stacas blancas, los parasoles anaran-
ados, y ¿Cuando sepan la noticia, la
ara de estupefacción de sus emplea.
los. En un éxtasis sumerge la imagi-
1ación, cristalizándola con el cuadrc
¡ue subjetivamente responde a la evo-
ución de su psiquis abolida, Y place-
'es del espíritu que nunca ha conocido,
ornan a su alrededor ablandando la
'orteza de su impermeable sensibili.
lad. Se levanta y sale en busca de su
amigo. Ya tiene nombre: “My Home”,
— ¡Tim! Quiero darte un abrazo.
¡Con tu carta has despertado. mi cora-
zón dormido!
— ¿Qué es eso? ¿Qué carta?
— La tuya. Y lo otro es el club. ¿Ya
tienen su club los muchachos!
— Pero ¿qué es eso? El club, la car-
la... .
— ¡Que mañana inauguramos el club
My Home”!
— ¡Te felicito!... ¿Y eso de la car-
La?
— ¡Pero me lo vas a negar! ¿Quién,
si no tú, pudo enviarme esa carta?
Peter lo mira y responde:
— Estás en un error; no es mía.
— Tú me has llamado “amarrete'
muchas veces, ¿Entiendes? ¡Y yo he
querido darte una lección!
Tim recuerda la escena de aquella
tarde. Y ve asomar en el fondo de esa
conversación el rostro picaresco de la
secretaria. “Unicamente ella — imagi-
na-— pudo ser la autora.” Sonríe, y
Los sábados y domingos, maldecidos
por Peter y que de un plumazo hubie-
ra hecho desaparecer del almanaque
si éste hubiera dependido de su volun-
ad autoritaria, son actualmente lus
días más felices de su vida. Va al club
y hasta juega al tenis con sus subal-
:ernos, Cuando llega en su automóvil,
Tim Baker, al divisar a su amigo, ha-
ce sonar la bocina. Peter llega corrien-
do, con el rostro iluminado de alegría.
— ¿No sabes una cosa?
— ¿Te has enamorado?
— No,
¡Ah!
-— - He decidido un viaje a Río de Ja-
neiro. Voy a tomar unas vacaciones.
— ¿Por muchos meses? -—interroga
con un tono de voz tan entusiasta co
mo el de su amigo,
— ¡No, hombre! Dos semanas, naca
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