Full text: 27.1937,1.Dez.=Nr. 1402 (1937140200)

19 de Diciembre de 1987 
| Gigantes desolados 
Confundido, el aviador mascullaba: 
— Perdóname, pequeña. Es que esto 
Jarece un cementerio, y es intolerable. 
La estadística nos marca la muerte 
con demasiada probabilidad, para que 
an nuestros refugios también hayamos 
de encontrarnos con nubes y tormentas. 
Y como monologando en protesta 
rontra el incontenible llanto de la jo- 
ven, Salvetti prosiguió: 
—jTristezas en ti! ¡Hondo drama 
:n Carlos! ¿Adónde vamos a parar? 
¡Toda la carrera de Carlos se va des- 
moronando! ¡Descuidos y tropiezos a 
rada rato! No sé cómo ya no se ha ro- 
to la erisma. Y en lugar de vigilarlo, 
Je animarlo, te tengo aquí desmayada 
de dolor. ¡Emita, lucha, defiende a Car- 
los! 
— ¿Cómo, Leonardo? ¿Cómo? Si se 
esconde... ¡Si me huye! 
— ¡Pues búscalo, Ema! ¡Hay que 
luchar! Sólo puedo decirte que su co- 
razón está soportando huracanes terri- 
bles. 
Y cambiando bruscamente de tono al 
ver un destello de alegría en los ojos 
de Ema, Salvetti propuso, con un gesto 
2n que el puño derecho cubierto con la 
manopla golpeó sobre la palma iz- 
quierda: , 
— ¿Luchamos, Emita? 
— Luchemos, Nardo. 
En esos días se estaba por inaugu- 
rar la prolongación de la línea hasta la 
“iudad de Buenos Aires. 
Se pensó en los mejores pilotos para 
el adiestramiento del personal en ese 
nuevo tipo de aviones, y Salvetti, jefe 
del mismo, propuso en primer término 
a Carlos Frías. Este, presente en la 
reunión de pilotos, quiso rehusarse. El 
día, de tiempo pésimo, había sido elegi- 
do de propósito para probar el vuelo a 
smiegas. Dijo Carlos: 
— No, Leonardo. ¡Por favor, reléva- 
me ¡Estoy hecho una calamidad! 
El veterano tomólo de un brazo y lo 
sacó de la dirección. Lo llevó al han- 
var y le hizo tomar asiento como su co- 
piloto, en uno de aquellos nuevos apa- 
ratos. Y una vez así, díjole: . 
— Mirá, hermano, hoy más que nun- 
»a necesito de tu colaboración. 
Carlos sonrió tristemente: 
— ¿Mi colaboración? ¡Si he perdido 
todo mi puntaje! Soy el más torpe de 
'os pilotos. Un día de estos, vos mis- 
mo tendrás que firmar mi baja de la 
"lota. Yo..., yo mismo presentaré la 
renuncia, puesto que constituyo un pe- 
ligro para la vida de los pasajeros. 
— ¿Y de la tuya no te preocupas? 
— ¿De la mía? ¡Ah, Leonardo! Cuan. 
lo a bordo, en esos días sin tormentas, 
yeo allá abajo el Atlántico desolado 
y llega hasta mis oídos su rumor, me 
Jarece que mi corazón se le asemeja. 
Un gran piélago sin nada que lo sur- 
que. Y esa melopea fantástica del 
»céano es como la marcha angustio- 
sa de mi corazón. 
—¡Oh, déjate de pavadas, Carlos! — 
dijo Salvetti, pudiendo apenas ocultar 
3u emoción. Lo único sensato que has di- 
ho, es que eren un gigante. Sí, eres 
un gigante como el Atlántico. Ahora 
jesolado como algunas veces lo está el 
viejo océano, pero al fin y al cabo eres 
siempre un gigante..., ¡un titán del 
aire! Y ahora ya verás. ¡Fíjate en es- 
ta maravilla! 
Y al decir esto, Salvetti hizo deslizar 
el avión, cuyo motor ya había estado 
an marcha. Densos nubarrones tormen- 
tosos cubrían los cielos. El admirable 
aparato se metió en lo más terrible de 
la borrasca. Poco después los dos hom- 
nres volaban en plena obscuridad. 
El goniómetro era la bitácora infa- 
lible en aquella negrura. Frías seguía 
ton avidez el manejo de su experto 
iefe. Los avaratos daban una precisa 
1 
(Continuación de la página 16) 
ANANCAAA ACA ACA DAA CADA AAA CCAA CANA EEE 
o de expertos reunidos para seguir 
as pruebas. 
Pero apenas descendió del aparato, 
Jarlos cayó nuevamente en esa triste- 
a que le estaba royendo el corazón 
lesde hacía tiempo. Miró hacia las 
ficinas, allí, donde incomprensible- 
nente él dejó un día de ir a deposita» 
mn beso en la frente de Mita. 
El veterano Salvetti, que lo observa- 
a de soslayo, golpeándole el hombro 
» animó: 
— Anda, Carlos; has vuelto a ser 
nestro halcón, pero falta algo'de los 
iejos tiempos, Mira allí quién viene, — 
7 el viejo piloto, muy prudentemente, 
«e escabulló. 
Ema se acercaba, linda y alegre co- 
no antes, más que antes, Carlos, al ver- 
a, dobló la cabeza confundido, simulan- 
lo arreglarse una hebilla del equipo. 
ima le había prometido a Salvetti lu- 
har: 
— ¡Hola, Carlos! — dijo con deci- 
ión. — Has hecho un vuelo esplén- 
lido. — Y añadió. — Hemos encontra- 
lo a nuestro mejor camarada, Sólo 
alta el beso para mí, 
El bravo mozo levantó los ojos. En- 
ontró la cara anhelante y leal de Ema, 
y abriendo los brazos la estrechó fuer- 
temente entre ellos, mientras escondía 
su cabeza en el seno de la joven, mur- 
murando: 
— ¡Mita!... ¡Mita querida! 
rientación en aquel vuelo a ciegas. 
Salvetti aprovechó el incontenible entu- 
iasmo profesional de Carlos y .pre- 
"untóle: — 
— ¿Qué te parece? 
—¡Una maravilla, Nardo! ¡Una 
aravilla! 
Y sin darse cuenta siguiera, asumió 
. comando de la aeronave. Tenía las 
razas de un águila capeando el tem- 
oral. La prueba de la máquina era 
ura y se necesitaba, además, de un 
iloto excepcional, Salvetti observaba 
su amigo, y en cierta ocasión en que 
arlos realizó uma serie de hábiles mo- 
mientos, casi simultáneos, con gran 
recisión, Salvetti gritó: 
— ¡Bravo, Carlos! ¡Al fin te encuen- 
ro! ¡Ese eres tú, Carlitos Frías, el me- 
or de la flota! 
, En ese momento, un rayo de sol re- 
entino hizo brillar los élitros del pá- 
aro mecánico, y poco después, con 
Tan elegancia, Carlos Frías paraba 
:) anfibio en el aeropuerto, entre el 
iplauso clamoroso que le tributó el gru- 
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