3 de Diciembre de 1937
. ? :
- - “7 Cuento por
—_ LACIE ROBERTO
ET A R. FUNES
ARA Raúl, el mundo era una estación de ferro-
carril pegada a un puerto de mar. El olor a
brea de las bodegas de todos los barcos del
mundo era su perfume favórito, y ninguna mú-
sica se comparaba al golpeteo rítmico de ruedas metá.
icas sobre la intersección de los rieles.
— Debo tener sangre gitana — solía decirme cuan-
lo, en sus viajes, llegaba a Bueros Aires trayendo
1lgún recuerdo de Hong Kong, de Singapur o de don-
le fuese. — No podría vivir sin ver caras nuevas y
"alles distintas.
— Está bien — le respondí esta vez; — pero ahora
quédate unos meses siquiera para visitar a tus
iejos.
— Otra vez será — dijo, sonriendo, — Ahora le he
prometido a míster Bintlock, el gerente de la compa-
ña de petróleos de un lugar en Persia, que lo voy a
acompañar en la próxima temporada de caza. Y nunca
ha faltado asu palabra el inglés ése, de modo que
no quiero ser yo el que falle primero.
Siempre había un míster Bintlock, y siempre par-
ía como si corriese detrás de alguna sombra inalcan.
able, o lo empujara una fatalidad enfermiza.
Pero Raúl, aun cuando hubiera definido su alma
:omo una cosa semejante a un ave de paso, no pudo
scapar a su condición humana, y la casi inexora-
dle ley que lleva el hombre a soñar con la dicha sin
medida en los ojos de una mujer de quien nadie sos-
pechaba nada tan trascendental.
-— En electo: durante aquella visita relámpago, Raúl
se enamoró. Y se enamoró perdidamente como cual-
quier estudiante de segundo año, que nunca ha puesto
sus pies en el horizonte. Su corazón se hinchó de
zozo, y las canciones volaban de sus labios cuanto
astaba solo, y no temía hacer el ridículo. Vino corrien.
lo a contarme lo que yo me sabía ya de memoria,
— ¡Es la mujer más hermosa de la Tierra! — ex-
Jamó alborozado. l - -
— Sí; y, además, es un ángel — añadí, sabiendo
que mi opinión coincidiría con la suya.
— Así como lo dices: un ángel. ,
— ¿Compraste ya dos boletos para tu próximo
riaje? - .
— No; porque he dejado de vagar. Ahora me com-
oraré una casita en Palermo, donde podré colocar
-odos mis trofeos de viaje, y sentir compasión por el
nombre que siempre está rodeado de gente, y, sin em.
argo, se siente solo. como un hongo.
— ¡Pero Raúl!... — protesté. — Tu sangre gi-
¡ana..., como tú dices, ¿qué harás con tu sangre
xitana?... ,
— Nada. Lo que antes me ocurría a mí es que
me faltaba la única mujercita capaz de llenar toda
ma existencia. La he. hallado... ¡Parece increíble!
— Realmente, parece increíble. Creo conocerte bien
— le respondí, — y no diría que eres capaz de aguan.
tar mucho tiempo en tu casita de Palermo. -
— Pero... ¡si estoy cambiado! No sabes las ganas
que tengo de olvidarme de los viajes y el olor a bar-
:0. Les diré un largo adiós a todos. esos amigos cos-
mopolitas que lo único que piensan es en divertirse.
— Sin embargo, así te has pasado los últimos diez
años, y es difícil quebrar una costumbre. Tarde o
temprano tendrás que hacer las maletas, y sabes muy
bien que tus medios no te permiten llevar a tu es-
posa a la rastra por todos los países del mapa.
— Y suponiendo que quisiera viajar con ella, ¿no
podríamos hacerlo más económicamente?...
— Ya ves — le repliqué, — Desde ya estás pen-
sando en la posibilidad de dejar la casita, y todo lo
que significa el hogar, la familia, la plenitud...
No me hagas sermones.
— Es que Maruja es una chica que no tiene ter:-
veramento para andar eternamente de puerto en
puerto.
— ¿Maruja? ¿Entonces la conoces? — preguntó,
axtrañado.
-— La conozco muy bien. Nos hemos casi criado jun-
05. Debiste saberlo; pero como siempre andas con
a cadeza en las nubes en algún otro clima...
— ¡Cuánto me alegro! Entonces debes saber lo ma-
ravillosa que es, y comprenderás que ella puede cam-
viar la vida hasta de un hombre como yo.
-— No te lo discuto; pero... ¿y la temporada de
az ron mister Rintlark”?
— Que se las arregle solo.
— ¿Y aquel viaje por los lages
:el Canadá con tu amigo ése de
lueva York? :
— No importa. Ya estuve allí
"ace dos años,
— Pero no me dirás
.ue aquella explora-
ión en la selva aus-
raliana que pensa-
as emprender con el
ónsul japonés te ha
lejado de interesar —
nsinué.
— Es verdad que
odavía me parece
:na magnífica idea.
Tay restos de una ci.
rilización antirua
Abrí los brazos,
y Maruja vino a
ollozar sobre mi
.ombro como so-
'a hacerlo cuando
ramos compañe-
os y no pensába-
108 en esa in-
uietante y de-
astadora cosa que
laman amor.
jue. .., ¡bah!, que se los descubra el japonés. O; a lo
nejor, podré llevarla a Maruja. No será la primera
ez que una mujer hace exploraciones en la jungla.
— ¿Llevarte a Maruja? ¿Qué diría el japonés?...
.demás, sería poner en peligro su vida.
— Sí, ya lo sé. Realmente no sería posible, Me que-
'aré en. mi casita de Palermo, Te lo juro.
— En ese caso — le ofrecí, — te haré un servicic
e amigo, Sé que llevas contigo siempre la corres-
ondencia de tus compinches en el extranjero. Si la
ienes siempre a mano será una constante tentación.
Yo te la guardaré. -
-— No vale la pena. Esta misma noche la hazo
uemar toda. .
— ¿Te has vuelto loco? ¿Cómo vas a quemar esos
reciosos recuerdos que tu hijo leerá algún día con
rgullo? Después de todo has llevado una vida bas-
ante extraordinaria.
— Tienes razón. Mi hijo... Bueño. Hazme el fa.
'or. Guárdalos tú.
Y Raúl, siempre decidido cuando había resuelto
ina acción, me trajo de inmediato una cajita reple-
a de cartas cubiertas con sellos de todos los rinco-
'es del mundo. Se despidió de ellas con mal disimu-
aida ternura, y me las llevé a mi departamento.
E
Días después recibí una llamada telefónica de
Tarnia
— ¿Eres tú, Ricardo? — decía la voz. — ¡Qué suer-
e hallarte en casa!... .
— ¿Qué ocurre, Maruja? Pareces estar agitada, Es.
ero que nada les haya pasado a tus padres,
— ¡Pasa algo terrible! No a ellos, sino a mí.
— No quiero creerlo. -
— ¿Puedes venir en seguida? o
— Voy corriendo. - 7
Al ser anunciado por la mucama, apenas tuve tiem.
o de tirar mi sombrero sobre el diván, cuando apa.
eció Maruja con los ojos hinchados de llanto.
Su congoja me produjo una alegría enorme, tanto
ue sentí deseos de bailar en un pie. A cambio de
sto, abrí los brazos, y Maruja vino a sollozar sobre
ni hombro como solía hacerlo cuando éramos compa-
ieros y no pensábamos en esa inquietante y devas.
adora cosa que llaman amor, -
— ¡Se ha marchado, Raúl — dijo, finalmente, cuan.
!o se hubo calmado,
—— ¿Y el compromiso? — exclamé. — ¿Piensa poster.
rar la boda?... ,
— Ya no hay más boda — respondió firmemente
daruja., — Me escribió diciendo que no sabía cuándo
olvería, Y me deja libre. ¿Te das cuenta? ¡Me de.
3 libre!... . .
—- Pareces estar más indignada que dolorida — res-
»ndí. — Entonces, ¿no lo querías tanto?
Continña an la níeina AD