Full text: 27.1937,22.Dez.=Nr. 1405 (1937140500)

E 
Eu . ETA, des 
( 
Cuento por 
EDWIN MULLER 
Creo que ésta, a medianoche, le había rogado que 
a dejase que lo acompañara, y creo, también, que 
¿l se negó. 
Ahora estaba ella, desde las primeras horas de 
a mañana, con sus negros y hermosos ojos pega- 
los al anteojo del larga vista, Estaba yo leyendo, 
sentado a su lado, y de pronto dejé la pipa y el li- 
ro, y me acerqué para acompañarla. 
— ¿Cómo siguen? ¿Ve algo?... — pregunté. 
— Mire aquí -— me contestó con una sonrisa 
Imarga. 
Vi el monte Rhotorn, frío, inmenso y solitario. La 
-umbre, el objeto buscado por Laurent, tenía una 
“orma extraña. Parecía el colmillo de un tigre, y 
zuando brillaba el sol, la roca. dejaba ver un tinte 
¡angriento... - 
— Véalos allí — dijo. — Están ambos al borde del 
añadón. 
D ARECIAME demasiado intranquila la señora 
del doctor Laurent. Es natural que una es- 
posa esté preocupada por la suerte de su com- 
— pañero en circunstancias en que éste empren- 
Je una arriesgada expedición alpina. 
Con todo, el doctor Laurent era uno de los aficio- 
vados de más experiencia, y en idénticas condiciones 
¡e encontraba su compañero, el joven Tierney, 
Durante la noche anterior el esposo había resuelto 
19 llevar a la señora Laurent consigo. Era un ti- 
"ón demasiado larco vara una muijer. 
MUNDO ARGENTINO 
Probablemente sería eso lo que la tenía preocupada. 
day en el Rhotorn un cañadón de unos treinta me- 
tros, desde cuyo borde se habían desprendido va- 
rias piedras en época de verano, ocasionando la muer- 
te a varios turistas. Los guías aseguran con mucho 
cuidado a los que llevan por allí. Pero estábamos 
en pleno invierno, y el frío reinante, unido a la du- 
reza de la nieve congelada, hacía difícil un accidente. 
— Creo que están ascendiendo sin cuerdas — afir- 
mé, después de observar los movimientos de los dos 
hombres. ! 
Un suspiro de angustia levantó el pecho de la se- 
ñora Laurent, Observé que una de las figuras había 
llegado ál borde del cañadón. La figura minúscula 
se movía, y pude percibir muy bien, a pesar de la 
distancia, debido a la bondad del lente, el bulto de 
la mochila, así como también el rítmico balanceo del 
hacha alpina, que bajaba y subía alternativamente, 
marcatido los escalones de la rudimentaria escalera 
en el hielo. . ., BE E E, 
Hice lo posible por ver más; pero una nube me 
lo impidió por completo,  — Po 
En ese instante la esposa de Laurent.me pidió el 
argavista, y no sé. qué impulso irresistible me hizo 
continuar en su posesión .como si no hubiera escu- 
chado sú pedido. El cañadón me pareció vacío. Pero 
no; allí estaba una figura humana que descendía 
con el doble de velocidad que la vez anterior. ¿Y la 
otra?...- : : . - 
La señora me pidió el anteojo y miró atentamente 
unos segundos, -— CL 
— ¡Hay uno sólo! — exclamó con voz desgarra- 
lora. .—” Ri "E 
— Uno debe haberse lastimado, y el otro bajó a 
uscar auxilio — dije. . 
En la puerta de“*la habitación del pequeño hotel 
alpino estaba la dueña. 
— Mande a uno de, sus hijos al puesto de los 
guías, y que vengan todos los que puedan junto con 
al jefe — ordené. , 
Cuando volví, la señora seguía mirando hacia el 
cerro. .. 
— Vamos a esperarlos al camino — le dije, — Es 
mejor, , 
Salimos, y me. senté en una piedra a su.lado. Por 
fin apareció la figura de Laurent, que se dibujaba 
nítida con el bulto de la mochila. 
— ¿Qué sucedió? — le pregunté apenas se hubo 
acercado. 
— Está muerto — me contestó fríamente, ' - 
— ¿Cómo?... 
— Las piedras cayeron en el cañadón. 
Imperceptiblemente me fijé en la mujer: sus ojos 
estaban clavados con ansiedad sobre los de Laurent. 
Había conocido yo al matrimonio Laurent y al jo- 
ven Tierney en el hotel Monte Rosa, y me pareció 
notar algo raro entre los tres, especialmente entre la 
señora y Tierney:.. 
Sin cambiar más palabras nos dirigimos hacia el 
hotelucho, y en el camino tropezamos con los alpi- 
nistas, que venían en fila de ocho o diez, prepaza- 
dos para una expedición de salvamento, tan frecuente 
er los Alpes... 
La mujer siguió hasta el hotel, y nosotros sali- 
mos con la partida. 
Al frente de ésta iba Matías Andermartten, ve- 
terano de las montañas, sobre cuya frente el viento y 
el sol habían dejado la huella de cuarenta años, 
Comenzamos a ascender, mientras Laurent expli- 
:aba a Andermartten cómo había ocurrido el uc- 
sidente. Algunas veces se contradecía un tanto Lau- 
rent, lo que me hizo pensar que omitía algo... 
Después de una media hora de. ascensión, encon- 
amos el cadáver, Andermartten ordenó a dos guías 
que ascendieran hasta el borde del cañadón, mien- 
:ras examinaba con mucha atención las piedras caí- 
las en torno suyo. 
A! día siguiente fuí sorprendido por una citación 
Jara declarar en la investigación que se realizaba 
2 el hotel Monte Rosa. 
Allí fuí, y me encontré con otra sorpresa, Detrás 
le una mesa que habían colocado en el salón del ho- 
€l estaba Chevrier, el jefe de policía, a quien con- 
:emplaban los esposos Laurent, los guías, - Ander- 
nartten, la dueña del hotel y sus hijos, además de 
zarios gendarmes y oficiales, , 
El primero en hablar, por indicación de Chevrier, 
'ué el viejo Andermartten. , 
Luego de explicar la forma y circunstancias en 
jue había hallado el cadáver, se detuvo un momento 
y exclamó: 
— He observado que el... 
(Continúa en la párcina 87
	        
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