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Eu . ETA, des
(
Cuento por
EDWIN MULLER
Creo que ésta, a medianoche, le había rogado que
a dejase que lo acompañara, y creo, también, que
¿l se negó.
Ahora estaba ella, desde las primeras horas de
a mañana, con sus negros y hermosos ojos pega-
los al anteojo del larga vista, Estaba yo leyendo,
sentado a su lado, y de pronto dejé la pipa y el li-
ro, y me acerqué para acompañarla.
— ¿Cómo siguen? ¿Ve algo?... — pregunté.
— Mire aquí -— me contestó con una sonrisa
Imarga.
Vi el monte Rhotorn, frío, inmenso y solitario. La
-umbre, el objeto buscado por Laurent, tenía una
“orma extraña. Parecía el colmillo de un tigre, y
zuando brillaba el sol, la roca. dejaba ver un tinte
¡angriento... -
— Véalos allí — dijo. — Están ambos al borde del
añadón.
D ARECIAME demasiado intranquila la señora
del doctor Laurent. Es natural que una es-
posa esté preocupada por la suerte de su com-
— pañero en circunstancias en que éste empren-
Je una arriesgada expedición alpina.
Con todo, el doctor Laurent era uno de los aficio-
vados de más experiencia, y en idénticas condiciones
¡e encontraba su compañero, el joven Tierney,
Durante la noche anterior el esposo había resuelto
19 llevar a la señora Laurent consigo. Era un ti-
"ón demasiado larco vara una muijer.
MUNDO ARGENTINO
Probablemente sería eso lo que la tenía preocupada.
day en el Rhotorn un cañadón de unos treinta me-
tros, desde cuyo borde se habían desprendido va-
rias piedras en época de verano, ocasionando la muer-
te a varios turistas. Los guías aseguran con mucho
cuidado a los que llevan por allí. Pero estábamos
en pleno invierno, y el frío reinante, unido a la du-
reza de la nieve congelada, hacía difícil un accidente.
— Creo que están ascendiendo sin cuerdas — afir-
mé, después de observar los movimientos de los dos
hombres. !
Un suspiro de angustia levantó el pecho de la se-
ñora Laurent, Observé que una de las figuras había
llegado ál borde del cañadón. La figura minúscula
se movía, y pude percibir muy bien, a pesar de la
distancia, debido a la bondad del lente, el bulto de
la mochila, así como también el rítmico balanceo del
hacha alpina, que bajaba y subía alternativamente,
marcatido los escalones de la rudimentaria escalera
en el hielo. . ., BE E E,
Hice lo posible por ver más; pero una nube me
lo impidió por completo, — Po
En ese instante la esposa de Laurent.me pidió el
argavista, y no sé. qué impulso irresistible me hizo
continuar en su posesión .como si no hubiera escu-
chado sú pedido. El cañadón me pareció vacío. Pero
no; allí estaba una figura humana que descendía
con el doble de velocidad que la vez anterior. ¿Y la
otra?...- : : . -
La señora me pidió el anteojo y miró atentamente
unos segundos, -— CL
— ¡Hay uno sólo! — exclamó con voz desgarra-
lora. .—” Ri "E
— Uno debe haberse lastimado, y el otro bajó a
uscar auxilio — dije. .
En la puerta de“*la habitación del pequeño hotel
alpino estaba la dueña.
— Mande a uno de, sus hijos al puesto de los
guías, y que vengan todos los que puedan junto con
al jefe — ordené. ,
Cuando volví, la señora seguía mirando hacia el
cerro. ..
— Vamos a esperarlos al camino — le dije, — Es
mejor, ,
Salimos, y me. senté en una piedra a su.lado. Por
fin apareció la figura de Laurent, que se dibujaba
nítida con el bulto de la mochila.
— ¿Qué sucedió? — le pregunté apenas se hubo
acercado.
— Está muerto — me contestó fríamente, ' -
— ¿Cómo?...
— Las piedras cayeron en el cañadón.
Imperceptiblemente me fijé en la mujer: sus ojos
estaban clavados con ansiedad sobre los de Laurent.
Había conocido yo al matrimonio Laurent y al jo-
ven Tierney en el hotel Monte Rosa, y me pareció
notar algo raro entre los tres, especialmente entre la
señora y Tierney:..
Sin cambiar más palabras nos dirigimos hacia el
hotelucho, y en el camino tropezamos con los alpi-
nistas, que venían en fila de ocho o diez, prepaza-
dos para una expedición de salvamento, tan frecuente
er los Alpes...
La mujer siguió hasta el hotel, y nosotros sali-
mos con la partida.
Al frente de ésta iba Matías Andermartten, ve-
terano de las montañas, sobre cuya frente el viento y
el sol habían dejado la huella de cuarenta años,
Comenzamos a ascender, mientras Laurent expli-
:aba a Andermartten cómo había ocurrido el uc-
sidente. Algunas veces se contradecía un tanto Lau-
rent, lo que me hizo pensar que omitía algo...
Después de una media hora de. ascensión, encon-
amos el cadáver, Andermartten ordenó a dos guías
que ascendieran hasta el borde del cañadón, mien-
:ras examinaba con mucha atención las piedras caí-
las en torno suyo.
A! día siguiente fuí sorprendido por una citación
Jara declarar en la investigación que se realizaba
2 el hotel Monte Rosa.
Allí fuí, y me encontré con otra sorpresa, Detrás
le una mesa que habían colocado en el salón del ho-
€l estaba Chevrier, el jefe de policía, a quien con-
:emplaban los esposos Laurent, los guías, - Ander-
nartten, la dueña del hotel y sus hijos, además de
zarios gendarmes y oficiales, ,
El primero en hablar, por indicación de Chevrier,
'ué el viejo Andermartten. ,
Luego de explicar la forma y circunstancias en
jue había hallado el cadáver, se detuvo un momento
y exclamó:
— He observado que el...
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