Full text: 27.1937,22.Dez.=Nr. 1405 (1937140500)

22 de Diciembre de 1937 
o —_— oo D—————_—]7 RIO ——[oz;TDDDDANNATT RCD DADA 
, El hermanito (Continuación de la página 39) ¡ 
ido de un hombre que, inclinado sobre jos llenos de lágrimas seguía miran- 
il, lo ayudaba a incorporarse. do el reloj destrozado. 
Había ocurrido todo con tanta ra- —¿ Por esto lloras? — le dijo el hom- 
Jidez, que -el niño, desconcertado, no re, tomando el reloj en sus manos, — 
itinó a nada en el primer momento; Pero si no tiene importancia, “esto! 
pero luego, cuando se dió cuenta de Entonces Perico se explicó mejor: 
lo ocurrido, evadió las preguntas del — Usted no sabe lo que es la po- 
nombre que quería saber si estaba he- reza. [Yo hubiera hecho tan feliz a 
"ido y respondió, confuso: . , ni hermana con esto que para usted 
— No, no es nada, déjeme usted! 10 tiene importancia!... 
- Quería escapar, pero el hombre, su- Y a instancias del hombre, que le 
'etándolo de los brazos, se lo impedía. mimaba con sus cariños, le contó la 
Y entonces se dió cuenta de que ya 'esoladora verdad. 
10 tenía el reloj en la mano, Sintió que — Ya lo sabe usted — concluyó, llo- 
:1 corazón se le paralizaba, y fué terri- ando. — Por mi culpa me tuvo que 
XJe su desesperación cuando, girando egar. ¡La primera vez que lo hacía! 
a vista por el suelo, encontró el reloj, 7 yo me lo explico: ¡hay que ver lo 
abollado, junto al cordón de la ve- ue es estar sin comer, caminando to- 
eda. o el día sin encontrar trabajo, para 
—| Suélteme! — gritó. — Y haciendo ue después venga uno a decirle esas 
1n esfuerzo se desasió del individuo. normidades... , 
Vo- quería creer en lo que acababa de El hombre le estrechó contra su pe- 
»currirle, Tenía el presentimiento de ho, y con los ojos húmedos le pre- 
ma tragedia, y cuando se inclinó ha- untó: - . 
:ia el piso y recogió su querido teso- —¿Y tú querías poner un arbolito 
0, un grito involuntario que nacía ta noche, Perico? .. 
lesde lo más hondo de su alma se le — Sí, señor — replicó el niño sus- 
:scapó: -rando. 
—¡Roto!... Entonces, el hombre, poniendo en 
Efectivamente, el reloj había reci- archa el motor, exclamó con alegría: 
»ido un golpe tan terrible, que ya nada — Pues bien, querido mío. Verás tú 
e darían por él, El niño lo daba vuei- »mo Dios existe, y cómo no volverás 
as entre sus manos con tremenda zo- . quejarte de El. Y aunque te extrañe, 
zobra.- El paraíso que había creado 1e alegro mucho de haberte atropella- 
je derrumbaba estrepitosamente, y el lo, porque gracias a ti ésta será la 
iltimo recurso se le escapaba de entre 1ás hermosa Navidad de mi vida. 
os dedos como por arte de una buria 
nfernal, Sentía un dolor muy fuerte 
an la espalda, pero eso no era nada 
:omparado al perjuicio inmenso que 
icababa de sufrir, y sin poderlo re- 
nediar se lanzó contra el hombre con 
sus escasas fuerzas, golpeándolo con 
des y manos, "mientras: gritaba rabio- 
samente: 
— ¡Mire, mire usted lo que ha he- 
cho! ¡Mi reloj, mi reloj!... ¿Qué hago 
7o ahora? 
El hombre lo tuvo de los brazos im- 
pidiéndole todo movimiento, Perico se 
revolvía con furia y no cesaba de gri- 
¡ar, mientras, la gente comenzaba a 
apiñarse en torno de ellos. . 
— Pero querido, tranquilízate — ex- 
slamó el hombre. Y tomándolo entre 
sus brazos lo condujo al auto. El chi- 
20 había perdido ya su voluntad, y llo- 
«ando con desconsuelo dejó que el hom- 
pre marchara con el vehículo hasta 
ue estuvieron lejos de la multitud cu- 
riosa y detuvo la marcha, tratando de 
iweriguar la gravedad del accidente. 
Afortunadamente, el daño no era 
mucho. Un simple golpe, y el indivi- 
luo, tratando de calmar a Perico, le 
lijo cariñosamente: 
— Pero niño, si no ha pasado nada. 
No estás lastimado, y por el reloj no 
te aflijas, ya compraremos otro... 
Perico, con los ojos irritados, le 
miró: 
— ¿Para qué quiero yo un reloj? Us- 
¡ed no sabe lo que ha hecho. Mire us- 
ted — dijo, enseñándole el reloj. — 
Isto me lo había regalado mi madre 
J yo iba a venderlo; pero fíjese cómo 
astá ahora. ¿Cómo quiere usted que 
aga? 
El hombre sonrió, y Perico, que sen- 
ía que nuevamente le subían las lá- 
grimas a los ojos, le miró detenida- 
mente. Su rostro era simpático y jo- 
ven. Sonreía con dulzura, procurando 
1liviar su pena y le acariciaba con so- 
icitud. 
— ¿Cómo te llamas? — le preguntó. 
— Y sin darle tiempo a que le con- 
estara, prosiguió, persuasivo: 
— Sabes que podía haberte mata- 
lo? ¡Qué susto me diste! Gracias a 
Jios, ya pasó el temor... Vamos — le 
wimó, levantándole el mentón con una 
nano. — Los hombres no lloran... 
Perico se había callado, y con los 
Poco más tarde, Perico hacía en- 
rar al desconocido en su -casa. Ha- 
ían recorrido las tiendas y comprado 
antas cosas como Perico jamás soña- 
a en su vida que podría poseer. 
Entre los dos adornaron un hermo- 
o árbol y dispusieron sobre la mesa 
n verdadero muestrario de golosinas. 
In realidad, allí no faltaba nada, y 
'erico, con los ojos brillantes de en- 
usiasmo, palmoteaba alegremente, ha- 
iendo las delicias del hombre, que en 
nangas de camisa le ayudaba con in- 
antil empeño. Cuando todo estuvo 
rreglado, el hombre se sentó, y colo- 
ando a Perico junto a él, se puso a 
ontemplar el cuadro con arroba- 
iento. 
— Querido mío — exclamó el des- 
»mocido, — me imagino la sorpresa 
le tendrá Juliana cuando vea el ár- 
ol de Navidad. Quisiera que tu felici- 
ad sea tan grande como la mía, y ya 
ue nos hemos de volver a ver, esparo 
ue el próximo año me invitarás para 
ue entre los tres adornemos un nue- 
ro árbol, que, desde ya te lo aseguro, 
erá más lindo que éste. 
Perico no sabía qué contestar. Ati- 
16 sólo a abrazar a su nuevo amigo 
on lágrimas en los ojos, y cuando és- 
e, devolviéndole las caricias se levan- 
5 para irse, el niño le suplicó: 
— Quédese usted. Estaría tan con- 
enta Juliana si lo viera... 
El hombre, sonriendo, le contestó: 
— No, Perico. Esta noche deben pa- 
arla solos ustedes, porque la felici- 
1ad la has proporcionado tú y yo no 
ebo intervenir en ella directamente. 
ero, como te dije, ya nos veremos... 
Y sacando un sobre del bolsillo, des- 
dés de escribir sobre él el nombre de 
lliana, lo colgó del árbol. 
— Tu hermana tendrá allí la mejor 
e las sorpresas, Perico, Ya lo verás... 
Y despidiéndose del niño, se marchó. 
Perico esperó con impaciencia la lle- 
ada de Juliana. Los minutos pasaban, 
rel niño, atento al menor ruido, sen- 
ía que una angustia extraña le iba 
primiendo el corazón a medida que 
2 noche cerraba más y más. Al fin, 
ameroso de la suerte de su hermana, 
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