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22 de Diciembre de 1937
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Las piedras cayeron (Continuación de la página 16)
— ¡Basta! — rugió Chevrier, que, al ne que acabar: mañana tú irás con-
arecer, era una persona muy ner- 11nigo”
osa. — Por ahora nada más. El ruido de los papeles y el table-
. Laurent, con su característica frial- eo sincrónico del lápiz del jefe era lo
ad, hizo su relato a instancias del ínico que se escuchaba en la sala don-
efe: 1e se palpaba un ambiente intenso.
— Tierney y yo — dijo, — llegamos —- Continúe, Andermartten — ordenó
al borde del cañadón. Y yo fuí el *hevrier,
yrimero en descender. — Señor — dijo éste, — las piedras
— Un momento — interrumpió el po- ue estaban al lado de Tierney no pue-
icía. — ¿Estaban unidos por la. soga ien haberse caído por sí solas, Una de
omo generalmente se acostumbra?... llas está bien cerca del cuerpo; pero
— No. as otras dos están a cinco metros, co-
o . — a que es imposible que suceda natu-
De E y no quiso — repu- a Por lo tanto, afirmo que esas
> Laurent. dedras fueron tiradas desde arriba.
a — Doctor Laurent, ¿tiene algo que
— Continúe... , regar?
, — Descendí primero, rompiendo el — Nada más que lo siguiente: cuan-
tsielo para hacer la escalera, y cuan- cayó Tierney, yo estaba a di
lo había bajado unos diez metros, ue ms debado de el 1ez me-
té que Tierney no estaba conmigo. Mi- om: - -
'é otra vez, pues un di. a nieve me — ¿Tiene so na forma de probarlo?
nabía caído sobre los hombros, y con Chevrier se disponía a levanta
a desesperación consiguiente noté que — ando la voz de la señora Laurent e
Fierney había errado el golpe de ha. seuchó en un grito:
>ha, y caía en el vacío. Luego continué .
ajando, y cuando llegué al fondo del
«añadón, el cuerpo de Tierney ya no
oresentaba señales de vida.
— ¿Cuánto tiempo hacé que conocía
Tierney?
— Un poco más de un año.
— ¿Frecuentaba mucho su casa?
— Sí. Me ayudaba en los trabajos
ie medicina,
Hubo una larga pausa antes de efec.
var la última pregunta de la serie,
que a las claras denotaba la falta de
:onfianza que tenía el policía, Por fin
legó, brutal, rápida, terrible:
— ¿Tiene usted dudas sobre la fide-
idad de su esposa?
-— ¡No! — contestó, secamente, Lau-
rent con voz que ponía de manifiesto
31 creciente indignación.
— ¡Señora Imseng! — gritó Chev-
rier.
. La dueña del hotelito alpino se puso
le pie.
— ¿Qué hacía usted antenoche entre
as ocho y las nueve?
— Estaba sentada al lado de la ven-
-2na.
— ¿Dónde da la ventana?
— A la entrada del camino, dónde
1ay un banco.
— ¿Y quién había en el banco?
— Estaban sentados la señora Lau-
:ent y el joven que murió anoche,
— ¿Escuchó algo de la conversación?
— Lo único que oí fué que el jo-
¿en le decía a la señora: “Esto tie-
— ¡Un momento! Estoy segura de
¡ue la persona que veíamos en la par-
e baja era mi esposo. ¡Dese haber al-
suna manera de probarlo, Dios mío!...
Yo tenía los nervios destrozados, y
citado como un ebrio, me paré y
rité también a todo pulmón:
— ¡Yo lo puedo probar!
Chevrier me miró asombrado, y des-
dés de examinarme la cara, preguntó:
— ¿Cómo? .
— Tenemos que ir inmediatamente
1 lugar, usted, los esposos Laurent,
indermartten, guías, gendarmes y yo.
El jefe de policía me miró otra vez,
7 su concepto de mi sinceridad pareció
er satisfactorio:
— Está bien — contestó, — Iremos
ihora mismo.
'ontré el hacha alpina que en la par-
e metálica tenía grabado el nombre:
Felipe Tierney”,
— ¡Si Tierney hubiera estado abajo
— exclamé, — el hacha estaría también
wbajo! Si las piedras hubieran caílo
vor accidente, el hacha estaría en su
Tano. Pero aquí estamos frente a un
aso criminal en el cual el autor halló
su castigo como usted puede ver, jefe,
El rostro severo de Chevrier se
Tansformó con una amplía sonrisa, y
il llegar ahajo, dijo a Laurent:
— ¿Por qué no contó lo sucedido,
toctor?
— Porque creí que pudiera estar
omplicada mi mujer, y la cárcel era
-0 de menos,
— ¿Y ahora?
— Ahora he comprendido que ella...
a fin, le diré que las dos primeras
siedras que me tiró Tierney cayeron
ejos de mi cabeza, y cuando estaba
lesprendiendo la tercera para tirár-
nela, perdió el equilibrio y cayó.
— Nos ha evitado un trabajo des-
igradable — exclamó Chevrier, mien-
TAS que un golpe seco indicaba que
as esposas en las muñecas de Lau-
ent habíanse abierto...
Dos horas después habíamos llegado
odos al lugar. El cadáver aún esta-
a allí, vigilado por un policía. Era
omo había dicho Andermartten: las
xedras no pudieron, de ningún modo,
aber caído solas,
Subimos con el jefe y Andermartten
asta el borde del cañadón, y allí cn-
Bichos colorados
Frótese primero y enseguida aplíquese
Untisal, que calmará la picazón, hará
desaparecer las ronchas y desinfectará
la piel.
A
La voz amiga para
todo el día. El com-
pañero para sus hijos.
Unase
E
.
“sto es el receptor de
radio en su hogar, si
está 'sintonizado con
37
LR 1 Radio El Mundo
Donde lo pongan, calma