MUNDO ARGENTINO
Cuando se juega con
un corazón sensible,
se cosecha a menudo
la deses-
peración..,
“ LU1RA había subido penosamente hasta la
A cumbre del cerro. Cuando alcanzó la cima,
sentándose a la sombra de un añoso árbol,
entró en una meditativa contemplación del va-
"le, que en lo hondo, salpicado de casitas rojas, pa-
vecía un paisaje de juguete creado por la imaginación
Je un niño. Aquella tarde Alcira era inmensamente
feliz. No sabía a qué atrituirlo, pero sentía que la
brisa perfumada, el canto de los pájaros, el sol que
va caía en el horizonte, tenían un especial encanto,
mientras ella se abandonaba sobre el césped, sabo-
reando a pleno pulmón el aire recio v seco de las
nontañas,
“Pronto, se dijo como entre sueños, llegará Ro-
dolfo. Vendrá por aquel camino, levantando una nu-
be de polvo con su voiturette color de mar. ¿Qué
color tendrá el mar? Yo jamás lo he visto, pero él,
la tarde que me conoció, me dijo: “¿Le gusta a us-
Led el color del mar? Pues bien, cada vez que yo me
Aparezca ante usted, será como un poco de agua sa-
lada y cristalina que la refrescará, y que usted verá
llegar. desde lejos, bajo la forma de mi voiturette.”
Y es asf. Cada vez que la veo venir, trepando la mon-
taña, es como si una ola gigantesca se acercara ha-
«ia mí, hasta que lo tengo a mi lado, y me envuelve,
y me ahoga, y me invade, penetrando por todos mis
poros hasta la última de mis fibras...”
Cerró los ojos y aspiró con fuerza el perfume de
1a hierba. Su corazón estaba lleno de emociones ex-
trañas, de felices presentimientos, y era tanta su di-
cha, que por momentos temía que fuese todo aquello
un sueño creado por el inmenso amor que la unía a
aquel hombre, del cual poco o nada sabía a ciencia
cierta.
“¿No estaré loca?”, pensaba mientras sus ojos
vagaban por la senda, esperando la aparición de Ro-
dolfo. “¿No estaré loca? Apenas hace tres meses
quelo conozco y ya me pareco que mi vida está
unida a él, como si el destino hubiese intervenido
vara que nunca nos separásemos. Pero no, él me
ama, el me lo ha dicho. Nuestro amor es grande y
*aescubierto como. estos campos: como la naturaleza
sma. Aquella tarde que lo encontré mientras yo
agaba por la montaña, ¡cuántas trivialidades diji-
108! Mi enfermedad, esta enfermedad que necesi-
ta del aire de los cerros para moderarse, se ha
sfumado al influjo de su palabra cálida. Sobre es-
> hablamos la primera vez. Quizá tuvo lástima de
is pobres ojos ahuecados, de mis manos flacas y
esvaídas, de esa tristeza perenne que él me atri-
uyó y que yo lo sé bien, no fué más que una ima-
'en de su romanticismo. Ahora todo ha cambiado.
lis ojos tienen luz, mi cuerpo tiene vida y alegría
ti corazón. Y todo esto se lo debo a él, a mi amor,
mi solo amor...”, concluyó mientras hundía la
ara en la hierba fresca, y una convulsión nerviosa,
ropicia para las lágrimas, le sacudía todo el cuerpo.
Estaba como en un éxtasis, sintiendo sobre su co-
1zón esa felicidad hlanda v cariciosa del vrimer
Cuento por
M. A,
DLIVERA
amor, amasado con sueños e irrealidades. Pero no
estaba loca, como pensaba, porque un rato después,
suando el sol agigantaba su disco poniéndose tras la
montaña, el rugido de un motor la despertó. Cuando
volvió los ojos al campo, vió ya cerca de ella la voi-
¡urette que trepaba la rampa envuelta en una nube
le polvo, y experimentó de nuevo la sensación de
1na ola que la envolvía y la refrescaba. ahuyentan-
do su ensimismamiento. .
Se saludaron en silencio, Después, ella subió al co-
he y siguieron la marcha lentamente, como si ya hu-
diesen reconquistado el bienestar perdido.
Alcira gustaba de paladear esos largos mutismos,
:n los que parecía encontrarse con su propia alma
soñadora, mientras la voiturette corría lentamente
or el camino y el panorama abrumador de las mon-
añas encerraba las perdidas miradas y las caricias
ilenciosas entre sus murallas de piedra,
Pero aquella tarde el silencio fué muy corto. Ro-
lolfo, cuando hubieron bajado para sentarse bajo. el
imparo de una saliente de las rocas, le dijo:
— Alcira, me voy a Buenos Aires. :. -
— ¿A Buenos Aires? — repitió ella, asustada por
a entonación de su voz,
—Sí, Alcira; tú bien sabes que iba a estar muy
voco tiempo en estas sierras, El veraneo a lo sumo...
— Comprendo, Rodolfo — exclamó la joven, aca.
iciándolo. — Tú tienes tus negocios allá... Yo no
e lo impediré..,
— No se trata de eso, querida — MuUrmuró él con
:mbarazo. (Continúa en la Párina ==