LBERTO Cáceres trepó con
aire resuelto las escaleras de
la academia donde estudiaba
taquigrafía.
Sin embargo, a despecho de aquel
talante, la idea del paso que iba a dar
hacía latir con fuerza su corazón. Lo
decidió aquella misma mañana, cuando
todavía estrujaba entre las manos tré-
mulas de alegría el pliego conteniendo
su nombramiento. Fué en lo primero
que pensó. Había esperado demasiado
tiempo, con excesiva ansiedad, aquel
instante, para dilatarlo ahora un se-
gundo más de lo que fuera indispen-
sable..
La convicción le otorgó aplomo al
asentar pie en el vestíbulo de la aca-
demia. Aquel vestíbulo que había ter-
minado por serle familiar después de
Una
(Cv
” -.
L
Cuento por ALFREDO DE LEO:
Esa tarde misma pensaba declarár-
ele. Aguardaría en la esquina a que
aliera de dar las clases, y cuando se
e aproximara con su aire gentil, sen-
silla y elegante en aquel ceñido traje-
:ito obscuro que tan bien sentaba a la
xancura de su tez, le pediría que lo
acompañase a algún sitio donde pu-
dieran conversar con libertad. A una
"onfitería, por ejemplo, Allí, una vez
A solas — porque accedería segura-
mente a la invitación: él no era un
desconocido para ella, — le manifes-
:aría sa amor, le expresaría toda la
levoción apasionada, casi mística, que
por ella sentía; le daría a conocer, en
“in, la seriedad de sus intenciones...
Hubiera dado mucho antes aquel paso,
2 no habérselo impedido aquella maldi-
yrimero; después, un hombre calmoso,
» plena edad. Las conversaciones re-
otaron entre las paredes claras de la
dieza. Hasta que se oyó el toque de
:ampana.
MUNDO ARGENTINO
infinidad de palabras y trazó los sig-
nos con mano insegura...
Acabó el primer dictado.
— ¡Lea usted!
Para colmo, le tocaba traducir tan
uego a él...
Leyó las primeras palabras de me-
moria, por lo que recordaba del dicta-
do. Pero después se embarulló con los
signos mal escritos, con los términos
que faltaban... No pudo seguir. Un
desastre, un bochornoso desastre. -Se
sintió enrojecer...
Cuando alzó la cabeza, vió los ojos
le ella fijos en él. Una mirada de eno-
lo que hacía centellear sus pupilas.
“omprendió que la había incomodado.
— ¿Qué le pasa? ¿Por qué no puede
eer?
En otro momento le hubiera causa-
Todos los
jos viraron
nstintivamen-
ehacia la
naestra, que
onreía llena
le confusión,
a vista baja...
los largos meses de visiteo, con su pa-
vimento de mosaico y sus paredes en-
cristaladas, de la mañana a la noche
invadido por el sordo estrépito de las
máquinas de escribir.
Colgó el sombrero en la percha, ates-
tada de prendas, y se encaminó por el
corredor, El salón destinado a los dic-
tados taquigráficos quedaba al final.
'Jna pieza amplia, soleada,
Acudía varios minutos antes de la
hora de clase, Pero la profesora ya
estaba allí, en su puesto, presidiendo
la larga mesa de escribir, Fué con un
ligero sobresalto que soslayó, al en-
trar, su blanco delantalito de trabajo.
No la encontró sola. Conversaba con
dos alumnas del curso, dos mujercitas
habitualmente alegres y dicharacheras
que a él no le habían sido nunca sim-
páticas por aquella vituperable cos-
tumbre de entremeterse que las dis-
tinguía. Muy juntas las cabezas, esca-
samente podía oírse el apagado cuchi-
cheo, mantenido en un tono confiden-
cial. Apenas contestaron sus “buenas
tardes”, tan absortas estaban las tres.
Con un dejo de decepción fué a sen-
tarse apartado y se ocupó desde su si-
tio en observar a la maestra, Era linda
la chica. Bien formada, con grandes
ajos claros que realzaban su expresión.
Lo que se llama una muchacha atra-
yente, Hizo su emoción encontrarla más
deseable ese día que los anteriores, La
miraba va como cosa suva.
a situación suya, en la que había ve-
ido debatiéndose como entre las ma-
las de una red: sin empleo, sin re-
:ursos, atenido únicamente a la ayuda
le la familia... Ahora, con aquel nom-
vamiento en las oficinas de un minis
erio, era muy distinto...
Claro está que abrigaba la seguri
1ad de ser correspondido. Una seguri-
lad absoluta, Como si lo hubiese oído
:e los propios labios risueños de la
hica, Es que no existen, no pueden
xistir dos maneras de interpretar
iertas miradas, ciertas sonrisas, cier-
as actitudes...” Tonto en demasía es
1 hombre que no lo ve. Y precisamente
1] calor de aquella convicción fué que
1 sentimiento creció desmesuradamen-
e. No tenía ya más ojos ni más pen-
amiento que para la chica. Se le había
aetido muy adentro, en el alma. Fué
vor ella, por aquel amor, que molestó a
arientes y amigos, que removió cielo
7 tierra en busca de empleo, aguan-
ando desaires, comprometiendo su dig-
idad... En fin, todo había pasado
Yo le quedaba sino hablarla... ¡Que-
ida niña! ¡Cuánto tiempo aguar-
ando!
Sintió que los ojos se le llenaban de
1grimas contemplándola, Lágrimas de
2rnura, de alegría, de alivio...
Fueron cayendo los demás alumnos.
"res muchachos de ademanes vivos,
—¡A ver! Préparen los cuadernos.
Hubo un apresurado movimiento de
ojas. En seguida todos estuvieron dis-
uestos, y por sobre las cabezas incli-
1adas corrió un soplo de expectativa.
Comenzó a leer un fragmento de
'Vida y trabajo”, de Smiles: “Un cé-
ebre escritor ha observado que si sólo
e publicasen las obras que complacen
1 sus autores, la mayor parte perma-
1ecerían inéditas, pues el resultado
1ctual está, generalmente, muy lejos de
a concepción ideal, El espíritu...”
Su voz era bien timbrada y leía con
onoridad, Pero muy de prisa.
Cáceres hizo un gesto, mientras el
ápiz volaba, amontonando signos sobre
1 papel. ¡Aquello iba demasiado lige-
0! Ordinariamente, era un buen ta-
muígrafo. Lo estimulaba, además, la
yreocupación de no desmerecer ante los
jos de la muchacha; de ahí que rara
'ez quedase atrás en un dictado. Pero
:se día era distinto: su pensamiento
staba puesto en otra parte. Perdió una
lo mortificación el tono con que fué
lirigida la pregunta. Pero no ahora.
se limitó a sonreír, mirándola,
Aquella sonrisa desbordó el enojo.
as mejillas ardieron bajo el “rouge”.
— ¿Y se ríe todavía?... ¿Usted se
2e que viene aquí a divertirse?
Quedó aturdido, espantado bajo el
:tigazo. Tan repentino, tan increíble...
Era aquélla la misma chica de siem-
re? ¿La que el viernes último, sin ir
nás lejos, le sonrió a hurtadillas? ¿La
ue todos los días, sin excepción, fué
an amable? Por fuerza debía ocurrir-
e algo... Algo que alteraba singular-
nente sus nervios, que no le permitír
“er dueña de sí... .
Intentó aún disculparse, alegando la
xcesiva velocidad del dictado. Fué
nútil, Volvió a zaherirlo, con esa agre-
ividad que despliegan a veces las mu-
eres. Verdad es que la explicación
to era del todo exacta, y que aquella
alificación de “rapidez excesiva” las-
imaba el amor propio de la muchache
Continúa en la tazina 51