12 de Enero de 1938
7 DY
Cuento por M. A. OLI
y
s
AS notas del piano se habían
+ callado. El eco -de algunos pa-
“sos desacostumbrados al ejer-
cicio repiqueteó contra los te-
lones adosados a la pared del foro, y
la voz del coreógrafo, fatigada y tur-
bia, sonó como un grito de libertad en
los oídos de las bailarinas: —.
— ¡Basta por hoy! Hasta mañana
ño hay nuevo ensayo. E.
Las muchachas se arremolinaron, re-
partiéndose en grupos sobre los cajo-
nes y escaleras del escenario, mien:
tras la voz del coreógrafo seguía re-
zongando,
— Apresurarse, chicas, que no esta-
mos en una plaza. Hay que dejar esto
libre para la función de la noche... .
Algunas coristas se levantaron, di
rigiéndose a los camarines; otras, en-
tre lás cuales parecía haber un enten-
dimiento previo por el cuchicheo que
las envolvía, se detuyieron en medio
de la escena, acosando a Susana con
sus preguntas. .
— ¿Es posible que no quieras ir a la
liesta? .
Susana, tratando de abrirse paso,
esquivaba el interrogatorio:
— Ya he dicho que no. Déjenme en
paz; al fin y al cabo, no es lo que us-
tedes se figuran. Ni el señor Arquijo
da la fiesta en honor mío, ni tiene en
mí el interés que ustedes le atribuyen...
— Querida mía, es necesario ser muy
zopenca para decir eso. Hasta las pie-
dras de este teatro saben que Arquijo
ha puesto ese pretexto para encontrar
se contigo... .
— Y en cuanto a interés — excla
mó una, aflautando la voz — lo tiene.
Claro está que, como todas ustedes ha
brán notado, es un interés muy rela-
tivo... Un interés que llega... y que
se va...
Resonó una carcajada general. Su-
sana intentó de nuevo abrirse paso,
pero las compañeras se lo-impidieron.
- —No- hay nada más antipático —
dijo una —: que querer aparentar lo
que no se es...
— ¿Qué quieres decir? — la interro-
£ó Susaña, con una mirada de desafío.
— Nada -más que lo que es. Y me
parece de muy mal tono lo que tú pre-
tendes hacernos creer. ¿Que el señol
Arquijo pone su dinero en la obra pa-
ra que Susana se encumbre? Pues ella
lo ignora. ¿Que el señor Arquijo le en-
vía regalos para tener a su vez la dá-
diva de una sonrisa? Pues ella no es-
tá dispuesta a darle nada. ¿Que el se-
ñor Arquijo ofrece esta noche una
fiesta a todas las coristas para tener
así la oportunidad de estar a solas
con ella un minuto? Pues Susana no
va a la fiesta. ¿Qué es lo que tendrá
que guardar Susana? Y mira — dijo,
envolviéndola con na mirada cargada
de rencor: — hace mucho - tiempo que
trabajo como corista, y sé lo que cada
una de nosotras piensa. Cuando se tie-
nen esos melindres tuyos, no se puede
seguir esta vida; x modo que a otra
parte con tus pretensiones... i
Entre las muchachas hubo un movi-
niento de aprobación. :
Susana, irritada, mientras trataba
te escabullirse, protestó:
—¿Es posible
jue no quieras ir
1 la fiesta? - -
Susana; -tratan-
do de abrirse pa.
50, esquivada ' el
nterrogatorio.
— Lo que sucede es que ustedes no
onciben que haya una mujer capaz de
onservar lo más preciado que tiene:
a honradez. . .
Varias voces se levantaron a la vez.
2 incidente amenazaba tomar serias
roporciones, cuando la voz del coreó-
srafo, cubriendo todas las demás, im-
vuso silencio: ,
— ¡A callar! ¿Qué se creen que es
sto? ¡Y vamos, pronto, a retirarse
le aquí!....
Susana aprovechó la coyuntura, Rá-
damente llegó a su camarín y, ansio-
la de escapar a un nuevo interrogato-
“o de las bailarinas, se vistió con pri-
la, y tomando el corredor de salida,
legó a la calle, buscando en la frescu-
'a del aire que circulaba un alivio pa-
2 su sofocación.
Tacía mucho tiempo que trabajaba
n el teatro. Cuando la necesidad la
»bligó, patrocinada por Rodolfo, su
novio, que le consiguió una recomen-
lación salida ella no se sabía de dón-
de, se presentó ante el señor Arquijo,
omo todos le decían, un millonario jo-
"en y espléndido, que no sabiendo en
jué gastar su dinero, se había dedica-
lo a empresario teatral, montando
mos espectáculos de revistas que eran
1 asombro de la ciudad entera. Y tu-
vo suerte. Consiguió su plaza: y pro-
'Uró, por todos los medios, apartarse
lel ambiente que la rodeaba, que -—
:lla Jo sabía muy bien — no era: lo
¡ue reclamaba su corazón. Pero a me-
lida que el tiempo pasaba, sentía que
ba cambiando de personalidad, lo cual
a mortificaba sobremanera y la hacía
ludar, en ocasiones, si podría librarse
le la influencia que las tablas ejercían
obre las demás muchachas, Aquella
rida las obligaba a ser tolerantes con
odo el mundo, a escuchar sin asombro
as más grotescas proposiciones, he-
has con todo descaro, dentro y fuera
lel teatro, proposiciones que venían a
onderse en forma de redes sutilísi
nas, en las que, unas veces por debi-
idad y otras por conveniencia, caían
a mayoría de las coristas. Y después...,
lespués lo inevitable. Aquello se hacía
1ábito. La vida se transformaba fun-
lamentalmente y la fortaleza que al
incipio mostraban todas, la timidaoz
7 el propio respeto, desaparecían. La
'orágine las arrastraba, y el deseo, de
mn bienestar puramente material se ha-
ía carne en ellas, apartándolas a un
xtremo en el que el resto de la vida,
Sa vida de tranquilidad, de hogar y
le. honestidad que. ella anhelaba. no
enía cabida.
Pero Susana estaba firmemente de-
idida a no ceder a las insinuaciones
le Arquijo. Aquel hombre la perse.
zuía realmente y, aunque no hubiera
vodido decir que la hubiese molestado
jamás, las miradas equívocas con que
a envolvía, el desmedido calor que po-
ia en sus palabras, los regalos con
que la favorecía y que ella rechazaba
siempre, eran prueba evidente de lus
ntenciones que abrigaba, intenciones
¿Continta en la nácina %?)