Full text: 28.1938,26.Jan.=Nr. 1410 (1938141000)

e ELENCO e 
y - 
E 
EIA Tu 
“Em á 
Snemigos 
E E DO ARGENTINO 
Cuento por 
RAUL LARRA 
ORRIA. noviembre de 1918, De 
los campos belgas se elevaba el 
olor de las mieses en flor que 
, se confundía con el acre de. la 
dólvora mortífera. Si el uno transpi- 
raba vida, el otro sugería la. muerte. 
Ordenadamente, casi sin dar vuelta la 
sara, el ejército alemán se replegaba 
¿bandonando el territorio enemigo. La 
avanzada aliada titubeaba, indecisa e 
nerédula, ante ese retroceso, cuando 
:«ecordaba que- ayer no más había pal- 
vado la derrota. Y los soldados: ale- 
manes, casi todos de las últimas quin- 
as, apenas adiestrados en las faenas 
le la guerra, empalidecidos por el 
1ambre, pisaban con paso de vencidos 
os pueblos y ciudades que antes ha- 
an doblegado baio sus bayonetas. 
—¡Mamá, mamá! — iba gritando 
mn plena carrera el niño al entrar en 
la casa. 
Presagiando un drama, las palpita- 
iones aceleradas, acudió la madre. 
— ¡Mamá,- dos soldados alemanes 
allí! — Y señalaba en dirección al 
ramino. 7 
Instintivamente la madre cobijó al 
niño entre sus faldas, e iba a trancar 
a puerta cuando el hijo, tomando re- 
suello, terminó: — 
— ¡Tienen hambre! ¿Sabes? ¡Mu- 
"ha hambre! Me pedían por señas es- 
Lo. — Y mostraba un pedazo de pan 
que hacía un rato le habían dado. 
La madre mantuvo el ademán en el 
aire. La palabra “hambre” resonó en 
sus oídos como un grito angustioso. 
Por momentos estuvo suspendida en 
su acción sin saber qué hacer. Recordó 
de golpe los cuatro años de guerra 
rruel, sorda, Ja vida afanosamente 
lisputada en la retaguardia. 
¿Alemanes? ¿No habían sido, aca- 
30, alemanes los que hollaron Bélgica, 
su patria, e hicieron de esa ciudad, 
Bruselas, un cuartel militar? ¿No ha- 
bían sido alemanes los que mataron a 
su hijo mayor y tuvieron prisionero 
a su esposo sin causa? 
— ¿Alemanes? ¡No! — dijo con fuer- 
za. E iba a cerrar la puerta, cuando se 
recortó en el vano, emergiendo de las 
sombras, la figura de un soldado. 
La mochila en la mano, el fusil en 
andolera, cubierto de barro, parecia 
1SÍ, con-el gesto transido y en actitud 
le súplica, un mendigo más que un 
vuerrero. - , 
La madre sintió que la respiración 
:e le detenía. 
— ¿Un soldado? ¡Pero si es un niño, 
nadre de Dios! — Y adelantándose 
il ruego, abrió del todo la puerta e in- 
iicó con un gesto franco el interior de 
a casa. 
El soldado se quedó fijo, sin dar un 
aso. Un complejo de emociones, uni- 
lo a-su debilidad física, le impedía 
raducir en palabras o en acción su 
:sombro por la hospitalidad ofrecida. 
— ¿Quiere descansar mientras pre- 
aro algo? — le habló la mujer en 
.Jemán incorrecto. - 
El soldado se sobresaltó al oírla, y 
Jego su vista se fijó en el camino. 
— ¡Ah! ¿Tiene un compañero? Bien; 
ltígale que venga. Hay sitio para los 
los. 
Entró en la casa. El niño, prendido 
1 sus polleras, la siguió receloso. 
Ahora, frente a los dos soldados que 
in abandonar los fusiles entre sus 
1anos, se hallaban sentados en espera 
e la comida caliente, cuyo olor im- 
regnaba el aire, la mujer empezó a 
entir un poco de miedo, y de corazón 
'eseó que su marido regresara pronto. 
¿Por qué no dejaban sus fusiles y 
or qué la miraban con esa fijeza? 
Ella intentó vencer su miedo, y diia 
n tono de broma: 
— ¿Es que van a comer con sus fu- 
ies las albóndigas que he preparado? 
Pero ellos no se rieron. Se miraron 
omo para elaborar una respuesta, y 
ntonces uno contestó: 
— No podemos dejar las armas... 
"1 código de guerra..., usted sane... 
Entonces la mujer se acordó de la 
uerra, de esa lucha terrible que más 
Jlá de la ciudad se desencadenaba con 
ocura. , 
Pensó en la guerra, miró el retrato 
le su hijo colocado sobre el aparador, 
r se acordó que esos soldad»s adoles- 
entes que desfallecian hambrientos 
eran alemanes, enemigos! Y toda su 
lustración.de 
— ¡Fuera, juera! ¡No quiero alema- 
tes! ¡Fuera! 
rabia, su odio, germinó de golpe. 
— ¡Fuera, fuera! ¡No quiero: ale- 
manes! ¡Fuera! 
El niño rompió a llorar. Los solda- 
los volvieron a mirarse como si hubie- 
'an estado esperando esa escena. Se 
evantaron y alzaron sus fusiles enca- 
ninándose lentamente hacia la puerta 
Por ella apareció entonces un hom- 
re maduro, pero de rostro envejecido 
Tubo un instante de estupor. Los ojos 
lel hombre se dirigieron alternativa 
nente a su mujer, al niño y a los sol 
lados, intentando comprender. Súbita: 
nente se echó hacia atrás, en un gesto 
lefensivo. 
— No, Juan, no... No me han he- 
:ho nada... Tienen hambre sola- 
mente... 
Se acercó al hombre y atropellada- 
mente le explicó en francés. Los sol- 
lados volvieron a mirarse, y coinci- 
liendo, dejaron en un rincón sus mo- 
hilas y sus fusiles. El hambre era en 
:llos superior a todo. 
La mujer se-les acercó. , 
— Olviden esto... Discúlpenme... 
Jon los recuerdos, ¿saben? * 
Y al ver esas caras. de niños que 
isentían sin comprender, una gran ter- 
ura le invadió y de buena gana hu- 
viera sacudido el barro adherido a los 
iniformes de esos dos: mozos converti- 
los en soldados. 
Pero un olor fuerte la devolvió a la 
"ealidad. o - 
— ¡Se queman mis albóndigas! — 
gritó con un espanto delicioso. Y bajó 
rorriendo hacia la cocina. 
si 
Alrededor de la mesa la gente ha- 
día terminado de cenar. La mujer casi 
10 había probado bocado contemplan- 
lo esos rostros imberbes, que ahora, 
lespués del buen jabón y el agua ca- 
jente, denunciaban la adolescencia. 
El silencio pesaba. El hombre aven- 
curó una pregunta: 
— ¿De qué regimiento son ustedes? 
Los soldados, más animados ya, 
casi al mismo tiempo: 
HECTOR POZZO 
— De la quinta compañía del regi- 
miento de Leipzig. 
— ¡Ah! Pero ya no está en servicio 
de guarnición. ¿No salió hace dos se- 
manas para el frente? 
Callaron los soldados, hasta que e' 
más locuaz habló: 
— Hemos regresado... los que que- 
damos. 
— ¿Y ahora? 
— Debemos incorporarnos al primer 
batallón que acampa fuera de la 
ciudad. Partimos... 
— ¿Parten? 
— Sí, para nuestras tierras. 
Como si la palabra “tierra” les tra- 
jera la evocación del hogar y de las 
personas y cosas queridas, los soldados 
bajaron la cabeza y revivieron dentro 
de sí un tumulto de afectos y amores. 
El hombre miró a su mujer. 
— Parten... ¡Ana, se van, se van! 
— dijo con alegría, continuando luego: 
— Entonces, hay novedades, han sido 
derrotados, sí... - 
- Los soldados levantaron prestamen- 
te la cabeza. Se dieron cuenta de que 
habían hablado demasiado, y esa cer- 
teza los devolvió a una realidad que 
habían olvidado. Miraron a la mujer 
yal hombre casi con odio. Y furtiva- 
mente compronaron si sus fusiles es: 
¡aban siempre en el mismo lugar. Ese 
10mbre y esa mujer eran enemigos. 
:Cuidado con ellos! 
Entonces se tendió sobre las cuatro 
cabezas una atmósfera pesada de des- 
confianza, prevención, odio, hasta que 
la mujer, libre de ella, por lo mismo 
que su ternura le había vuelto a do- 
minar, dijo: 
— Es tarde ya. He preparado ur 
cuarto para ustedes. - 
Los soldados se miraron con asom: 
bro, y acabaron por levantarse a ur 
tiempo: 
— Nos vamos. No podemos... 
— Pero, ¿no van hasta el campa 
mento? 
— Sí... 
-— Pues entonces, aunque caminen 
toda la noche, no llegarán. - 
— Mañana puede llevarles cualquier 
camión de tránsito — aventuró e 
hombre,” - 
Los soldados volvieron a mirarse, 
midieron su cansancio, esa enorme ne- 
cesidad de dormir que los poseía, y 
subieron decididos hasta el cuarto, pre- 
cedidos por la mujer. . 
sm 
Cuando se encontraron solos dentro 
de ese cuarto blanco, casi sin muebles, 
abrieron la ventana y aspiraron a ple- 
no pulmón. Los olores de un jardín cer- 
ano invadieron la habitación. A. veces 
el cielo se iluminaba de golpe con la 
luz efímera de cohetes que parecían 
rerolitos, Hablaron entre sí, apresura- 
lamente, sin contenerse, sin escuchar 
se siquiera: 
— ¿Qué piensas? ¿Es buena gente? 
¡No debemos temer? ¡Acuérdate que 
son enemigos! 
— Enemigos... ¿Y por qué? — dijo 
con desaliento uno de ellos, rubio, de 
cara pálida y grandes ojeras. 
— Todo los belgas son enemigos 
nuestros, Frankie. ¡Acuérdate! A>rie- 
ron las represas de sus ríos... 
(Continúa en la nárina 55) 
. E
	        
© 2007 - | IAI SPK
Waiting...

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.