Full text: 28.1938,9.Feb.=Nr. 1412 (1938141200)

9 de Febrero de 1938 
ocasiones... Pero ella no era feliz. 
No se hallaba satisfecha de su rara 
feminidad atlética; había algo..., UN 
algo inmaterial, un algo indefinido 
que la afligía y desesperaba. Vana- 
mente buscó la solución a su inexpli- 
cable mal. Actuó como enfermera, 
abandonando poco después esa profe- 
sión para contraer enlace con un pa- 
viente del general Gouraud. La vida 
matrimonial tampoco tuvo atractivos 
nara. Violeta Morris. El divorcio, lo- 
rado pocos meses después de su ca- 
samiento, le devolvió su angustiosa 
libertad. 
LA MUJER SIN RUMBO 
Desorientada, sin rumbo fijo, hizo 
Ina incursión en la vida de la farán- 
dula y actuó algunos años con relati- 
vo éxito como cantante y bailarina 
de cafés y pequeños teatros. Su exis- 
tencia transcurría sin pena ni gloria. 
Cansada de ese ambiente, decidió 
no pasar inadvertida para el mundo. 
Volvió a los triunfos deportivos. Soli- 
citó y obtuvo permiso de las autori- 
dades francesas para vestit definitiva- 
mente como hombre, constituyéndose 
en la tercera persona que de tal pri- 
vilegio contaba en su patria. 
Pero, si bien Violeta había dado ya 
el primer paso de su acercamiento a 
la vida masculina, esto mismo debía 
traerle disgustos de otra índole. La 
Federación Sportiva Femenina la ex- 
púlsó de su seno, y la justicia rechazó 
luego Ja demanda que formulara exi- 
ziendo en concepto de indemnización, 
por el perjuicio moral que esa medida 
representaba para ella, la cantidad de 
cien mil francos. 
Sin embargo, Violeta Morris halló 
rompensación en las pistas automovi- 
lísticas, donde se la distinguía como 
aximia conductora de coches de carre- 
ra, valiéndole esto un prestigioso re- 
nombre que traía aparejada una sóli- 
da posición económica.. Aprovechando 
esa circunstancia, instaló un negocio 
de venta de accesorios generales para 
automóviles, cuyas pingties ganancias 
le permitían dedicarse a una holgada 
vida que matizaba continuamente con 
sus excentricidades. Esto transcurría 
hace ocho años. 
LA TRAGEDIA DE “LA ALONDRA” 
Ultimamente habíase instalado Vio- 
leta Morris en una casa flotante, an- 
clada, como muchas otras, en el Sena, 
a la cual denominó “LAlouette”, es 
decir, “La Alondra”, - 
Siempre entregada a su desorbitada 
existencia, trabó relación, haciendo 
buenas migas, pese a su carácter, ya 
bastante irritable, con los ocupantes 
de la vivienda vecina, similar a la su- 
ya: el barón Denis de Tobriand y su 
esposa. Aquél, que había sido subofi- 
cial en la Legión Extranjera France- 
ga, encontró, a mediados de noviembre 
último, a uno de sus antiguos subor- 
dinados, Joseph Lecam, de corpulenta 
contextura, a quien ayudó a buscar 
ocupación y albergó en su casa. 
La amistad que existía entre Viole- 
ta Morris y los esposos Tobriand se 
La voz amiga para 
todo el día. El com- 
pañero para sus hijos. 
Esto es el receptor de 
radio en su hogar, si 
está sintonizado con 
LL R 1 Radio El Mundo 
iz0 extensiva, bien pronto, a Lecam, 
ormándose así un cuarteto cuyos 
imponentes eran muy allegados unos 
otros. ' 
La Navidad fué ruidosamente fes- 
¿jada por los cuatro, y, como resul- 
ado del abundante consumo de bebi- 
las alcohólicas, se suscitaron entre la 
dorris y Lecam algunos incidentes, 
(ue, de escasa importancia ese día, 
:Sumieron , al siguiente, proporciones 
10 esperadas en “La Alondra”. 
"Durante esa disputa el ex legiona:- 
io acusó a aquélla de haberle difa- 
nado, amenazándola con arrojarla al 
gua. La dueña de casa, valiéndose de 
u gran vigor, expulsó de mala mane- 
'a a Lecam, quien, enceguecido por la 
ra, regresó instantes después armado 
le un cuchillo y dispuesto a vengarse 
'e su enemiga. Violeta repelió el ata- 
ue, y luego de conseguir desarmar 
1 fuerte ex legionario y de propinarle 
ina nueva paliza, le descerrajó dos 
-alazos, que motivaron su muerte. 
Ahora el proceso de la justicia vol- 
'erá a poner el nombre de Violeta 
Tforris en boca de todo el mundo. Pa- 
'a muchos, éste será otra drama más... 
Zara nosotros, es la tragedia de la 
nujer que no quiso vivir en su sexo. 
_ — 
La segunda mujer 
(Continuación de la página 5) 
_———_———— EE 
astante empalagosa de Raulito,-quien, 
on el pretexto de dar vuelta las hojas 
le la partitura, estaba muy junto a 
Tlvira y le sonreía con un descaro de 
amquistador callejero, 
Elvira estaba roja, según decía ella, 
or el calor que hacía esa noche; pero 
1 color subido de su semblante más 
arecía obedecer a otra causa. 
El escritor, a quien no se le escap2 
a ni el vuelo de una mosca, advirtió 
wuello y se dijo: “Era verdad lo que 
uponía, Ya me parecía que el interés 
xtraordinario que desde un tiempo 2 
sta parte demuestra Elvira por visi 
ar a esta gente, tenía otra razón. ¡ Per. 
ectamente! Ya sé lo que tengo que 
acer.” 
Cerca de la una de la madrugada 
erminó la tertulia. Los Antúnez acom- 
añaron a la pareja hasta la puerta 
le calle. Segovia notó que su mujer yv 
taulito se distanciaron de ellos, y que 
ste, disimuladamente, dejaha en la 
1ano de Elvira algo que no vió lo que 
1a, pero que supuso fuera un peque: 
io papel escrito, 
La cólera estuvo a punto de ence- 
ruecerlo. Pero al par que un impu:- 
ivo, era Segovia un gran reflexivo 
jue sabía dominarse en las situacio- 
ies más difíciles, Se despidieron cuan- 
lo subieron al auto, que el escritor ma- 
iejó como de costumbre, sin revelar 
2 más leve nerviosidad. Sólo su hosco 
ilencio denotaba que estaba pasando 
»Tr una lucha interior de las más dra- 
máticas.' 
Disimuladamente vió cómo Elvira 
suardaba en su cartera el parelito, 
Jues no era otra cosa, que había reci- 
xido de manos de Raulito. Poco des- 
Jués bajaban del auto y entraban en 
la casa. Reinaba el más profundo si- 
lencio. Ambos estaban solos y frente 
a frente. Entonces Elvira vió cómo su 
marido le clavaba ferozmente los ojos 
en los suyos, y al mismo tiempo que le 
arrebataba la cartera, le oyó rugir: 
— Conque esas tenemos, ¿eh? ¡Eres 
la peor de las mujeres! 
Ella forcejeó para apoderarse de la 
cartera, pero él la empujó violenta- 
mente y la hizo caer a sus pies. Buscó 
21 papelito y leyó unas líneas escritas 
:0n lápiz, que revelaban claramente la 
*agnitud de la traición. 
— ¡Déjame que te explique, querido 
PA 
No te ofusques así, por Dios! 
Pero el admirable dominio que Sego- 
ia tenía casi siempre sobre sí, lo ha- 
ía perdido esta vez, y el hombre im- 
mulsivo que dormía en sus entrañas se 
espertó como mordido por la locura, 
— ¡Te voy a matar, víbora! ; Te voy 
borrar del mundo para siempre! — 
xclamaba hecho una fiera, mientras 
1 mano ya empuñaba el revólver. 
Pero en ese instante ocurrió ló pro- 
ridencial, lo inesperado, lo que salvó 
lel crimen al gran escritor, Una pe- 
meña figura blanca apareció en la ha- 
xtación, y trémula de miedo, corrió 
on los, brazos extendidos hacia él. . 
— ¡Papito, no la matés! ¡Perdoná- 
1, papito! ¡Papito mío!... 
Era la nena, su hija, el ser angelical 
ue tenía el mismo rostro de líneas pu- 
as de la que fué la única compañera 
le su vida. Segovia dejó caer el arma 
7 estrechó, llorando como un niño. a 
a criatura salvadora entre sus brazos, 
nientras que la culpable huía de aque- 
la casa para siempre. " - 
Jara un por: 
n.d 
-no 
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