MUNDO ARGENTINO
a |
Y | / M | Viaje Cuento por M. A. RIVERO
Y si Norton era conocido a causa de
su excentricidad, el príncipe tuvo que
serlo a raíz de un hecho que conmovió
a todo el vapor. Dos días después de
la partida de California, el secretario
del príncipe anunció que a Su Alteza
le habían robado un famoso brillante,
Propiedad de la casa real, cuyo costo
se estimaba en más de un millón de
dólares, y que lamentaba mucho tener
que comunicar a los pasajeros que al
llegar a Hawaii, todos los que se en-
contraban a bordo serían interrogados
por una comisión de pesquisantes que,
en vuelo, se trasladarían desde los
Estados Unidos, por lo que les rogaba
que tuviesen listos sus papeles para
evitar contratiempos.
La noticia del robo había impresio-
nado desagradablemente a los turistas,
que veían en ello una sombra que en-
turbiaba las felices vacaciones que se
habían propuesto pasar, Sólo a Wil-
liam Norton no le preocupó -la- nove-
dad, y había proseguido inmutable e
indiferente, como si estuviese abisma-
do en un problema de dificilísima so-
tución. Prosiguió jugando en la mesa
con el príncipe Ricardo, que, a fuerza
de verlo tan callado: y ensimismado,
concluyó por tomarle simpatía y ya no
podía prescindir de su compañía en
las memorables: partidas de póker o
bacarat que, noche a noche, se énta-
blaban. o
Y en aquel momento toda la áten-
ción de los pasajeros se había pola-
rizado en los.dos hombres que, son-
riente y conversador uno, callado y
taciturno el otro, se aprestaban a ini-
ciar el juego, - ”
El príncipe tenía la banca. —.
— Van diez mil dólares — dijo, sin
dejar de sonreír. |...
— Banco — exclamó Norton.” .:.
Hubo un profundo silencio mientras
se repartieron los naipes.
Norton dió vuelta los suyos. Seña-
laban seis. Los del banquero dieron
ocho: .. - -
— — Veinte mil dólares — dijo nueva-
mente el príncipe, y Norton no se. hizo
esperar:
— Banco.
Nuevamente volvió a perder, y. en-
tre: los espectadores -hubo” un movi-
miento 'de- nerviosidad. Se jugaban
ahora cuarenta mil dólares. En tres
minutos, William Norton había per-
dido treinta mil, y los oídos de los tu-
ristas estaban atentos a la contesta-
ción que iba a dar. Su rostro no ex-
presaba emoción alguna, y cuando el
príncipe pronunció la cantidad, Nor-
ton acepto inmediatamente:
— Barco,
Se dieron las cartas.” o
— Ocho — exclamó Norton. - ”
.Era un punto difícil de matar. Sin
embargo, cuando el príncipe enseñó
sus tantos, un murmullo recorrió la
sala de juego. :
— Nueve - — murmuraron : algunas
voces,
Norton hizo una mueca de disgnsto,
Después, con una inclinación, arrojó
sus cartas. - .
— Ha ganado, Alteza. No puedo re-
sistir ochenta mil dólares más. Le de-
bo setenta mil ya y es todo lo que me
queda en la caja del buque y... en
mi bolsillo. Le extenderé un cheque, y
el capitán se lo abonará en el acto.
Sacó una libreta de cheques y, sobre
el primero, trazó la cantidad. Después
le dárselo al príncipe, rompió la li-
reta, arrojándola al suelo.
—— Ya he conseguido uno de mis pro-
»ósitos — dijo en” voz alta para que
-odos lo oyesen. — He perdido hasta
al último centavo...
Y, entrecerrando los ojos, se pasó
la mano por la frente, agregando con
In suspiro:
(Continúa en la página 74)
ILLIAM
Vx orton,
con paso
tranquilo
y despacioso, y
una impenetrable
expresión de indi-
ferencia en el ros-
tro, atravesó el am.
plio recinto destina-
do a sala de juego
en el lujoso vapor
que efectuaba un
crucero alrededor del
mundo, y llegando
hasta una mesa en la
que se jugaba bacarat.
se detuvo, observando,
distraídamente, el des-
arrollo de la partida.
Frente a él, el prín-
cipe Ricardo, con una
acogedora sonrisa, le sa
ludaba:
— ¿Nuestro amigo Wil-
llam Norton viene dis.
puesto a desquitarse de
las pérdidas de anoche?
Norton saludó . cortés-
mente y, sin: cambiar la
expresión de su rostro, se
sentó frente a la mesa,
apartando con una mano
las cartas desparramadas
sobre el tapete. —.
— La suerte lo decidirá,
Alteza. Pero, de todos mo-
dos, para quien mañana ha
de enfrentarse con lo descono-
cido, las pérdidas o ganan-
cias de hoy no tiene ninguna
trascendencia.
— Es una buena manera de
disimular las emociones, señor
Norton, Y ya que persiste us-
ted en esa descabellada idea de
abandonarnos, espero que me
hará el honor de acompañarme esta
noche... .
— El honor es mío, Alteza — res-
pondió Norton, con una inclinación de
cabeza, mientras los pasajeros rodeaban
la mesa, con la esperanza de presen-
ciar otro de los impresionantes espec-
cáculos a que los tenían acostumbrados
aquellos dos hombres.
Sandwich, en la isla más desierta que
»udiesen encontrar, donde Norton des:
:endería para olvidarse de la civiliza
:6n. La moticia había corrido comc
in reguero. de pólvora entre los viaje.
'0s, y hasta el propio príncipe Ricardc
e interesó vivamente por aquel cu.
oso individuo de agraciada figura,
ino, inteligente, y, sobre todo, rico, a
uzgar por las fuertes sumas que
irriesgaba en la mesa de juego, donde
:1 príncipe Ricardo era el único que
día aguantar sus apuestas.
Indudablemente, después del príncipe
Ricardo, William Norton era el perso-
1aje más popular a bordo. El primero,
»TY la natural atracción de su reale-
a, y el segundo, por la extraña mani-
"estación que había hecho al capitán,
1 día que se embarcara en San Fran-
isco, disponiéndose a efectuar él via-
e siempre que él accediese a darle un
te cuando llegasen a una de las is.
as que forman el archipiélago de