«x ESPOTA, altanero y egoista,
don Luis, el nuevo administra-
dor de “Los Reyunos”, es una
de las expresiones del hom-
bre europeo que vió y vivió los horrores
de la guerra. Ni siquiera nuestro campo
propicio para el olvido de las angustias
inútilmente sufridas y para el trabaje
con esfuerzo pero sin violencias de áni-
mo, logra devolverle los sentimientos
más nobles, perdidos al iniciarse la ca-
téstrofe. Don Luis ordena con despre-
cio, recalcando sus eres guturales; ad-
ministra con avaricia; muéstrase sor-
do al dolor ajeno, alardea de bravo.
Evaristo, el capataz, lo soporta, y lo
soportan los otros mensuales, tedos con
el secreto deseo de que algo o alguien
lo eliminen de la escena. Ese “alguien”
aparece de pronto, cuando don Luis me-
nos lo esperaba, y viene animado por
un afán de venganza, de venganza su-
tilmente calculada, justa, casi podría
decirse necesaria, y el cobarde que hay
en don Luis resurge, acabando por de-
finir totalmente una individualidad...
DON LUIS. — (Asperamente.) ¡An-
tes una vaca alcanzaba para cuatro
días, y ahora apenas si alcanza para
tres! ¡Es preciso cuidar! ¡O comerán
alfalfa!
EVARISTO, — Ansina será, doxa
Luis; pero eh'invierno y la gente come
más. -
DON LUIS. — ¡Come más! ¡Come
nás! ¡Usted, Evaristo, siempre encuen-
ta un pretexto para todo! ¡Comen
nas!... ¡Que coman menos! Hay que
acer economía. Yo he venido a ser
dministrador de “Los Reyunos” pai:a
acer economía. :
EVARISTO. — En. tiempoh'e don
auro... -
DON: LUIS, — (Cortándole el dis
urso.) ¡Beh! ¡Beh! ¡Beh!... En tier-
08 de don Lauro se derrochaba. Us:
2des, los criollos, es lo único que sa-
an: derrochar.
EVARISTO. — Y... habiendo...
DON LUIS. — ¡Basta, capataz, bas:
1! Habiendo o no habiendo, hay que
cer economía, E
EVARISTO. — 'Ttá bien, señor: -
DON: LUIS. — ¿Hay-algo: más?
EVARISTO. —- Sí, señor. Hace un
ato me pidió Ceferino, el puestero”el
egundo, que le dijese si le podían em-
restar el coche chico... Parece que
1 mujer ta muy grave y cré que si
> se apura... :
DON LUIS. — ¿El coche chico? ¿El
*tomóvil? ¡Ceferino está loco!
EVARISTO. — Y... cualquiera cn
caso... . ,
DON LUIS, — ¡No! ¡No! ¡No!...
Adónde vamos a parar? ¡El auto no
s para los peones! ¡Que la lleve en el
ky! -
EVARISTO. — Son cinco leguah”, y
1 pobre...
DON LUIS, — Antes ¿en qué iban,
h? En una chata, o a caballo, cuando
s tra M ONT
MUNDO ARGENTINO
T ¿ Do. nador
y
Cuento
Tialogado
CIRILO. —- Este, don Luis, qu'sta
?mpeñao en verlo. L -
DON LUIS. — (Al linyera.) Usted,
,qué quiere? - _
LINYERA, — Hablar con usted,
DON LUIS, — (Para sí, sorprendi-
10.) — Esta voz:... Yo conozco esta
voz... (A Cirilo.) Déjelo pasar, Ciri-
le... (Al linyera.) Entre, pronto, que
hace 'frío, (A Evaristo.) Déjenos solos,
capataz. .
EVARISTO. — Gen... ¿Ansina
quel auto...? _
DON LUIS, — ¡No! ¿No le he dicho
que no? Y cierre la puerta al salir,
EVARISTO. — 'Tá bien, (Se mar-
cha, dejando a solas al administrador
y al desconocido.)
LINYERA. — (Despaciosamente y
recalcando las palabras con cierta mo-
10tonía, como si recitase una lección.)
Vendo moldes para postres... En esta
bolsa llevo moldes para postres. .: (Po-
sa. la bolsa en el suelo: ruido de latas.)
DON LUIS. — (Con rabia.) ¿Y para
eso quería verme? -
LINYERA. — En 1917, en la trin-
:hera, no hacía moldes. Antes de la
:rinchera, cuando era ingeniero, tam-
poco. En 1917 era capitán, y usted era
el subteniente Luis... , (Se detiene.)
Pera, .¡oh!,. disculpe. Me había olvidado
le sacarme la gorra... .
DON LUIS. — (Contrariamente sor-
rendido.) ¡Usted! —.. "1
LINYERA. -- El mismo. Me recono:
:e- ahora, ¿verdad?. Esta cicatriz en'la
-rente... ¡Oh, no, no tenga” miedo! :.
Eh!.:. ¡Eh!... ¡Eh!... ¡Deje ese ra-
1ón!- Antes que usted pueda abrirlo;
o mataría. Vea... Lo único. que no. ha
vuerido vender: mi revólver. -
DON LUIS. — (Balbuceando, medro-
mente.) Entonces, ¿a qué ha venido?
LINYERA. — ¿No le dije? A hablar.
Yada más que a conversar con usted.
sentémonos. Ya que usted no me ofre:
e un asiento, yo se lo ofrezco a usted.
Iso es. No; ahí, detrás del escritori»>,
10. Usted es capaz de bajar la mano,
le abrir el cajón, de... ¡Oh, yo sé bien
¡uién es usted! ¡Un cobarde! Siéntese
1hí, frente a la ventana. Quiero verlo
den, Así. Y ahora conversemos. ¿Se
icuerda, don Luis...,? Yo también voy
1 llamarlo don Luis. ¡Es gracioso! ¿Se
icuerda, don Luis, del año 1917? ¿No
'ontesta? No importa. Usted vino a lu-
:?har a mis órdenes. Usted era un hom-
xe miedoso, y yo le tuve lástima...
Es decir, lástima, no. Le tenía... Le
enía.... En fin, usted era el novio d:
ni hija, de Susana, y yo no quería que
ni hija sufriese. Que a usted lo mata-
en, en realidad, me importaba poco: la
nuerte de los cobardes no me disgus:
a, se lo aseguro,
DON LUIS, -. (Reaccionando,. aun:
me flojamente.) Yo no soy un cobar-
'e, señor...
LINYERA, — ¡Silencio! No diga mi
20mbra... No quiero que nadie oigr
ni nombre, ni las paredes de esta ofi-
ina. Y déjeme seguir, Yo, por cariño a
mi hija, le conseguí una licencia de una
semana, ¿se acuerda? Sí; se acuerda.
7 usted se fué a nuestra cindad, a ver
. SU "0via, a Mi hija. De la ciudad no
zolvió más al frente. ¿Cómo hizo para
.ugar? Nadie lo sabe, pero lo cierto es
que fugó. En la trinchera me decían los
diciales: “Permitirás que tu hija se
Continúa en la pázvina siruiente)
Dor
JULIO
INDARTE .
Don Luis. —
, Balbuceando
medrosamen-
te.) Entonces,
¿d qué ha ve-
nido? .
- Linyera. —
¿No le dije? A
hablar: Nada
más que: a con-
versar con us=
'ed,
10 iban'a pie. ¡Qué pretensiones! A
ste paso... (Al llegar a este punto se
nterrumpe: el diálogo, sostenido fuera
lel escritorio, entre Cirilo y un “lin-
¿era”, lo obliga a ello.) ¿Y esos gritos
:n la galería?
CIRILO. — (Fuera.) ¡L”he dicho que
'on Luih' está ocupado.
LINYERA. — No importa; espero.
CIRILO. — No lo va” atender.
LINYERA. — (Socarrón y sereno.)
sí, sí;. Me va a atender.
DON LUIS. — ¿Qué es eso, Evaris-
0? A ver; mire por la ventana.
EVARISTO: — (Mirando a través
“el vidrio.) Cirilo y un hombre... Pa-
"ece un linyera. mir
CIRILO, — (Siempre fuera, par ln
me su voz llega a oídos de don Luis
un tanto opaca.) ¡Pero no sea porfiao!
- DON LUIS. — ¿No le he dicho, ca:
ataz, que no quiero ver linyeras por
aguí? ¿Por qué dejan las tranqueras
sin candado?
EVARISTO, — Ninguna tranquera
:stá abierta, don Luis, -
LINYERA: — (Sin perder su tono
vanquilo.) Quiero ver al administra-
lor, y voy a verlo.
EVARISTO. — ¡Dispuesto el hom-
»re, señor!
DON LUIS, — Vaya a ver, capataz.
) deje: voy yo. (Abriendo la puerta y
¡iritando.) ¿Qué hay, Cirilo?
L AC ASA
2R O