Full text: 28.1938,16.Feb.=Nr. 1413 (1938141300)

«x ESPOTA, altanero y egoista, 
don Luis, el nuevo administra- 
dor de “Los Reyunos”, es una 
de las expresiones del hom- 
bre europeo que vió y vivió los horrores 
de la guerra. Ni siquiera nuestro campo 
propicio para el olvido de las angustias 
inútilmente sufridas y para el trabaje 
con esfuerzo pero sin violencias de áni- 
mo, logra devolverle los sentimientos 
más nobles, perdidos al iniciarse la ca- 
téstrofe. Don Luis ordena con despre- 
cio, recalcando sus eres guturales; ad- 
ministra con avaricia; muéstrase sor- 
do al dolor ajeno, alardea de bravo. 
Evaristo, el capataz, lo soporta, y lo 
soportan los otros mensuales, tedos con 
el secreto deseo de que algo o alguien 
lo eliminen de la escena. Ese “alguien” 
aparece de pronto, cuando don Luis me- 
nos lo esperaba, y viene animado por 
un afán de venganza, de venganza su- 
tilmente calculada, justa, casi podría 
decirse necesaria, y el cobarde que hay 
en don Luis resurge, acabando por de- 
finir totalmente una individualidad... 
DON LUIS. — (Asperamente.) ¡An- 
tes una vaca alcanzaba para cuatro 
días, y ahora apenas si alcanza para 
tres! ¡Es preciso cuidar! ¡O comerán 
alfalfa! 
EVARISTO, — Ansina será, doxa 
Luis; pero eh'invierno y la gente come 
más. - 
DON LUIS. — ¡Come más! ¡Come 
nás! ¡Usted, Evaristo, siempre encuen- 
ta un pretexto para todo! ¡Comen 
nas!... ¡Que coman menos! Hay que 
acer economía. Yo he venido a ser 
dministrador de “Los Reyunos” pai:a 
acer economía. : 
EVARISTO. — En. tiempoh'e don 
auro... - 
DON: LUIS, — (Cortándole el dis 
urso.) ¡Beh! ¡Beh! ¡Beh!... En tier- 
08 de don Lauro se derrochaba. Us: 
2des, los criollos, es lo único que sa- 
an: derrochar. 
EVARISTO. — Y... habiendo... 
DON LUIS. — ¡Basta, capataz, bas: 
1! Habiendo o no habiendo, hay que 
cer economía, E 
EVARISTO. — 'Ttá bien, señor: - 
DON: LUIS. — ¿Hay-algo: más? 
EVARISTO. —- Sí, señor. Hace un 
ato me pidió Ceferino, el puestero”el 
egundo, que le dijese si le podían em- 
restar el coche chico... Parece que 
1 mujer ta muy grave y cré que si 
> se apura... : 
DON LUIS. — ¿El coche chico? ¿El 
*tomóvil? ¡Ceferino está loco! 
EVARISTO. — Y... cualquiera cn 
caso... . , 
DON LUIS, — ¡No! ¡No! ¡No!... 
Adónde vamos a parar? ¡El auto no 
s para los peones! ¡Que la lleve en el 
ky! - 
EVARISTO. — Son cinco leguah”, y 
1 pobre... 
DON LUIS, — Antes ¿en qué iban, 
h? En una chata, o a caballo, cuando 
s tra M ONT 
MUNDO ARGENTINO 
T ¿ Do. nador 
y 
Cuento 
Tialogado 
CIRILO. —- Este, don Luis, qu'sta 
?mpeñao en verlo. L - 
DON LUIS. — (Al linyera.) Usted, 
,qué quiere? - _ 
LINYERA, — Hablar con usted, 
DON LUIS, — (Para sí, sorprendi- 
10.) — Esta voz:... Yo conozco esta 
voz... (A Cirilo.) Déjelo pasar, Ciri- 
le... (Al linyera.) Entre, pronto, que 
hace 'frío, (A Evaristo.) Déjenos solos, 
capataz. . 
EVARISTO. — Gen... ¿Ansina 
quel auto...? _ 
DON LUIS, — ¡No! ¿No le he dicho 
que no? Y cierre la puerta al salir, 
EVARISTO. — 'Tá bien, (Se mar- 
cha, dejando a solas al administrador 
y al desconocido.) 
LINYERA. — (Despaciosamente y 
recalcando las palabras con cierta mo- 
10tonía, como si recitase una lección.) 
Vendo moldes para postres... En esta 
bolsa llevo moldes para postres. .: (Po- 
sa. la bolsa en el suelo: ruido de latas.) 
DON LUIS. — (Con rabia.) ¿Y para 
eso quería verme? - 
LINYERA. — En 1917, en la trin- 
:hera, no hacía moldes. Antes de la 
:rinchera, cuando era ingeniero, tam- 
poco. En 1917 era capitán, y usted era 
el subteniente Luis... , (Se detiene.) 
Pera, .¡oh!,. disculpe. Me había olvidado 
le sacarme la gorra... . 
DON LUIS. — (Contrariamente sor- 
rendido.) ¡Usted! —.. "1 
LINYERA. -- El mismo. Me recono: 
:e- ahora, ¿verdad?. Esta cicatriz en'la 
-rente... ¡Oh, no, no tenga” miedo! :. 
Eh!.:. ¡Eh!... ¡Eh!... ¡Deje ese ra- 
1ón!- Antes que usted pueda abrirlo; 
o mataría. Vea... Lo único. que no. ha 
vuerido vender: mi revólver. - 
DON LUIS. — (Balbuceando, medro- 
mente.) Entonces, ¿a qué ha venido? 
LINYERA. — ¿No le dije? A hablar. 
Yada más que a conversar con usted. 
sentémonos. Ya que usted no me ofre: 
e un asiento, yo se lo ofrezco a usted. 
Iso es. No; ahí, detrás del escritori»>, 
10. Usted es capaz de bajar la mano, 
le abrir el cajón, de... ¡Oh, yo sé bien 
¡uién es usted! ¡Un cobarde! Siéntese 
1hí, frente a la ventana. Quiero verlo 
den, Así. Y ahora conversemos. ¿Se 
icuerda, don Luis...,? Yo también voy 
1 llamarlo don Luis. ¡Es gracioso! ¿Se 
icuerda, don Luis, del año 1917? ¿No 
'ontesta? No importa. Usted vino a lu- 
:?har a mis órdenes. Usted era un hom- 
xe miedoso, y yo le tuve lástima... 
Es decir, lástima, no. Le tenía... Le 
enía.... En fin, usted era el novio d: 
ni hija, de Susana, y yo no quería que 
ni hija sufriese. Que a usted lo mata- 
en, en realidad, me importaba poco: la 
nuerte de los cobardes no me disgus: 
a, se lo aseguro, 
DON LUIS, -. (Reaccionando,. aun: 
me flojamente.) Yo no soy un cobar- 
'e, señor... 
LINYERA, — ¡Silencio! No diga mi 
20mbra... No quiero que nadie oigr 
ni nombre, ni las paredes de esta ofi- 
ina. Y déjeme seguir, Yo, por cariño a 
mi hija, le conseguí una licencia de una 
semana, ¿se acuerda? Sí; se acuerda. 
7 usted se fué a nuestra cindad, a ver 
. SU "0via, a Mi hija. De la ciudad no 
zolvió más al frente. ¿Cómo hizo para 
.ugar? Nadie lo sabe, pero lo cierto es 
que fugó. En la trinchera me decían los 
diciales: “Permitirás que tu hija se 
Continúa en la pázvina siruiente) 
Dor 
JULIO 
INDARTE . 
Don Luis. — 
, Balbuceando 
medrosamen- 
te.) Entonces, 
¿d qué ha ve- 
nido? . 
- Linyera. — 
¿No le dije? A 
hablar: Nada 
más que: a con- 
versar con us= 
'ed, 
10 iban'a pie. ¡Qué pretensiones! A 
ste paso... (Al llegar a este punto se 
nterrumpe: el diálogo, sostenido fuera 
lel escritorio, entre Cirilo y un “lin- 
¿era”, lo obliga a ello.) ¿Y esos gritos 
:n la galería? 
CIRILO. — (Fuera.) ¡L”he dicho que 
'on Luih' está ocupado. 
LINYERA. — No importa; espero. 
CIRILO. — No lo va” atender. 
LINYERA. — (Socarrón y sereno.) 
sí, sí;. Me va a atender. 
DON LUIS. — ¿Qué es eso, Evaris- 
0? A ver; mire por la ventana. 
EVARISTO: — (Mirando a través 
“el vidrio.) Cirilo y un hombre... Pa- 
"ece un linyera. mir 
CIRILO, — (Siempre fuera, par ln 
me su voz llega a oídos de don Luis 
un tanto opaca.) ¡Pero no sea porfiao! 
- DON LUIS. — ¿No le he dicho, ca: 
ataz, que no quiero ver linyeras por 
aguí? ¿Por qué dejan las tranqueras 
sin candado? 
EVARISTO, — Ninguna tranquera 
:stá abierta, don Luis, - 
LINYERA: — (Sin perder su tono 
vanquilo.) Quiero ver al administra- 
lor, y voy a verlo. 
EVARISTO. — ¡Dispuesto el hom- 
»re, señor! 
DON LUIS, — Vaya a ver, capataz. 
) deje: voy yo. (Abriendo la puerta y 
¡iritando.) ¿Qué hay, Cirilo? 
L AC ASA 
2R O
	        
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