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16 de Febrero de 1988
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Por el NIETO DE JUAN MOREIRA
HOY AMANECI rezongón. Durante
a última semana visité algunas cha-
“ras y tambos y me convencí de esto:
los “gringos” tienen razón cuando nos
laman abandonados. Seguimos vivien-
do a la de Dios es grande. ¿No hay que
arar? El arado se abandona, hasta que
sus piezas se llenan de moho. ¿No hay
que cosechar? Dejamos que las guarni-
ciones se herrumbren o se resequen. Y
no somos perezosos, puesto que traba-
lamos de más e inútilmente. -
lura tres, y los caballos de tiro se lle-
nan de heridas, de mataduras, hasta
jue terminan por hacerse matungos.
EL ORO CUESTA más, pero vale
nás también. El buen caballo cuesta
nás que el mal caballo, pero vale más
ambién, y así todo. Mientras sigamos
.mpeñados en creer lo contrario esta
emos cada vez más distantes de hacer
natria.
EL TETANO, por ejemplo, es una
amenaza de todos los días para el hom-
dre de campo. ¿Sabemos precavernos?
No. Voy a explicarme con ejemplos
¡Tenemos necesidad de una tranque
tita o de una puerta de corral? “Aga-
tramos” unos troncos sin desbastar y
unos pedazos de alambre de púa viejo
y construímos con peligro y mal lo que
hecesitamos, Quienes hagan o manejen
esas puertas corren el riesgo de herir-
se, siempre; llega el tétano y... ¿de
quiéw es la culpa?
-
“¡JUE PUCHA, qgwestán caras las
osas!”, solemos rezongar, todos Jos
.ños, todos los meses, todos los días, y
Junea nos decidimos a construir un
olmenar, ni siquiera modestito, y eso
ue la abeja se gana ella solita la vi
la. ¡Y la miel es economía! ¡Y salud!
Y vida! Pero, ¿qué? Preferimos gas
arnos los pesos en pañuelos de seda,
le “lo más gauchito”, en perfumes “je-
liondos”, en lo que luce y no produce...
LAS MEJORES HERRAMIENTAS
de trabajo dejan de ser buenas sí no
se las cuida. El chacarero, en general,
no es cuidadoso de las mismas y acaba
por quejarse de que no le han durado,
Las usa y las deja por ahí, expuestas
al sol y al agua, sin engrasarlas, sin
aceitarlas, sin limpiarlas. ¿Consecuen-
cias? Lo que debió durar cinco años
¡NI SIQUIERA sabemos comer bien
7 económicamente! Llegué a dos cha-
ras en el momento de carnear, y la
angre del animal, y los sesos, y la len-
ua, y el riñón, y el hígado eran para
os perros. Todo lo que es un lujo para
a gente más refinada se desperdiciaba
7 ese desperdicio tenía el valor de má:
de una comida buena.
case con un cobarde?” Cuando terminó
la guerra y marché a ver a los míos,
la gente me llamaba, burlonamente,
“el héroe”, y me preguntaban por mi
nieto, por su hijo, don Luis... ¡Qué
gracioso esto de don Luis! La vida se
me hizo imposible, mejor dicho, se nos
hizo imposible a Susana y a mí... Su-
sana creyó que lo más decente era ma-
tarse, y se mató... No me mire así.
¿Por qué se asusta de lo que usted
mismo hizo? Porque fué usted quien la
mató... Yo tuve que irme, irme con mi
nieto, con su hijo, con ese niño al cual
le enseñé a decir, antes de confiarlo
2.mi hermana: “Mi padre es un cobar
le.” Sí, será brutal, pero yo le enseñé
1 decir: “Mi padre. es un cobarde.”
DON LUIS. — Yo estoy dispuesto...
LINYERA. — ¿A qué? ¿A resucitar
a Susana? ¿A reconocer a su hijo? ¡No
sea idiota! Su hijo no: querrá ser reco-
nocida por usted. A nadie le gusta ser
hijo de-un padre cobarde... Además,
yo no he venido a verlo para eso.... Con
eso yo no vengaría la muerte de mi
hija. Yo quiero vengarme en otra for-
ma..., porque usted supondrá que yo
debo vengarme, ¿no es así? ¡No se asus:
te, no se asuste! No; matar, no; salvo
que usted se muestre terco... Pero us-
ted no se mostrará terco conmigo. A lo
sumo, usted puede mostrarse terco con
su peonada, porque no lo conoce bien...
¡Si lo conociese!...
DON LUIS, — Estoy dispuesto...
LINYERA. — Es la segunda vez que
dice lo mismo: que está dispuesto, Y eso
me alivia. -
DON LUIS. — Pero diga de una
vez; se lo ruego... -
LINYERA. -— En seguida, don Luis.
Usted deja de ser administrador de es-
a estancia.
DON LUIS. — Pero...
LINYERA. — Peros, no; peros, no.
Y no me pregunte cómo va a Vivir,
porque eso no me interesa: yo no quic-
ro que usted vava viviendo; vo quiere
que usted vaya muriendo. Sí, que us
ed se muera poco a poco. Nada de ti-
:0s. Nada de violencia, Usted se muere
1 mi lado, caminando a mi lado... Me
va a dar ese gusto. ¿No le parece lósi-
07? ¿Fué mi hija quien le hizo mal, o:
'ué usted quien le hizo mal a ella? ¡Con-'
este!...
DON LUIS. — Yo.
LINYERA. — ¿Fué su hijo, mi nie-
“0, quien le hizo mal, o fué usted quien
€ hizo mal a él? ¡Conteste!
DON LUIS. — Yo, pero...
LINYERA. — ¿Fuí yo quien le hizo |
mal, o fué usted quien me lo hizo a mi?
DON LUIS, — Yo. _—
LINYERA, -— Entonces ¿por qué
an a padecer los que no hicieros. mal
7 no el que lo hizo? ¡ Lógica, don Luis:
Oh, qué gracioso esto del don Luis!
Transición.) Oigame bien: esta noche,
1 las doce, allá, en la esquina del mon:
€, lo espero... (Pequeña pausa.) An
es de irme... ¿Dónde tiene su revól
'er?... No; no se levante. ... ¿En este
ajón? ¡Ajá! Aquí está. Me lo llevo.
1 usted no le hace falta. Le tembiará
2 mano... Y ahora, de nuevo con mi
olsa... Usted también traiga otra...
7 no se ponga botas. Las alpargatas
'ansan menos, y hay que andar mucho,
mucho, don Luis! ¡Qué gracioso esto
lel don Luis!... No se olvide: a las
loce... Y, ¡psss!, silencio... Porque
1 mí no me importa morir ni matar.
Psss! ¡Silencio! ¡Silencio!..
La oportunidad de Julia
(Continuación de la página 5)
—————————————— —ii—] C—];—z]—]—];—;——] anal
ombres que estaban sobre la plata:
'orma.
Uno de los fotógrafos hizo a un la-
10 a Montañez y se dispuso a bajar
Iste, de un empujón, lo mandó contre
a baranda. - a
.— Vuelva a su cámara v enfoque
21
El corazón de Montañez saltaba ev
:1 pecho. Mientras el barco no se hun-
diera, Julia no peligraba, pero...
Miró rápidamente hacia el bote car-
zado “de. actores que volvía, a las lan-
:has que de nuevo giraban en círeule
asperando una segunda orden de arri-
marse. Julia intentaba, con manos. que
se tornaban cada vez más débiles, de
flojar en-su derredor las últimas cuer-
das que la aprisionaban.. *...
El -largo. bote a-remo ya se hallaba
ai -lado del buque: pirata. Una ola. lc
hizó - golpear contra el casco:
La angustia de Montañez se alivié
al ver que Julia se había zafado, por
fin, y que una docena de manos la ha
bían ayudado en su salto desde el bar-
co al bote. —.. .
— ¡Que vengan las fánchas! — gri-
tó Montañez, — ¡Corten! Do
Esta orden para los fotógrafos no
:7a prematura; las: cámaras levanta.
das de los trípodes fueron pasadas de
nano en mano hasta el puente princi-
al, que crujía bajo sus pies, mientras
as lanchas llegaban a toda velocidad
— Muchacho — decía Montañez di
igiéndose a López, ya en la lancha que
os llevaba hacia la costa. — Este s:
que es un film, ¿verdad? Y,.. la bar
caza se hunde.
Tras ellos, el viejo casco con sus ma.
leras estallando con el ruido de caño-
trazos, se iba a pique. La lancha entró
repentinamente en aguas más tranqui-
las, y antes que se hubiera arrima-
do del todo, Montañez saltó sobre el
muelle. Corrió por el desembarcadero
hacia donde un grupo rodeaba con an:
siedad a Julia Duval.
Enfurecido, Gravenhort lo detuvu
del brazo. -
— ¡Idiota! Llego en este momento y
me encuentro con que... ;
Montañez lo hizo a un lado y se abrió
camino a través de la gente que lo se-
paraba de Julia.
— ¡Querida! —- exclamó Montañez
enceirándola en sus brazos: — Estuvis-
te maravillosa. ¿Te encuentras bien?
* —— ¡Imbécil! —-Gravenhort le. había
seguido. — Tendrá usted que rendirme
cuentas. *
Julia rechazó a Montañez.
— ¡Usted!... ¡Usted!... — gritó
en medio del llanto, y le dió un bofe-
tón con todas sus fuerzas, —
E
— Como usted verá, señor comisario
-- siguió diciendo Montañez, — hasta
que Julia no vió las pruebas en la sa-
la de proyección no se convenció que
ia habían dejado en el puente sin ayu-
darla porque ésa era su oportunidad.
Y está extraordinaria en esa escena:
Dicen que nadie se figuraba su capa-
cidad emotiva y...”
. — Me renovaron mi contrato, señor
comisario — interrumpió la muchacha,
-—+ y Carlos es ahora definitivamente
el primer ayudante de Gravenhort.
Pero Montañez no se dejaba detener
1sí no más en sus entusiastas explica-
jones.
-— El público aplaudía esta noche la
smoción que les transmitía Julia —
añadió. — Así que usted se imaginará
lo que sentí cuando este gordinflón
empezó a decir a voz en cuello que todo
aso eran trucos escénicos.
An
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