16 de t'evrero de 1938
¿Ha disminuído la...
(Continuación de la página 29) |
as de aquellos a quienes precisamente
| gobierno desea proteger.
Tenemos ahora una ciudad suntuo-
sa; inmensos capitales acumulados y
ina industria floreciente. Parecería
que el país progresa. ¿Ocurre algo
rarecido?
Sobran los elementos necesarios pa-
"a que los trabajadores argentinos vi-
van con decoro, anulado en buena par-
e el factor desocupación. -
Pero la población de la República se
muere de hambre dentro de las fábricas
an plena actividad, en los campos sem-
:rados, en las extensiones en que abun-
la la ganadería.
El material hamano privado de am-
Jaro, de cuidados, de atención, se vuel-
ve inservible, Y esto no es literatura.
Jon los salarios estacionados y el au-
mento del costo de la vida, la clase
rabajadora de la Capital a la fuerza
ene que comer poco; esto es induda-
de, aunque aquí el problema parezca
menos agudo que en el interior, donde
la desnutrición de adultos y escolares
icusa cifras alarmantes. De los jóve-
1es argentinos que debían prestar ser-
vicio militar, el 60 por ciento no re-
anían las necesarias condiciones de sa-
ud en Santiago del Estero, porcentaje
que llega al 70 en Salta v al 80 en Co-
rrientes.
—
El silencio apasionado
(Continuación de la página 50)
AM M—]CLC
Ella no se lo imaginaba de otro mo-
to que vestido de blanco e inclinado
sobre un cuerpo enfermo,
Pero, despertada su atención, se pu-
so a esperar la hora de la visita mé-
Jica con una impaciente curiosidad, y
:uando se abrió la puerta y apareció
Jean Herbois, volvió, a pesar suyo, la
cabeza. Ella notó que sus ojos hincha-
los y su rostro doloroso provocaron un
zesto de desagrado en el doctor.
— Se da cuenta que he llorado —
vensó ella, — y me reconviene porque
ne encuentra egoísta y débil...
Y, bajo la mirada imperiosa que
a condenaba, tuvo vergiienza de sus
lágrimas. Entonces se aproximó a una
»hica atacada de fiebre que esperaba
21 turno para la consulta. Era una
enfermita que venía al dispensario
por primera vez. Su angustia emocio-
nó a Ghislaine, quien se acercó y le
dijo: —. -
— No tengas miedo, el doctar te
surará.
— Tal vez me cure, pero ¿quién me
muidará? No tengo tiempo para estar
:nferma, tengo que ganarme la vida
7 la de mis hermanitos. Nuestros npa-
!res están muertos. ,
Y así fué viendo una por una to-
las las miserias humanas que se ha-
dan dado cita en el dispensario, cuan-
lo, de pronto, el médico le indicó algo
vara hacer. Y, después de lo que ha-
xa hablado con María Luisa, le pa-
reció notar que él le confiaba prefe-
entemente los servicios: que la rete-
an cerca de él. -
De vuelta a su casa, encerrada en
su habitación, Ghislaine se contempló
»uriosamente en el espejo, como si
1stuviese viéndose por primera vez.
Sus ojos, sus hermosos ojos tenían
aún rastros de lágrimas. Nunca se
'nquietaba por eso, pero en ese mo-
mento dispensó serios cuidados a sus
jos, a fin de devolverles su brillo.
Luego se acercó al retrato de Cristián
v, besándolo, dijo muy bajo:
— Debo estar linda para tí, mi
amor. + Tú. ane amas tanto mis ojos!
7 )
Por el Dr. ESCARDÓ
LOS NIÑOS Y LA TUBERCULOSIS
HAY QUE APRENDER A DESCONFIAR
EN nuestros dos artículos anterio-
+ res hemos señalado a grandes
yy rasgos el .cómo del contagio tu-
bereuloso y las condiciones ge-
¡erales de la infección sobre el orga-
tismo infantil. Es llegada la hora, den-
ro del plan esencial de educación hi-
énica en que mantenemos esta pági-
18, que señalemos qué es lo que, al ai-
:ance de los padres, debe hacerse fren-
e al problema
1as veces en el día, enseñándoles a su-
oner que el dinero, las manijas de las
uertas, las agarraderas de los vehícu-
» y todo lo que está en contacto con
nuchas personas, “tiene” con seguri-
ad bacilos de Koch. Hay que habituar
los niños a lavarse bien la cara y a
apillarse prolijamente el cabello an-
es de ir a la cama; de otro modo, tras-
adan a la almohada el polvo que han
ecogido en la calle y lo aspiran du-
ante el sueño,
Esta higiene debe ser extrema y
rolija al volver los chicos de la plaza.
"5 sabido que muchos tuberculosos van
. sentarse en los bancos y que escuperr
n el suelo; suelo en el que luego jue-
an los niños, de acuerdo con su ten-
encia a hacerlo con tierra. Reciente-
1ente, una disposición municipal ha
estinado bancos especialmente para
iños; desde el punto de vista que nos
*upa, nada nos parece tan sabio,
Además, es preciso inculcar al niño
también al adulto el horror al espu-
>; no hay que escupir nunca sino en
is saliveras, donde el esputo pueda ser
estruído. De otro modo equivaldría a
oner en circulación millones de baci-
5. Cuando no haya saliveras se escu-
irá en el pañuelo, que luego será so-
1etido a la ebullición o al lavado zon
esinfectantes.
APRENDER A DESCONFIAR
Es necesario pensar siempre en la po-
ibilidad de la tuberculosis. Puesto que
e sabe que fatalmente en un momento
'e la vida infantil la tuberculosis ba
e llegar, hay que acechar ese momen-
o. Una serie de enfermedades, de los
iños favorecen la infección, y muy
articularmente el sarampión y la tos
onvulsa; en la convalecencia de esas
nfermedades hay que hacer vigilar
nuy especialmente a los chicos. Del
zismo modo, pensar que detrás de una
napetencia rebelde y prolongada, o de
m resfrío que no cura, puede estar la
uberculosis. La gripe es, también,
ina gran amiga de la tuberculosis y
ue, a Menudo, le prepara el terreno.
No basta, lógicamente, cuidar al mi-
ío en sí; es absolutamente necesario
'desconfiar” de los adultos que convi-
en con él. A pesar de una noble e in-
eligente prédica al respecto, no ha
rraigado entre nosotros la costumbre
le un balance anual de salud; el nú-
nero de tuberculosos ignorados es muy
ande. Ya hemos dicho cómo esta en-
ermedad puede ser compatible duran-
e largo tiempo con un estado general
:n apariencia floreciente, Todo esto no
significa ni mucho menos que se viva
.tormentado con el fantasma de la tu-
verculosis, sino que se la prevea con
erena prudencia. Sin embargo, quien
.cepta con naturalidad que un mecá-
tico haga un periódico examen del mo-
or de su coche, no siempre halla igual-
rente lógico proceder en forma seme-
ante coú su organismo.
La época de la vida social del chico,
s decir, cuando su asistencia a la es-
uela lo hace convivir con mayor nú-
aero de personas, es, por lo común, la
poca de la infección tuberculosa. (Vol-
emos a decir que en materia de tuber-
ulosis, infección no significa enferme-
'ad). Es entonces el tiempo de estar
Jerta y pedir al médico que explore re-
sularmente al niño por medio de las
acciones tuberculínicas, de las que
1emos hablado en el artículo anterior,
LA DEFENSA
No basta evitar que el microbio lle-
ue o tarde en llegar; es preciso, ade-
ás, que cuando llegue, el organismo
sté en condiciones de combatir con él
vencerlo; cuanto hemos dicho en es-
1s' páginas sobre higiene de la alimen-
:ción, es un capítulo del tema.
Hay, también, que evitar el hacina-
viento en los ambientes donde respira
micha gente. Hay, fatalmente, bacilos
n suspensión; las ventanas se tendrán
diertas invierno y verano; cada uno
> abrigará personalmente cuanto crea
ecesario, pero la circulación de! aire
'Tá siempre permitida y vigilada,
-uchar contra la tuberculosis es un
roblema de fondo que significa mejo-
ar la vivienda, la alimentación, el ri-
el económico y la educación de la
ente, Hay que comprenderlo así y
reparar el espíritu de los padres a
na colaboración inteligente. Para 05-
2nerla con fe, hay que hacer saber que
1 tuberculosis no es un mal fatal sino
n sus grados muy avanzados.
La medicina de los últimos años se
'a enriquecido con técnicas y procedi-
auentos muy eficaces para mejorar y
un curar definitivamente a los tu-
erculosos; pero para que pueda apli-
árselos, es necesario que los casos lle-
uen a tiempo a sus manos.
Es necesario que los padres piensen
menudo en la posibilidad de que sus
ijos hayan recibido la visita del ba-
ilo y que los pongan bajo el control
ompetente, Casi siempre la victoria
erá de la salud. No hace muchos años,
: diagnóstico de tuberculosis equiva-
la casí a una sentencia de muerte o,
uando menos, de invalidez. Hoy las co-
as han rcrambiado fundamentalmente.
LA HIGIENE
Sin duda alguna, la higiene es la
nemiga jurada de la tuberculosis. Sa-
emos ya dónde se encuentra el bacilo;
ay que alejarlo lo más posible: En
wimer lugar, huir del polvo, en el que
abemos vuelan los esputos desecados
r ricos en microbios, evitando el ba-
rido “a la antigua” que producía nu-
es, usando el humedecimiento previo,
> mejor la aspiración, que cada día se
hace más popular.
Acostumbrar a los niños a lavarse
suidadosamente las manos v muchísi-
32
fra así como en su casa Cristián
Ta siempre el centro de su vida. Y
ué pensando en él, que, en adelante,
:vitó las lágrimas, esas lágrimas que
JlEcraban el encanto de su rostro y
le las que ahora tenía vergienza.
Esta victoria sobre sí misma trajo
tras victorias. Las fuertes palabras
ronunciadas por el doctor Herbois
1 día que ella había cumplido tan
nal su deber de enfermera tornaron
t su memoria, desprendidas de esa
1ebulosa que hasta entonces envolvía
odo lo que veía y oía.
Como se lo había dicho Herbois,
lescubrió penas más terribles que la
uya, y su propio dolor le pareció me-
Ios grave, Comprendió, en fin, que su
elicidad estaba intacta ante ella, Se
edicó con alma a su misión de ca-
idad, sin desear más que una recom-
ensa; la aprobación de cierta mirada
mperiosa que a veces se encontraba
on la suya.
Como las cuatro mañanas de dis-
vensario no eran bastantes para su
'elo, aceptó sin vacilar una proposi-
ón del doctor Herbois, que quería
ganizar en los días libres instalacio-
1es para sus enfermeras en algunos
:ervicios del gran hospital.
— Eres otra persona — le decía la
eñora de Dorville, cuando su hi;a le
ontaba cosas referentes a sus enfer-
108 0 al personal del dispensario.
-— Me parece, en efecto, que soy
nás fuerte. ET,
Y con los ojos cerrados se ponía a
oñar, sin notar el giro peligroso que
omaban esos sueños. ”
Despertando de sus sueños, tomaba
1 retrato de Cristián, sin comprender
vue este gesto maquinal no era más
¡ue el reflejo de su corazón fiel con-
ra una tentación. Pero, también en
sos momentos, otra imagen se inter-
onía. Y ella profestaba en seguida:
— El doctor es más lindo que Cris-
ián, pero yo prefiero a Cristián: es
mi amor.
En el mes de febrero hubo una quer-
nese de beneficio en Montfort. Algu-
108 días antes de la fiesta, el doctor
Tlerbois dijo a Ghislaine:
— ¿Qué tarea le han dado a usted
1 la quermese? -
— Ninguna tarea; no he querido
inguna. .
— ¿Y eso por qué?
— Y porque..., porque... -
No se atrevía a terminar y se sin-
i6 enrojecer bajo la mirada que pe-
aba sobre ella.
— ¿Por qué, entonces?
— Porque estoy de novia.
—- El hecho de estar de novia ¿le
mpide ocuparse de una buena obra?
— No, pero. ... en distracciones pú-
xicas...
-—La enridad ¿es una distracción,
señorita Chislaine?
La voz que pronunciaba estas pala-
ras era autoritaria, y en ella se adi-
rinaba la reprobación. Ghislaine se
yreguntó, de pronto, por qué aberra-
ión había rehusado su concurso a una
»bra que la complacía. No veía más
que una cosa. Se había equivocado.
Terbois tenía razón.
— Me negué con demasiada precipi-
ración — confesó. 8
— Un error se puede reparar — di-
0 él. — Se necesita alguna persona
le buena voluntad para el juego de la
'otería y esa persona será usted.
—¡No, eso no! La lotería la pone
1 uno demasiado en evidencia: Bús-
¡ueme otra cosa, algún rinconcito cual-
quiera. .
—- No se la necesita a usted en un
'inconcito, sino en la lotería, señorita.
Ghislaine, a la vez sumisa y rebel-
le, no respondió de inmediato. Espe-
*aba que su corazón se apaciguase.
Terbois, mirándola, continuaba a la
>xpectativa.
(Continúa en el Próximo mimero.)