L JOVEN BERNIER,
Cuento por ROBERTO ARLT E
- A puerta de la trastienda se
, abrió violentamente. La negra,
4 esgrimiendo un puñal, avanzó
hacia Eraño. Bernier, el mari-
do de la negra, retrocedió aterrorizado
hasta dar de espaldas con el muro, y
Eraño comprendió que no debía espe-
rar. Desenfundó su automática, y sal-
tando a un costado como si se tratara
de esquivar la cornada de un toro,
descargó los siete proyectiles de la pis-
tola en el cuerpo de la africana. Ais-
cha se desmoronó, Al caer, el puñal,
que no se soltó de su mano, rayó el
muro, clavándose en el suelo de tablas,
Pero,su mano crispada no soltó el ar-
ma. El piso comenzó a cubrirse de
manchas rojas, y Bernier, el joven es-
poso de la negra, refugiado en su rin-
zón, comenzó a temblar como azogado.
Inútil intentar huir, Por las calle-
juelas que desembocaban en el zoco
acudían multitudes de desocupados y
traficantes. Sin embargo, Eraño tuvo
suerte, En el zoco aquella tarde se
encontraban varios soldados españoles
y muchos gendarmes del califa. Estos
rodearon rápidamente la casa, y Era-
ño, sentándose en una silla, le dijo a
Bernier:
—. No tenga miedo. Espere sentado.
Bernier se sentó a la orilla de la
silla; pero el terror era tan intenso
en él, que los dientes le castañeteaban.
Eraño, en cambio, dió en mirar con cu-
riosidad a la negra. Cuando entraron
los soldados en la tienda, Eraño se le-
vantó, diciéndoles a los mocetones que
lo encañonaban con sus revólveres:
— He matado a la negra en legítima
defensa. Deseo ser llevado hasta el ca-
di o el comisario del protectorado, Alí,
en el suelo, está mi pistola, Observen
que la muerta aprieta aún el puñal
entre sus dedos.
Los soldados escuchaban a Eraño,
y, sin saber por qué, se sentían inti-
midados. Efectivamente, la negra man-
tenía aún entre sus dedos el mango de
un puñal. Era visible que al caer su
puñal había rayado el muro. Eraño
dejaba de ser un homicida corriente.
Razones gravísimas debieron asistirle
para asesinar a la africana. Por otra
parte, la intuición les decía que Eraño
podía tener autoridad sobre ellos. Ber-
nier, pálido y encogido en un rincón,
no les mereció ni una mirada; pero
Eraño, al ponerse de pie, le dijo:
— No diga una palabra hasta que
lleguemos al cuartel de policía.
Escoltados por los gendarmes y sol-
dados, salieron a la calle, Una muche-
dumbre de vendedores de agua, tle te-
jedores de esteras, de cortadores de
babuchas, de tintoreros descalzos y
campesinos curiosos les aguardaban
conversando animadamente en sus dia-
lectos arábigos. Eraño y Bernier echa.
ron a caminar, De pronto, una beren-
jena podrida reventó en la cara de
Eraño, y los soldados desenvainaron los
sables para defender a los detenidos.
Un tomate fué a pulverizarse en el
turbante de un gendarme. Este, arre-
batado, comenzó a buscar entre la mul-
titud, con el caño del revólver, a quien
le había agraviado, y, sin mayores in-
cidentes, la compañía de presos y al-
borotadores llegó al cuartelillo, Ber-
nier, como un condenado a muerte,
apenas si podía arrastrar los pies,
DE COMO BERNIER SE CASO CON
LA NEGRA
— ¿Por qué diablos
1as matado a la negra?
En menudo lío te has
netido!
Eraño encendió un
igarrillo, se cruzó de
iernas y respondió:
— Sabrás que por
uestiones del servicio
Eraño ejercía el ofi-
io de espía al servicio
le España en Tánger)
uve que irme a vivir
J arrabal morisco. No
xageraré si te digo
[ue vas a escuchar una
istoria realmente ex-
raordinaria. ¿Quieres
lamar al escribiente?
isí levanta un acta de
» que te narraré,
Pocos minutos des-
,ués el escribiente,
rente a una mano de
uartillas en la mesa,
omenzaba a tomar no-
a del relato de Eraño,
¡uien comenzó nueva-
nente:
— Hace tres meses,
-1scando pensión en el
Trabal morisco, me fué
xrecida una habita-
ión y comida en una
asa que, precisamente,
stá junto a la tienda
le la negra que tuve
Me matar. Aischa ven-
lía tabaco. Por ese mo-
ivo, todas las maña-
las, antes de dirigirme
, trabajar, entraba en
Era una de esas
mujeres que en las
fueras de los mobla-
los bailan semides-
vudoas al son de un
'antán, en medio de
un circulo diabólico
de negros en éxtasis
y un blanco aluci-
nado.
a tienda de Aischa a comprar tabaco
'ara el consumo del día.
"Nada podía llamarme más la aten-
ión que Bernier, el marido de la ne-
sra Aischa, Era aquél un joven blan-
0, de cabello rubio y tímidas maneras,
¡ue al pasar me saludaba subrepticia-
1ente con una inclinación de cabeza.
Ja primera vez que lo vi quedé atónito,
Yo podía explicarme cómo un joven tan
ingularmente dotado por la naturaleza
e había casado con una mujer como
ischa, un verdadero adefesio para el
nenos exigente de los hombres. Extra-
rdinamente alta, la mota espesa, los
bios belfos, la mirada cruel, Aischa
enía una figura amenazadora y repul-
iva, Era, sin exagerar, una de esas
aujeres que a veces se encuentran en
as afueras de los poblados, bailando
emidesnudas, al son de un tantán, en
1edio de un círculo diabólico de negros
nn éxtasis y un blanco alucinado, ¿Me-
liante qué imposibles seducciones ha-
ía cautivado al joven Bernier? Esta
regunta era el motor de mi curiosi-
lad. De más está decir que mi curiosi-
lad era la curiosidad de todo aquel tro-
0 de calle del arrabal morisco, pues
os domingos Bernier, que en su carác.
er de cristiano respetaba los domingos
y no los sábados ni los viernes, los do-
ningos, cuando Bernier salía a pasear
omado del brazo de la negra, ofrecía
mqquello que podemos llamar un espec-
áculo. No había romerciante en la ca:
1e que no asomara la cabeza por
u puerta para espiar el paso de la
*egra que, con talante avinagrado, pa-
euba al jovenzuelo rubio de su brazo
omo si éste fuera un esclavo que le
irteneciera totalmente.
"Que Bernier era un esclavo de la
.egra, no lo dudaba nadie. Bastaba
erle la cara, el rictus de tristeza de
us labios, la expresión de ausencia de
us ojos, Evidentemente, el joven es-
aba triste. Lo más curioso del caso es
ue hasta los turistas italianos o ale-
1anes que tropezaban con la imposible
areja no podían menos que volver la
abeza; pero las más trastornadas por
1 espectáculo eran las negras de los
"arrios europeos, que afirmaban seria-
ente que Aischa debía de haber. em-
deado un “hechizo de magia” para
autivar al joven. Hasta las judías del
heto admitían y afirmaban que “allí
abía magia”.
”Yo, particularmente, jamás he creí-
0 en la magia, ni en los hechizos, y
nenos en los encantamientos; pero en
1 caso de Bernier hubiera jurado a
jos cerrados que “había magia”. ¡Ma-
a negra!
”Hubo negras (esto se supo más tar-
e) que visitaron a Aischa para pedir-
2 la receta de su magia, y la negra
legó hasta a cobrar un duro “assani”
vor el sortilegio, El sortilegio, de más
:stá decirlo, era una grosera mentira
le la negra, La magia, la verdadera
vagia que Aischa había utilizado para
itrapar a Bernier, era un secreto que
10 revelaría a nadie,
En estas circunstancias, fuí a vivir
unto a la casa de la negra, y natu-
'almente, comencé a interesarme por
1 destino de Bernier y las razones que
o habrían determinado a consumar tan
xtravagante unión.
"Muchas veces traté de conversar
on él, pero esto era imposible, Como
i Aischa sospechara mi designio, vigi-
aba tan cuidadosamente a su marido,
Jue a cualquier hora que se entraba
n la tabaquería Aischa estaba allí
ras de Bernier, tejiendo una malla.
Jernier fingía no darse cuenta de mis
ntenciones, gravemente tieso tras del
nostrador. Sin mirarme siguiera, me
Ucanzaba el tabaco y no cruzaba ni
ma sola palabra conmigo, Era aquella
1na situación imposible. ¿Qué misterio
igaba a Bernier con la negra? ¿ Exis-
ía un crimen entre ellos? ¿La compli-
idad de algún delito? ¿Un secreto in-
'omunicable?
”Bernier no hablaba, Estaba allí en
a tabaquería como un enigma propues-
o a la curiosidad de todas las muje-
'es cristianas, judías y musulmanas de
“ánger. ¿Quién descifraría semejante
»roblema? Mis cuidados no debían que-
ar sin premio, Inesperadamente acla-
3 el secreto,
"Volviendo la negra Aischa del zo-
El? primero que entró al despacho del
comisario fué Eraño. Una vez que el
centinela que le acompañaba se hubo
retirado, el comisario interrogó al ho-
micida: