Full text: 28.1938,9.Mrz.=Nr. 1416 (1938141600)

L JOVEN BERNIER, 
Cuento por ROBERTO ARLT E 
- A puerta de la trastienda se 
, abrió violentamente. La negra, 
4 esgrimiendo un puñal, avanzó 
hacia Eraño. Bernier, el mari- 
do de la negra, retrocedió aterrorizado 
hasta dar de espaldas con el muro, y 
Eraño comprendió que no debía espe- 
rar. Desenfundó su automática, y sal- 
tando a un costado como si se tratara 
de esquivar la cornada de un toro, 
descargó los siete proyectiles de la pis- 
tola en el cuerpo de la africana. Ais- 
cha se desmoronó, Al caer, el puñal, 
que no se soltó de su mano, rayó el 
muro, clavándose en el suelo de tablas, 
Pero,su mano crispada no soltó el ar- 
ma. El piso comenzó a cubrirse de 
manchas rojas, y Bernier, el joven es- 
poso de la negra, refugiado en su rin- 
zón, comenzó a temblar como azogado. 
Inútil intentar huir, Por las calle- 
juelas que desembocaban en el zoco 
acudían multitudes de desocupados y 
traficantes. Sin embargo, Eraño tuvo 
suerte, En el zoco aquella tarde se 
encontraban varios soldados españoles 
y muchos gendarmes del califa. Estos 
rodearon rápidamente la casa, y Era- 
ño, sentándose en una silla, le dijo a 
Bernier: 
—. No tenga miedo. Espere sentado. 
Bernier se sentó a la orilla de la 
silla; pero el terror era tan intenso 
en él, que los dientes le castañeteaban. 
Eraño, en cambio, dió en mirar con cu- 
riosidad a la negra. Cuando entraron 
los soldados en la tienda, Eraño se le- 
vantó, diciéndoles a los mocetones que 
lo encañonaban con sus revólveres: 
— He matado a la negra en legítima 
defensa. Deseo ser llevado hasta el ca- 
di o el comisario del protectorado, Alí, 
en el suelo, está mi pistola, Observen 
que la muerta aprieta aún el puñal 
entre sus dedos. 
Los soldados escuchaban a Eraño, 
y, sin saber por qué, se sentían inti- 
midados. Efectivamente, la negra man- 
tenía aún entre sus dedos el mango de 
un puñal. Era visible que al caer su 
puñal había rayado el muro. Eraño 
dejaba de ser un homicida corriente. 
Razones gravísimas debieron asistirle 
para asesinar a la africana. Por otra 
parte, la intuición les decía que Eraño 
podía tener autoridad sobre ellos. Ber- 
nier, pálido y encogido en un rincón, 
no les mereció ni una mirada; pero 
Eraño, al ponerse de pie, le dijo: 
— No diga una palabra hasta que 
lleguemos al cuartel de policía. 
Escoltados por los gendarmes y sol- 
dados, salieron a la calle, Una muche- 
dumbre de vendedores de agua, tle te- 
jedores de esteras, de cortadores de 
babuchas, de tintoreros descalzos y 
campesinos curiosos les aguardaban 
conversando animadamente en sus dia- 
lectos arábigos. Eraño y Bernier echa. 
ron a caminar, De pronto, una beren- 
jena podrida reventó en la cara de 
Eraño, y los soldados desenvainaron los 
sables para defender a los detenidos. 
Un tomate fué a pulverizarse en el 
turbante de un gendarme. Este, arre- 
batado, comenzó a buscar entre la mul- 
titud, con el caño del revólver, a quien 
le había agraviado, y, sin mayores in- 
cidentes, la compañía de presos y al- 
borotadores llegó al cuartelillo, Ber- 
nier, como un condenado a muerte, 
apenas si podía arrastrar los pies, 
DE COMO BERNIER SE CASO CON 
LA NEGRA 
— ¿Por qué diablos 
1as matado a la negra? 
En menudo lío te has 
netido! 
Eraño encendió un 
igarrillo, se cruzó de 
iernas y respondió: 
— Sabrás que por 
uestiones del servicio 
Eraño ejercía el ofi- 
io de espía al servicio 
le España en Tánger) 
uve que irme a vivir 
J arrabal morisco. No 
xageraré si te digo 
[ue vas a escuchar una 
istoria realmente ex- 
raordinaria. ¿Quieres 
lamar al escribiente? 
isí levanta un acta de 
» que te narraré, 
Pocos minutos des- 
,ués el escribiente, 
rente a una mano de 
uartillas en la mesa, 
omenzaba a tomar no- 
a del relato de Eraño, 
¡uien comenzó nueva- 
nente: 
— Hace tres meses, 
-1scando pensión en el 
Trabal morisco, me fué 
xrecida una habita- 
ión y comida en una 
asa que, precisamente, 
stá junto a la tienda 
le la negra que tuve 
Me matar. Aischa ven- 
lía tabaco. Por ese mo- 
ivo, todas las maña- 
las, antes de dirigirme 
, trabajar, entraba en 
Era una de esas 
mujeres que en las 
fueras de los mobla- 
los bailan semides- 
vudoas al son de un 
'antán, en medio de 
un circulo diabólico 
de negros en éxtasis 
y un blanco aluci- 
nado. 
a tienda de Aischa a comprar tabaco 
'ara el consumo del día. 
"Nada podía llamarme más la aten- 
ión que Bernier, el marido de la ne- 
sra Aischa, Era aquél un joven blan- 
0, de cabello rubio y tímidas maneras, 
¡ue al pasar me saludaba subrepticia- 
1ente con una inclinación de cabeza. 
Ja primera vez que lo vi quedé atónito, 
Yo podía explicarme cómo un joven tan 
ingularmente dotado por la naturaleza 
e había casado con una mujer como 
ischa, un verdadero adefesio para el 
nenos exigente de los hombres. Extra- 
rdinamente alta, la mota espesa, los 
bios belfos, la mirada cruel, Aischa 
enía una figura amenazadora y repul- 
iva, Era, sin exagerar, una de esas 
aujeres que a veces se encuentran en 
as afueras de los poblados, bailando 
emidesnudas, al son de un tantán, en 
1edio de un círculo diabólico de negros 
nn éxtasis y un blanco alucinado, ¿Me- 
liante qué imposibles seducciones ha- 
ía cautivado al joven Bernier? Esta 
regunta era el motor de mi curiosi- 
lad. De más está decir que mi curiosi- 
lad era la curiosidad de todo aquel tro- 
0 de calle del arrabal morisco, pues 
os domingos Bernier, que en su carác. 
er de cristiano respetaba los domingos 
y no los sábados ni los viernes, los do- 
ningos, cuando Bernier salía a pasear 
omado del brazo de la negra, ofrecía 
mqquello que podemos llamar un espec- 
áculo. No había romerciante en la ca: 
1e que no asomara la cabeza por 
u puerta para espiar el paso de la 
*egra que, con talante avinagrado, pa- 
euba al jovenzuelo rubio de su brazo 
omo si éste fuera un esclavo que le 
irteneciera totalmente. 
"Que Bernier era un esclavo de la 
.egra, no lo dudaba nadie. Bastaba 
erle la cara, el rictus de tristeza de 
us labios, la expresión de ausencia de 
us ojos, Evidentemente, el joven es- 
aba triste. Lo más curioso del caso es 
ue hasta los turistas italianos o ale- 
1anes que tropezaban con la imposible 
areja no podían menos que volver la 
abeza; pero las más trastornadas por 
1 espectáculo eran las negras de los 
"arrios europeos, que afirmaban seria- 
ente que Aischa debía de haber. em- 
deado un “hechizo de magia” para 
autivar al joven. Hasta las judías del 
heto admitían y afirmaban que “allí 
abía magia”. 
”Yo, particularmente, jamás he creí- 
0 en la magia, ni en los hechizos, y 
nenos en los encantamientos; pero en 
1 caso de Bernier hubiera jurado a 
jos cerrados que “había magia”. ¡Ma- 
a negra! 
”Hubo negras (esto se supo más tar- 
e) que visitaron a Aischa para pedir- 
2 la receta de su magia, y la negra 
legó hasta a cobrar un duro “assani” 
vor el sortilegio, El sortilegio, de más 
:stá decirlo, era una grosera mentira 
le la negra, La magia, la verdadera 
vagia que Aischa había utilizado para 
itrapar a Bernier, era un secreto que 
10 revelaría a nadie, 
En estas circunstancias, fuí a vivir 
unto a la casa de la negra, y natu- 
'almente, comencé a interesarme por 
1 destino de Bernier y las razones que 
o habrían determinado a consumar tan 
xtravagante unión. 
"Muchas veces traté de conversar 
on él, pero esto era imposible, Como 
i Aischa sospechara mi designio, vigi- 
aba tan cuidadosamente a su marido, 
Jue a cualquier hora que se entraba 
n la tabaquería Aischa estaba allí 
ras de Bernier, tejiendo una malla. 
Jernier fingía no darse cuenta de mis 
ntenciones, gravemente tieso tras del 
nostrador. Sin mirarme siguiera, me 
Ucanzaba el tabaco y no cruzaba ni 
ma sola palabra conmigo, Era aquella 
1na situación imposible. ¿Qué misterio 
igaba a Bernier con la negra? ¿ Exis- 
ía un crimen entre ellos? ¿La compli- 
idad de algún delito? ¿Un secreto in- 
'omunicable? 
”Bernier no hablaba, Estaba allí en 
a tabaquería como un enigma propues- 
o a la curiosidad de todas las muje- 
'es cristianas, judías y musulmanas de 
“ánger. ¿Quién descifraría semejante 
»roblema? Mis cuidados no debían que- 
ar sin premio, Inesperadamente acla- 
3 el secreto, 
"Volviendo la negra Aischa del zo- 
El? primero que entró al despacho del 
comisario fué Eraño. Una vez que el 
centinela que le acompañaba se hubo 
retirado, el comisario interrogó al ho- 
micida:
	        
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