Full text: 28.1938,9.Mrz.=Nr. 1416 (1938141600)

MUNDO ARGENTINO 
e 9 
:Pe0 
ACIA más de dos años que 
Marcelo había entrado a tra- 
bajar de cambista en el ferro- 
carril y lo habían. destinado 
en aquella pequeña localidad, situada 
a pocos kilómetros de Buenos Aires. 
Desde allí, por la noche, la ciudad di- 
visábase a distancia con sus parpa- 
deantes luces, envueltas en un hálito 
de ensueño, que llegaban hasta él tan 
'ejanas como sus propios recuerdos, 
Al abandonar la estación, el reloj 
daba las cinco. La noche era obscura 
y un viento frío soplaba en la calle. 
Con una mano hundida en el bolsillo 
del pesado capote y balanceando el fa- 
rol con la otra, se encaminó calle 
abajo. Su casa estaba situada a pocas 
cuadras de allí, y al doblar la primera 
esquina, hacíase visible, Al extender 
la mirada hacia ella vió que la ven- 
tana estaba iluminada. . 
*Me está. esperando”, murmuró en 
voz baja, mientras una sonrisa de ale- 
yría y de satisfacción inundada su 
rostro. “Me está esperando”, volvió a 
repetirse. 
Desde hacía casi tres años, Marcelo 
se había convertido en un hombre ho- 
nesto y de trabajo. Desde que había 
trocado su pulcra vestimenta, que dá- 
bale el aspecto de un vulgar compa- 
drito de suburbio, por el tosco unifer- 
me de la empresa, su vida había cam- 
biado por completo y sentíase feliz. 
Apenas ya si recordaba sus malos há- 
bitos de calavera y parásito de otros 
tiempos. A él mismo, al recordarlo a 
veces, lo. asombraba el vuelco que ha- 
bía dado su vida. Ahora ningún otro 
sentimiento, ninguna otra preocupa- 
ción que no fuera su hogar y su tra- 
bajo embargaban su alma. Circustan- 
cias imprevistas lo habían encauzado 
en una nueva senda, que a él se le 
antojaba un caminito feliz que reco- 
rría alegremente. , 
A corta distancia de su casa perci- 
bió la silueta de un hombre que se 
paseaba nervioso en la semiobscuridad 
de la calzada. Esto llamó vivamente 
su atención. Cosa inusitada:en aque- 
llos barrios y a aquella hora. Todos 
sus moradores eran gente trabajadora 
que, por lo común, a esa altura dela 
noche . estaban entregadas al reposo 
para madrugar al día siguiente. 
Vió, de pronto, que la sombra avan- 
zaba hacia él. Instintivamente se cris- 
paron sus manos, Su diestra, hundién- 
dose más. en -el fondo del bolsillo de 
su pesado capote, empuñó el revólver, 
mientras con la otra dióse a balancear 
con más fuerza el farol. .. 
Sólo a pocos: pasos de -él, el hombre 
que venía a su encuentro: le llamó por 
3U nombre:  . uo - 
— ¡Marcelo! ¡Marcelo!  .. 
Este se detuvo y, después de mirarlo 
an momento, le interrogó: - 
— Y usted ¿quién es? 
-—- No me conoce, ¿verdad? — re- 
ques el desconocido. — Yo soy Lean: 
TO. 
Marcelo, al escuchar este nombre, 
sintió recorrer por su cuerpo un vivo 
estremecimiento. Un frío sudor le 
mundó la frente. Luego, repuesto de 
la fuerte impresión, un poco vacilan- 
te, le dijo: 
— Y vos ¿qué hacés por estos lu- 
gares? 
— Te extraña, ¿verdad? — contestó 
Leandro. e 
— En verdad que me extraña... 
Te sabía cumpliendo una condena... 
Cuento — 
por —. 
HORACIO 
NANI 
—IJER! 
"No te mue- 
zas! — gritó 
Marcelo, y 
2n Su dies- 
'ra brillaba 
el revólver. 
— Pero tam- 
ambién . debías 
aber que no era 
ara toda la vi- 
la... 
— Lo sabía. 
"ero permíteme 
Ue vuelva a pre- 
untarte: ¿qué 
1acés por estos 
1gares? -. —- 
— Vengo para 
rerte precisa- 
nente a.vos. 
nquirió Marcelo. 
— ¿Y qué quie- 
'es. de mí? 
— Vos bien sa- 
és que hay una 
uenta pendiente 
ntre nosotros... 
Marcelo guar- 
.6 UN breve. si- 
encio y se quedó 
nirándolo. fija- 
nente. Su mano 
e afirmó más en 
a empuñadura 
el revólver, que 
nantenía oculto, 
ero: listo para 
esenfundarlo al 
2enor movimien- 
o que intentara 
u contrincante. 
onocía a fondo 
. Leandro, y sa- 
fa-que vacilar ante él era declararse 
erdido. 
Sin proponérselo, mientras lo obser" 
“aba, notó que Leandro estaba enveje- 
ido, demacrado, y que sus-ojos brilla- 
:an extrañamente. Vestía con desaliño, 
7 a pesar del frío que hacía, no lleva- 
'a sobretodo. Algunos segundos des- 
vés volvió a preguntarle: . . 
— ¿Y cómo has conseguido saber mi 
aradero? . 
— No me costó mucho, por cierto. No 
altó un amigo que me lo diera. . 
— Está “Sueno. ¿Y qué pretendés al 
enir a mi encuentro? — 
— Bien sabés vos que no voy a tols- 
arte jamás que me hayás quitado a 
ni mujer. - , 
— Yo no te la he quitado — dijo 
Marcelo, — Fuiste vos mismo quien la 
:bandonó para correr detrás de otras 
nujeres..., que, por cierto, no merecen 
omparársele. Pero ¿es que te crees 
¡caso con derecho sobre ella, después 
'e todo lo que hiciste? 
lustración de 
E 
— No acostumbro a dar cuenta a na- 
lie de mis actos. — replicó Leandro. — 
yo único que quiero es que te hagás a 
in lado de mi .camino.. Yo vuelvo por 
lla... y esto te basta.” - eo 
— Estás equivocado, Leandro, si 
'rees: asustirme -con tu: desplante . de 
matón, = E o. 
— Bien sabés, Marcelo, que a las buc- 
1as o alas. malas acostumbro a. salir- 
ne con la mía. e 
— Tal vez en otros tiempos podían 
mpresionarme tus palabras; pero lo 
¡ue es ahora... . 
— ¡Ahora! — exclamó Leandro, in- 
entando abalanzarse sobre él, mien- 
ras se llevaba la mano a la cintura. —. 
— ¡Eh! ¡No te muevas! — gritó 
Marcelo, y en su diestra brillaba. el 
'evólver, Leandro, impotente. dejó 
aer los -brazos, mientras, dominado 
or la cólera, mordíase los labios. Se 
xrodujo. entre ellos un breve silencio. 
Se encontraron repetidas veces chis- 
,eantes las miradas. Luego, simulando 
ECTOR POZZO 
ina sonrisa de suficiencia y de sorna, 
1urmuró: 
— Está bueno... Había sido valier- 
e el hombrecito, ¿no? Está bueno. Ya 
“olveremos:a encontrarnos otra. vez. Y 
il decir esto, se dió vuelta dispuesto 
1 marcharse. Marcelo lo detuvo. por un 
razo, diciéndole en tono reconciliador: 
— No te vayás, Leandro; escucháme 
xrimero... Quiero conversar con. vos 
emo con un viejo amigo... 
— ¿Amigo? ¡Dejáme, dejáme! Ya 
olveremos a encontrarnos.'.. 
— No recojo tu amenaza, Leandro, 
orque debés tener en cuenta que estoy 
lispuesto a todo. Ahora sólo quiero que 
ne escuchés. 
— ¿Escucharte? ¿Es que te creés que 
ras a convencerme con palabras? 
_ — No es éste mi propósito, Leandro. 
quiero tan sóla que sepas. las razones 
¡ue me asisten para hacerte frente en 
ualquier momento. y cualquier circuns- 
:incia... - 
— ¿Razones? o 
— Sí; razones — insistió Marcelo. — 
(Continúz en la página 74
	        
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