MUNDO ARGENTINO
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ACIA más de dos años que
Marcelo había entrado a tra-
bajar de cambista en el ferro-
carril y lo habían. destinado
en aquella pequeña localidad, situada
a pocos kilómetros de Buenos Aires.
Desde allí, por la noche, la ciudad di-
visábase a distancia con sus parpa-
deantes luces, envueltas en un hálito
de ensueño, que llegaban hasta él tan
'ejanas como sus propios recuerdos,
Al abandonar la estación, el reloj
daba las cinco. La noche era obscura
y un viento frío soplaba en la calle.
Con una mano hundida en el bolsillo
del pesado capote y balanceando el fa-
rol con la otra, se encaminó calle
abajo. Su casa estaba situada a pocas
cuadras de allí, y al doblar la primera
esquina, hacíase visible, Al extender
la mirada hacia ella vió que la ven-
tana estaba iluminada. .
*Me está. esperando”, murmuró en
voz baja, mientras una sonrisa de ale-
yría y de satisfacción inundada su
rostro. “Me está esperando”, volvió a
repetirse.
Desde hacía casi tres años, Marcelo
se había convertido en un hombre ho-
nesto y de trabajo. Desde que había
trocado su pulcra vestimenta, que dá-
bale el aspecto de un vulgar compa-
drito de suburbio, por el tosco unifer-
me de la empresa, su vida había cam-
biado por completo y sentíase feliz.
Apenas ya si recordaba sus malos há-
bitos de calavera y parásito de otros
tiempos. A él mismo, al recordarlo a
veces, lo. asombraba el vuelco que ha-
bía dado su vida. Ahora ningún otro
sentimiento, ninguna otra preocupa-
ción que no fuera su hogar y su tra-
bajo embargaban su alma. Circustan-
cias imprevistas lo habían encauzado
en una nueva senda, que a él se le
antojaba un caminito feliz que reco-
rría alegremente. ,
A corta distancia de su casa perci-
bió la silueta de un hombre que se
paseaba nervioso en la semiobscuridad
de la calzada. Esto llamó vivamente
su atención. Cosa inusitada:en aque-
llos barrios y a aquella hora. Todos
sus moradores eran gente trabajadora
que, por lo común, a esa altura dela
noche . estaban entregadas al reposo
para madrugar al día siguiente.
Vió, de pronto, que la sombra avan-
zaba hacia él. Instintivamente se cris-
paron sus manos, Su diestra, hundién-
dose más. en -el fondo del bolsillo de
su pesado capote, empuñó el revólver,
mientras con la otra dióse a balancear
con más fuerza el farol. ..
Sólo a pocos: pasos de -él, el hombre
que venía a su encuentro: le llamó por
3U nombre: . uo -
— ¡Marcelo! ¡Marcelo! ..
Este se detuvo y, después de mirarlo
an momento, le interrogó: -
— Y usted ¿quién es?
-—- No me conoce, ¿verdad? — re-
ques el desconocido. — Yo soy Lean:
TO.
Marcelo, al escuchar este nombre,
sintió recorrer por su cuerpo un vivo
estremecimiento. Un frío sudor le
mundó la frente. Luego, repuesto de
la fuerte impresión, un poco vacilan-
te, le dijo:
— Y vos ¿qué hacés por estos lu-
gares?
— Te extraña, ¿verdad? — contestó
Leandro. e
— En verdad que me extraña...
Te sabía cumpliendo una condena...
Cuento —
por —.
HORACIO
NANI
—IJER!
"No te mue-
zas! — gritó
Marcelo, y
2n Su dies-
'ra brillaba
el revólver.
— Pero tam-
ambién . debías
aber que no era
ara toda la vi-
la...
— Lo sabía.
"ero permíteme
Ue vuelva a pre-
untarte: ¿qué
1acés por estos
1gares? -. —-
— Vengo para
rerte precisa-
nente a.vos.
nquirió Marcelo.
— ¿Y qué quie-
'es. de mí?
— Vos bien sa-
és que hay una
uenta pendiente
ntre nosotros...
Marcelo guar-
.6 UN breve. si-
encio y se quedó
nirándolo. fija-
nente. Su mano
e afirmó más en
a empuñadura
el revólver, que
nantenía oculto,
ero: listo para
esenfundarlo al
2enor movimien-
o que intentara
u contrincante.
onocía a fondo
. Leandro, y sa-
fa-que vacilar ante él era declararse
erdido.
Sin proponérselo, mientras lo obser"
“aba, notó que Leandro estaba enveje-
ido, demacrado, y que sus-ojos brilla-
:an extrañamente. Vestía con desaliño,
7 a pesar del frío que hacía, no lleva-
'a sobretodo. Algunos segundos des-
vés volvió a preguntarle: . .
— ¿Y cómo has conseguido saber mi
aradero? .
— No me costó mucho, por cierto. No
altó un amigo que me lo diera. .
— Está “Sueno. ¿Y qué pretendés al
enir a mi encuentro? —
— Bien sabés vos que no voy a tols-
arte jamás que me hayás quitado a
ni mujer. - ,
— Yo no te la he quitado — dijo
Marcelo, — Fuiste vos mismo quien la
:bandonó para correr detrás de otras
nujeres..., que, por cierto, no merecen
omparársele. Pero ¿es que te crees
¡caso con derecho sobre ella, después
'e todo lo que hiciste?
lustración de
E
— No acostumbro a dar cuenta a na-
lie de mis actos. — replicó Leandro. —
yo único que quiero es que te hagás a
in lado de mi .camino.. Yo vuelvo por
lla... y esto te basta.” - eo
— Estás equivocado, Leandro, si
'rees: asustirme -con tu: desplante . de
matón, = E o.
— Bien sabés, Marcelo, que a las buc-
1as o alas. malas acostumbro a. salir-
ne con la mía. e
— Tal vez en otros tiempos podían
mpresionarme tus palabras; pero lo
¡ue es ahora... .
— ¡Ahora! — exclamó Leandro, in-
entando abalanzarse sobre él, mien-
ras se llevaba la mano a la cintura. —.
— ¡Eh! ¡No te muevas! — gritó
Marcelo, y en su diestra brillaba. el
'evólver, Leandro, impotente. dejó
aer los -brazos, mientras, dominado
or la cólera, mordíase los labios. Se
xrodujo. entre ellos un breve silencio.
Se encontraron repetidas veces chis-
,eantes las miradas. Luego, simulando
ECTOR POZZO
ina sonrisa de suficiencia y de sorna,
1urmuró:
— Está bueno... Había sido valier-
e el hombrecito, ¿no? Está bueno. Ya
“olveremos:a encontrarnos otra. vez. Y
il decir esto, se dió vuelta dispuesto
1 marcharse. Marcelo lo detuvo. por un
razo, diciéndole en tono reconciliador:
— No te vayás, Leandro; escucháme
xrimero... Quiero conversar con. vos
emo con un viejo amigo...
— ¿Amigo? ¡Dejáme, dejáme! Ya
olveremos a encontrarnos.'..
— No recojo tu amenaza, Leandro,
orque debés tener en cuenta que estoy
lispuesto a todo. Ahora sólo quiero que
ne escuchés.
— ¿Escucharte? ¿Es que te creés que
ras a convencerme con palabras?
_ — No es éste mi propósito, Leandro.
quiero tan sóla que sepas. las razones
¡ue me asisten para hacerte frente en
ualquier momento. y cualquier circuns-
:incia... -
— ¿Razones? o
— Sí; razones — insistió Marcelo. —
(Continúz en la página 74