Full text: 28.1938,9.Mrz.=Nr. 1416 (1938141600)

MUNDO: ARCENTINO 
L pago se estaba transformando. Vientos de 
civilización llegaban hasta él. El último ba- 
luarte de la tradición campera, la pulpería, 
había caído ya, demolido por la piqueta del 
progreso, En su lugar se levantaba ahora un alma- 
rén de aspecto porteño, cuya presencia denunciaban 
Je noche sus bien iluminadas vidrieras y de: día sus 
rrandes letreros visibles a larga distancia. Sólo que- 
daba el palenque, donde los gauchos ataban sus pa- 
rejeros para “ahugar” penas en la pulpería, pegán- 
dole al truco o a la ginebra, Los últimos ranchos se 
desplazaban campo afuera, hasta donde no llega- 
ban ni el silbido de la locomotora ni la acción del 
comisario, porque ya tenía comisario ,el pueblo. Un 
comisario de campaña que sabía leer y escribir, que 
1saba cuello duro y montaba a caballo a la america- 
1a. La encina secular, a cuya sombra se. bailaron 
tantos pericones, se entrechocaron dagas o se re- 
unieron los competidores de las carreras cuadreras 
> de sortija, también había caído, porque le estaba 
haciendo demasiada sombra al progreso — según 
lecía el comisario, — y porque hablaba de un pasado 
que era necesario olvidar, 
Era el comisario un tal Gregorio Bermúdez. No 
ara malo ni bueno. Era recto. No aplicaba penas sin 
sumario previo, ni recurría a procedimientos. “expe- 
ditivos”: para hacer “cantar”. Interrogaba con aus- 
:eridad, pero lisa y llanamente, Se le podía señalar 
mn defecto: el de ser por demás aporteñado. Por 
eso no miraba con buenos ojos. a los vecinos -que se- 
guían aferrándose a la indumentaria gaucha. Los 
hostigabá con cierta habilidad para ponerlos en el 
trance de refinarse o de levantar vuelo. En esa 
forma consiguió eliminar del pago a la gente de chi- 
ripá. “Pasaron los tiempos de Juan Moreira — de- 
tía, — y hay que ponerse a tono con las- exigencias 
de la época.” Y los gauchos comenzaron a alejarse. 
[erminó por .quedar nada más que uno: .el gaucho 
Rudecindo. El comisario Bermúdez hacía esa excep- 
tión en homenaje al mozo, porque le debía más de 
un servicio y era, sobre todo, hombre honrado y tra- 
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, Cuento por ” 
IULIO A. NUCHE 
bajador. Lo tomó como domador, permitiéndole el 
180 de las prendas gauchas de vestir, por “ahora”, 
orque el comisario Bermúdez tenía el propósito de 
ivilizar a Rudecindo y “matar” al gaucho que. vi- 
vía en él.- A veces le decía, cariñosamente, que le 
ba a sacar el olor a campo. ; 
— Algo has cambiado en tus maneras — le decía; 
— pern mientras no te quites ese disfraz de gau- 
ho... . 
Poco a poco fué naciendo entre el mozo y el co- 
nisario una verdadera amistad. Al cabo de un tiem- 
0, llegaron a ser amigos confidenciales. Adonde iba 
:) funcionario policial iba el gaucho, convirtiéndose 
'ste en algo así como la sombra de aquél. Llegaron 
1 identificarse en los sentimientos, y en forma in- 
sensible Rudecindo asimilaba las costumbres de su 
vatrón, que sentíase halagado por la transforma- 
sión que se estaba operando en el mozo, y porque se 
alía con la suya de “matar” al gaucho, del que ya 
120 quedaba, aparentemente. más que la indumen- 
"aria. - 
Una mañana consiguió el comisario Bermúdez que 
Rudecindo se pusiera los, primeros pantalones de su 
rida, y entónces consideró que el gaucho había 
*'muerto” definitivamente. Aquello fué un aconteci- 
miento en el pago, el más importante después de la 
legada de la primera locomotora. La cosa causó re- 
vuelo y comentarios de todo calibre, no faltando 
quien dijera, con mordaz ironía, que al gaucho Ru- 
decindo la habían disfrazado de hombre. 
a 
. Hacía varios días que Rudecindo andaba triste y 
abizbaio. Había desaparecido en él aquella noble 
—_— 
ltivez que le era característica, Comía poco y, na- 
uralmente, enflaquecía día a día. Estaba así desde 
mue cambiara el chiripá por los pantalones, y sen- 
íase como avergonzado de sí mismo. Su tristeza de- 
Xía ser muy honda, porque se le veía con frecuen- 
ia sentado junto a una mesa en el almacén, solo y 
on la cabeza apoyada en las manos. como sumido 
n profundas meditaciones, . . : 
Un día se vió en el espejo de un ropero de su 
atrón, y estuvo a punto de llorar, ¡A eso le llama- 
'an civilización! Se dirigió a su pieza y contempló 
argo rato, con profunda pena, su: indumentaria 
'aucha, colgada en una percha. Acarició con la mi- 
ada el chiripá que siempre había vestido con or- 
ullo, las bombachas blancas, el poncho de vicuña 
abierto no por el noble polvo de los caminos, sino 
el polvo que olía a museo histórico, Contempló ape- 
adumbrado su vistoso cinturón, adornado con chi- 
olas de plata, el chambergo negro como el azaba- 
he, el pañuelo celeste del cuello, bordado por la 
nano de una moza que ahora se reía de él. Y se 
chó a llorar, más de rabia que de pena, porque 
ello era una vergonzoza claudicación. 
Los vecinos que apreciaban de veras al gaucho 
udecindo, lo compadecían, Los otros lo miraban 
on ojos burlones y le hacían frases irónicas y cho- 
antes, que el mozo no sabía él mismo por qué las 
guantaba. 
— Y áhura, mozo. .., ¿cómo hace pa caminar? ¿No 
aprietan los pantalones? 
El gaucho se mordía los labios para no contestar. 
zachaba la cabeza y continuaba su camino. 
— Hasta cobardón se ha vuelto, ¿no? — 
El comisario Bermúdez lo interrogó en varias 
vortunidades, inquiriéndole la causa de su tristeza, 
'] gaucho se limitaba a encogerse de hombros o res- 
ondía cualquier cosa. Más de una vez estuvo ten- 
ado de hablar para desahogarse, aunque más no 
uera; pero las palabras se le anudaban en la gar- 
mta. No se atrevía a decir la verdad, temiendo con- 
rariar a su patrón. ¡Cómo le iba a decir que no es- 
aba conforme! ¿Le faltaba algo, acaso? El comi- 
ario ¿no lo sentaba a la mesa con él y le ponía siem- 
lustró MONTERO LACASA 
Je puso el chambergo, bien levantada el ala so- 
re la frente, y empezó a ensillar el caballo, re- 
lomón todavía, fuera de la casa, para que lo vie- 
ran los vecinos burlones, por si alguno estaba 
entre los madrugadores. 
,re un peso en el bolsillo?.¿No lo había como. agre- 
"ado a la familia? . E .. 
Al fin, se-decidió a hablar. Estaba cansado ya de 
guantar burlas de ciertos vecinos. Por otra parte, 
| comisario, que vivía intrigado por la inexplicable 
risteza de Rudecindo, comenzaba a sentirse molesto 
or la actitud reservada del mozo. * :: 
Y el gaucho habló. Fué a la caída de una tarde. 
.cababa de domar un potro soberbio. Le había dado 
rabajo el animal, que tenía sangre” de pareicr0, y 
or eso le gustaba, Estaba animoso el gaucho, ese 
lía, cosa que alegró al comisario, 
— ¿Sabe, don Gregorio, que me gusta el pingo? 
— Tiene buena pinta, ¿no? - 
— Y es gran galopador, . 
—¿Te gusta? — 
— Tanto, que, vea..., se lo iba a pedir. ¡Tengo 
mas ganas bárbaras de galopar, de agarrar cam- 
10 afuera! . 
El comisario” Bermúdez comprendió. El gaucho 
.0 había muerto. Estaba dormido, y despertaba. 
ruardó silencio un. instante y observó a Rudecindo. 
.uego hizo un gesto de resignación y le dijo, en 
n tono que dejaba traslucir un desencanto: 
— Así que tenés ganas de galopar, de cubrirte 
tra vez con el polvo del camino... ¡Qué le vamos 
hacer! 
dizo una breve pausa y prosiguió: 
— Y bueno..., ahí está el caballo. Ya sabés que 
úunca te he negado nada, . 
— Ya sé, don Gregorio... Y créame que dejo aquí 
a mitá del alma. 
— Pero te vas con la mitad de mi corazón. 
E 
Al día siguiente, con las primeras luces del alba, 
1 gaucho Rudecindo le sacaba el polvo a su indu- 
sentaria tradicional y cantaba, mientras tanto, co- 
(Continúa en la nárcina 63)
	        
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