MUNDO ARGENTINO
— Al Tlegar al último peldaño, de pronto se
tbrió una puerta y ante ella- apareció una for-
na blanca y gigantesca... ¡Horror: el fantas- —
na! Los pelos, a pesar de la gomina, se me pu=
eron de vunta... Mis mniernas flaamuearon,.
— Cuente, cuente — dijo el ama de casa, mientra:
dirigía una elocuente mirada a su hija, como pars
prevenirla de que no mirara de ese modo a su eStú-
»ido novio, que le daba un aire embobado.
— Gracias, señora Lunay -— repuso gentilmente:e:
"uturo yerno. — Ahora voy a contarle el hecho, Face
an sólo algunos meses que en, el barrio había yna
'asa que estuvo largamente desocupada. Un díá se
:orrió la voz en el vecindario de que estaba efabru-
ada, Se decía que por la noche se oían a distancia
osas extrañas: ruidos metálicos de cadenas, golpear
le puertas y batientes, ruido de cristales hechos
rizas y voces que eran como largos lamentos de án:-
nas en pena... Y hasta alguién afirmaba haber
risto un fantasma auténtico, envuelto en blanco .su-
1ario, que erraba por los corredores y la azotea.de
a casa. U
— ¡Qué horror! — exclamó la señora Lunay, cu
riéndose el rostro con las manos. El marido, que
se estaba dormitando -de nuevo, creyendo que se tra-
aba de un reproche dirigido a él; se apresuró a adop-
ar postura y se bebió de un solo trago el resto del
Tío café que había en el pocillo. Míster Warren, co-
no quien se dispone a escuchar un soso relato exento
ie interés, encendió su pipa y empezó a dar grandes
»canadas, Rosita estaba tan absorta contemplando
Jl bigotito de su novio, que a menudo perdía el hilo
le la conversación. Ruperto Cámol continuó diciendo:
—- Yo, que siempre fuí un incrédulo al ciento por
+iento, al escuchar estas cosas de boca de los vecinos,
rataba de disuadirlos y hacerles entender que todo
quello no era. más que habladurías y burdas leyen.
las echadas a correr por gentes interesadas y mal
ntencionadas; que no era más que un sambenito que
e habían colgado a la ¿asa de marras, quién sabr
:0n qué inconfesados fines, y que todos ellos eran
1na caterva de tontos al dar crédito a estas pavadas.
Uguien que me éscuchaba no vaciló en desafiarme
1 que yo no era capaz de entrar de rioche 'en- aquella
:a8a y permanecer tan sólo una hora dentro de ella.
Ánte varios testigos acepté la apuesta. A' la noche
guiente, poco antes de las doce, yo debía penetrar
:n el edificio deshabitado y permanecer en él hasta
a una. Mi incredulidad servíame de coraza y dába-
me valor para afrontar cualquier peligro.
”A la noche siguiente, armado de un buen revólver
jue había comprado y probado el mismo día en las
afueras de la ciudad, sirviéndome de blanco los ais-
adores de los postes telegráficos y algunos que otros
inocentes pajaritos que tenían la peregrina idea de
posarse en los hilos del mismo, convencido de que
tanto mi revólver como mi puntería eran infalibles,
2n medio de una multitud de curiosos me introduje
21 la 'casa. —-
”Antes de continuar quiero 'abrir un breve parén-
tesis para darle una idea de la ubicación de la casa:
astaba situada en medio de un pequeño jardín y cons-
taba de planta baja y alta, que se comunicaban por
ana escalera interior due arrancaba del amplio hall
STABAN de sobremesa el matrimonio Lunay,
kE su hija Rosita, el novio de ésta, Ruperto, y el
musculoso señor Warren, antiguo profesor
de box y promotor de peleas, y ahora jefe de
1na repartición en los establecimientos frigoríficos
N. N., donde estaba empleado el señor Lunay, Warren
era el invitado de honor esa noche. La conversación
había tomado un giro inesperado, y aunque la misma
ama de casa la había iniciado, no la encontraba ya
srata al ver que se ahondaba y se insistía demasiado
2n ella. El antiguo profesor de box mostrábase escép-
ico y rebatía con una chuscada los apasionados ar-
rumentos que defendía Ruperto Cámol. Por lo mismo,
al llegar a cierto punto la conversación, éste no pudo
menos que exclamar:
— ¡Por favor, míster Warren, lo que sostengo es
10a cosa seria y no se presta para chacotas! El pro-
»ema de Ja supervivencia del alma y las apariciones
de ultratumba son cosas por demás formales.
— Usted disculpar — replicó Warren con ese aire
socarrón y ese enrevesado castellano que le era ca-
racterístico; — pero yo no poder tomar en serio estas
rosas. Tanto que, al respecto, me he prestado a al-
zunas bromas; bromas de mal gusto, si se quiere,
ero bromas al fin. Imagínese que hace sólo algunos
meses, a pedido de un amigo...
— Pero, dígame: ¿por qué insistir siempre en lo
mismo, si no consiguen ponerse de acuerdo? — le
nterrumpió intencionadamente la señora Lunay,
mientras por debajo de la mesa tironeaba del saco
de su marido, que se estaba quedando dormido como
ma marmota, sin importársele un ápice de la abru-
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Ea
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"adora conversación del engominado novio de su hiia
7 del jefe de su repartición.
— Usted disculpará, señora Lunay — repuso Ru-
erto; — pero el tema se nos ha impuesto. Por otra
arte, no fuí yo quien inició esta conversación,
— Efectivamente, confieso que fuí yo la culpable;
vero creía que no se insistiría demasiado en ella.
— No lo tome usted a mal, señora, si insisto; pero
engo el propósito de convencer a míster Warren de
ue todo esto no se trata de simples supersticiones y
reencias del vulgo, como él afirma. Yo también,
1asta hace pocos meses, lo creía así, Pero a partir
le aquel escarmiento no dudo más de nada... Si
isted no se opone, voy a narrar cómo llegué a la
onvicción de mis creencias respecto a la superviven-
ia del alma y la vida del más allá.
Llustrá 1 ARRAIZ
7 Cuento por
HORACIO
J, N A N 1
fodas las ventanas daban sobre el jardín, y las de
a planta baja estaban a la altura de dos metros
iproximadamente por la* parte exterior. Ahora conti-
1ú0. Al cerrarse tras de mí la puerta, enfoqué la
interna, y revólver en mano, dime a inspeccionar el
vall. Después de cerciorarme que nadie había ailí y
que reinaba la mayor calma en la casa, encendí el
abo de vela que llevaba, y, colocándolo a cierta
ltura de la escalera, me senté en el segundo pelda-
lo y me puse a fumar. En ese momento mi reloj mar-
aba las doce menos diez.
"No obstante el silencio y la calma que me rodeaban,
10 tardé en sentirme presa de extrañas inquietudes.
Y después de esto, puedo afirmar por experiencia que
10 hay hombre en el mundo, por más valiente que
ea, que en un momento dado no se sienta traspa-
ado por el frío aguijón del miedo. Es éste un sen-
imiento como el amor, la piedad v la muerte, del
vue nadie está exento.
(Continúa en la párina 74)