Full text: 28.1938,16.Mrz.=Nr. 1417 (1938141700)

16 de Marzo de 19838 
Metamorfosis 
(Continuación de la página 11): 
— Io ATT CETT—o 
AD————— r——[———] 
ese matrimonio con mi segundo hijo, 
| ingeniero de Moscú.” 
Su viaje a Moscú iba precisamente 
neaminado a concertar esa boda, a di- 
par los escrúpulos filiales. Entre ella 
y la que debía por segunda vez ser su 
nuera, habíanse cruzado cartas afectuo- 
sas, y, por fin, los cables o telegra- 
nas que, rumbo a, Rusia, para casarse, 
e dirigía desde Londres, desde París, 
jesde Viena, donde “se hacía el trous- 
:c04” para la boda... Al dejar de re- 
tibir noticias, esperó algún tiempo. Pa- 
saron semanas y meses. Aquel silencio 
“incomprensible” la obligó a regresar 
> San Francisco... Y lo restante era 
del dominio público. La policía pudo 
:omprobar fácilmente que la joven mis- 
ess Robertson había negociado en 
Vueva York los valores Y vendido las 
alhajas en Méjico, en La Habana, en 
=ondres y en París... Pero ¿dónde 
:staría la ladrona? Una legión de de- 
ectives la buscaba por el mundo en-. 
ero. De su retrato se habían hecho 
miles de copias... 
El doctor Platz sonrió con amargu- 
a y a la vez con un sentimiento de 
ranquilidad. Nadie encontraría a mis- 
ress Robertson..., porque “había de- 
ado de existir”, porque la persona 
“que había sido” mistress Robertson 
ólo él la conocía, sólo él, y por nada 
del mundo se le ocurriría denunciar- 
a. Aparte de que una denuncia “sin 
nruebas”, sin el retrato de la “segunda 
mistress Robertson”, carecería de efi- 
acia, de valor policial. Si alguno de 
os ayudantes o enfermeras que habían 
ntervenido en la operación “la recor- 
laban”, ¿cómo, en el caso improbable 
le que la encontraran en algún sitio, 
vodrían probar que ésta era la otra?... 
Mistress Robertson — o como se lla- 
mara entonces — podía vivir y dormir 
segura, Su “golpe” había resultado im- 
secable. 
soñaba todas las noches con mistress 
tobertson: con las dos imágenes de 
nistress Robertson. La que era “obra 
uya” y la “otra”. En uno de sus sue-. 
ios la vió doble, es decir, bicéfála. 
ma pesadilla, un sueño monstruoso 
ne le hizo temer por su razón. “Si no 
a encuentro — meditaba, — me vol- 
eré loco.” Pero lo más terrible era 
u abulia, su inercia, aquella imposi 
ilidad de moverse, como: si “algo”, 
na fuerza superior y misteriosa, le 
aviese. subyugado en París.. “Esto es 
:ro síntoma o pródromo de locura — 
ansó. —* No creo en los presentimien- 
s, pero cultivaré la ilusión de en- 
»ntrarla aquí, “por si acaso”. Des- 
ués de todo, es posible...” Y comen- 
5 a frecuentar los teatros, los res- 
aurantes y los dancings de lujo. Fué 
las carreras. Hizo vida mundana... 
“ehuyó sonrisas insinuantes, invitacio- 
es a aventuras fáciles. El proseguía 
y aventura dramática Y sin término... 
ra el hombre condenado a buscar a 
ma mujer por todo París, esa encru- 
ijada del mundo. ¡Ah, pero su 'obsti- 
ación de que estuviese en París...! 
Y estaba en París. Y no la encontró 
1 ella, sino ella a él. Del modo más 
imple y vulgar del mundo: en la ave- 
vida de la Opera. El contemplaba los 
tronces y bibelois de un escaparate, 
uando una mano leve se le posó en 
in hombro y uná voz femenina, muy 
uave, lo interpeló de esta suerte: 
— ¡Pero, doctor Platz!... 
Volvióse, trémulo y pálido. 
— ¿Usted? . 
Era un sueño, No. Ahí estaba la 
pera, en su sitio: Ahí estaba mistress 
tobertson, deliciosamente vestida, ra- 
liante de hermosura y de júbilo, re- 
itiéndose: - 
— ¿Usted? ¡Qué sorpresa! ¡Qué ale- 
sTía, - doctor! . Vamos :a. mi Casa... 
iquel es mi.coche... — 
Y señalaba aun automóvil magní- 
ico con chofer de suntuosa librea. 
Como él titubease, lo tomó por un 
razo: - - 
— Venga. ¡Tenemos mucho que ha- 
lar!... 
El automóvil se dirigió hacia los 
"ampos Elíseos. El cirujano tardaba 
1 reponerse. Noa acertaba a discurrir. 
,0 fascinaban los ojos Y el perfume 
le mistress Robertson. 
25 
— Supongo, de sobra, cuánto habrá 
pensado. Yo no hacía sino pensar en 
asted. Sólo su juicio me interesa. 
Estaban en el hall de una “villa” 
de Anteuil. Sobre una mesa, cigarri- 
Jos y whisky, Hablaban en alemán. 
El dector, al fin repuesto de su asom- 
nro, repuso: 
— ¿Mi juicio? ¡Pero si usted me ha 
echo perder el juicio!... ¿Cómo se 
lama usted ahora? ¿Quién es ahora, 
mistress Robertson?... 
— Soy una dama de la mejor socie- 
'ad de Hungría. Me llamo Ludmila 
idriany. En el. bolso que me robaron 
n Viena iba..., teóricamente..., mi 
xasaporte, ¡Ah, fué muy gracioso! Yo 
:scogi a mi ladrón. Me puse a contar 
inos billetes, a poca distancia de la 
nuerta del. Ritz... El hombre mordió 
>] anzuelo... El conserje fué testigo 
le! robo. Y, como la cosa más natural, 
“onseguí, previo el testimonio de la ge- 
'encia del hotel y la “amabilidad” de 
stras personas, el pasaporte que acre- 
lita mi personalidad, “Madame Adria- 
17” estuvo luego en Budapest... Mi 
adre era húngaro, mi madre irlande- 
'Continúa en la página 47) 
TY 
Bien fuera porque no la recordasen 
antre la muchedumbre de mujeres que 
»asaba. por la clínica, bien por res- 
peto al doctor Platz, o porque todos 
»bservaban la regla de aquel instituto 
donde el secreto profesional era ri- 
guroso, el caso es que nadie hizo la 
menor alusión al “escándalo” de San 
francisco. Pero el gran cirujano no 
nodía pensar en otra cosa. Absorto en 
sus evocaciones y conjeturas, contur- 
ado por su caso de conciencia, por el 
ansia de encontrar a mistress Robert- 
son, su pulso 'no era el de antes, su ce- 
rebro discurría premiosamente, Y su ca- 
rácter jovial se hizo taciturno. Para 
orevenirse contra la neurastenia que 
le acechaba, resolvió viajar, confiando 
al mejor de sus discípulos la dirección 
de la clínica. Y una moche tomó el 
ren rumbo a Francia. 
Hubiese dado su fortuna por volver 
1 ver a la “aventurera”, Pero sin pis- 
ta, sin indicios, hubiese sido necio y 
estéril recorrer Europa y América — 
iy por qué no Asia, Africa y Ocea- 
nía? — en pos de la fugitiva. No obs- 
tante, en los tres meses que pensaba 
:star ausente de Viena, iría a Lon- 
dres, a Nueva York, quizá a Egipto, 
y a la China... Recorrería las gran- 
des. metrópolis y las “villes de plai- 
sir”, Gastaríase lo que hiciera falta 
en pasajes de avión... Estaba seguro 
de “no encontrarla”, pero — decíase 
— “si no me muevo, me muero”, 
No se movía ni se moría. Llevaba 
n París tres semanas sin resolverse 
2 nada: paseando, vegetando, com- 
xrando libros que iñundaban, intensos, 
SU pieza del Gran Hotel. Y soñando... 
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