MUNDO ARGENTINO
7 O, querido, no me hables de fotngrafías!
— ¡Pero, viejo; si no se trata de ponerse
frente a un piquete de soldados!
— Ya sé; pero para mí es casi lo mismo.
—- Hombre, no veo la razón...
— Quizá te parezca ridícula. No obstante, me ha
bastado para determinarme a no posar jamás. ¿En-
Hendes? ¡Jamás!
— ¡Caramba, querido! No te pongas trágico.
— Si no deseas verme así, no insistas y olvidemos
1 asunto. -
— Enrique: discúlpame si resulto cargoso; pero
me parece tan extraordinario que... : :
— ... que le tenga miedo a las fotografías, ¿no!
— Así es. : :
— No eres el primero que se asombra por mi ac-
titud. Pero sí serás el primero y el único er conocer
las causas. El primero y el único, porque te sé lo
suficientemente discreto como para que no tenga que
arrepentirme de mi confianza.
— ¿Sabes lo que habia dentro? Pues...
'o que hallarás en el paquete adjunto.
¡Una fotografía de tu marido! Me lle-
gué hasta casa y la coloqué en el hall
bien a la vista, para no clvidarr:-
entregártela.
— ¡Seré mudo como una tumba!
Enrique Fernández se acomodó'en su asiento, acla-
:6 su garganta y comenzó su relato: .
— Desde tiempos remotísimos existe, en la rama
paterna de mi familia, una tradición que prohibe a
todos los varones hacerse retratar. Esta costumbre
se extendió luego a la fotografía, y nadie, en el cur-
so de muchísimos años, osó quebrantarla. Hasta que
me tocó el turno y no supe responder, pagando muy
pronto y bien caro mi crimen. Hace aproximadamen
te dos años, a dos días del primer aniversario de mi
casamiento, deseando adquirir un regalo para mi es-
posa, solicité permiso en la oficina para faltar a la
tarde. No había comunicado nada a Eulalia, por lo
que, luego de almorzar, salí apresuradamente de ca-
sa, simulando dirigirme al trabajo, cuando en reali-
dad me trasladé al centro. Tuve poca fortuna. No
hallé nada que pudiera agradar a mi querida mujer-
rita.
”Se acercaba la hora en que siempre regresaba a
rasa, por lo que emprendí el regreso con las manos
vacías. Había decidido dedicar un par de horas al
día siguiente para el mismo fin, cuando quiso el des-
tino que, a pocas cuadras de casa, tropezara mi vis-
ta con la vidriera de una casa de fotografías. Re-
pentinamente se me ocurrió la malhadada idea, Eu-
lalia no tenía, por la causa apuntada, ninguna fo-
tografía mía. Durante todo nuestro noviazgo había
resistido sus súplicas,
"Durante unos segundos, detenido frente al nego
cio, dudé aún; pero por fin me decidí y entré, aun-
que con una emoción que no sospechaba. Se iba a
violar una tradición rigurosamente observada du-
rante centenares de años...
”Enterado el fotógrafo de mis deseos, me colocó
frente a la cámara obscura, me clavó cuatro po-
tentes rayos de luz en la cara y, luego de moverme
la cabeza en todas direcciones, terminó por dejarme
como buenamente me había colocado yo mismo al
principio, mirando hacia un lado, para evitar que
me dañaran los ojos los terribles focos...
"Y mientras el fotógrafo finalizaba sus prepara:
cación de las columnas del alumbrado en el medio de
la calzada, cuando es notorio que ese es el lugar
elegido: por los conductores de colectivos para pa-
sarse unos a otros a no menos de setenta.
Luego de buen rato de ardua y dolorosa tarea, con-
seguí librarme de un asiento que me apretaba contra
el piso, y arrastrándome como lo había hecho en mis
felices primeros meses de vida, pude zafarme de tal
situación, En la calle, los curiosos sumaban ya dece-
nas, y aprovechando esta circunstancia, eludí el bul-
to, huyendo en dirección a casa, mientras me inspec-
cionaba el traje. Comprobé que, felizmente, aparte de
tres o cuatro sietes de cierta consideración, no ha-
bía sufrido en lo más mínimo.
VIOLADA cuento por
EDUARDO D. MITCHELL
”Cuando hube caminado un par de cuadras se-me
ocurrió pensar en la fotografía. ¡Figúrate mi-deses-
peración al recordar que .había "quedado en el mal-
¡recho colectivo! -
”Más muerto que vivo regresé inmediatamente has-
ta la fiera destrozada, y abriéndome paso entre los
curiosos comencé a inspeccionar lo más prolijamente
vosible sus entrañas. -
Había conseguido introducir ya medio cuerpo en
la tumba carrocería, cuando recibí un golpe bastante
poco, amable en donde finaliza la espina dorsal...
Indignado reaccioné inmediatamente y me levanté
dispuesto a castigar al agresor, Pero el choque de mi
nuca contra el techo me hizo recordar que aún no
había sacado la cabeza del interior del vehículo. Com-
pletamente aturdido pude, no obstante, recuperar la
posición normal, y me di vuelta para interpelar al
atacante, Pero el interpelado resulté yo, pór un rudo
agénte de policía, que se.interesó demasiado .viva-
mente por mi actitud. No poco trabajo me costó con-
vencerlo de que se trataba de simple curiosidad, y
cuando lo hube conseguido, abandoné el lugar, de-
cidido a perder la fotografía antes que la libertad.
Regresé, pues, a mi hogar, debiendo soportar allí un
enérgico interrogatorio de Eulalia, extrañada de mi
tardanza y del estado de mi vestimenta, Resolví la
delicada situación con regular éxito, y esa noche no
pude dormir, pensando dónde, había ido a parar la
fotografía y qué regalo le haría a mi esposa, ya
que, por, falta de tiempo, era imposible posar mnue-
ramente.:
"Pero el regalo lo hice. Y si no fué lo deseado, no
or eso quedó desconforme Eulalia, Y el tiempo hu-
iera borrado todo, si no fuera por una maldita com-
licación, justo castigo de mi culpa, Dos meses más
arde, al regresar cierto día a casa, descubrí que mi
sposa había abandonado el hogar sin dejar rastros.
"Enloquecido, recurrí a los vecinos, a los amigos,
la policía. Para colmo, la carta que me había deja-
lo al -huir aumentada mi desasosiego. Decía así:
Es inútil que me busques. Me voy donde no podrás
allarme nunca. Lo que he descubierto hoy es bastan-
e para mí: ¡Falso, canalla, Landrú!” .
"Figlrate si no era para volverse loco. ¿Qué po-
Iría haber hecho yo para provocar esa actitud de mi
nujer? Pasó una semana sin tener noticias, hasta
¡ue llegó una pequeña encomienda para ella. Dada mi
ituación, no creí indiscreto abrirla, hallando una
arta y un paquetito, La carta decía así:
“Querida Eulalia. Estuve internada en un sanato-
io, por lo que me fué imposible devolverte la visita
que me hiciste hace más o menos dos meses, en mo-
nentos que había salido. Hoy regreso y aprovecho
ira escribirte, anunciándote que ya me hallo muy
vien y que pienso ir un día de estos por allí. Te con-
aré algo verdaderamente original que me ocurrió
yoco antes de caer enferma, Al presenciar el choque
le un colectivo contra una columna corrí, al igual
que otros muchos, al lugar del accidente, viendo que
in hombre, que parecía poner gran cuidado en pasar
nadvertido, perdía un pequeño paquete que llevaba
'ebajo del brazo. Lo recogí, pensando entregarlo a la
volicía; pero, mujer al fin, no pude resistir la tenta-
ión y lo abrí. ¿Sabes lo que había dentro? Pues...
o que hallarás en el paquete adjunto. ¡Una foto-
rrafía de tu marido! Me llegué hasta casa y la colo-
¡ué en el hall, bien a la vista, para no olvidarme de
nviártela; pero la enfermedad que me aquejaba hizo
isis repentinamente, viéndome obligada a inter-
1arme en un sanatorio”.
”Amigo querido: ¿cómo hacía yo para avisarle a
ni Eulalia la verdad? Y ahora, he terminado mi his-
toria. ¿Insistes aún en fotocrafiarme?
ivos detrás de la -máquina, yo transpiraba copio-
amente, no sabiendo si atribuirld al-miedo o al' calor
royectado por los cuatro reflectores que me levan=
aban el pellejo de la cara... Por fin fuí liberado
el martirio y el fotógrafo me anunció que podría
asar al día siguiente para retirar las copias.
”Esa noche no pude dormir pensando en mi des-
:altad. Sólo me consolaba algo la idea de que Eu-
llia sabría apreciar en todo su valor mi sacrificio.
”A la mañana siguiente, se me había despejado
mucho el miedo de la víspera, y en la oficina, duran-
e todo el día, no hice otra cosa que mirar el reloj
sperando la hora de ir a buscar las fotografías.
ividentemente, el fotógrafo era un artista. Te juro
jue ante mi efigie reflejada en el papel no pude
naenos que sonreír con satisfacción. E inmediata-
nente me reconcilié con mis progenitores, a quienes
vnardaba cierto rencor por lo poco cuidadosos que
'abían estado al construirme. Al mismo tiempo,
aché de mala voluntad al espejo, que sólo reprodu-
ía los rasgos menos interesantes: de mi fisonomía.
| fotógrafo, hombre sabio, supo hacer resaltar con
n arte inimitable las características más nobles de
nis facciones,
"Satisfecho, solicité una lapicera, escribiendo al
ie de la fotografía: “Con todo mi amor, Enrique.”
7 luego, apretando nervioso debajo del brazo el ob-
eto de mis afanes, emprendí el camino de casa, y,
ara evitar toda sospecha, decidí tomar un colectivo
| fin de llegar a la hora acostumbrada, 7
"Había conseguido ubicarme lo mejor posible en
1 vehículo luego de abollarme concienzudamente el
'ombrero contra el techo y de incrustarle el codo
1 el ojo de Un pasajero, cuando..., ¡plaf!, el colec-
ivo se estrella contra una columna y henos a todos
tosotros, los únicos y legítimos héroes ignorados,
lesparramados por el suelo del coche, quejándonos a
más y mejor de nuestra suerte y de la escasa inte-
gencia de nuestros ediles, que dispusieron la colo-
llustró HECTOR PO77