MUNDO ARGENTINO
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Por EVELINE LE MAIRE
RESUMEN DE LO PUBLICADO
Ghislaine y Cristiin se aman y están a punto de unir sus destinos. Pero el joven necesita Ia
drarse una posición que asegure la felicidad de la pareja. Para esto se resuclve que él dejará su
¡erra de Francia a fin de lanzarse a la conquista de la Argentina. A punto de separarse, él le
lice: “Si quieres seguirme, te levaré” Pero ella no quiere ser un obstáculo en su carrera y se
resigna a esperarlo, Los enamorados se escriben con frecuencia.
Para tratar de distraerla, se le consigne a Ghislaine un empleo de enfermera en un hospital de
niños, donde ella realiza sus tareas automáticamente, sin casi poner atención en lo que hace,
El doctor Iferbois se ve obligado 2 amonestaria per su neglirencia, y ella parece reaccionar y pone
nás celo en su tarea,
En una fiesta el doctor Herbois manifiesta a Ghislaine su afecto, y esto turba el alma de la
loven y rehuye la presencia de aquél. Mas el doctor Herbois la llama por teléfono, Ella acude. Y
le siente bajo la influencia de aquel hombre que, indudablemente, la ama,
Llega el momento en que el doctor le declara su pasión a Ghislaine, y ella no puede resistir a
la seducción de av palabra y su mirada. Y le va a confiar a su madre el conflicto sentimental
"!n que sc encuentra. Pero en esas circunstancias ella recibe una carta de Cristián en que le
lice que cstá enfermo, y esto la detiene en sn Propósito, Por último, se confiesa a un
sacerdote, y éste le aconseja que se ausente un tiempo del doctor Herbois para compro-
var qué sentimiento es el que la empuja hacia él. Ghislaine, acompañada de su abuela,
78 2 pasar una corta temporada lejos del doctor Herbois, después de haberle dicho a éste
fue es la prueba a que quiere someterse, cuando a los pocos días llega una carta de
Cristién en que le comunica su Tegreso,.
medida que pasaban los días,
los huéspedes se hacían cada
vez más numerosos en el gran
” comedor del hotel.”
Hoy las mesas vecinas a la de Ghis-
laine y la abuela estaban ocupadas, a
.a izquierda, por un grupo juvenil, y
R la derecha por una pareja de perso-
nas serias, más atentas a la calidad de
la comida que a la belleza del paisaje
que se podía contemplar por los venta-
dales que daban al mar.
Pero Ghislaine no veía nada y la
Jelicadeza de un plato de pescado no
varecía proporcionarle más que un me-
diocre placer. La abuela trataba en
7ano de interesarla en- una de sus gra-
tlosas vecinas, o en la maniobra de
una barea con las velas desplegadas;
la joven permanecía indiferente, con la
mirada vaga y los labios sellados,
. La buena señora no se inquietaba
por ello. Adivinaba que el espíritu de
su nieta no estaba allí, sino en cierto
barco que terminaba su viaje y que
traía, para ella, algo muy preciado.
Por eso volvía al único tema de con-
versación que podía interesarle.
— ¡Qué hermoso tiempo para. Cris-
tián! Ya lo tenemos cerca de las cos-
tas de Francia. o
— ¿Cree usted, abuela, que llegará
0y a Burdeos?
— Creo que sí.
— Entonces..., entonces... podría
star aquí esta moche, ¿verdad?
— No lo esperemos hasta mañana.
Los ojos de Ghislaine brillaban con
ana llama salvaje, y mientras la abue-
la la creía devorada por el deseo de
volver a ver a su amor, ella pensaba:
"¡Viene! ¡Viene, por fin! Se lo diré
todo y le pediré perdón. El comprende-
rá, si me ama, y tendrá piedad de mí.”
Los tiernos recuerdos de su infan-
tia junto a Cristián, se unían al deseo
le llegar a la conclusión salvadora:
'Es tan bueno, tan suave... Compren-
derá que soy una víctima de la fata-
idad, que no quiero que él sufra...
¡Oh! ¡No! ¡Sobre todo, que no su-
tra”
De la mesa vecina llegaban risas jo-
riales. La abuela observaba con envi-
Jia la alegría que irradiaban los ros-
:r08 de esa gente joven, mientras que
a vista de su nieta, tan febril y aba-
tida, llenaba su corazón de una se-
:Yeta angustia,
De pronto, detrás de la silla ocupa-
da por Ghislaine, el “maitre d'hótel”
De pronto, detrás
te la silla ocupada
vo7T Ghislaine, el
maitre d'hótel” hizo
in signo misterioso,
1 Mostró con pre-
'Aución una tarjeta
le visita.
lizo un signo misterioso, y mos-
ró con precaución una tarjeta
le visita. La señora, nerviosa,
lió señales -de comprender el
uego y dejó caer su servi-
eta. El “maitre d'hótel” se precipi-
ó para recogerla y cuando la hubo
uesto nuevamente en manos de la
buela, ella sacó suavemente la tarje-
2 que se encontraba dentro.
Ghislaine miraba, sin ver, la barca
on las velas desplegadas, mientras
3 abuela, con sus impertinentes, si-
nulaba releer el menú, pero en rea-
idad leía la tarjeta que le había envia-
“0 Cristián y que decía: “Llegaré en
eguida; prepare a Ghislaine”,
Si hubiera estado menos absorbida
r sí misma, Ghislaine hubiera visto
emblar las manos de la abuela.
El almuerzo terminó. En lugar de
emorarse en el postre, como lo hacía
vor lo general, la señora se apresuró
1 volver a sus habitaciones.
— Querida — le dijo, — voy a des-
ansar un poco. Te voy a agradecer
ue antes de subir vayas a la mercería
- me traigas un ovillo de lana blanca,
ien fina, Quisiera tejer una batita
ara el nene de la camarera. ¡Y mo
£ apresures! Después de almorzar no
ay que apresurarse. De paso, tam-
ién, comprarás algunos bizcochos pa-
1 el té, a tu elección,
Ghislaine aceptó el encargo con Ja
asividad que ponía de manifiesto en
odas sus acciones. Salió sin sombrero,
uientras la abuela, corriendo más que
aminando, se dirigió a un saloncito
ue el “maitre d'hótel” le había. indi-
ado.
— ¡Cristián! ¡Mi hijo querido!
Abrazó al joven, que estaba tan emo-
1onado como ella, y le dijo que dispo-
ían de un momento para conversar.
"ara estar más tranquila, llevó al via-
Ilustración de
ero a su habitación, sin dejar de mi-
'arlo,
— Has adelgazado y estás más mo-
'eno — le dijo. — Pareces menos jo-
en, aunque más varonil, Se diría que
:as sufrido...
— Sí, he sufrido...
— Ya lo creo, Tú y ella habéis com-
rado caro el derecho de ser felices.
Pero tenéis tantos años por delante
ara gozar de la felicidad de estar
untos!... ¡Ah! ¡No sabrás jamás lo
me hemos sufrido nosotros también !
Y se puso a contar a Cristián las
istintas fases de la desesperación de
ihislaine, sus altos y bajos, su volun-
ad de ser valiente y sus recaídas.
— Ella hubiera muerto si tú no hu-
eses vuelto, ..
El rostro bronceado de Cristián to-
nó UN tono ceniciento. -
— ¡Por qué habré partido! — gimió.
— No pienses más en ello. Ahora es-
ás aquí. Todo será olvidado rápida-
nente y seréis muy felices en adelan-
e. Has adquirido en tu viaje una ex-
veriencia. que no es de despreciar, y co-
1ocimientos que facilitarán tu carrera.
Luego relató a Cristián los porme-
ores de su regreso. La víspera había
legado a Burdeos, donde se encontró
on una carta de la señora de Dorvi.
le, y con el primer tren llegó a Pre.
ailles,
— He tenido miedo de aparecer an-
iECTOR POZZO
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Y
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te ella demasiado bruscamente. Es tan
.mpresionable... Por eso he querido
7er a usted antes...
— Has hecho bien. Se sintió mal
cuando recibió tu carta anunciando tu
intención de regresar, ¡Te imaginarás
si yo estaba inquieta!
La señora, repuesta de su emoción,
olmó a Cristián de informaciones res-
xecto a la vida en Montfort durante su
wsencia. Luego, como Ghislaine podía
"egresar de un momento a otro, hizo
cultar a Cristián en el balcón y se
entó en un sofá a esperar, .
La joven llegó en seguida, con los
zaquetes en la mano, La abuela, des-
és de discutir con ella acerca de la
atita para el nene de la camarera, lle-
'ó la conversación sobre el tema de
iempre: Cristián.
— He hecho nuevos cálculos — dijo
— y creo que el barco de Cristián ya
liebe haber llegado a Burdeos. Enton-
€s, podemos esperarlo hoy, tal vez
le un momento a otro...
— Es verdad... Podemos esperarlo...
— ¡Te imaginarás que no se quedará
na Burdeos ni un minuto sabiendo que
1 estás aquí!
¿Cómo dijo eso la abuela? ¿Qué
.cento puso para decirlo? E.
Pocos minutos después, Ghislaine ha.
Da comprendido, y con los ojos tremen-
lamente abiertos vió la esbelta silueta
le su novio recortada sobre el fondo
utilante del mar y del cielo.
Cristián avanzó con los brazos ex-
endidos hacia Ghislaine, mientras ella
etrocedía como ante un espectro, Es-
aba tan pálida y con el rostro tan des-
neajado, que él no pudo contener un
rito de estupor. .
— Ghislaine, mi querida Ghislaine...
oy yo... ¿No me esperabas? ;
¡Su voz! ¡Casi ld misma que antes
le la partida! Sólo un poco más gra-
€ y temblorosa por la emoción... El
(Continúa en la página siguiente)