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ROSPERO Morales era un raro
bp ejemplar de filósofo vagabun-
do que había nacido en Méjico
y viajado por todo el mundo.
Poco sabía yo de su presente y nada
le su pasado, pero su trato me resulta-
va agradable. Era hombre todavía jo-
ven y dado a adoptar actitudes contem-
oativas; pero, no obstante, solía na-
rrar hechos interesantes, haciendo alar-
le de una gran facilidad de palabra.
Era preguntón. Tenía esa virtud y
2se defecto. Preguntaba cualquier cosa,
aunque luego él mismo se encargara
de dar respuesta a lo que preguntaba.
Una tarde, sin que el tema viniera al
caso, me dijo sorpresivamente:
— ¿Qué opina usted de las derrotas
morales? —. - o
No contesté. a su pregunta, porque
no sabía qué contestar, y él agrego:
- — Es un asunto interesante y digno
de ser estudiado. Si yo fuera escritor,
lo que desgraciadamente no “ocurre,
construiría una gran obra para des-
arrollar este tema. Por eso me lamento
de no poder “escribir tan fácilmente
zomo hablo, * “
“ Próspero hizo una pausa, cual si no
se. atreviera a expresar lo que deseaba,
y luego continuó, résolviéndose:
-— Usted podría escribir algo sobre
lo que voy a referirle, Y aun cuando
después de escucharme no desee hacer-
lo, no perderá su tiempo. Se trata de
un hecho del que yo mismo fuí rprota-
“Nadie reparó en-el c
dallo muerto; tampoco .
ni, que estaba vivo y ápr:
¡ado por aquél. Los escu”
Jrones continuaron -avan
zando en turiosa carrera
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PEKKO [e
Episodio de las guerrillas mejicanas
Por JORGE NEWTON
»s peligros y la falta de alimento nos
zualaban a todos. —, .
”"Ofrecíamos el espectáculo calami-
Jso de un lamentable conjunto de hom-
res y bestias, transitando sin espe-
anzas. Todos sufríamos mucho, pero
as bestias habrían de ser menos infe-
ices que nosotros: no pensaban, Me-
08 mal. para ellas, cuyo estado inspi-
aba lástima: unas rengas, otras man-
as, todas con grandes mataduras en el
mo.
”Pertenecíamos al arma dé caballe-
ía, pero siempre teníamos que andar
y pie. Los animales se caían de can-
ancio y sus esqueletos asomaban a flor
le cuero. Parecían arpas con las ruer-
uencia: toma determinaciones sin me-
litarlas, se equivoca y luego no sabe
xplicárselas. Yo ingresé en la revolu-
6n sin pensarlo; por eso me equivo-
ué en forma tan lamentable.
— ¿Qué hacía usted antes de con-
ertirse en guerrillero? — volví a pre-
runtar, agregando, para no desorien:
arlo: — Le pregunto esto porque, en
MUNDO ARGENTING
contento. El ser humano, sin embargo,
suele llevar en el espíritu y la sangre
2 ese especulador. de distancias que
aman el aventurero, Yo debí llevarlo;
de otro modo es imposible encontrar
2xplicación a ló que hice. Un día: me
*onvencieron de .que Ja juventud debía
ampuñar las armas para construir un
Méjico nuevo, lanzándome a la pelea sin
vensarlo: Y: así anduve; hasta que el
:orrer del tiempo fué enfrentándome
2 la realidad: los: presuntos construc-
“ores del Méjico nuevo no hacíamos
tra cosa que desbaratar el existente.
Próspero hablaba con tristeza. El
10mbre habla siempre así cuando el
arrepentimiento lo enfrenta con sus
:rrores, ,
Cada palabra mía - parecía desper-
ar una nueva agravante a sus culpas,
y me inspiró compasión. No quise ha-
serle. nuevas preguntas. Resolví dejar-
lo en libertad para que confesara lo
que creyera conveniente y ocultara lo
restante, . a a .
El siguió relatando: . * :.. .
— Nos creíamos personas -idealistas
y honorables, pero sólo integrábamos
una banda de acuchilladores, sin respeto
3 la ley ni apego ala moral. Además,
éramos absolutistas y hablábamos - de
derechos comunes. Cada guerrillero: se
consideraba un hombre importante; yo,
como cualquiera de ellos. ¿Se da usted
cuenta? ¿Qué era yo para creerme un
hombre importante? Era poco .más que
nada: el soldado N: N., del pelotón A,
sección B, escuadrón C,.del regimiento
Hidalgo, perteneciente al tercer cuerpo
de. ejército, que en realidad no pasaba
de: ser una horda: -. * > ..
Naturalmente, en aquel tiempo -me
negabá a aceptar una realidad tan
amarga. ¿Acaso se resigna alguna vez
el- hombre a-vivir.sin-personalidad.y..a
saber fracasados-sus intentos? El hom
r
zonista cuando formaba parte de las
ruerrillas mejicanas.
Prometí escribir sobre el episodio, si
me interesaba, y Próspero inició el re-
lato con estas palabras:
— Era aquél un tiempo muy malo.
No hacíamos más que matarnos entre
nosotros mismos. La revolución estaba
en su apogeo. Yo, que me había enro-
lado voluntariamente en uno de los
bandos, pertenecía a una tropa mili-
tar que andaba en campaña. Todos éra-
mos y viviamos como tropa en aquella
irregular caravana: los generales, je-
"es, oficiales y soldados. Posiblemente
ambién los animales, pues la fatiga,
*irtas ocasiones, las determinaciones
las flojas. Otras veces, aunque la ca- que adoptamos para el futuro resultan
allada estuviera en mejores condicio. de la forma en que vivimos el presente.
1es, también teníamos que marchar a Próspero .meditó. Lo hacía siempre
ie. La energía animal se reservaba .ntes de resolverse, como si de ese mo-
ara los combates, lo tratara de evitar consecuencias so-
"La madrugada a que voy a referir- »rtadas antes a raíz de procederes
ne, cuando nos detuvimos después de rreflexivos o violentos. Después dijo:
alvar una alta cadena de montañas, — Antes vivía en. un pueblo de la
stábamos rendidos, Habíamos camina- ierra, rodeado de seres que me eran
lo toda la noche sin tomar un minuto nuy queridos: mi madre, una anciana
'e descanso.” nferma y buena; mi esposa, una joven
— ¿Y por qué había. entrado usted inda y hacendosa; mi hijita, una cria-
n la revolución? — interrumpí. ura que recién caminaba; agitando los
Próspero se sorprendió El hombre racitos cual si fueran alas. Parecía
e sorprende de las cosas más natura- in ángel. Los niños siempre lo pare-
25 y ante las preguntas más lógicas. en. Yo les hacía mucha falta a las
— Ni yo mismo lo sé — dijo tras una res. Calcule: era el único hombre de la
ausa. — Eso le ocurre a uno con fre- asa. No quiero negárselo; vivía muy
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re jamás renuncia a ello. Por eso lu-
ha: primero para nacer; luego para
rivir; finalmente, tratando de evitar
jue lo anule la muerte.
"Pero muchísimas veces el hombre
acha guiado por. una fuerza subcons-
dente, sin que él mismo pueda decirse
or qué y para qué lo hace. A mí me
vasaba eso. Había pasado -de la paz a
2 guerra casi sin saberlo, y para per-
-erlo todo, porque en la paz tenía un
1ogar del que era jefe, mientras que la
suerra me había convertido en un ente
:in personalidad: el soldado raso. -
Ahora hablemos del día a que quie-
'0 referirme, Estábamos al borde de
1n nuevo combate. Nosotros sumába-
nos cinco mil hombres, fatigados al
gual que las bestias. El enemigo tenía
nenor cantidad de hombres, pero me-
?res caballos. Serviría. de escenario a
1 lucha un valle bordeado de altas sie-
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