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6 de Abril de 1938
Voto libre y gobierno
fuerte
El ideal del gobierno fuerte no pue-
de alcanzarse sin el voto libre, Esa es
la clave del porvenir. Los radicales lu-
chan por la conquista del comicio, y en
esa aspiración no olvidan que el único
adversario que se lo disputa es el con-
servadorismo, Hacerlo caer es, pues, en
medio de todo, un ideal democrático al
me bien pueden hacerse algunos sacri-
ficios.
Destruida la concordancia, en pri-
mer término, y anulados los conserva-
dores después, los radicales évclució-
nistas “vindicarán. para sí el mérito
de la obra radicalizante consumada,
que sólo habrá tenido una diferencia
de procedimiento con los fines que se
han venido persiguiendo desde hace seis
años: la de que en vez de imponerse
desde el llano, se habrán impuesto des-
7e arriba al acortar distancias con el
gobierno.
Y otro radicalismo, también fuerte
y mejor disciplinado que-el- actual; que-
dará en la oposición, con su intransi-
yencia y sus principios, como en 1925,
cuando el doctor Alvear fundó desde
¿l poder el antipersonalismo.
Con eso no se perderá nada, porque
una democracia es mejor cuantos más
partidos la controlen y cuanto más le-
j08 se está de los unicatos.
El tónico -
(Continuación de la página 9)
Mientras que se lo entregaba a Ali-
na, dijo:
— Acuérdese, señorita Muniz: us-
ted me entregará este plato cuando
haya finalizado la curación. Tiene que
ser este plato y ningún otro.
— Bien, .bien — accedió la mujer.
— Este plato y ningún otro. — Y luc-
go, rápidamente, agregó: — Pero tie-
ne que curarme bién, No me va a ha-
cer. daño. Debe venir a visitarme to-
dos los días, . .
— De acuerdo — dijo Eduardo; —
queda el trato hecho. -
— Pero las- medicinas y :las vendas
van por su cuenta.
— Sí, sí — accedió Eduardo.
— Y me tiene que dar un tónico pa-
ra reponerme,
La operación se efectuó con mucho
éxito. Alina se quejaba atrozmente
cada vez que iba a cambiarle los ven-
dajes. Era verdaderamente .una dura
prueba atenderla, y. lo único que lo
mantenía firme en su propósito era el
recuerdo del hermoso plato de Ming
que pensaba obsequiar a su viejo ami-
go y consejero. 'Al fin, después de tres
días de tratamiento, el grano había
desaparecido, y las exigencias de Ali-
ia estaban por fin satisfechas.
— Bueno; .ahora a nuestro acuerdo
— dijo Eduardo. Y con una mirada
rencorosa en sus ojos continuó: — Es-
ta es la botella de tónico que le pro-
metí, Tómela, y déme mi plato.
- Alina aceptó el frasco, y luego, con
una humildad inesperada, fué hacia
12 ventana y entregó el plato al mé-
lico. .
. — ¿Quiere un panel para envolver-
o? murmurá.
l
Asombrado por tanta gentileza,
Iduardo asintió. Quizá no era tan
nala esta mujer como decían. Des-
més de despedirse, se encaminó triun-
fante hacia su casa,
Lameson estaba en el living, pen-
sativo, fumando su pipa de confiden-
das.
Asumiendo un aire indiferente,
Zduardo dijo: 7 :
— Te traje un regalo.
— ¡Ah! — exclamó Lameson. Pa-
ecía sorprendido,
Eduardo se puso a contar la historia
te su negocio con Alina Muniz. Cuan-
lo llegó al punto culminante, Lame-
on no cabía en sí de satisfacción, .
— ¡Esto es espléndido! Pensar que
ne conseguiste el plato. que yo codi-
aba hace tantos años. -
Con simulada . modestia Eduardo
1esenvolvió el paqueté que contenía el
Dato. Lameson lo miró con ojos que se
e salían de las órbitas. Y repentina-
nente estalló en carcajadas. La risa lo
sacudió hasta que sus ojos se llenaron
le lágrimas y corrían por sus mejillas.
—¡Ja, ja! ¡Esto es impagable! --
mitió por fin, — ¡Quién lo hubiera
ticho! Tú, que corrías tras ella duran-
e todo este tiempo..., cuidándola co-
no si fuera una reina...
— Y bien — interrumpió Eduardo,
nolesto. — Ahora tienes el plato de
Ming, ¿no es así? ,
— ¡Ming! — Lameson casi se es-
ranguló convulsionado por la risa. —
Mi pobre amigo: esto no, tiene nada
le Ming; no es más que un. plato ordi-
1ario. Por unos pocos . centavos se
nueden comprar a docenas en cual-
quier almacén. Estoy seguro que es
:llí donde Alina lo compró.
— Ahora lo comprendo todo. Desde
in principio ella reemplazó el plato, y
:n este momento ha de estar contando
1 sus compinches cómo me he dejado
ngañar por un plato que mi siquiera
s de media porcelana. Y ahora no
*ay nada que hacer, ,
Hubo un momento de silencio. Y
ntonces Eduardo empezó también a
eírse. Al escuchar la carcajada des-
icostumbrada de. su amigo, el buen
mumor de Lameson desapareció, dan-
lo lugar a una expresión de asombro,
— ¿Qué? — exclamó. — ¿Qué quie-
e decir esto? ¿Qué es lo que te hace
"racia?
— ¡Oh, nada! — respondió el otro.
— A decir -verdad,: presentí todo el
iempo que. Álina me estaba tomando
or un sonso, .
— ¡Qué me dice! — murmuró La.
neson perplejo ante la manera en
ue su joven colaborador tomaba su
'errota. E. ,
Durante la cena, Lameson" obser-
aba. con. curiosidad a Eduardo, 'tra-
ando de descubrir si guardaba o no
ilgún secreto: Y, efectivamente, al
ro día los hechos tomaron un giro
nisterioso. A las mueve de la maña.
1a la vieja sirvienta de Alina llegó a
o del doctor Salcedo: para rogarle
'uera con toda premura a verla a su
vatrona. .
Lameson la miró por encima de su
liario.
— ¿Otra consulta para Alina? -
preguntó. — ¿Acaso los vendajes se
han soltado? de |
— No, no — suspiró Jenny; — no
es su cabeza esta vez: es algo mucho
más grave, mucho peor que 50,
— Entonces ¿qué será? — interrog:
Lameson, .
— Sólo puede saberlo el Todopode-
roso. Pero si no me equivoco, es el
última llamado. Debe venir usted en
seguida, doctor Salcedo. Yo vuelvo al
su lado. : Pobrecita. nobhracital LL Y
1
7
Alina, tratando de incorporarse -—
Si yo pudiera levantarme!...
Pero Eduardo, desternillándose de
risa, ya se encontraba en la calle con
el verdadero plato de Ming debajo del
braza
Jiciendo esto, la sirvienta volvió so-
Xxre sus pasos.
Lameson interrogó a Salcedo con
a mirada, pero el joven médico no
se dió ror aludido. Silbando alegre-
mente terminó de arreglar el conteni-
lo € su botiquín. Tomó su sombrero
saludó a Cameron y salió de la casa.
Mientras subía los escalones de la
asa de la enferma, asumió un aire
ormal, Entró por la cocina con so-
emnidad, y luego se dirigió hacia la
:norme cama.cuadrada donde se ha-
'aba Alina. -
—¿Qué le ocurre ahora? — pregun-
ó Eduardo, solícito. .
— ¡Me estoy muriendo! — gimió ella;
etorciéndose en la cama, —. Mi es-
mago parece de fuego. No puedo
mar nada. -
— ¿Qué estuvo comiendo? — in
mirió- el médico.
— Nada, nada — protestó Alina, —
“omé mi desayuno habitual, y una
losis del tónico que usted me dió. Y
staba arreglando mi pieza cuando el
:stómago me empezó a arder. ¡Oh,
loctor, doctor! ¿Qué podrá ser?
—Quizá sea su merecido castigo por
1aberme cambiado el plato — dijo
Iduardo. solemnemente.
Un escalofrío pasó por la espalda
le la enferma. : ..
— ¡Oh, doctor! — rogó. — No hable
de eso ahora. Déme algo rápido para
*hlmar este dolor espantoso. ,
El médico, con su sonrisa conteni-
la, se inclinó sobre la paciente y la
>xaminó. largamente.
Cuando hubo terminado, la mujer
zimió: .
— ¿Me puede curar, doctor? ¡Po-
bre de mí, pobre de mí! :
A esto Eduardo contestó:
.— Sí, la puedo curar, pero esta vez
10 me va a engañar. Quiero el genvui-
20 plato de Ming. De otro modo, me
iré y la dejaré abandonada a su
suerte,
Alina empezó a lloriquear. ,
—.¡Oh, doctor, usted no puede ser
tan cruel!
— Está bien, entoces; ya que no
acepta mis condiciones... — dijo. E
hizo ademán de marcharse.
¿Al verlo resuelto, Alina uxclamó:
—- Acepto, acepto; le daré el plato,
nero no se vaya. .
Siguiendo las instrucciones de su
Jatrona, la sirvienta se dirigió hacia
in armario, sacó el plato y se lo en-
Tregó.a Salcedo.- .:
Luego éste abrió su botiquín. Sacó
1n-paquete -de polvos blancos: y mez-
:16 una. bebida efervescente para la.
nferma, .. Me ! , .
Ellala tomó apresuradamente, y lue-
so se recostó en la cama, declarando
lespués de un corto-rato: ,
— Tenía razón:.ya no me-arde tanto.
. — Le aseguro que a la tarde esta-
rá perfectamente. Hay una. cosa que
isted- debe recordar, - _
— ¿Y qué es eso, doctor? .. ,
Eduardo se dirigió hacia In mesita
le luz, tomó la botella que le había
lado el día anterior, y mirándola fi-
¡amente, le dijo: . .
— No debe tomar más esta medici-
1a. A decir verdad, esto no es un tó-
dico. Yo presentí desde un principio
jue me iba a engañar, aunque no sa-
día decir cómo. De manera nre para
srecaverme le. di... ¡un fuerte vomi-
ivo! Y ya sabía que me iba a llamar
de nuevo.
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