18 de Abril de 1938
A
ANTIAGO Avendaño era un ni-
ño cuando el malón de 1842 lo
hizo cautivo y se lo llevó a los
toldos de la tribu del famoso
:acique Painéguor, en las riberas del
Salado,
En las postrimerías de la época de
Rosas, las tribus pampas, olvidadas
mrante las campañas de la tiranía,
1abían recuperado su dominio, y rei-
1aban soberanas en los campos de don-
le el Héroe del Desierto los desalojara
unos años antes. -
El niño Avendaño, que era muy in-
:eligente y, a pesar de la época y de
su edad, conocía muy bien sus letras,
astaba destinado a vivir largos años
en los toldos.
Allá, en la “tierra adentro” de los
ndios, en la soledad inmensa del de-
sierto y los pinares, conoció, entre mu-
chos otros, al coronel Baigorria, un
antiguo unitario que habíase ido a vi-
vir entre los infieles, adoptando sus
costumbres y casándose con la hija de
an cacique famoso.
El niño cautivo, desde su llegada a
as tolderías, no sufrió los terribles
yadecimientos que experimentaron tan-
tos otros desdichados. Tratado afable-
mente por el tremendo Painéguor, fué
entregado a un indio de carácter man-
so y apacible en tiempo de paz, pero
riclento y cruel en el malón y la gue-
"ra contra el cristiano.
Con ese indígena, cuyo nombre era
Nahuelmaiú, Santiago Avendaño, que
vor su inteligencia y su saber llegó a
Jdesempeñar las tareas de secretario y
'enguaraz del eran cacique, redactan-
LA FUGA DEL CAUTIVO
AVENDAÑO — pupo MECTOR
Un romance de la Pampa. — El malón de 1842.
— El pequeño cautivo. — El cacique blanco. —
La huida. — El terror del desierto. — ¡Ade-
lante: — La llegada a San Luis.
do sus notas a los jefes militares cris-
lanos, e interpretando sus largos dis-
cursos en los “parlamentos” (en los
cuales los caciques, por más que domi-
naran el idioma castellano, sólo habla-
Jan en su lengua pampa), vió pasar
.0s años.
Todos, desde el poderoso Painé has-
4 la última india, le trataban con
afecto y hasta con dulzura. Se familia-
rizó con las bárbaras costumbres del
pampa, su alimentación salvaje, sus
ajercicios extenuantes, sus sacrificios
humanos, pero soñaba siempre con la
huída.
En el toldo del infiel, en el fondo
misterioso y remoto del desierto, el ni-
ño, enfermo de nostalgia, añoraba los
suyos, la vida en la estancia nativa,
21] amor de la madre que quizás lo llo-
:aba por muerto...
Fué el 1 de noviembre de 1849 cuan-
lo el cautivo de diez y seis años re-
solvió la fuga. El mismo escribió-el
relato de la hazaña veinte años des-
pués, y lo publicó en la “Revista de
Buenos Aires”, de donde extractamos
los pasajes más dramáticos de aque-
la mortal aventura que tuvo por pro-
-aronista a un niño,
asen los caballos, porque extrañarían
, Sus compañeros, arreados por la in-
'asión,
"Los indios me dijeron que “fuera
omás. Salí del toldo pensativo y con
astante zozobra por lo que iba a ha-
er, que a mi edad y circunstancias
inguno hubiera tenido el coraje de
:cometerlo.
”Toda la tarde permanecí escondi-
6 en un chañaral, con los caballos des-
sperados por la sed, hasta que resolví
rrearlos a unas lagunas saladas que
abía como a media legua, para entre-
»nerlos y esperar la puesta del sol.
"Estando los caballos con el agua
asta el pecho en la laguna, y no pu-
iendo disparar, por lo tanto, enlacé
un obscuro que era el orgullo de Na-
uelmaiú, y a un picazo que no le iba
n zaga por la velocidad y la resis-
necia.
”El sol se iba entrando, y una gran
menta asomaba por el sur. Mon-
indo el obscuro y llevando al picazo
e tiro, tomé rumbo al noroeste, dere-
ho a unas lomas altas donde muchas
eces había ido a bolear avestruces con
s indios.
”Cuando llegué a las lomas, la obs-
uridad era completa y la furiosa tor-
1enta había cubierto el firmamento,
róxima a descargar un torrente de
sua y piedra sobre la pampa.
lustr£$ MONT
EL RELATO DEL CAUTIVO
*Aquel día, después de almorzar, es-
:ondí en las caronas medio lomo de
:>harque y les dije a los indios que iba
1l campo a cuidar de que no se disna-
"Nunca hasta este momento tuve
anta lástima de mí mismo, en medio
le aquel desierto poblado sólo de fie-
"as, perdido el rumbo, extraviado entre
as tinieblas y la tormenta que se des-
adenó toda la noche sobre mí y mis
pobres caballos, que temblaban y ge-
mían de terror bajo los truenos y los
"ayos. —
”Al amanecer, la tormenta cesó. Mo-
ado hasta los huesos; cansado, yo
emblaba al pensar que el indio de
mien dependía hubiera regresado a su
oldo, y al no hallarme, como siempre,
ne buscara y me castigara.como lo ha-
en los indios con los cautivos que hu-
"en.
”Pensaba también en la falta que co-
Jetía huyendo de aquel indio que para
ní siempre fuera tan bueno, llevándo-
e dos de sus mejores caballos, y sen-
ía que mi corazón de diez y seis años
e llenaba de angustia y desespera-
ión,
”Amaneció el segundo día de mi fu-
-a. Seguí rumbo hacia el noroeste,
empre hacia el noroeste, como me in-
licara el coronel Baigorria en mnues-
ras antiguas conversaciones en los
oldos del Salado. Subía el sol. Todos
os pájaros cantan en los montes, y a
:s0 del mediodía, bajo un sol de fuego,
omencé a escuchar silbidos agudos,
enetrantes, que despertaban los ecos
'el desierto. .
"Los silbidos, ya lejos, ya cerca, se
yeron toda la tarde, hasta que cesa-
on por completo. ¿Eran los indios
mue, descubierta mi fuga, me buscaban?
”Nunea lo supe, Continué la marcha,
¡ue debía durar cientos de leguas. Al
ercer día llegué a la laguna de los Lo-
'0s, famosa por sus tigres. Llegué ca-
i ciego por el resplandor de las sali-
tas, que parecían praderas de harina
rillante que hacían sangrar los ojos.
"Ya no me quedaba charque. Me ali-
aentaba con yuyos, unos yuyos amar-
os que después supe que se llamaban
erros, Pero mi suplicio constante, y el
le mis pobres caballos, era la sed, la
'rrible, la espantosa sed del desierto...
R O L AC ASA
ál cuarto día llegué al Desaguadero,
el río azul de los indios, famoso por
'os tigres que abundan en sus ribe-
ras. Yo y mis caballos bebimos agua
clara y dulce por primera vez en lar.
dos días.
Una tarde, en las salinas grandes,
ne pareció divisar a cierta distancia
in caballo y un jinete, inmóviles. Me
1cerqué, y vi que era un novillo muerte
obre el que picoteaba un carancho...
"Medio enloquecido por la sed, be-
ía el agua turbia y espesa de las la-
¿unas saladas, y vomitaba angustio-
¡amente. El calor era cada vez más
errible, a medida que avanzaba hacia
1 norte.
”Al cuarto día llegué al Desaguade-
0, el río azul de los indios, famoso por
os tigres que abundan en sus riberas.
70 y Mis caballos bebimos agua clara
dulce por primera vez en largos días.
"Al ponerse el sol, el monte se pobló
le bramidos. Mis caballos bajaban las
rejas y tironeaban de los lazos, tem-
Jorosos de terror, Los aseguré fuer-
e, mientras oía un bramido que
e iba acercando, Sin perder tiempo,
on unas ramas construí un corrali-
-o de una vara y media de alto, y lo
'eforcé con las caronas y mi poncho.
fodo encogido, sentí acercarse al ti-
rre, que Tresoplaba a dos varas de mi
Jespués lo sentí alejarse, y me quedé
xrofundamente dormido.
”A la mañana siguiente resolví se-
uir mi largo viaje a través del de
ierto. Iba cubriendo leguas y leguas,
l trote y al galope, cambiando de ca»
allo cada dos leguas para no cansar
mis compañeros.
Siguiendo la corriente del Desagua-
ero, llegué a otra laguna de la que
ne diera señar Baigorria, que conocía
1 desierto mejor que los indios. Apeán-
*ome, até el obscuro a un arbusto de
rrandes ramas caídas y dejé maneado
il picazo a pocos pasos. En seguida,
muerto de un cansancio de cuarenta
eguas, preparé una cama en el suelo,
¡1 pie del arbusto; me tendí colocando
(Continúa en la nácina 191