Full text: 28.1938,13.Apr.=Nr. 1421 (1938142100)

5 (709 deb 
”* Pe. 
WC 
L volver Serafina de la feria" 
- halló al esposo sacando ropa 
del baúl. No atribuyó. impor- 
. * tancia a la cosa, pues era la 
centésima vez que sorprendía a Pedro 
en esa-tarea. Lo observó con lástima. 
¡Pobre hombre! Ahora le daba por ahí. 
Se dirigió a la cocina, dejó en ella la' 
cesta repleta de legumbres, volvió a la 
pieza y le dijo al cónyuge: — ' ! 
— ¿Otra vez te ha dado el mal ése?... 
¡Estás hecho un tonto con tu manía de 
los celos! , o o 
Pedro no contestó y siguió sacando 
ropa del baúl. La amontonaba sobre 
la mesa, en dos partes. De un lado, las 
de Serafina; del otro, las suyas. Aquí 
corpiños, enaguas, calzones, polleras, 
cintas, ligas; allí, camisas de plancha, 
corbatas, cuellos, calzoncillos, panta- 
lones, Debía estar muy ofuscado, por- 
que a veces incurría en risueñas con- 
fusiones al hacer la separación de bie- 
nes. Entonces ella le advertía el error. 
— ¡Lo que te falta ahora es que te 
pongas mis medias y te hagas el Juan 
Tenorio! No me dejes a mí estos: pan- 
talones, porque ni soy mujer futurista 
ni quiero lo que no és de mi propiedad. 
Ponlos de tu parte, que no tienes otros 
y te harán falta para salir.. - 
Ella tomaba la cosa en broma. Cha- 
coteaba y se ofrecía al esposo para 
ayudarle a revolver el baúl. El conti- 
nuaba en su mutismo, mordiéndose los 
labios cada vez que Serafina lo pica- 
neaba con frases chocantes. 
— Mira, querido, te voy a ayudar, 
porque a lo mejor pierdes el tren... 
Y trató de unir la acción a la pala- 
bra. Eso fué destaparle la boca a Pe- 
dro, que contestó así, lanzando a Sera- 
fina una mirada desdeñosa: 
— ¡Quita de ahí esas manos indig- 
nas, que manchan cuanto tocan!... 
¡Quita de ahí! - 
. — Pues en un tiempo las besabas 
como si estuvieran benditas. 
— Corrían tiempos mejores para el 
amor y... para el honor... - 
— Todo tiempo es bueno para los 
que están en su juicio. 
No contestó, y comenzó a buscar 
algo, ávidamente, en el fondo del baúl, 
Hizo un gesto de contrariedad y ha- 
bló de nuevo: . 
— ¿Dónde está la carta aquélla?... 
— ¿Qué carta? : 
— No te hagas ahora la desenten- 
dida. 
— ¡Hombre, si no te explicas!... 
— La que te envió aquel tipo... 
— Esa no te la daré... Es muy mía, 
¿sabes? — 
Pedro se mordió los labios para con- 
tener una frase cargada de tormenta, 
y volvió a. guardar silencio, Ella optó 
también por callar. Era lo mejor. Ha- 
blaría cuando llegara el momento, y 
tenía el propósito, esta vez, de epilo- 
gar la incidencia con más seriedad que 
en otras ocasiones, Dejó al hombre a 
solas con sus dudas y su tarea, y fué a 
la cocina a preparar la comida, pues 
pensaba comer como todos los días y 
a la misma hora. . 
. Intrigado por la desaparición de la 
carta aquélla, Pedro comenzó a: bus- 
carla por cuanto sitio se le ocurría, 
aprovechando la momentánea ausencia 
de Serafina. Su mirada penetró en to- 
dos log recovecas de la habitación. Es- 
Cuento por 
JULIO A. NUCHE 
'udriñó los cajones del “toilette”, de la 
nesa de luz, los cofres, las cajas de pol 
70, los floreros, los cuadros... Pero 
2 carta reveladora no aparecía en par- 
e alguna. Lo devoraba el ansia de 
rolverla a leer, de convencerse de la 
nfidelidad de Serafina. 
De pronto, una idea luminosa re- 
ampagueó en su cerebro. — Ya la ten 
ro — dijo. — Recordó en esé momen- 
o que ella solía guardar sus cosas 
ntimas en el pianito de la nena, des- 
le que ésta se hallaba internada en 
ma escuela religiosa. Levantó nervio- 
amente la tapa del juguete y apareció 
nte sus ojos la misiva amorosa. Co- 
nenzó despacio su lectura, para toma 
laramente el sentido de cada frase 
le cada palabra. “¡Qué largos me pa- 
ecen los días lejos de ti!” “¡Cuánto 
leseo tenerte a mi lado, junto a mi co- 
azón!” “¡Tengo unas ansias locas de 
-omerte a hesos!? 
— El trabajo 
le la casa hay 
ue terminarlo 
27 el día. ¿Que 
»stás rendido? 
Mejor; así cae- 
rás en la cama 
mo un plo- 
mo. 
— [Ah, la infiel! ¿Conque entrevis. 
“as y comilonas de besos, eh? ¡Y el ton 
o de Pedro, en la luna! Sigamos le 
yendo, para ver hasta dónde llega tan- 
za miel. 
Y continuó la lectura de la carta. 
“¡No sabes cuánto te agradezco el 
linero que me dejaste la última. vez!...” 
— ¡El dinero que. me dejaste la úl- 
ima vez!... ¡Todavía eso! ¿De dón: 
le sale el dinero ése? Pues... del bol- 
sillo de Pedro, ¿Quién se come los be- 
sos de Serafina? El otro, el dichoso. 
Quién los paga? ¡El tonto de Pedro! 
Continuó aún algunos instantes co- 
no hablando consigo mismo. Después 
sin seguir la lectura de la misiva —- 
juedaban por leer dos carillas más — 
>strujó la carta entre sus manos, En 
se momento apareció Serafina. —. 
— ¿En qué quedamos?... ¿Te vas o 
10 te vas?. - —- 
— ¿Que si me voy, eh? ¡Y cómo se 
urla la ingrata! S 
— Bueno..., ¡basta ya de mneceda- 
les! ¡Qué ingratitud ni qué infidel:- 
lad, ni qué... tonterías! De esas cosas 
serias se habla con pruebas, y si no, se 
"alla... 
— ¡Y qué tengo yo en las manos sino 
ruebas de tu infidelidad, mujer ve- 
eidosa! 
— Vengan al canto. . 
— ¿Quieres escuchar la sentencia? 
Pues de rodillas a mis pies, como una 
WMagdalena! ¡De rodillas, he dicho! 
— ¡Exijo esas pruebas! —.. 
— ¡Ahí van! 
Y arrojó a Serafina, casi al rostro, 
a carta reveladora. 
Ella la recogió del suelo y, al reco. 
10cer la letra, la desarrugó cuidadosa: 
mente, la besó con hondo fervor, ante 
los ojos atónitos de Pedro. Luego le 
dijo a éste, clavándole una mirada que 
envolvía tanta indignación, como. lás- 
tima: 
Nustración de 
TULIO ARRAIZ 
MUNDO ARGENTINO 
-— Por lo visto, no se ha fijado us- 
ted en la firma que lleva la carta... 
— No me interesa, Lo* mismo me da 
que la firme Pérez a Perico de los Pa.- 
lotes, . 
—- Pues debe de interesarle... ¡En 
"érese usted, bobo! - 
— Acaso tengas razón. Puedo un día 
»TUZarme. en el camino con el villane, 
v entonces lo haré trizas. - 
Tomó la carta que le alcanzaba Se- 
"afina, en un ademán despectivo, y le- 
yó al final de la misma: “La que te 
adora con toda el alma: Cholita.” ¡La 
tarta era de la nena! 
—¡Ay, imbécil de Pedro! — se di- 
jo. — Pero ¿es una cabeza o una calá- 
»2za lo que tienes colocado sobre los 
10ombros? - - . 
“Dejó caer la carta y comenzó a bal- 
ducear palabras de excusa. Hizo ale- 
nán de volver a guardar la ropa en 
21 baúl, pero ella lo contuvo. 
— La mía.no la- toques. ¡Ahora soy 
vo la que se marcha! - “e 
 — ¡Serafina, imagen de la pureza! 
. Virgen inmaculada!.:. ¿Santa Sera. 
fina! - 
— Nada de salmos. Hasta aquí. lle- 
gó mi paciericia. ¿Crees que volveré, 
como otras veces, a planchar mi ropa 
interior y a colocarla de nuevo en or- 
den? ¡Se acabó ya!- . 
"— ¡No te vayas, Serafina! Deja la 
-opa por Mi cuenta. Yo la plancharé y 
'a pondré en su sitio tal cual estaba. 
— ¡Pues, alza ya!t... A planchar, 
que yo me iré al cine, 
— ¡Sí, mujer, sí! Anda también el 
eatro Colón si quieres. Te lavaré los 
Jlatos, te sacaré la ropa de la pileta, 
te zurciré las medias por largas que 
sean, te fregaré el piso... 
— Con esa condición me quedaré. 
Serafina comió, dejó los platos sin 
'avar, se vistió, puso unos pesos en. la 
cartera y se marchó al cinematógrafo, 
dejando al pobre de Pedro tarea para 
largo rato. 
(Continúa en la página siguiente)
	        
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