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”* Pe.
WC
L volver Serafina de la feria"
- halló al esposo sacando ropa
del baúl. No atribuyó. impor-
. * tancia a la cosa, pues era la
centésima vez que sorprendía a Pedro
en esa-tarea. Lo observó con lástima.
¡Pobre hombre! Ahora le daba por ahí.
Se dirigió a la cocina, dejó en ella la'
cesta repleta de legumbres, volvió a la
pieza y le dijo al cónyuge: — ' !
— ¿Otra vez te ha dado el mal ése?...
¡Estás hecho un tonto con tu manía de
los celos! , o o
Pedro no contestó y siguió sacando
ropa del baúl. La amontonaba sobre
la mesa, en dos partes. De un lado, las
de Serafina; del otro, las suyas. Aquí
corpiños, enaguas, calzones, polleras,
cintas, ligas; allí, camisas de plancha,
corbatas, cuellos, calzoncillos, panta-
lones, Debía estar muy ofuscado, por-
que a veces incurría en risueñas con-
fusiones al hacer la separación de bie-
nes. Entonces ella le advertía el error.
— ¡Lo que te falta ahora es que te
pongas mis medias y te hagas el Juan
Tenorio! No me dejes a mí estos: pan-
talones, porque ni soy mujer futurista
ni quiero lo que no és de mi propiedad.
Ponlos de tu parte, que no tienes otros
y te harán falta para salir.. -
Ella tomaba la cosa en broma. Cha-
coteaba y se ofrecía al esposo para
ayudarle a revolver el baúl. El conti-
nuaba en su mutismo, mordiéndose los
labios cada vez que Serafina lo pica-
neaba con frases chocantes.
— Mira, querido, te voy a ayudar,
porque a lo mejor pierdes el tren...
Y trató de unir la acción a la pala-
bra. Eso fué destaparle la boca a Pe-
dro, que contestó así, lanzando a Sera-
fina una mirada desdeñosa:
— ¡Quita de ahí esas manos indig-
nas, que manchan cuanto tocan!...
¡Quita de ahí! -
. — Pues en un tiempo las besabas
como si estuvieran benditas.
— Corrían tiempos mejores para el
amor y... para el honor... -
— Todo tiempo es bueno para los
que están en su juicio.
No contestó, y comenzó a buscar
algo, ávidamente, en el fondo del baúl,
Hizo un gesto de contrariedad y ha-
bló de nuevo: .
— ¿Dónde está la carta aquélla?...
— ¿Qué carta? :
— No te hagas ahora la desenten-
dida.
— ¡Hombre, si no te explicas!...
— La que te envió aquel tipo...
— Esa no te la daré... Es muy mía,
¿sabes? —
Pedro se mordió los labios para con-
tener una frase cargada de tormenta,
y volvió a. guardar silencio, Ella optó
también por callar. Era lo mejor. Ha-
blaría cuando llegara el momento, y
tenía el propósito, esta vez, de epilo-
gar la incidencia con más seriedad que
en otras ocasiones, Dejó al hombre a
solas con sus dudas y su tarea, y fué a
la cocina a preparar la comida, pues
pensaba comer como todos los días y
a la misma hora. .
. Intrigado por la desaparición de la
carta aquélla, Pedro comenzó a: bus-
carla por cuanto sitio se le ocurría,
aprovechando la momentánea ausencia
de Serafina. Su mirada penetró en to-
dos log recovecas de la habitación. Es-
Cuento por
JULIO A. NUCHE
'udriñó los cajones del “toilette”, de la
nesa de luz, los cofres, las cajas de pol
70, los floreros, los cuadros... Pero
2 carta reveladora no aparecía en par-
e alguna. Lo devoraba el ansia de
rolverla a leer, de convencerse de la
nfidelidad de Serafina.
De pronto, una idea luminosa re-
ampagueó en su cerebro. — Ya la ten
ro — dijo. — Recordó en esé momen-
o que ella solía guardar sus cosas
ntimas en el pianito de la nena, des-
le que ésta se hallaba internada en
ma escuela religiosa. Levantó nervio-
amente la tapa del juguete y apareció
nte sus ojos la misiva amorosa. Co-
nenzó despacio su lectura, para toma
laramente el sentido de cada frase
le cada palabra. “¡Qué largos me pa-
ecen los días lejos de ti!” “¡Cuánto
leseo tenerte a mi lado, junto a mi co-
azón!” “¡Tengo unas ansias locas de
-omerte a hesos!?
— El trabajo
le la casa hay
ue terminarlo
27 el día. ¿Que
»stás rendido?
Mejor; así cae-
rás en la cama
mo un plo-
mo.
— [Ah, la infiel! ¿Conque entrevis.
“as y comilonas de besos, eh? ¡Y el ton
o de Pedro, en la luna! Sigamos le
yendo, para ver hasta dónde llega tan-
za miel.
Y continuó la lectura de la carta.
“¡No sabes cuánto te agradezco el
linero que me dejaste la última. vez!...”
— ¡El dinero que. me dejaste la úl-
ima vez!... ¡Todavía eso! ¿De dón:
le sale el dinero ése? Pues... del bol-
sillo de Pedro, ¿Quién se come los be-
sos de Serafina? El otro, el dichoso.
Quién los paga? ¡El tonto de Pedro!
Continuó aún algunos instantes co-
no hablando consigo mismo. Después
sin seguir la lectura de la misiva —-
juedaban por leer dos carillas más —
>strujó la carta entre sus manos, En
se momento apareció Serafina. —.
— ¿En qué quedamos?... ¿Te vas o
10 te vas?. - —-
— ¿Que si me voy, eh? ¡Y cómo se
urla la ingrata! S
— Bueno..., ¡basta ya de mneceda-
les! ¡Qué ingratitud ni qué infidel:-
lad, ni qué... tonterías! De esas cosas
serias se habla con pruebas, y si no, se
"alla...
— ¡Y qué tengo yo en las manos sino
ruebas de tu infidelidad, mujer ve-
eidosa!
— Vengan al canto. .
— ¿Quieres escuchar la sentencia?
Pues de rodillas a mis pies, como una
WMagdalena! ¡De rodillas, he dicho!
— ¡Exijo esas pruebas! —..
— ¡Ahí van!
Y arrojó a Serafina, casi al rostro,
a carta reveladora.
Ella la recogió del suelo y, al reco.
10cer la letra, la desarrugó cuidadosa:
mente, la besó con hondo fervor, ante
los ojos atónitos de Pedro. Luego le
dijo a éste, clavándole una mirada que
envolvía tanta indignación, como. lás-
tima:
Nustración de
TULIO ARRAIZ
MUNDO ARGENTINO
-— Por lo visto, no se ha fijado us-
ted en la firma que lleva la carta...
— No me interesa, Lo* mismo me da
que la firme Pérez a Perico de los Pa.-
lotes, .
—- Pues debe de interesarle... ¡En
"érese usted, bobo! -
— Acaso tengas razón. Puedo un día
»TUZarme. en el camino con el villane,
v entonces lo haré trizas. -
Tomó la carta que le alcanzaba Se-
"afina, en un ademán despectivo, y le-
yó al final de la misma: “La que te
adora con toda el alma: Cholita.” ¡La
tarta era de la nena!
—¡Ay, imbécil de Pedro! — se di-
jo. — Pero ¿es una cabeza o una calá-
»2za lo que tienes colocado sobre los
10ombros? - - .
“Dejó caer la carta y comenzó a bal-
ducear palabras de excusa. Hizo ale-
nán de volver a guardar la ropa en
21 baúl, pero ella lo contuvo.
— La mía.no la- toques. ¡Ahora soy
vo la que se marcha! - “e
— ¡Serafina, imagen de la pureza!
. Virgen inmaculada!.:. ¿Santa Sera.
fina! -
— Nada de salmos. Hasta aquí. lle-
gó mi paciericia. ¿Crees que volveré,
como otras veces, a planchar mi ropa
interior y a colocarla de nuevo en or-
den? ¡Se acabó ya!- .
"— ¡No te vayas, Serafina! Deja la
-opa por Mi cuenta. Yo la plancharé y
'a pondré en su sitio tal cual estaba.
— ¡Pues, alza ya!t... A planchar,
que yo me iré al cine,
— ¡Sí, mujer, sí! Anda también el
eatro Colón si quieres. Te lavaré los
Jlatos, te sacaré la ropa de la pileta,
te zurciré las medias por largas que
sean, te fregaré el piso...
— Con esa condición me quedaré.
Serafina comió, dejó los platos sin
'avar, se vistió, puso unos pesos en. la
cartera y se marchó al cinematógrafo,
dejando al pobre de Pedro tarea para
largo rato.
(Continúa en la página siguiente)