Full text: 28.1938,13.Apr.=Nr. 1421 (1938142100)

13 de Abril de 1988 
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ON mirada ansiosa, antes que 
el médico transpusiera el um- 
bral de la puerta, Elisa le in- 
terrogó por vigésima vez: 
— ¿Usted cree, doctor, que mejorará 
pronto? - " , 
—— Tranquilícese, señora — replicó el 
hombre, tratando de consolarla:- — Su- 
fre una depresión nerviosa muy: gran- 
de; pero hé notado una reacción muy 
favorable, y espero que dentro de pocos 
lías habrá pasado todo” el peligro... 
Se despidieron, y después” de- cerrar. 
a puerta, .Elisa atravesó. el elegante 
living y penetró, silenciosamente, en 
:] dormitorio dande se hallaba su ma- 
rido. Se acercó hasta. la cama, y sen- 
ándose junto a la cabecera, después 
de. un minuto de expectación, apoyó 
suavemente su mano en la frente del 
nfermo. Tenía fiebre. A la luz mor- 
:ecina del velador observó, con ojos 
amorosos, las pálidas facciones del 
hombre, distendidas y serenas por la 
'arga postración, Luego, sus manos ca- 
tiñosas: se perdieron entre sus cabe- 
los con vibraciones de inefable ternu- 
:a, mientras un hondo' suspiro 'se le 
:scapaba del pecho. El enfermo tuvo 
mn estremecimiento y despertó sobre- 
saltado, - .. 
—¿Quién...? — preguntó con voz 
sorda. Y las palabras de Elisa lo tran- 
quilizaron. 
— Yo, Ricardo; no te agites... 
Las manos de Elisa seguían acari- 
:iándole la frente, El hombre, con va- 
vuedad, observaba el rostro de la es- 
»0sa y sus ojos parecían indagar en 
'os de ella, como si existiese entre am- 
jos un secreto que no se podía revelar. 
Elisa; sintiendo el peso de su mirada, 
:e preguntó: 
— ¿Qué piensas?... . 
El guardó silencio. Luego, haciendo 
1n movimiento con la cabeza, para re- 
irarla de las manos de su mujer, la 
nterrogó:- .. oa 
— ¿Has visto el diario? 
— Sí, acaba de llegar. Tenías razón 
al aconsejar la venta. Siguen bajando... 
Había entre ellos un entendimiento 
ácito, Ricardo hizo una mueca de do- 
lor, y como distraído, siguió hablando. 
— No queda otro remedio. Es la rui- 
1a, la runa inevitable, ¿Le has: dicho 
1 Marcos que siga vendiendo?,..” —- 
— Sí, se lo he dicho. Seguirá ven- 
liendo hasta que no quede una más. 
- Lanzó un suspiro, y como si hablase 
ara ella misma, murmuró: . 
— Algo conseguirá salvarse... 
— No, nada se salvará — exclamaba 
:1, con obsesióri. — Es el fin:-lo adi- 
riné desde el principio... - 
Callaron durante un largo rato, Flo- 
aba entre los dos un silercio pesado, 
:argado de resentimientos que no osa- 
»an descubrirse, Elisa sentía la opre- 
ión del ambiente, y su: corazón, mien- 
:ras sus ojos rutilaban de amor por el 
:nfermo, se iba llenando de lágrimas 
orontas a brotar como un torrente. 
Ricardo, entrecanto; con los ojos ce- 
"rados, - hablaba: 
— Comprendo, comprendo lo que pa- 
sa. No sabes cuánto siento esta moles- 
da que te ocasiono con mi enfermedad. 
fu libertad trabada, .tus esperanzas 
iebilitándose cada día más. Tal vez no 
wmbiera sido así si tú no fueras tan 
1ermosa, si yo no te quisiera tanto; 
vero mi voluntad no podía ser suficien- 
e para conseguir la felicidad de los 
los, Te mortifican mis palabras, lo sé, 
xero es un consuelo hablarte de esta 
manera, Te traerá tranquilidad a ti 
7 servirá de conformidad para mí mis- 
nro. Nunca nos hemos llevado bien: 
Avanzó hacia ella 
0n una expresión 
jue Elisa pocas veces 
e había visto. Esta- 
a como confundido; 
ero al mismo, tiem- 
70,-a través de sus 
upilas se adivinada 
¿Na llama extraña, 
ina declaración in- 
recesaria de pronun- 
iarse verbalmente 
vorque ella había es- 
ado esperando largos 
ños que se produje- 
€, Y su sensibilidad 
icababa de captarla. 
Cuento por 
MA. 
RIVERO. 
'empre he temido que algo se interpu- 
'era entre: nosotros y te he vigilado 
he ordenado todos tus pasos... . 
— Tan fácil te sería confiar en mí... 
dijo Elisa con la voz quebrada. 
— Sí, ya lo sé; pero no he podido 
mea. Y ahora menos, Quince días de 
fermedad,. quince días de ruina, con 
. espectáculo. de. la. catástrofe .inevi- 
ble, me han convencido. ¿Para qué 
-rvo yo? ¿Qué podrán esperar de mí? 
/a mi siquiera tendré el derecho de 
xigirte nada, ni siquiera que perma- 
ezcas a mi lado... Todos los días sa- 
28, te vas, es cada vez más evidente 
! cansancio que sientes, el hastío. ¿Y 
dónde vas, qué “haces, con quién te 
es? -No quiero saberlo; prefiero mi 
aquietud, mis celos, a una declaración 
n que jamás podría creer. ¡No, cálla- 
2, por favor, cállate! — exclamó, vien- 
2 que ella intentaba decir algo, — 
*rdóname, pero. no me digas nada... 
Se dió vuelta en la cama, hundiendo 
1 cabeza afiebrada en la-almoha- 
a. Elisa, con el alma llena de desola- 
ión, aguardó un instante todavía, y 
1ego, como él siguiera callado, se le- 
antó y lentamente pasó a otra habi- 
ación, Allí, su corazón no pudo repri- 
lirse, y a solas, con la frente apoyada 
1 una mesa, lloró amarga y convui- 
ivamente, como si quisiera ahuyentar 
2 sus lágrimas la infinita desolación 
"e le traspasaba el alma, 
En los tres años que llevaba de ma- 
imonio con Ricardo, nunca había sido 
psolutamente feliz a causa de los exa- 
erados celos del marido, En realidad, 
1 no la mortificaba; pero esos largos 
ilencios en que solían permanecer, las 
ctitudes expectantes de Ricardo, sin 
ue jamás le manifestase sus dudas, la 
erían a ella ante la romrrobación da 
ue su marido no era feliz, Sin embar- 
o, ella le amaba tanto como era ama- 
a por él; pero su corazón, su sensi- 
ilidad, necesitaban para llegar a' una 
atisfacción completa, de una confian- 
a Bin límites, esa misma confianza 
ue ella tenía para el hombre y que él 
o sabía corresponder. En los. últimos 
'empos, las sospechas de Ricardo ha- 
íanse acrecentado, debido, quizá, como 
| mismo acababa de reconocer, al 
iecho de que ella era muy hermosa 
omo para que él pudiese estar tran- 
uilo, Y finalmente, un acontecimien- 
> puramente comercial, ajeno en ab- 
Juto: a sus preocupaciones sentimen- 
illes, había concluído por desmorona 
talmente el ánimo de Ricardo, aba- 
:endo hasta la confianza que en sí 
1ismo tenía. En verdad, había sido 
na verdadera catástrofe financiera. 
[eses atrás, en un viaje que ellos 
icieron al interior del país, tuvieron 
casión de conocer, en la entraña mis- 
18 de la tierra, unas minas de cobre 
obre la cual la compañía Azulmar 
endía -todavía acciones. Ricardo, en 
ontacto con algunos poseedores de 
llas, y en el terreno mismo de la pro- 
ucción, tuvo la visión de un negocio 
stupendo, y en condiciones por demás 
entajosas adquirió tal número de ac- 
iones, que su fortuna, incluyendo to- 
los los valores que poseía y de los 
uales se desprendió para invertirlos 
n el nuevo negocio, se transformó en 
na pila de papeles que le garantiza- 
an, al poco tiempo, una renta por 
'emás cuantiosa. Pero un buen día, 
oco antes que cayera enfermo, sin 
ue nadie lo esperara, la Bolsa se llenó 
le acciones de la compañía minera. 
.as ofertas eran en número tal, que su 
“alor. comenzó a .declinar. déhilmente 
rimero, y luego, como Ja oferta con- 
inuase, de una mañera que resultó 
lesesperante para él. ; 
Fué un verdadero pánico que ganó 
1 Ricardo desde el comienzo, y unida 
a certidumbre de su ruina al complejo 
le inferioridad que sentimentálmente 
enía, le llevaron a una postración que 
e resolvió más tarde en fiebre alta y 
n ese abatimiento que le impedía le- 
antarse del lecho. Su depresión había 
do en aumento, y en medio de la fie- 
re ordenó, por intermedio de Elisa, 
ue Marcos, su corredor de bolsa, li- 
uidase todas las acciones que poseía. 
7 entonces fué que Elisa dispuso. lo 
ue se había de hacer. Ella había visto 
as minas, conocía su riqueza y no se 
ejó desalentar, erigiéndose en única 
esponsable de lo que pudiese suceder. 
alía de su casa diariamente, dejando 
, Ricardo .al cuidado de una enfer- 
vera, y concurría a la bolsa, investi- 
aba, pasaba el día en averiguaciones 
on Marcos, el fiel corredor, que tani- 
«0c0 se explicaba la razón de aquella 
atástrofe, Y poco a poco consiguieron 
:clarar el misterio. Era una maniobra 
mnanciera destinada a hacer descender 
1 valor de las acciones para obligar a 
»s tenedores a que vendieran, y adqui- 
irlas entonces por poco precio. Y Eli- 
a reunió hasta el último centavo que 
udo conseguir, y contrariamente a lo 
vue había ordenado Ricardo, encargó a 
farcos que comprase todas las accio- 
es que fuese posible, Y así se hizo. 
Días después, el corredor logró ave- 
iguar quién era el autor de la manio- 
ra. Se trataba de un poderoso indus- 
rial, empeñado en obtener para «í 
nismo el control absoluto de las mi- 
(Continúa en la nárina Xe)
	        
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