MUNDO ARGENTINO
28
LA PE S<CHALIDAD DE DON
CASI —0 Cuento por JULIO A. NUCHE
I, Dorotea: es así como yo te di-
go. Tengo salud, gozo de buena
posición económica, me rodean
afectos y estimaciones; pero me
falta algo.
—- ¿Y qué te falta, teniendo todo eso?
— Me falta lo que hoy tienen hasta
los modestos empleados: me falta el
automóvil. Ya sé lo que me vas a con-
testar. Lo de siempre: que no estoy
en edad para aventuras, que me está
fallando el pulso, que la vista no me
da, que soy un poco distraído y otras
tosas que se te ocurren a vos cuando
te proponés atajarme el paso...
— Ahora también digo, Casimiro, que
no estás bien de la cabeza. Se te ha
metido en ella nada menos que un au-
tomóvil, y no veo que haya llegado el
momento de que te la rompas por mala
que sea.
— ¿Y no me la he roto una vez, an-
dando a caballo? ¿No me la tuvieron
que coser aquel día que me falló el
manubrio de la bicicleta? ¿No me pa-
sé una semana con hielo a la cabeza
euando me caí del ómnibus?
— ¡Claro!... ¡Sólo falta ahora que
te desnuques contra tina columna!
— No seas timorata, Dorotea, ¡Qué
me voy a desnucar! La verdad es otra,
y es ésta: vos venís conspirando con-
tra mi personalidad desde un tiempo a
esta parte. Me tenés como agarrado
del saco y no me dejás subir, ¡Aflojá
nn poco, Dorotea!
—- Nada... En lo del auto, no aflo-
jo. Estás muy elegante jineteando un
caballo o manejando un cochecito,
— Te parece a vos, que ignorás lo
que anda diciendo la gente.
— ¿Y qué puede decir la gente?
— Que a don Casimiro no hay quien
le saque el olor a pasto, con toda la
plata que tiene para gastar en per-
fumes. -
— ¡Claro, será más agradable oler
a nafta, como los choferes! -
— ¡Como los doctores, Dorotea! Mi-
Talo, si no, al doctor de enfrente, una
celebridad, un personaje del gran mun-
do, con sus manos metidas en la nafta.
— ¡Qué inmundicia! -
+ —¿Inmundicia? ¿Entonces, vos, cuan-
do Jimpiás la ropa con nafta?... ¿No
sacás las manchas con ese combustible?
¡Y bueno! Yo también tengo que sa-
carme con nafta una mancha que se
me ha metido hasta en el alma. Que me
ha salido de tanto criar ovejas.
-— Si te sigo escuchando vas a ter-
minar por convencerme..., y no quie-
ro convencerme, ¿0ís?
— Por cabeza dura sos una mujer
ideal para viajar en automóvil.
. — No insistas, Casimiro. Me opon-
go enérgicamente a que comprés el au-
tomóvil,
— ¡Lástima que ya sea tarde!
— ¿Qué decís, Casimiro?
— Que ya está mi auto en la puer-
ta. ¿Oís la bocina? Me está llamando
el mecánico... ¿Vamos a verlo, Do-
rotea? -
Dorotea se persigna, junta las ma-
nos, levanta al cielo su mirada y pide
a la justicia divina que descomponga
esa máquina infernal para que no mar-
che. Camisiro la toma suavemente de
un brazo y con palabras azucaradas
Ja invita a salir a la calle para que
contemple el flamante automóvil; pero
ella no cede posiciones. La deja él unos
instantes para atender al mecánico,
conversa un momento con éste, obser-
va después el funcionamiento del mo-
tor, ausculta sus latidos y queda sa.
tisfecho. El mecánico se ofrece vara
— ¡Casimiro!... ¡Ca
imiro!.... JOtre t"
on la ccbeza -—
Dios mía! ¡No *
re UC
In caso de emergencia, saluda y se
retira.
Entretanto, Dorotea, picada por la
uriosidad, se acerca a la puerta de
alle, más calmosos sus nervios, más
ereno su ánimo, más claro su entendi-
niento, y observa el auto. La admira-
:ón va agrandado sus ojos poco a po-
0. Ya no los aparta del lujoso ve-
vículo, Maquinalmente, se acerca a Ca-
imiro y lo reconviene una vez más
Tr su idea descabelleda; pero su acen-
0, menos enérgico ahora, deja entrever
ma transición alentadora para Casi-
miro.
— ¡Qué locura la tuya, Casimiro!
5l auto es precioso, pero ¿qué necesi-
lad tenías de él? Sos cabeza dura, ¿eh?
— ¿Has dicho que es precioso?...
si lo vieras por dentro, ¿qué dirías en-
onces? ¡Tiene unos sofás!
— ¡Qué ocurrencia, Casimiro! ¿Y có-
"0 se abre la puerta?
— Asf: mirá... ¿Ves qué fácil? Para
errarla se le da un golpe un poco
uerte, y... j¡trac!
— ¿Se rompe?
— ¡Qué se va a romper, Es el ruido
que hace el picaporte,
— |Qué invento!, ¿no? ¿A ver cómo
:s adentro? ¡Ah!... También tiene al-
'ombra... ¡Qué locura la tuya, Casi-
miro! Comprar un coche de tanto lujo.
— Fijate en las cortinas,
— Son muy lindas... Pero se han ol-
ridado de colocarle vidrios a las venta-
1as ¿No te has dado cuenta?
—- ¡Cómo se ve que nunca has via-
ado en auto! Tirá de esa correa pa-
.:]ustraciósn de
a arriba... No tengás miedo..: Así,
0 ES.
— ¡Ahbl.... Estaba escondido. el vi-
rio... Y para hacer caminar.al co-
he, ¿cómo se hace? ¿Hay que darle
verda? ,
— ¿Vos te creés que es un automóvil
le bazar? ¡No confundás, Dorotea!...
¡delante están los instrumentos para
onerlo en marcha, para pararlo en
eco, para dar vuelta y hasta pars
itracar. Claro que la cosa es un poco
'omplicada, ¿no? No es lo mismo ma-
'ejar un auto que un caballo. Hay que
studiar para eso.
— ¿Vos estudiaste, Casimiro?
— Hace unos días que voy a la aca-
emia de choferes y me han dicho que
"a puedo largarme solo... ¡Con cui-
'ado, claro!
—- ¡Andá despacio, Casimiro! No te
netás en las calles donde haya colum-
1as de alambrado..., digo, de alum.-
Tado.
— Mirá, Dorotea; los autos hay que
nanejarlos sin' miedo. Son como los
»aballos. En cuanto los tratás bien
10 te obedecen y agarran para. cual-
mier lado,
— ¿Será por eso.que chocan los
utos?
— Ni más ni menos. ¡Cómo no va
chocar un auto manejado por manos
telicadas! En una de esas se les tuer-
e, no lo pueden enderezar, y... ¡Zas!,
ortilla, Imaginate vos si habrá que te-
1er fuerza para manejar un auto de
5 H, P.
— ¿Qué es eso de H. P., Casimiro?
— ¡Tampoco sabés eso? Bueno...
L P. quiere decir caballos,
— ¿Y por qué le ponen esas letras
no otras?
ULTO ARRATZ
J
— Porque son caballos del hipódro-
-o de Palermo.
— ¡Mirá las cosas que aprendés en
1 academia!
— Y lo que tengo que aprender to-
'avía. Ahora me falta saber de me-
noria el catecismo del tráfico, para
indar por el centro, ¿sabés? Por ejem.
plo, cuando querés dar vuelta tenés
que sacar el brazo afuera del coche,
ara que no te lleven por delante los
"ehículos, porque el que viene de atrás,
:rrea, como dice el refrán. Cuando Ile-
7ás a una esquina tenés que parar el
wuto, y ¡mucho cuidado con pisar la
'aya! Esa raya blanca que vos habrás
isto alguna vez.
— ¿Por qué será? -
— Digo yo que será para'que no la
orren. Y mo podés moverte de ahí
1asta que el agente de la batuta toque
ito. Todavía más: no creás que te
»odés parar con el auto donde quieras.
No, señor! Para eso están las playas.
—< Eso está mal, Casimiro, Si a uno
se le antoja ir al teatro, ¿por qué tie-
'e que llevar el auto al balneario?
— ¿Quién te ha dicho, Dorotea, se-
nejante disparate? a -
—¿No acabás de decir que el coche
hay que dejarlo en las playas?...
— En las playas de estacionamien-
to, que son unos lugares que hay en
:) centro para amontonar -vehículos,
Vos comprendés que si todo el mundo
deja el coche donde quiere, se empaca
al tráfico.
— ¡Las cosas que hay que saber pa-
ra manejar esas máquinas! ¿Y vos
:reés, Casimiro, que tu cabeza da pa-
"a tanto?
— Todo es cuestión de práctica. Lo
fue tengo que hacer es eso: practicar.
Ahora mismo voy a comenzar el adies-
*xamiento. Te invito a dar una vuel-
dta,..
(Continús en la párina 63,