27 de Abril de 1938
sal LV Ñ a AN
(CUENTO SANTIAGUEÑO)
Por BLANCA IRURZUN
OS o tres pájaros madrugado-
res balanceábanse en los alam-
brados que limitaban el calle
jón por donde iban dos chicos
morenos y enjutos. Eran Juancho y
Manuel, Los pies descalzos y curtidos
de andar por los caminos y de correr
sobre la tierra cálida durante las sies
cas, buscando las mihsquilas, se movís
zon desgano, .
Juancho fué el primero en hablar
—¿Y qué haremos, che?
El otro respondió con decisión:
— ¿Y qué vamos a hacer? Seguir vi
viendo... O te has creído...
Un “¿podremos?”, dicho a media voz
y como con miedo, hizo simular valen-
tía a Juancho. —
—¿Y por qué no? ¿Creés que sólo
:0n madre se puede vivir?
— ¡Ah, eso no! Ya sé que sin madre
-ambién se vive, pero... -
Aquel pero tenía razón de ser; Juan-
¿ho y Manuel tenían trece y doce años
respectivamente, y María, la madre, los
había abandonado el día anterior,
huyéndose con el patrón, que iba a pa-
sar, en la ciudad, la temporada de in-
vierno.
Con el mismo paso lerdo de chicos
apenados y con cansancio, llegaron
hasta el canal. Sentáronse a la orilla
Un perro campesino, flaco y lerdo, les
hizo el obsequio de una caricia con su
hocico húmedo, .
Se entretuvieron mirando su figura
largada de bestia con hambre.
Muy próximo a ellos, de entre unas
matas, un pájaro levantó vuelo con
rumbo al pueblo, Siguieron la trayec-
toria con la vista hasta que se perdié
en el horizonte. Un mensaje subió a
los labios y se enredó en silencio, El
agua del canal, perfumada de tuscas,
siguió indiferente su carrera, ajena 2
la luminosidad de la mañana, a la des-
gracia de los niños y a la pretensión
del sol, que quería meter en un reflejo
su enorme cabezota amarilla dentro de
a superficie barrosa.
In silbido. Se aproxima a ellos, y les
dice: .
— No me traigan el libro, Yo diré
que se me extravió a mí, y..., y... Si
me necesitan, vengan a buscarme...
Cuando se retiraron, el llanto ame-
nazaba al menor, anunciándose con un
ie en la barbilla. Pero a Manuel la
pena lo agrandaba; por eso dijo con vor
enérgica:
— ¿Y de áhi?... Avisá si sos maula
y vas a llorar áhura...
— No, llorar no; pero no sé cómo
mi mama...
<— Mirá, che, desde áhura no la nom-
brés;. no merece...
El más pequeño intenta rebelarse;
va a defender a la madre, pero a sus
palabras las ahoga el llanto y el miedo
por la severidad del hermano, que, de
¡ronto, “se ha vuelto malo”
Desde que se inició la plantación de
:i1%o0dón en esas regiones. los dos he-
4
— ¡Ah!... Ella está enferma en la
:udá.
El otro no se dió por satisfecho, y
agregó:
-—. Tené cuidao; cuando a las mu-
jeres les dentra por ir pa'l poblao, mala
seña.
Juancho, que continuaba mirando el
aido, dijo, para salvar la situación del
hermano:
— Che, ¿qué te parece? ¿Será de
ubiala?
El mayor le contestó despacio:
— Parece, -
Unos minutos después la mano. de
Manuel apresaba tembloroso dos bi-
lletes de cinco pesos. Al contacto de
ellos, el niño se sintió hombre, y le-
vantando el puño deseargó su rencor
en una bofetada al sorprendido pre-
guntón, vindicando obscuramente su
hombría frente al destino cruel de los
recheradados.
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Después de mucho caminar llegaron
1 la escuela. El maestro los recibió con
un rezongo. -
— ¡A esta hora y vienen tan des
nacio!
— No vendremos más, maestro.
— ¿Por qué?
Para serenarse por el desasosiegc
que le produjo esta pregunta inespe-
rada, Manuel mira al árbol, la cam-
vana y un nido; después respondió:
— Mi mama se fué p'al pueblo, en
terma, Como va estar mucho tiempo
allí, tenemos que trabajar mañana y
“arde, no como hasta áhura...
La voz del maestro se endulzó:
— ¿Enferma? No sabía...
El chico imagina, miente...
— Sí, hace ya como un mes que anda
on dolor de costao. No sabemos si le
nan hecho el mal o Si...
— Bueno. ¡Qué vamos a hacer! Sien-
to mucho porque ustedes son buenos
alumnos. Lean siempre algo en la casa;
pero no en el libro de este año que
es he prestado, Ese tráiganlo de vuelta,
porque ya, saben, esos son del Estado.
— Sí, señor — dice tímidamente el
mhico. — Manana lo vamos a traer,
Los pies descalzos y curtidos de an=
lar por los caminos y de correr sobre
'a tierra cálida durante las siestas,
buscando las mihsquilas, se movían
con desgano. .- -
Con profunda tristeza dejan la es-
1ela, y con ella, la única garantía de
mas horas diarias de descanso y tran-
uilidad. Pero cuando habían dado sólc
iños basos, el maestro los detiene cor
manos se ocuparon en la cosecha; por
eso, con su trabajo, les fué fácil, aun en
el abandono, conseguir algunos centa-
vos para vivir.
Siguieron como todos los años para
esa época, agachados durante seis,
siete, ocho horas diarias,
El sábado por la tarde hicieron “co-
la” junto al escritorio del patrón y de-
-rás del último peón para poder co-
brar. Eso sí, era la primera vez que
acontecía, pues hasta entonces fué la
madre la que cobraba los sueldos.
Por eso un muchacho con cara de
malo les dijo:
— Y la vieja, ¿dónde anda?
Juancho se puso a mirar un mide
que estaba “aquerenciado” en la casa
del patrón, mientras Manuel respondió
simulando indiferencia:
— ¿De mi mama hablás?
— Sí,
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