Full text: 28.1938,4.Mai=Nr. 1424 (1938142400)

MUNDO ARGENTINE 
La señora de Guarner, al entrar en 
la habitación donde yacía en cama 
Osvaldo, se detuvo de pronto. No co- 
rrió a besar a su hijo, sino que con- 
templó la escena: junto a la cabece- 
ra estaba una muchacha lindisima 
Y de expresión inteligente. 
— VENGO veinticinco años, mamá. 
Ya no soy un niño... 
— Tienes tiempo para casar- 
- te. No veo por qué te ha entra- 
lo esa prisa por dejarnos, Puedes espe- 
rar unos años más, 
Osvaldo guardó silencio. No quiso Te- 
s;icár el argumento de su madre, que 
siempre lo había dominado como si fue- 
a eternamente niño, sin pensar que 
sus veinticinco años sanos y fuertes 
sentían la vehemente ansiedad de -ver- 
se acariciados por otra mujer que .no 
fuera su madre. Y esa mujer era Eula- 
lia, por quien sentía una invencible 
pasión de adolescente.. - 
El carácter de la señora de Guar- 
der era dominador e imperioso, En 
realidad, era ella quien siempre había 
llevado las riendas del gobierno de la 
casa, y no el pobre señor Guarner, dé- 
bil de cuerpo y espíritu, y sin ninguna 
autoridad en el seno del hogar. Allí 
se había hecho siempre lo que la seño- 
ra de Guarner quería. Cuando se pen- 
36 en comprar la casa espléndida en 
que vivían, allá por el barrio de Bel- 
grano, fué ella quien la eligió y quien 
2erró el trato con el propietario, To- 
lo, en fin, lo hacía ella, y a todo el 
señor Guarner no hacía más que asen- 
tir con la cabeza, porque sabía de so- 
dra que a la postre, si él insinuaba una 
resistencia, era ella la que vencía. 
. Y la dominadora señora de Guarner 
ahora no quería que su hijo Osvaldo 
se casara; no decía con Eulalia, sino 
con ninguna mujer, alegando que to- 
davía era muy joven. Pero Osvaldo, por 
primera vez en sus cinco lustros de 
existencia, se había rebelado contra 
aquella tiranía maternal. Su rebeldía 
20 estaba en las palabras, sino en los 
hechos. Contra lo que pensaba su ma- 
dre, se casaría, y nada más, Para eso 
era ya mayor de edad. 
a 
Cuando la señora de Guarner se en- 
eró que su hijo tenía el firme propó- 
ito de casarse dentro de seis meses, 
e llenó de cólera, ¡Cómo! ¿Su Osvaldo 
e rebelaba así contra su autoridad re- 
onocida por todos en la familia? 
— ¿Qué opinas del casamiento de Os. 
raldo? ¿Te parece bien que el mucha- 
:ho se case tan pronto? — le preguntó 
1 su marido, - - 
Este levantó la cabeza del diario en 
ue estaba enfrascado, y respondió: 
— Me parece que Osvaldo ya no es 
in: muchacho... . Además, con lo que 
ana en mi empresa bien puede soste- 
ler un hogar... ¿Para qué nos vamos 
. oponer? . 
La señora de Guarner echaba chis- 
as. En ese momento parecía que des- 
reciaba más que nunca a su marido, 
ue jamás había podido hacer su santa 
oluntad, Así fué que estalló en una 
serie de reproches: 4 
— ¡Claro! ¡A ti nada te importa! 
omo siempre me has dejado a mí, por 
omodidad, que resuelva los problemas 
e la casa, no haces otra cosa que hun- 
ir la cabeza en tu diario... Pero es 
na vergienza que Osvaldo se case a 
na edad en que otros jóvenes están 
reocupados por asegurar su posición. 
— Pero Osvaldo lucha con ventaja, 
orque no ha tenido que comenzar des- 
€ abajo, como los demás, sino que co- 
nenzó desde arriba, En la editorial, 
ue él encontró en plena prosperidad, 
e desempeña con mucho acierto y tie- 
e .una contracción al trabajo verdade- 
amente “extraordinaria. Si el mucha- 
ho: ha encontrado una mujer honesta 
a la que quiere como Dios manda, 
Yara qué nos vamos a oponer? 
Bueno, no podemos reproducir los in- 
altos que salieron por la crispada bo- 
a de la señora de Guarner dirigidos 
omo cañonazos contra su marido. Es- 
e, acostumbrado al mal genio de la 
ompañera de su vida, volvió a hundir 
2 cabeza en su diario y aguantó el 
haparrón de las palabras malsonantes 
omo un nuevo Sócrates, a quien todos 
abemos cómo trataba su Xantipa. 
Ya estará bien acompañado con esa pe- 
lagatos con la que va a casarse... 
.— Pero, mujer, no seas así. A veces 
me haces pensar en que eres mala... 
Pero no, no: yo sé que tú no eres ma- 
la... Lo que pasa es que no puedes con 
el genio... 
— Cada cual es como es, ¿entiendes? 
Como tú eres y, has sido siempre un 
hombre sin carácter, cualquier cosa te 
conmueve y te hacen ver lo blanco ne- 
gro... Apostaría a que esa enferme- 
dad de Osvaldo es una pura comedia 
para conmoverme... ¡Pero está muy 
equivocado! ¡No iré a verlo, aunque es- 
té enfermo de verdad! . 
— Hacés mal, mujer, muy mal... 
Osvaldo te quiere... Esa muchacha es 
inteligente, es buena, y no se aparta de 
su lado. Hace dos noches que no pega 
los ojos... . 
La mirada que lanzó la señora de 
Guarner a su marido son de las que 
atraviesan las almas. 
— ¿Lo estás viendo, tonto de rema- 
te? ¿No te das cuenta de que todo eso 
es una pura farsa y que esta comedia 
ha sido preparada para hacerme ver 
que esa mártir es digna de ser la es- 
posa de Osvaldo? 
— ¡Qué cosas más extrañas se te 
ocurren, mujer! ¿En qué cabeza cabe 
que todo ha de ser una farsa, cuando 
acabo de ver a Osvaldo postrado en la 
cama y con cerca de cuarenta grados 
de fiebre? 
| 
Ma - 
as dos 
TI 
— Osvaldo, si no cambias de 
»pinión respecto a tu casa- 
niento, te digo que puedes 
.bandonar esta casa, 
—— Pero, mamá, no seas obs- 
inada. ¿Por qué te opones a 
ue sea feliz? 
— ¡Basta! Ya hemos habla- 
10 demasiado sobre este enojoso asun- 
o. Como no me hagas caso, ya lo sa- 
»xes: no quiero que permanezcas un 
nomento más en esta casa. 
Sin decir palabra, Osvaldo fué a su 
1arto, hizo una maleta con sus cosas 
- se retiró silenciosamente paragsiem- 
'Te de la casa de sus padres. 
Alquiló un departamento amueblado 
:erca de la empresa editorial de su pa- 
tre, donde él era el brazo derecho, y 
ontinuó su vida de siempre, cual si 
lada fuera de lo común hubiera ocurri- 
lo en su existencia. A veces se acor- 
laba de su madre con pena, pues a pe- 
ar de todo la quería con la ternura de 
In buen hijo. Pero los besos y los mi- 
nos de Eulalia disipaban prontamente 
a cerrazón de su nostalgia filial. 
Cuento 
por 
EMILIO 
BLANCO 
— ¡Eres un perfecto alcor- 
noquel Ese angelito, que. ha 
conseguido atrapar a nuestro 
hijo, debe haber tenido esa 
idea de la enfermedad para lo- 
grar la reconciliación de Os- 
valdo conmigo. ¡Todo es una 
película ! 
— ¡Qué película ni qué ocho 
cuartos! Tú tienes una imagi- 
vación enfermiza... 
— Vamos a ver: ¿de qué se ocupa 
28a señorita? 
— ¿Qué señorita? 
— ¡El ángel protector de mi hijo. 
ombre! 
— ¡Ah! La señorita Eulalia escribe... 
us escritora, ¿sabes? 
— ¿Escritora, has dicho? 
— Sí, sí; escritora. ¿Qué hay con 
so? , 
— Es lo único que nos faltaba! 
Una escritora en Ja familial... * 
— No veo por qué tanto aspaviento, 
aujer. Escritora es una profesión co- 
no cualquier otra. No te olvides, por 
xtra parte, que a los escritores debe. 
nos nosotros, puede decirse, la situa- 
ión desahogada en que estamos... 
Nuestra empresa editorial, sin ellos. 
10 hubiese exístido nunca. ¡Y quién 
be, cuál sería nuestra situación ac. 
“all,.. 
Hubo una pausa, La señora de Guar. 
:€r parecía pensativa. Entonces su ma- 
ido quiso decir las últimas palabras, 
vendo que había logrado conven- 
'erla, : 
— Así que no dejes de ir a ver núes- 
To Osvaldo esta tarde misma, En el 
lelirio de la fiebre no hace más que 
tombrarte... 
— ¡Te he dicho que notiré! Y cuan- 
lo yo prometo algo, lo cumplo al pie 
le la letra. 
“— (Continús en la página 71) 
1v 
— ¿No sabes que Osvaldo está enfer- 
no? Hoy fué a verlo el médico, Parece 
me tiene un principio de pulmonía... 
Casi con lágrimas en los ojos, el se- 
«sr Guarner le comunicaba esta triste 
1oticia a su esposa. La señora de Guar- 
1er, inflexible, aparentando acaso una 
'ureza que estaba lejos de sentir, con- 
estó: 
— ¡Pues no iré a verlo! 
El señor Guarner se quedó con la bo- 
3 abierta, —. . 
— ¿Que no irás a verlo, dices? ¿Es 
osible? —- 
— Sí. sí: es posible. ¡No iré a verlo!
	        
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