MUNDO ARGENTINE
La señora de Guarner, al entrar en
la habitación donde yacía en cama
Osvaldo, se detuvo de pronto. No co-
rrió a besar a su hijo, sino que con-
templó la escena: junto a la cabece-
ra estaba una muchacha lindisima
Y de expresión inteligente.
— VENGO veinticinco años, mamá.
Ya no soy un niño...
— Tienes tiempo para casar-
- te. No veo por qué te ha entra-
lo esa prisa por dejarnos, Puedes espe-
rar unos años más,
Osvaldo guardó silencio. No quiso Te-
s;icár el argumento de su madre, que
siempre lo había dominado como si fue-
a eternamente niño, sin pensar que
sus veinticinco años sanos y fuertes
sentían la vehemente ansiedad de -ver-
se acariciados por otra mujer que .no
fuera su madre. Y esa mujer era Eula-
lia, por quien sentía una invencible
pasión de adolescente.. -
El carácter de la señora de Guar-
der era dominador e imperioso, En
realidad, era ella quien siempre había
llevado las riendas del gobierno de la
casa, y no el pobre señor Guarner, dé-
bil de cuerpo y espíritu, y sin ninguna
autoridad en el seno del hogar. Allí
se había hecho siempre lo que la seño-
ra de Guarner quería. Cuando se pen-
36 en comprar la casa espléndida en
que vivían, allá por el barrio de Bel-
grano, fué ella quien la eligió y quien
2erró el trato con el propietario, To-
lo, en fin, lo hacía ella, y a todo el
señor Guarner no hacía más que asen-
tir con la cabeza, porque sabía de so-
dra que a la postre, si él insinuaba una
resistencia, era ella la que vencía.
. Y la dominadora señora de Guarner
ahora no quería que su hijo Osvaldo
se casara; no decía con Eulalia, sino
con ninguna mujer, alegando que to-
davía era muy joven. Pero Osvaldo, por
primera vez en sus cinco lustros de
existencia, se había rebelado contra
aquella tiranía maternal. Su rebeldía
20 estaba en las palabras, sino en los
hechos. Contra lo que pensaba su ma-
dre, se casaría, y nada más, Para eso
era ya mayor de edad.
a
Cuando la señora de Guarner se en-
eró que su hijo tenía el firme propó-
ito de casarse dentro de seis meses,
e llenó de cólera, ¡Cómo! ¿Su Osvaldo
e rebelaba así contra su autoridad re-
onocida por todos en la familia?
— ¿Qué opinas del casamiento de Os.
raldo? ¿Te parece bien que el mucha-
:ho se case tan pronto? — le preguntó
1 su marido, - -
Este levantó la cabeza del diario en
ue estaba enfrascado, y respondió:
— Me parece que Osvaldo ya no es
in: muchacho... . Además, con lo que
ana en mi empresa bien puede soste-
ler un hogar... ¿Para qué nos vamos
. oponer? .
La señora de Guarner echaba chis-
as. En ese momento parecía que des-
reciaba más que nunca a su marido,
ue jamás había podido hacer su santa
oluntad, Así fué que estalló en una
serie de reproches: 4
— ¡Claro! ¡A ti nada te importa!
omo siempre me has dejado a mí, por
omodidad, que resuelva los problemas
e la casa, no haces otra cosa que hun-
ir la cabeza en tu diario... Pero es
na vergienza que Osvaldo se case a
na edad en que otros jóvenes están
reocupados por asegurar su posición.
— Pero Osvaldo lucha con ventaja,
orque no ha tenido que comenzar des-
€ abajo, como los demás, sino que co-
nenzó desde arriba, En la editorial,
ue él encontró en plena prosperidad,
e desempeña con mucho acierto y tie-
e .una contracción al trabajo verdade-
amente “extraordinaria. Si el mucha-
ho: ha encontrado una mujer honesta
a la que quiere como Dios manda,
Yara qué nos vamos a oponer?
Bueno, no podemos reproducir los in-
altos que salieron por la crispada bo-
a de la señora de Guarner dirigidos
omo cañonazos contra su marido. Es-
e, acostumbrado al mal genio de la
ompañera de su vida, volvió a hundir
2 cabeza en su diario y aguantó el
haparrón de las palabras malsonantes
omo un nuevo Sócrates, a quien todos
abemos cómo trataba su Xantipa.
Ya estará bien acompañado con esa pe-
lagatos con la que va a casarse...
.— Pero, mujer, no seas así. A veces
me haces pensar en que eres mala...
Pero no, no: yo sé que tú no eres ma-
la... Lo que pasa es que no puedes con
el genio...
— Cada cual es como es, ¿entiendes?
Como tú eres y, has sido siempre un
hombre sin carácter, cualquier cosa te
conmueve y te hacen ver lo blanco ne-
gro... Apostaría a que esa enferme-
dad de Osvaldo es una pura comedia
para conmoverme... ¡Pero está muy
equivocado! ¡No iré a verlo, aunque es-
té enfermo de verdad! .
— Hacés mal, mujer, muy mal...
Osvaldo te quiere... Esa muchacha es
inteligente, es buena, y no se aparta de
su lado. Hace dos noches que no pega
los ojos... .
La mirada que lanzó la señora de
Guarner a su marido son de las que
atraviesan las almas.
— ¿Lo estás viendo, tonto de rema-
te? ¿No te das cuenta de que todo eso
es una pura farsa y que esta comedia
ha sido preparada para hacerme ver
que esa mártir es digna de ser la es-
posa de Osvaldo?
— ¡Qué cosas más extrañas se te
ocurren, mujer! ¿En qué cabeza cabe
que todo ha de ser una farsa, cuando
acabo de ver a Osvaldo postrado en la
cama y con cerca de cuarenta grados
de fiebre?
|
Ma -
as dos
TI
— Osvaldo, si no cambias de
»pinión respecto a tu casa-
niento, te digo que puedes
.bandonar esta casa,
—— Pero, mamá, no seas obs-
inada. ¿Por qué te opones a
ue sea feliz?
— ¡Basta! Ya hemos habla-
10 demasiado sobre este enojoso asun-
o. Como no me hagas caso, ya lo sa-
»xes: no quiero que permanezcas un
nomento más en esta casa.
Sin decir palabra, Osvaldo fué a su
1arto, hizo una maleta con sus cosas
- se retiró silenciosamente paragsiem-
'Te de la casa de sus padres.
Alquiló un departamento amueblado
:erca de la empresa editorial de su pa-
tre, donde él era el brazo derecho, y
ontinuó su vida de siempre, cual si
lada fuera de lo común hubiera ocurri-
lo en su existencia. A veces se acor-
laba de su madre con pena, pues a pe-
ar de todo la quería con la ternura de
In buen hijo. Pero los besos y los mi-
nos de Eulalia disipaban prontamente
a cerrazón de su nostalgia filial.
Cuento
por
EMILIO
BLANCO
— ¡Eres un perfecto alcor-
noquel Ese angelito, que. ha
conseguido atrapar a nuestro
hijo, debe haber tenido esa
idea de la enfermedad para lo-
grar la reconciliación de Os-
valdo conmigo. ¡Todo es una
película !
— ¡Qué película ni qué ocho
cuartos! Tú tienes una imagi-
vación enfermiza...
— Vamos a ver: ¿de qué se ocupa
28a señorita?
— ¿Qué señorita?
— ¡El ángel protector de mi hijo.
ombre!
— ¡Ah! La señorita Eulalia escribe...
us escritora, ¿sabes?
— ¿Escritora, has dicho?
— Sí, sí; escritora. ¿Qué hay con
so? ,
— Es lo único que nos faltaba!
Una escritora en Ja familial... *
— No veo por qué tanto aspaviento,
aujer. Escritora es una profesión co-
no cualquier otra. No te olvides, por
xtra parte, que a los escritores debe.
nos nosotros, puede decirse, la situa-
ión desahogada en que estamos...
Nuestra empresa editorial, sin ellos.
10 hubiese exístido nunca. ¡Y quién
be, cuál sería nuestra situación ac.
“all,..
Hubo una pausa, La señora de Guar.
:€r parecía pensativa. Entonces su ma-
ido quiso decir las últimas palabras,
vendo que había logrado conven-
'erla, :
— Así que no dejes de ir a ver núes-
To Osvaldo esta tarde misma, En el
lelirio de la fiebre no hace más que
tombrarte...
— ¡Te he dicho que notiré! Y cuan-
lo yo prometo algo, lo cumplo al pie
le la letra.
“— (Continús en la página 71)
1v
— ¿No sabes que Osvaldo está enfer-
no? Hoy fué a verlo el médico, Parece
me tiene un principio de pulmonía...
Casi con lágrimas en los ojos, el se-
«sr Guarner le comunicaba esta triste
1oticia a su esposa. La señora de Guar-
1er, inflexible, aparentando acaso una
'ureza que estaba lejos de sentir, con-
estó:
— ¡Pues no iré a verlo!
El señor Guarner se quedó con la bo-
3 abierta, —. .
— ¿Que no irás a verlo, dices? ¿Es
osible? —-
— Sí. sí: es posible. ¡No iré a verlo!