Full text: 28.1938,4.Mai=Nr. 1424 (1938142400)

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4 de Mayo de 1938 > 
Candal se consumía de impaciencia; 
sintió impulsos de tomarla por los hom- 
aos y encaminarla a empujones hasta 
a puerta de calle. Pero no se atrevió 
A decir nada. Para entretener su ner- 
riosidad febril, extrajo del bolsillo la 
tartera y preparó un billete de cinco 
Jesos. 
Por fin terminó la muchacha su “ma. 
mMillage”; se puso un abrigo y lo mi- 
'6. Le alargó entonces el papel y el bi- 
lete. Rechazó el dinero. 
— ¡Cómo! ¡Si es para el telegra: 
mal... 
— Déjelo, No vale la pena... 
La estudió un instante, con sorpresa, 
mientras salía del cuarto. Le vió los 
abios apretados, los ojos huraños, los 
'asgos endurecidos. Comprendió que 
?a inútil insistir. Después que hubo 
:errado ella con llave, escoltó silencioso 
sus pasos por el corredor, Cuando prin- 
ipiaba a descender la escalera, le hizo 
ma última advertencia: - 
-— Llevá escondido el papel. Que no 
se den cuenta de nada. Y tomá por la 
zquierda, así no pasás por la esquina 
londe están ellos. . 
Siguió bajando sin contestarle. 
Por un momento lo dominó una sen- 
ación de vergienza; sintió repulsión 
le sí mismo; vislumbró con inusitada 
titidez su cobardía, su abyección, su 
legradación. Estuvo a punto de gritar- 
e a Carmencita para que se detuviera, 
“alir en seguida a la calle, desafiar a 
os otros, pelearlos, morir en su ley. 
“ué un impulso repentino; un “áhura” 
jue le soliviantó las entrañas y lo pre- 
lispuso. al heroísmo. Pero se apagó en 
eguida. Permaneció sin chistar hasta 
Jue la vió desaparecer en el recodo de 
as escaleras, 
Entonces corrió a su cuarto y-se pu- 
s0 otra vez ansiosamente al acecho tras 
os visillos, Los dos individuos no se 
1abían movido de su sitio. Casi en ses 
ruida divisó a Carmencita. La vió cru- 
ar .a la calle y encaminarse a la es- 
quina “donde estaban apostados los 
tros. El corazón le dió un vuelco y se 
medó mirando desorbitado la delgada 
igura de la muchacha. ¿Por qué se iba 
Jara ese lado, cuando le había reco- 
nendado expresamente que no lo hicie- 
'a? ¿Pensaría entregarle el papel a los 
ndividuos o qué? ¿O lo hacía por obs- 
inada y para hacerlo sufrir?... La 
naldijo entre dientes, y el miedo y la 
'abia le hicieron crispar los puños. Con 
a respiración en suspenso la vió acer 
'arse a los dos hombres, que la mira. 
"on con curiosidad. Pasó junto a ellos 
¡in volver la cabeza, muy derecha, y 
lobló calle arriba, en la dirección del 
“arreo. Dejó escapar un suspiro de ali. 
rio y se recostó contra la ventana, con 
as piernas flojas, jadeante. El sobre- 
salto le dejó el cerebro vacío y siguié 
:0ontemplando maquinalmente la calle, 
in pensar por el momento en nada, 
somo” ausente. De pronto advirtió que 
mo de los hombres, el que había per: 
nanecido hasta ahora recostado indo. 
entemente contra la pared, se erguía. 
7 llegándose hasta la esquina, tomaba 
a misma dirección que Carmencita, 
Aquello le hizo saltar como un alfile. 
'azo; la boca se le puso otra vez reseca, 
Qué iría a hacer aquel individuo? 
¡Habría sospechado algo y pensaría 
seguir los pasos de la muchacha?,.. 
En la zozobra, los minutos se fueron 
:stirando como horas. Le pareció que 
Jevaba días enteros parado allí, clava- 
do junto a la ventana, cuando vió apa- 
cecer de nuevo a la chica por la misma 
2squina de antes. Cruzó oblicuamente 
la calle y desapareció bajo el balcón. 
Abandonó precipitadamente la ven 
ana, y saliendo de la nieza. la asuar 
16 en el vestíbulo. No tardó en oír sus 
vasos en la escalera. Se sentía otra vez 
Jiviado, Pero el temor de un engaño le 
'ebullía en el fondo de los sesos. ¿Por 
mé había desaparecido el individuo de- 
rás de la muchacha? ¿Y por qué se 
wabía dirigido Carmencita precisamen: 
e hacia aquella esquina? 
— ¿Y?... 
— Ya lo mandé. 
Quiso continuar por el corredor, sin 
nirarlo, pero él la detuvo por un brazo 
1 pasar. . 
Se desasió de un tirón y lo encaró, 
dirada, 
— ¡Déjeme! ¿Qué más quiere? 
— Dos preguntas, nada más, y ter. 
inamos. Vamos hasta tu cuarto, ha- 
"eme el favor. Aquí no podemos hablar. 
Volvió la cabeza con un gesto de des- 
recio y de impaciencia, y echó a an 
lar, Candal la siguió como una sombra, 
isándole los talones. Cuando llegaron 
1 la pieza, él mismo cerró la puerta y 
se "le aproximó, ceñudo. 
— Decime: ¿por qué te fuiste por ese 
ado?... ¿No te dije que no lo hicieras? 
— Lo hice porque me pareció bien, 
Usted no me manda! - 
— ¡Ah! ¿Porque te pareció bien?....1 
7 el otro, el individuó ése, ¿por qué se 
ué detrás tuyo? 
— ¿Qué quiere que yo sepa? ¡Ni si- 
miera me fijé en eso que usted dice! 
La horrible sospecha de haber sido 
ngañado se agrandó ante la ambigie- 
lad y el tono de aquellas respuestas 
sintió frío y la miró con toda su al- 
na, desesperándose por saber la ver 
lad. 
— ¿Conque no sabés por qué te si- 
suió? — tornó a inquirir, con voz ron- 
a y amenazante, y agarrándola brus- 
'amente por la muñeca, acercó su cara 
1asta confundir los alientos. 
La muchacha forcejeó. 
— ¡Suélteme! — chilló. — ¡Suélte- 
ne y váyase, o llamo para que vengan 
odos! ¡Así sabrán quién es usted! 
Suélteme! 
La rabia le hizo perder la cabeza. 
.e retorció despiadadamente la muñe- 
a, y como la chica gritara cada vez 
hás fuerte, de un violento empujón la 
'rrojó al suelo. 
Ni el sordo retumbar de la caída ni' 
os gritos despertaron la sombría quie- 
ud del caserón. En el silencio de la 
ieza oyéronse únicamente los sollozos 
le Carmencita. Desahogado el acceso 
le furor con la brutalidad de su acto, 
andal respiró aliviado. Peró el temor 
lel engaño seguía acosándolo. En aquel 
nstante la chica se irguió en el suelo. 
— ¡Cobarde! — le gritó — ¡Cobar- 
le! ¡Sí! ¡Sepa que les conté todo a los 
tros! ¡Les entregué el telegrama! 
Se estremeció, 
— ¡Me vendiste!... ¡No, no puede 
er! ¡Vos no hiciste eso! ¡Decime la 
"erdad! 
— ¡Sí; lo hice! Cuando pasé al lado 
le ellos hice señas a uno de los hom- 
Tes, ul que me siguió. Después, a la 
uelta, donde usted no podía verme, le 
onté el encargo que usted me había 
lado y le entregué el telegrama. ¡Aho- 
a ya lo saben todo! No espere ayu- 
la... 
¿Le estaba diciendo realmente la ver- 
ad, o mentía para aterrorizarlo?... 
e aferró desesperadamente a esta úl- 
ima suposición, sintiéndose de golpe 
ncapaz de aceptar de plano la confir- 
nación de sus pavorosos temores. Re- 
'Usó creerle, 
Pero Carmencita insistió, obstinada, 
esafiante, sin moverse del sitio donde 
abía caído, 
Continúa en la página 67) 
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Hay millones de hom- 
bres y mujeres en la 
misma situación que 
usted — frente a fren- 
te a la vida — sin saber por dónde 
tomar. Ahí tiene usted un proble- 
ma que debe resolver AHORA, si 
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var su situación económica y ele- 
var su nivel cultural. ¿Cuánto ga- 
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de cinco..., de diez?... ¿Cómo sa- 
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