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NO HAY QUE PREOCUPARSE
— Señora, vengo a decirle que no se preocupe
más buscando un jarrón igual al de la sala.
— ¿Por qué?
— Porque yo acabo de romper el que quedaba.
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LA SONRISA DEL MUNDO
EL PELUQUERO ENAMORADO
-— ¡Hay que tener cuidado! ¡Le ha
:ortado la cara a ese cliente!
— Es el padre de la mujer que
quiero, y ese tajo es esta señal pa-
ra ella: “Iré a verte hoy a las once”.
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a
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LA OPORTE-
NIDAD
— ¡Eh, buen
nombre!
— ¿Qué pa-
a?
— ¿Me quie-
re abrir esta
lata de con-
serva?
.USTA INDIG-
NACION
— ¡Luisa! ¿Qué
Ss esto?
—BEsteee..., se-
ora...
— ¡Estoy indig-
1ada! ¿Cuántas
zeces tendré que
decirle que no
quiero que Use mi
rouge?
EL FALLO DEL JURADO
— Ya estamos todos reunidos; pero nos hace falla
ña Cosa...
— ¿Qué?
-- Una moneda.
LA SEÑORA INGENUA
— Disculpe, doctor. ¿Es verdad
Jue usted mueve los muebles sin
:ocarlos?
— Exactamente.
— Entonces, ¿quiere hacerme el
favor de mover mi piano de cola,
que quiero cambiar de lugar?
UN CIEGO SINGULAR
— ¡Cómo! ¿Usted dice que es ci
go y está leyendo el diario?
— ¡Oh! No leo, señor. No ha:
más que ver las figuras.
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TRAMPOSO ELEGANTE
— ¿No temes encontrarte por
la calle con alguno de tus acree-
dores? .
— ¡Qué esperanza! Ellos van a
pie y yo siempre en auto.
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