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Cuento por EUGENIO
JULIO IGLESIAS -
iado, se condenó, arrepentido, como si
1 fantasma de la ausente le recri-
uinase: .
— Pa vos ¿no juí una madre buena?
La corralera, las bombachas y la ca-
isa a cuadros que llevaba puestas se
18 había cnsido ella, lo mismo que las
umildes pilchas guardadas en el bau-
to. Más aún: ¿a quién debía las po-
as letras aprendidas, y a quién la
ropiedad de “Pampita”. su malacara,
ingo más bien chicuelo, pero de es-
impa propicia para el lucimiento del
pero adquirido a costa de privaciones?
lizo mal en calificarla de perra, aun-
ue hubiese sido una perra en el ca-
iño y una perra en la bravura con
ue supo defenderlo de las amenazas
ue provocaban sus picardías de mu-
nacho consentido. Entregado a estas
eflexiones, traído y llevado por ideas
ncontradas y por sentimientos opues-
58, empezó a conformar su futura
xistencia, a crearse sus medios de
:.daptación, a construir sus elementos
efensivos. Era menester resignarse a
ue lo llamasen Custodio a secas, o
Langosta”, como lo llamaban todos
n “La Abundancia” y en el pueblo.
Una voz interrumpió su soliloquio.
— ¡Langosta!
Era el “mayor”, que lo esperaba en
. patio. o
Secándosa las últimas lágrimas con
1 envés de una mano, se dispuso a
bedecer, Había llegado para él esa
sora terrible: la de obedecer. Apuran-
o el pasa, salió afuera y se acercó
1 superior, cuya estatura cobró más
levación para sus ojos.
— Vení.
Siguió a don Teobaldo hasta el co-
redor de la casa patronal, y allí, ba-
> la galería de madera, escuchó:
— Te he llamao pa decirte que aho-
a tendrás que trabajar, si querés que-
arte en la estancia. Tu mamá fué
na mujer buena, y vos serás un buen
muchacho, Malicio que no quedrás ir-
2, aunque si querés, sos muy dueño,
n resumidas cuentas, te oferto quin-
2 pesos mensuales. Empezarás apo-
do. ¿Acetás?
— Sí, señor,
— Luego ganarás más. Y hacete
1erte, hacete hombre, No peliés si no
2 pelean, y respetá a los mayores.
Me has óido?
— Sí, señor, "
— Y no te olvidés que sos solo y que
és. que valerte pa todo. ¿Entendiste?
— Sí, señor,
Apenas emitida la respuesta, una
ueva congoja le apretujó el pecho,
sa palabra, solo, lo anodadó, y no
udo contenerse. Con una: punta del
añuelo negro se cubrió los labios,
— Llorá, “Langosta”, que eso te va'
acer bien, Después..., la conformi.
ad...
Tampoco el hombrón pudo continuar
ablando: tenía un hijo de la edad de
Langosta”. Atrayendo al infeliz, le
mó la cabeza y le acarició los ca-
ellos durante largo rato, mientras sen-
“a sobre su vientre las convulsiones
el llanto del nuevo mensual de “La
bundancig”, Tras una pausa, reac-
onó, no sin esfuerzo, y le dijo:
— Buen... Buen... Andá y descan-
á. Mañana será otro día.
“Langosta” arrastró las alpargatas
umbo a su rincón, Una vez en él, se
iró boca abajo sobre el catre, y, sacu-
ido por la angustia, y en tanto mor-
L regresar a “las casas” ad-
virtió el tamaño de su soledad.
En la penumbra del galpón,
y sentado en el catre, recorrió
con el pensamiento el camino que aca-
daba de hacer: una ida al paso y una
7uelta. al galope, Pero, más que el ir
y el volver, le preocupaban los minu-
tos transcurridos junto a la fosa, el
ruido opaco de los terrones al golpear
2n la caja negra y lustrada, la expre-
sión de tristeza de los peones, el ju-
ruetear del viento y de la garúa en
as cabezas descubiertas. .
Desviando levemente los ojos, fijó
1na larga mirada en el brazalete ne-
gro y estalló en un sollozo. Cuando
hubo cesado de llorar, se sintió alivia-
do. Era un alivio enorme, como si por
21 interior de su pecho hubiese pasa-
lo una corriente de agua y le hubie-
“a dejado “lah'entrañas” limpias. ¡Qué
llaridad, dentro y en torno suyo! Por
espacio de unos minutos, no obstante
su desgracia, experimentó la sensación
de ser nuevo, de ser otro, de no tener
nada que ver con el “Langosta” que
era ni con la mujer que veinticuatro
horas antes se había aquietado para
siempre. Fueron unos minutos, nada
más que unos minutos: esa misma cla-
ridad le hizo apreciar, límpidamente,
su flamante condición de huérfano,
El 23 de mayo cumpliría doce años,
y llevaba once en “La Abundancia”,
ide los Bravo. Se llamaba Custodio.
2ustodio ¿qué? Por segunda vez en su
vida lo inquietaba la ignorancia de su
yropio “apellido. La primera vez que
quisa saberlo, la madre 1: contestó:
— ¡Dejame'e sonserah'y andá tráime
mas tortas p'al juego!
Si en lugar de haber inquirido a la
madre le hubiera preguntado a don
Artemio Rosales, acaso habría visto sa-
tisfecha su curiosidad, porque el an-
:erior capataz de “La Abundancia”
:a el único que conocía su origen.
No se le ocurrió. ¿Y por qué iba a
acurrírsele? Acarreó las “tortas” pe-
didas y no se acordó más del asunto,
de ése que tornaba a torturarlo y que
nadie podría develar, pues don Arte-
mio, solamente don Artemio, estaba en-
terado de lo de “la” Cirila en “La
Ojisarca”, y don Artemio era un re-
uerdo en “La Abundancia” y un si-
encio en los pagos de Ayacucho...
Además, aunque alguno pudiese deve-
arlo, ¿cometería él la “sonsera” de
indar averiguando su propio “apela-
tivo”? ¡Ah, si algunas de las pocas pa-
labras que hablaba su madre lo pu-
liesen poner sobre un rastro!... No
recordaba. ninguna, fuera de la del
20ombre de um partido: Pila, “Pila...
Pila...” susurró, sin lograr establecer
ana relación entre el nombre del par-
tido y la juventud de la finada. Incli-
nando la frente, meditó en su desven-
"ura, en su condición de “hijo'el aire”,
de guacho sin remedio, de chiquilín
que tendría que educarse en el mutis-
no y en la prudencia para no verse
vratado con desprecio, Involuntaria-
mente, insultó la memoria de la que
acababa de enterrar, “;Perra!”, mas-
ulló, triturando el vocablo entre los
dientes; mas apenas lo hubo. pronun-
lía la frazada gris, empezó £. clamar,
ihogando la voz: "
— ¡Mama! ¡Mama! . -
Si el viejo don Artemio no hubiese
nuerto, habría podido conformarlo:
— Ese cuchiyito'e plata que tenéh'en
1 baúl y que tiene en Ja vaina una
" y una C juée tu padre, ese Felipe
vabrera que engañó a la Cirila comu
ngañó a tantas. Andá velo al taimao
" reclamale. Si no ti atiende, ya sa-
'és: los cuchiyos son pa usarse...
Pero los muertos no hablan, y “Lan-
osta” siguió llamando a la madre.
nútimento.
Transcurrida la primera semana, to-
(08 se creyeron con derecho a mandar.
0, y a mandarlo de mala manera, en
special el tape Freijas, el ordeñador.
Langosta”, pese a sus pocos años,
omprendió que su vida comenzaba a
tefínirse y, por instinto, presintió su
lestino. Dejó de ser el benjamín de
La Abundancia” para transformarse
n el “petiso de los mandados” de la
ocinera y de los peones, Un anhelo de
ebeldía y un afán de fuga hicieron
ido en 3u cerebro, y en los escasos
nomentos que las tareas lo dejaban en
az, maquinaba planes de libertad. La
ecesidad de luchar precipitaba la ma-
luración de su hombría, Bien estaba
ue “la” Zoraida le vidiese avuda na.
MUNDO ARGENTINO
“a el fregado de la. cocina; bien, que
'l herrero lo sometiese a la tiranía del
uelle; bien, que el capataz lo conde-
tase a la aguja, en el. cosido de las
volsas maiceras; bien, que todos lo con-
ideraran como a “maleta'e loco”...
ero lo que no podía soportar era que
ada uno de los mandones lo tratase
omo a un perro sin dueño y lo llama-
en “abombro”, basura, “guacho'e po-
Ta”, “mocoso'el diablo”... Su prime-
a intención fué quejarse al “mayor” :
'ero, tras largo cavilar, consideró más
nalo el unto que la sarna: don Teo-
aldo lo habría defendido, sin duda al-
runa; pero esa defensa habría intensi-
icado el fastidio que le demostraban
0s otros. No; lo más prudente para
1 era extraer de sí mismo sus artes
'e defensa, en particular frente al ta-
€, que le guardaba ojeriza por lo del
uchillito, que “Langosta” se había ne-
ado a cederle por tres pesos.
— A vos ¿pa qué te sirve? — le
supo” argumentar el codicioso. — ¿No
res que en la vaina tiene una F y una
>? En cambio, pa mí, que soy Camilo
"reijas...
Como “Langostá” n. sn dejara con-
rencer, el otro le largó:
— ¡Me las vai a pagar, guachito”el
liablo! — al tiempo que lo hacía tras-
abillar de un empujón.
Y se las hacía pagar, obligándolo
1 levantars: antes que nadie, amena-
7ándolo cada vez aque anovaba “floio”