Full text: 28.1938,11.Mai=Nr. 1425 (1938142500)

y y 5 
É e a «a e TA u— 
O ” => 27 A A £ 6 d 6 Pr 
0 9 E É E 2 N $ 
“ 
C 
“e Cr 
Em 
Cuento por EUGENIO 
JULIO IGLESIAS - 
iado, se condenó, arrepentido, como si 
1 fantasma de la ausente le recri- 
uinase: . 
— Pa vos ¿no juí una madre buena? 
La corralera, las bombachas y la ca- 
isa a cuadros que llevaba puestas se 
18 había cnsido ella, lo mismo que las 
umildes pilchas guardadas en el bau- 
to. Más aún: ¿a quién debía las po- 
as letras aprendidas, y a quién la 
ropiedad de “Pampita”. su malacara, 
ingo más bien chicuelo, pero de es- 
impa propicia para el lucimiento del 
pero adquirido a costa de privaciones? 
lizo mal en calificarla de perra, aun- 
ue hubiese sido una perra en el ca- 
iño y una perra en la bravura con 
ue supo defenderlo de las amenazas 
ue provocaban sus picardías de mu- 
nacho consentido. Entregado a estas 
eflexiones, traído y llevado por ideas 
ncontradas y por sentimientos opues- 
58, empezó a conformar su futura 
xistencia, a crearse sus medios de 
:.daptación, a construir sus elementos 
efensivos. Era menester resignarse a 
ue lo llamasen Custodio a secas, o 
Langosta”, como lo llamaban todos 
n “La Abundancia” y en el pueblo. 
Una voz interrumpió su soliloquio. 
— ¡Langosta! 
Era el “mayor”, que lo esperaba en 
. patio. o 
Secándosa las últimas lágrimas con 
1 envés de una mano, se dispuso a 
bedecer, Había llegado para él esa 
sora terrible: la de obedecer. Apuran- 
o el pasa, salió afuera y se acercó 
1 superior, cuya estatura cobró más 
levación para sus ojos. 
— Vení. 
Siguió a don Teobaldo hasta el co- 
redor de la casa patronal, y allí, ba- 
> la galería de madera, escuchó: 
— Te he llamao pa decirte que aho- 
a tendrás que trabajar, si querés que- 
arte en la estancia. Tu mamá fué 
na mujer buena, y vos serás un buen 
muchacho, Malicio que no quedrás ir- 
2, aunque si querés, sos muy dueño, 
n resumidas cuentas, te oferto quin- 
2 pesos mensuales. Empezarás apo- 
do. ¿Acetás? 
— Sí, señor, 
— Luego ganarás más. Y hacete 
1erte, hacete hombre, No peliés si no 
2 pelean, y respetá a los mayores. 
Me has óido? 
— Sí, señor, " 
— Y no te olvidés que sos solo y que 
és. que valerte pa todo. ¿Entendiste? 
— Sí, señor, 
Apenas emitida la respuesta, una 
ueva congoja le apretujó el pecho, 
sa palabra, solo, lo anodadó, y no 
udo contenerse. Con una: punta del 
añuelo negro se cubrió los labios, 
— Llorá, “Langosta”, que eso te va' 
acer bien, Después..., la conformi. 
ad... 
Tampoco el hombrón pudo continuar 
ablando: tenía un hijo de la edad de 
Langosta”. Atrayendo al infeliz, le 
mó la cabeza y le acarició los ca- 
ellos durante largo rato, mientras sen- 
“a sobre su vientre las convulsiones 
el llanto del nuevo mensual de “La 
bundancig”, Tras una pausa, reac- 
onó, no sin esfuerzo, y le dijo: 
— Buen... Buen... Andá y descan- 
á. Mañana será otro día. 
“Langosta” arrastró las alpargatas 
umbo a su rincón, Una vez en él, se 
iró boca abajo sobre el catre, y, sacu- 
ido por la angustia, y en tanto mor- 
L regresar a “las casas” ad- 
virtió el tamaño de su soledad. 
En la penumbra del galpón, 
y sentado en el catre, recorrió 
con el pensamiento el camino que aca- 
daba de hacer: una ida al paso y una 
7uelta. al galope, Pero, más que el ir 
y el volver, le preocupaban los minu- 
tos transcurridos junto a la fosa, el 
ruido opaco de los terrones al golpear 
2n la caja negra y lustrada, la expre- 
sión de tristeza de los peones, el ju- 
ruetear del viento y de la garúa en 
as cabezas descubiertas. . 
Desviando levemente los ojos, fijó 
1na larga mirada en el brazalete ne- 
gro y estalló en un sollozo. Cuando 
hubo cesado de llorar, se sintió alivia- 
do. Era un alivio enorme, como si por 
21 interior de su pecho hubiese pasa- 
lo una corriente de agua y le hubie- 
“a dejado “lah'entrañas” limpias. ¡Qué 
llaridad, dentro y en torno suyo! Por 
espacio de unos minutos, no obstante 
su desgracia, experimentó la sensación 
de ser nuevo, de ser otro, de no tener 
nada que ver con el “Langosta” que 
era ni con la mujer que veinticuatro 
horas antes se había aquietado para 
siempre. Fueron unos minutos, nada 
más que unos minutos: esa misma cla- 
ridad le hizo apreciar, límpidamente, 
su flamante condición de huérfano, 
El 23 de mayo cumpliría doce años, 
y llevaba once en “La Abundancia”, 
ide los Bravo. Se llamaba Custodio. 
2ustodio ¿qué? Por segunda vez en su 
vida lo inquietaba la ignorancia de su 
yropio “apellido. La primera vez que 
quisa saberlo, la madre 1: contestó: 
— ¡Dejame'e sonserah'y andá tráime 
mas tortas p'al juego! 
Si en lugar de haber inquirido a la 
madre le hubiera preguntado a don 
Artemio Rosales, acaso habría visto sa- 
tisfecha su curiosidad, porque el an- 
:erior capataz de “La Abundancia” 
:a el único que conocía su origen. 
No se le ocurrió. ¿Y por qué iba a 
acurrírsele? Acarreó las “tortas” pe- 
didas y no se acordó más del asunto, 
de ése que tornaba a torturarlo y que 
nadie podría develar, pues don Arte- 
mio, solamente don Artemio, estaba en- 
terado de lo de “la” Cirila en “La 
Ojisarca”, y don Artemio era un re- 
uerdo en “La Abundancia” y un si- 
encio en los pagos de Ayacucho... 
Además, aunque alguno pudiese deve- 
arlo, ¿cometería él la “sonsera” de 
indar averiguando su propio “apela- 
tivo”? ¡Ah, si algunas de las pocas pa- 
labras que hablaba su madre lo pu- 
liesen poner sobre un rastro!... No 
recordaba. ninguna, fuera de la del 
20ombre de um partido: Pila, “Pila... 
Pila...” susurró, sin lograr establecer 
ana relación entre el nombre del par- 
tido y la juventud de la finada. Incli- 
nando la frente, meditó en su desven- 
"ura, en su condición de “hijo'el aire”, 
de guacho sin remedio, de chiquilín 
que tendría que educarse en el mutis- 
no y en la prudencia para no verse 
vratado con desprecio, Involuntaria- 
mente, insultó la memoria de la que 
acababa de enterrar, “;Perra!”, mas- 
ulló, triturando el vocablo entre los 
dientes; mas apenas lo hubo. pronun- 
lía la frazada gris, empezó £. clamar, 
ihogando la voz: " 
— ¡Mama! ¡Mama! . - 
Si el viejo don Artemio no hubiese 
nuerto, habría podido conformarlo: 
— Ese cuchiyito'e plata que tenéh'en 
1 baúl y que tiene en Ja vaina una 
" y una C juée tu padre, ese Felipe 
vabrera que engañó a la Cirila comu 
ngañó a tantas. Andá velo al taimao 
" reclamale. Si no ti atiende, ya sa- 
'és: los cuchiyos son pa usarse... 
Pero los muertos no hablan, y “Lan- 
osta” siguió llamando a la madre. 
nútimento. 
Transcurrida la primera semana, to- 
(08 se creyeron con derecho a mandar. 
0, y a mandarlo de mala manera, en 
special el tape Freijas, el ordeñador. 
Langosta”, pese a sus pocos años, 
omprendió que su vida comenzaba a 
tefínirse y, por instinto, presintió su 
lestino. Dejó de ser el benjamín de 
La Abundancia” para transformarse 
n el “petiso de los mandados” de la 
ocinera y de los peones, Un anhelo de 
ebeldía y un afán de fuga hicieron 
ido en 3u cerebro, y en los escasos 
nomentos que las tareas lo dejaban en 
az, maquinaba planes de libertad. La 
ecesidad de luchar precipitaba la ma- 
luración de su hombría, Bien estaba 
ue “la” Zoraida le vidiese avuda na. 
MUNDO ARGENTINO 
“a el fregado de la. cocina; bien, que 
'l herrero lo sometiese a la tiranía del 
uelle; bien, que el capataz lo conde- 
tase a la aguja, en el. cosido de las 
volsas maiceras; bien, que todos lo con- 
ideraran como a “maleta'e loco”... 
ero lo que no podía soportar era que 
ada uno de los mandones lo tratase 
omo a un perro sin dueño y lo llama- 
en “abombro”, basura, “guacho'e po- 
Ta”, “mocoso'el diablo”... Su prime- 
a intención fué quejarse al “mayor” : 
'ero, tras largo cavilar, consideró más 
nalo el unto que la sarna: don Teo- 
aldo lo habría defendido, sin duda al- 
runa; pero esa defensa habría intensi- 
icado el fastidio que le demostraban 
0s otros. No; lo más prudente para 
1 era extraer de sí mismo sus artes 
'e defensa, en particular frente al ta- 
€, que le guardaba ojeriza por lo del 
uchillito, que “Langosta” se había ne- 
ado a cederle por tres pesos. 
— A vos ¿pa qué te sirve? — le 
supo” argumentar el codicioso. — ¿No 
res que en la vaina tiene una F y una 
>? En cambio, pa mí, que soy Camilo 
"reijas... 
Como “Langostá” n. sn dejara con- 
rencer, el otro le largó: 
— ¡Me las vai a pagar, guachito”el 
liablo! — al tiempo que lo hacía tras- 
abillar de un empujón. 
Y se las hacía pagar, obligándolo 
1 levantars: antes que nadie, amena- 
7ándolo cada vez aque anovaba “floio”
	        
Waiting...

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.