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11 de Mayo de 1938
OMENZARE por confesar que
jamás sentí ninguna simpatía
por el señor Almstrom, con
quien una desdichada casuali-
dad quiso que hiciera el cruce del mar
rojo y parte del océano Indico. -
Almstrom era un gran entusiasta de
ord Carnavon, el descubridor y pro-
'anador de la tumba de Tutankamón.
in cierto modo, Almstrom (maldito sea
su complicado nombre) había partici-
pado en la profanación del sepulcro del
araón, y ambos eran dos personas
Trancamente desagradables.
Digo esto, porque la gente que co-
noce los retratos de lord Carnavon ig-
vora que dicho señor tenía un rostro
:spantosamente repulsivo, desfigurado
dor un lupues de extraordinarias di-
mensiones. Lord Carnavon gastó mu-
ho dinero en médicos y tratamientos,
nasta que, finalmente, un especialista
e aconsejó que abandonara la húmeda
Albion e hiciera una prueba, con el se-
'0 clima de Egipto. Esta es la razón
or la que el varias veces millonario
ord Carnavon perdía el tiempo en
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Por ROBERTO ARLT
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ialmente le decía sz quien quería es-
ucharle, que él le había indicado con
a punta de su bastón la definitiva di-
ección a los profanadores, Por supues-
o que ni Almstrom, ni Carnavon, ni
zarter tomaron en serio la maldición
'araónica labrada en el sepulcro con-
Ta los profanadores de tumbas.
No tomaron en serio la maldición;
ero algún tiempo después una avispa:
1egra, inmensa, aterciopelada, cuyo ve-
12eno puede matar a un niño, se posó
sobre la mejilla de lord Carnavon. Pre.
cisamente sobre la mejilla atacada por
el lupus. Allí, la avispa clavó su dar-
do. Lord Carnavon falleció infectado.
Mucha gente recordó la maldición
'araónica, Howard Carter se indignó,
7 desde Luxor envió un telegrama al
Evening Standard”, manifestando que
quella historia de la maldición era
na invención calumniosa”.
Me veo obligado a citar estas menu-
lencias, porque el día que Almstrom re-
"ibió la noticia de que lord Carnavon
astaba moribundo, se encontraba en su
bungalow, sentado ven una hamaca, fu-
nando pacíficamente su pipa.
Frente a él, un hombrecillo de chi-
'aba, barba blanca y turbante inmen-
:0o como la rueda de un molino, abría
1na cesta, diciendo: -
— Mira, “sahib”, qué magnífico ejem-
Jar de hongo.
Almstroóm extendió el brazo y reco-
zió el ejemplar. Realmente era atra-
yente. Se trataba de. una campanula
varecida a la “amanita muscaria”: pe-
ro en vez de ser roja como aquélla,
estaba teñida de un intenso verdeazul
con ligeras motas amarillas en la pe-
viferia. Un suave hedor de carne po-
drida se desprendía de aquella fruta
tierna y repulsiva.- Almstrom la apro-
ximó a su nariz, la olió profundamen-
te y luego la rechazó con viveza, di=
ciéndole al egipcio: - s
—- Debe ser venenoso.
— Tal creo yo también, “shaib”, Y
muy venenoso. :
— ¿Dónde lo encontraste? - o
— Te diré. En el oasis vive un; pa-
riente mío que es marido de una her-
mana de mi mujer; pero ya la herma-
1a.de mi mujer ha muerto...
— Abrevia... *”
— Visitándole hoy en su cabaña del
bosque, me dijo: “Mira qué hermoso
hongo he encontrado bajo una palme-
ra podrida. Llévatelo para la ciudad.
Puede que algún extranjero, interesa-
lo vor rarezas del vnaís, se quede con
L
Egipto. Finalmente, aburrido, se dea.
tó a escavar sepulcros.
Camavon admiraba incondicional-
mente a Maspero, el egiptólogo. Mas-
xero no sentía ningún entusiasmo por
ste millonario entremetido que iba y
venía con su lupus a cuestas.
. Carnavon le pidió un día consejo a
Maspero sobre el modo de hacer des-
*ubrimientos arqueológicos, y Maspero,
nalhumorado, le contestó:
— Cave primero hacia el Oeste.
Zuando se canse de cavar hacia el
Jeste, cave hacia el Este.
Lord Carnavon se tragó la respues-
a y no replicó, comprendiendo que
Vaspero se había burlado de él, Al-
rún tiempo después, Carnavon con-
:rataba al arqueólogo Carter, y Alms-
:*tom. due era un chismoso. se acrezó
1 la compañía de investigadores en ca-
idad de administrador, Se le podía ver
:0n su casco de corcho discutir con
todos los granujas de las inmediacio-
nes de Luxor y levantar sus largos
brazos hasta el cielo. Almstrom era
axtraordinariamente alto, flaco, y ba-
jo su apariencia de estúpido, un hom-
bre que en ninguna circunstancia des-
uidaba sus intereses.
Cuando, después de ímprobos tra-
Jajos, Carter y Carnavon descubrieron
'a tumba de Tutankamón, Almstrom
zivió días de inmortalidad. Confiden
11. Y por eso, haciendo caso del con-
sejo del que fué marido de la herma-
12 de mi mujer, te he traído el hongo.
En aquel momento un hombre entró
recipitadamente en el jardín de Alms-
rom y le dijo:
— Lord Carnavon ha muerto, señor,
Almstrom se olvidó del hongo, del
>harlatán del gran turbante, y saltan-
lo a través del jardín, se dirigió rápi-
lamente a la casa de lord Carnavon,
E
Algunos días después, a la hora de
a siesta, Almstrom, por la ventana
Continúa en la narina 11