MUNDO ARGENTINO
NN ALGO a Ja calle. Son
las diez de la mañana.
S Para defenderme del sol
apresuro el paso, orillan-
do el camino estrecho de sombra
que proyecta la pared, Pero antes
de llegar a la esquina me detengo
frente a un espectáculo que ofrece
un chico junto. a un montón de are-
na, Es Juancito, el chico de los cas-
tillos. Lo sorprendo todas las maña...
nas, desde el invierno pasado, empe-
ñado siempre en el mismo juego: cons- .
truir castillos con la arena amontonada
sobre la vereda, delante de un esqueleto
de cemento armado de doce pisos. .
Juancito debe tener dos años, Pese a la
corta edad, su rostro exhibe yá” “asgos
característicos que la miseria y e! 2dono
de algunas madres imprime cor *s 'acili-
dad én las facciones infantiles. £ *stán
rodeados. por una- sombra azulada —es-
fuma. suavemente en las mejillas y. “si
blancas: Extraño, A pesar del calor « -
tiene los labios morados. Su cuerpecito e. —.
bierto por una camiseta de lana, un saco mai Xn,
sució de tierra. Los rayos del sol caen directam.en:
e sobre su cabeza desnuda, —. >
De pronto, él chico de los castillos se pone de pie,
ivanza uno, dos pasos, vacila y cae sobre la aren-
Luego, lentamente, se sienta. ¿Estará enfermo: ”
no es posible, porque Juancito tiene hoy el
aspecto que los otros días: Sus ojos son grandes,
nes, brillantes, como los tienen los niños cua -
sanos y están contentos,
El chico vuelve a levantarse, y caminando te----
va hacia el borde de la vereda, donde, hacier *
on sus manos pequeñas y sucias, safa un y --
estancada que hay junto al cordón y la ech- €”
En seguida vuelve a sentarse concentrando [ -
en el castillo interrumpido, . :
— ¡Adiós, Juancito! — 1!- ”
El levanta la cate
rastillo,
Me alejo rápidame-"-
sombra, “adhiriéndome
sed,
Regreso a casa. Faltan pocos
minutos para las veinticuatro.
La noche es fresca, de perfume
silvestre, penetrante. Una brisa
suave musita una charla inter-
ninable con los árboles tupidos de
hojas perennes. A doblarruna es-
+ a" a
mura la mujer, — La culpa la tiene la madre.
La última frase me produce un cosquilleo en el
“uerpo. Los desconocidos se alejan, y pronto sus si-
'uetas se confunden con la doble sombra de la noche
y de los árboles, Vacilo un instante, pero luego en-
tro en la casa. Un corredor obscuro y al fondo
una puerta abierta de par en par, En el patio
hay gente que conversa en voz baja, y que se
interrumpe al verme entrar. Algunos me miran
con naturalidad, casi sonriendo, como si me co-
nocieran o esperaran mi llegada. Entro en la
pieza iluminada por cuatro cirios de llama in-
móvil, eléctrica, Flores por todas partes, Al
frente, un Cristo de “vitreaux”, Sentadas jun-
to a la entrada están dos señoras y una joven
de pelo rubio, oxigenado, recogido en un
rulo vistoso que le rodea la cabeza a modo
de diadema, mirando hacia atrás; .Mé
iproximo al pálido durmiente...
Sí, es el chico de los castillos. Su ros-
tro ha adquirid pora una tonalidad
unifome, bl-* e cera purificada,
transpareñ.. us facciones ya no
presentan trazos duros que mos-
TT. la mañana. Al contra-
io gon suaves, serenas, como si
asuntaran la satisfacción de ha-
her empezado aquel sueño. Tam-
bién sus manos pequeñas son
blancas, Unicamente las uñas
muestran el reborde negro de la
tierra, de la tierra del castillo
que construyera por la mañana,
Me aparto del pequeño
dormido, Ahora el patio es-
lá casi desierto, Dos des-
conocidos pasean de un la:
;
do para otro cambiando, de cuando en
cuando, alguna frase La noche es diá-
“ana, silenciosa. Arriba, las estrellas
ciemblan como sacudidas por sollozos
interminables, Cuando me dispongo a
marcharme, detrás mío escucho un ge-
mido y una pregunta:
— Cómo. ocurrió, señora? ¡Si esta
mañana lo vi jugando con la arena! —
Miro discretamente hacia el grupo
de mujeres sentadas junto a la entra.
de de la pieza iluminada. Una de ellas,
qu — *aca el llanto con el pañuelo, res-
nántas madres hau
3 ue la muerte a
aciendo que la moria?
on Ia Arg. PO
yroblema social -- ----=nr-
clones grav'sir
a
ne,
n=
quina me sorprende un hecho in»“rito:
la puerta de calle de la casa dor * + vive
Juancito está ligeramen.a entornada.
En el escalón hay una mujer y dos
hombres que charlan en voz baja,
-1 Pobre criatura! -— oigo que mur-
arrible. Juancito se fué
en horas. Vino de la ca-
lle y se £::. — lí, en el umbral, Estu-
vo quieto durante un rato largo y lue-
"o me pidió que lo acostara, Como no
“ría comer; fuí a buscar a doña Mar-
le la otra cuadra?
continúa la madre del niño
tormi.v. ! .
— ¿Y qué le dijo? .
— Que no era nada. Una simple ca-
lentura propia de los chicos; que no
tenía que preocuparme, y que cuando
despertara le hiciera cataplasmas de
dino y le diera a beber el agua de unos
yuyos que ella me dió.
— ¿Y le hizo las cataplasmas?
— No.
— ¿Por qué?
— Porque..., porque Juancito no des-
»xertó más — gime la madre desconso-
ada, — El médico que vino a verlo por
a tarde dice que Juancito hacía tres
lías que estaba muy enfermo, con mu-
:ha fiebre, .
— ¿Pero doña Martha no le dijo
(Continúa en la página 71)