Full text: 28.1938,11.Mai=Nr. 1425 (1938142500)

MUNDO ARGENTINO 
NN ALGO a Ja calle. Son 
las diez de la mañana. 
S Para defenderme del sol 
apresuro el paso, orillan- 
do el camino estrecho de sombra 
que proyecta la pared, Pero antes 
de llegar a la esquina me detengo 
frente a un espectáculo que ofrece 
un chico junto. a un montón de are- 
na, Es Juancito, el chico de los cas- 
tillos. Lo sorprendo todas las maña... 
nas, desde el invierno pasado, empe- 
ñado siempre en el mismo juego: cons- . 
truir castillos con la arena amontonada 
sobre la vereda, delante de un esqueleto 
de cemento armado de doce pisos. . 
Juancito debe tener dos años, Pese a la 
corta edad, su rostro exhibe yá”  “asgos 
característicos que la miseria y e! 2dono 
de algunas madres imprime cor *s 'acili- 
dad én las facciones infantiles. £ *stán 
rodeados. por una- sombra azulada —es- 
fuma. suavemente en las mejillas y. “si 
blancas: Extraño, A pesar del calor « - 
tiene los labios morados. Su cuerpecito e. —. 
bierto por una camiseta de lana, un saco mai Xn, 
sució de tierra. Los rayos del sol caen directam.en: 
e sobre su cabeza desnuda, —. > 
De pronto, él chico de los castillos se pone de pie, 
ivanza uno, dos pasos, vacila y cae sobre la aren- 
Luego, lentamente, se sienta. ¿Estará enfermo: ” 
no es posible, porque Juancito tiene hoy el 
aspecto que los otros días: Sus ojos son grandes, 
nes, brillantes, como los tienen los niños cua - 
sanos y están contentos, 
El chico vuelve a levantarse, y caminando te---- 
va hacia el borde de la vereda, donde, hacier * 
on sus manos pequeñas y sucias, safa un y -- 
estancada que hay junto al cordón y la ech- €” 
En seguida vuelve a sentarse concentrando [ - 
en el castillo interrumpido, . : 
— ¡Adiós, Juancito! — 1!- ” 
El levanta la cate 
rastillo, 
Me alejo rápidame-"- 
sombra, “adhiriéndome 
sed, 
Regreso a casa. Faltan pocos 
minutos para las veinticuatro. 
La noche es fresca, de perfume 
silvestre, penetrante. Una brisa 
suave musita una charla inter- 
ninable con los árboles tupidos de 
hojas perennes. A doblarruna es- 
+ a" a 
mura la mujer, — La culpa la tiene la madre. 
La última frase me produce un cosquilleo en el 
“uerpo. Los desconocidos se alejan, y pronto sus si- 
'uetas se confunden con la doble sombra de la noche 
y de los árboles, Vacilo un instante, pero luego en- 
tro en la casa. Un corredor obscuro y al fondo 
una puerta abierta de par en par, En el patio 
hay gente que conversa en voz baja, y que se 
interrumpe al verme entrar. Algunos me miran 
con naturalidad, casi sonriendo, como si me co- 
nocieran o esperaran mi llegada. Entro en la 
pieza iluminada por cuatro cirios de llama in- 
móvil, eléctrica, Flores por todas partes, Al 
frente, un Cristo de “vitreaux”, Sentadas jun- 
to a la entrada están dos señoras y una joven 
de pelo rubio, oxigenado, recogido en un 
rulo vistoso que le rodea la cabeza a modo 
de diadema, mirando hacia atrás; .Mé 
iproximo al pálido durmiente... 
Sí, es el chico de los castillos. Su ros- 
tro ha adquirid pora una tonalidad 
unifome, bl-* e cera purificada, 
transpareñ.. us facciones ya no 
presentan trazos duros que mos- 
TT. la mañana. Al contra- 
io gon suaves, serenas, como si 
asuntaran la satisfacción de ha- 
her empezado aquel sueño. Tam- 
bién sus manos pequeñas son 
blancas, Unicamente las uñas 
muestran el reborde negro de la 
tierra, de la tierra del castillo 
que construyera por la mañana, 
Me aparto del pequeño 
dormido, Ahora el patio es- 
lá casi desierto, Dos des- 
conocidos pasean de un la: 
; 
do para otro cambiando, de cuando en 
cuando, alguna frase La noche es diá- 
“ana, silenciosa. Arriba, las estrellas 
ciemblan como sacudidas por sollozos 
interminables, Cuando me dispongo a 
marcharme, detrás mío escucho un ge- 
mido y una pregunta: 
— Cómo. ocurrió, señora? ¡Si esta 
mañana lo vi jugando con la arena! — 
Miro discretamente hacia el grupo 
de mujeres sentadas junto a la entra. 
de de la pieza iluminada. Una de ellas, 
qu — *aca el llanto con el pañuelo, res- 
nántas madres hau 
3 ue la muerte a 
aciendo que la moria? 
on Ia Arg. PO 
yroblema social -- ----=nr- 
clones grav'sir 
a 
ne, 
n= 
quina me sorprende un hecho in»“rito: 
la puerta de calle de la casa dor * + vive 
Juancito está ligeramen.a entornada. 
En el escalón hay una mujer y dos 
hombres que charlan en voz baja, 
-1 Pobre criatura! -— oigo que mur- 
arrible. Juancito se fué 
en horas. Vino de la ca- 
lle y se £::. — lí, en el umbral, Estu- 
vo quieto durante un rato largo y lue- 
"o me pidió que lo acostara, Como no 
“ría comer; fuí a buscar a doña Mar- 
le la otra cuadra? 
continúa la madre del niño 
tormi.v. ! . 
— ¿Y qué le dijo? . 
— Que no era nada. Una simple ca- 
lentura propia de los chicos; que no 
tenía que preocuparme, y que cuando 
despertara le hiciera cataplasmas de 
dino y le diera a beber el agua de unos 
yuyos que ella me dió. 
— ¿Y le hizo las cataplasmas? 
— No. 
— ¿Por qué? 
— Porque..., porque Juancito no des- 
»xertó más — gime la madre desconso- 
ada, — El médico que vino a verlo por 
a tarde dice que Juancito hacía tres 
lías que estaba muy enfermo, con mu- 
:ha fiebre, . 
— ¿Pero doña Martha no le dijo 
(Continúa en la página 71)
	        
Waiting...

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.