Full text: 28.1938,18.Mai=Nr. 1426 (1938142600)

18 de Mayo de 1938 
| Viaje sin fin 
— Me sacaré el sombrero y les trae- 
ré alguna cosita para mójar la gar- 
ganta — dijo. Y desapareció.  :: 
En seguida, los. hombres cambiaron 
de talante, y la sonrisa que habían 
mantenido en presencia de Dora se bo- 
rró de sus rostros. : > - 
--— Bueno, Miguel, .., aquí me tienes. 
En cuanto recibí tu-cable tomé 
el avión, porque supuse que sería algo 
grave. Felizmente, veo que Dora está 
bien. Es lo que más me, preocupa. 
. — Sí; Dora está bien. Pero es por 
ella, precisamente, que te llamé, Yo sé 
que tú te alejaste cuando supiste que 
era a mí a quien quería, y esta noche 
he visto -que no has cambiado. 
Argostegui hizo un gesto vago. 
— No hablemos de eso, Miguel. Dora 
es tuya en buena ley. Yo, lo único que 
puedo hacer, es viajar y viajar, tratan- 
do de olvidarla. En fin... Supongo 
que no me llamaste para hablar de 
estas cosas que ya están enterradas 
desde hace cinco años. : 
— Tienes que, ayudarme, Luis. 
— Pídeme cualquier cosa, que será 
tuya. 
— Que la cuides a Dora. ; 
— ¿Que la cuide a Dora? ¿Qué te 
ocurre, Miguel? ¿Qué quieres decirme? 
— Yo tengo que desaparecer, Simu- 
¡uré un suicidio o un accidente en el 
río, o cualquier cosa, Pero mañana 
mismo tengo que desaparecer. Y Do- 
ra quedará sola, si tú... 
— ¡Estás loco, Miguel! 
— Es la pura verdad. He sido un in- 
sensato. Jugué en la bolsa con unos 
dineros de la caja. ¡Oh! Es el viejo 
cuento de siempre, por desgracia. Te- 
nía un informe secreto absolutamente 
seguro, pero sobrevino la anexión de 
Austria, que nadie se esperaba, y aque- 
llas acciones se derrumbaron. Pude 
disimular la sustracción por un tiem- 
po, pero ya hay sospechas, 
— ¡Desdichado! ¿Cómo pudiste ha- 
ser esa enormidad? Teniendo a Dora... 
— Fué por ella que lo hice, Luis. 
Sueña con los viajes, y yo creí 
que era tan segura la compra de esas 
acciones... Hubiera sido como un prés- 
tamo... 
— Escucha, Miguel. Estos no son 
momentos para justificar tu conducta. 
Siempre fuiste un poco irresponsable. 
Pero Dora te cree un semidiós, y eso 
es suficiente para mí. No' puedes des- 
engañarla, porque se moriría de pena. 
¿Cuánto es la suma? 
— ¿Qué importa la cantidad? Estas 
cosas no se arreglan con devolver el 
dinero solamente. La denuncia debe es- 
tar ya con la policía, aunque nada ha- 
rán hasta que no se haya efectuado el 
arqueo. Tengo tiempo de desaparecer. 
y nada más. 
— Pero yo te daré el dinero y lo pue- 
des arreglar antes del dichoso arqueo. 
— No es posible, Necesitaría tener 
a mano un ladrón que me haya roba- 
do. Cincuenta mil pesos en billetes no 
los puedes tener ahora en el bolsillo. 
— Te daré un cheque. 
— No sirve. Mañana me habrán de- 
:enido y figurarías como encubridor. 
Argostegui se quedó un instante pen- 
sativo, y luego, con voz cambiada, dijo: 
— Ya está resuelto, Miguel, Yo soy 
el ladrón que te robó la-caja. Cuando 
después de llegar fuí a verte un mo- 
mento en la oficina, me llevé los bi- 
lletes. Lo confesaré todo v no te no- 
drán tocar. 
— Eso sí que no, Luis. Seré un irres- 
ponsable y un débil de carácter, y has- 
ta un simple ladrón, si quieres; pero 
no soy un degenerado que manda a su 
amigo a la cárcel porque tiene un al- 
ma quijotesca, Ni siquiera Ja felicidad 
Je Dora me noadría nhlirar a ese naco. 
Continuación de la página 13) 
— Escúchame; no puedes negarte... 
Miguel fué rápidamente hacia la 
muerta de la calle, diciendo: : 
-— Me voy, Luis, antes que sea de- 
nasiado tarde. Cuídala y que Dios los 
endiga. 
Argostegui quedó mirando hacia la 
Juerta como anonadado. La felicidad 
1e la mujer que amaba se derrumbaba 
ante sus ojos, y todo su ser se sublevó 
inte la situación imposible creada por 
se su amigo que no pensaría sola- 
nente en Dora, pues tenía el egoísmo 
nconsciente de los hombres que se sa- 
xn amados y creen que la mujer de- 
»e compartir su suerte, buena o mala, 
1ntes que exigirle una mayor degrada- 
16n de su amor propio. Pero ¿cómo 
alvarlo de la cárcel cuando jamás 
.ceptaría la única alternativa; el sa- 
'Tificio del amigo? 
Por unos momentos, Argostegui se 
ipretó la frente cn las manos buscan- 
lo la solución. Luego, con paso firme, 
se dirigó a un escritorio, y sobre el 
»apel coqueto que usaba Dora para su 
:0rrespondencia, trazó unas líneas que 
:0locó dentro de un sobre. 
Terminada esta tarea en contados 
minutos, siguió el ejemplo de Miguel, 
y desapareció en dirección a la calle. 
E 
DE callados que están ustedes! — 
4 exclamó Dora, entrando a la sala 
egundos después. — Perdónenme que 
es hice esperar. No podía hallar la 
otella de Oporto. 
Como no recibiera respuesta, reco- 
Tió la sala con la mirada sorprendida. 
=— ¡No hay nadie! ¿Dónde pueden 
¡iaberse ido? — preguntó en voz alta. 
7 luego llamó: -— ¡Miguel!... ¡ Miguel! 
- Un estampido de bala afuera, en la 
-alle, le cortó la respiración. 
— ¡Dios mío! — dijo, hondamente 
armada, — ¿Qué pasará? 
Varias pitadas de los policías res- 
ondieron a su pregunta, seguidas por 
mos fuertes golpes en la puerta. — 
— ¿Quién es? — gritó la mujer, pre- 
sa del terror. 
—— Soy yo, Dora. 
Era la voz de Miguel y fué corrien- 
lo a abrir, 
Este, intensamente pálido, entró se- 
suido de Blondell y un agente de po- 
icía, 
— ¿Qué ocurre? ¡Dime pronto! - 
nquirió angustiada la mujer. 
— Es Luis — dijo su marido con 
os ojos llenos de asombro. — Parece 
jue le ha ocurrido un accidente. 
Blondell se había acercado al telé- 
“ono y marcaba un número en el dial. 
— ¡Silencio! — pidió con voz autori- 
aria. — ¡Hola, hola!... ¿Eres tú, Bet- 
y? Ya está la primicia. Si vienes ahora 
1ismo llegarás antes que el comisario, 
Que cuál de los dos? ¿Quién se ganó 
os diez pesos? Francamente no sé. Es 
in enriedo. Detuvimos a uno que se iba 
scapando; o así lo creíamos, hasta que 
alió el otro, y cuando le dimos orden 
'e detención, se pegó un tiro, ¡Qué lío! 
Dora, colgada del cuello de su mari- 
lo, le preguntaba: E. 
— ¿Qué quiere decir todo esto, Mi- 
¿nen ¿Es cierto que Luis se pegó un 
iro? 
— Sí; es cierto, Dora. 
— ¿Y está muerto? 
— Muerto. : 
— ¿No sabes lo que tendría? ¿Qué te 
lijo? 
— Cállate, Dora, que después todo 
:e sabrá. Por ahora, no me lo explico. O 
í, sí, me lo explico. Cometió un grave 
rror y lo pagó con su vida. 
No pudo hablar más, porque en ese 
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