Full text: 28.1938,18.Mai=Nr. 1426 (1938142600)

18 de Mayo de 1938 
La er 
o fe. z 
L chauffeur detuvo la marcha 
y me indicó la luz de la casa 
de, Susana, situada en el otro 
extremo del pequeño puente 
colgante. Le pagué, y luego que se re- 
tiró, me encontré solo en el valle, 
Frente a mí, la luz; bajo mis pies, el 
río; y alrededor, las elevadas monta- 
ñas, semejantes a nubes obscuras en 
la noche. Era ésa la única luz que 
veía, pues los últimos rayos del sol 
habían muerto ya en el crepúsculo. 
Cuando llegué a la mitad del puente, 
al ritmo de mis pasos le comunicó un 
movimiento oscilante que me llenó de 
temor. Proseguí caminando, y unos 
metros antes de la orilla apreté.la va- 
lija y corrí con desesperación. - 
Sé perfectamente que durante el día 
lo hubiera atravesado con tranquili- 
dad; pero es: movimiento, unido a la 
tiniebla del paisaje que me rodeaba, 
producía un extraño terror que no pu- 
de dominar. 
- La casita estaba al lade del puente, 
y allí mc esperaba Susana, pronta a 
irme a buscar si no daba con ella. 
— ¿Parece que has tenido miedo al 
río, Ricardo? — me saludó, mientras 
estrechaba mi mano. 
— Creo que sí — repuse; — pero 
ya ha pasado. - 
“Entramos, y las dos hermanitas de 
a joven vinieron a recibirme, 
— Esta es Isabel — dijo la joven, 
— y ésta María. ; 
El padre leía, sentado en un sillón, 
y proyectó la luz da su lámpara so- 
bre mi rostro, para verme mejor. 
— Quise ir a esperarle — exclamó, 
después de saludarmo, — pero Susana 
dijo que usted encontraría la casa con 
facilidad, y veo que es así. 
-— En efecto, el conductor del auto- 
móvil me indicó la luz y llegué aquí 
en seguida; sólo que tuve miedo de 
caer al río Cesde el puentecillo. 
— ¡Ah! — dijo, riendo. — Le ad- 
vierto que no hubiera sido nada malo, 
pues la temperatura del río es. más 
elevada que la del cuerpo humano. Aun 
en invierno, cuando la nieve cubre la 
región, el río es tan agradable como 
ma moderna pileta de natación. . 
Susana me condujo a la habitación 
que había destinado para mí durante 
aquella noche, y me preguntó, una vez 
an ella: 
— ¿Deseas algo? 
Sus hermosos ojos claros estaban po- 
sados en mí. - . 
— Basta cen tenerte cerca — repuse. 
Bajamos la mirada hacia el suelo y 
permanecimos en silencio durante al- 
gunos minutos. Me hubiera gustado 
expresarle con palabras todo el placer 
que experimentaba al estar allí, en su 
casa, cerca de ella y de todo lo que 
era de ella, aunque sólo fuera por una 
noche; pero pensé que lo haría más 
tarde, Además, ella sabia por qué yo 
había venido... 
-— Te dejaré la lámpara — exclamó 
de pronto; — y luego que te arregles, 
baja a la puer- 
ta: te espero 
allí, 
Tardé unos 
minutos en 
peinarme y la- 
varme, y fuía 
reunirme con 
ella. Estaba 
sentada consu 
adre afuera. 
Cuento por 
ERSKINE 
CALD- 
WELL 
— Pero, Ricar- 
do... Si aneche 
dijiste... 
— Anoche mo 
sabía lo que de- 
cía, No vuelvo 
ahora a Nueva 
York hasta que. 
tú me acompañes. 
y yo me senté a su lado, sintiendo el 
contacto de sus finos dedos en los míos, 
— ¿Es la primera vez que viene us- 
ted a las montañas, Ricardo? — pre- 
euntó el padre. 
— Sí. Sólo cenozco la costa. 
— Paná vivió allí: en Norfolk. 
— Es cierto, hija; tres años, a lo 
mo. 
— Papá — continuó Susana, diri 
riéndose a mí — es ingeniero y sé 
>specializa en construcciones ferro. 
varias. O "a 
— También es cierto — dijo el hom: 
1 
bre. +- Y, adoptando un tono extra- 
ño, prosiguió: — Debidc a eso es que 
he vivido en muchos lugares. Pero el 
que prefiero es éste. 
Quise preguntarle la * razón de su 
preferencia, pero noté que él y Susana 
habían enmudecido, Un instante más 
tarde, el padre de la joven comenzó a 
hablar como si estuviera en presencia 
de otra persona que no era ni Susana 
ni yo:y a quien no veíamos, El hálito 
suave y, tibio 'del río nos envolvía como 
2n un manto: de: terciopelo, y mientras 
la joven se apoyaba en mi hombro, oí 
al señor con. interés: ' 1 
-— Después que Susana y sus herma- 
nitas perdieron a su. madre — dijo con 
melancolía, — he vuelto a vivir aquí. 
No pude continuar en Norfolk ni en 
Baltimore; sólo aquí he encontrado la 
ansiada paz. Susana, como María o co- 
mo Isabel, recuerda a su madre, pero 
ninguno de vosotros puede comprender 
cómo la recuerdo yo. Nacimos ambos 
en estas montañas, y durante veinte 
años hemos vivido en ellas. Luego, cuan- 
do falleció, me fuí a otros sitios con 
mis hijas, creyendo poder olvidar, pe- 
ro no fué así. Un hombre no puede 
nunca dejar de recordar a la madre 
de sus hijos, aunque tenga la plena 
seguridad de que no la volverá a ver 
jamás... 
Susana se acercó aun más a mí. El 
padre se irguió en el asiento: sus ejos 
se dirigieron a la cima de las montañas, 
Parecía que aquellos hermosos ojos ne- 
ZTos trataban de adivinar la silueta in- 
corpórea de alguien en aquellos montes 
obscuros... 
Luego se levantó y penetró en la 
casa. Al pasar ante la lámpara pude 
ver que gruesas lágrimas se deslizaban 
pesadamente por su rostro. 
Susana apretó su rostro contra mí. 
Quería también ella secar una lágri- 
ma sobre mi hombro. 
- En la lejanía, un tren cruzó uno de 
los valles y su haz de luz iluminó el 
paisaje, mientras que el eco de la lo- 
comotora deambulaba horrísonamente 
entre los pétreos muros de las mon- 
tañas. - 
La joven, de pronto, se aferró a mi 
brazo e -inquirió: -. 
— Ricardo, ¿por qué has venido? - 
Su voz estaba mezclada con los dis- 
tantes sonidos del tren. La miré, cre- 
yendo que. aún me contemplaba, pero 
sus ojos estaban posados en la corriente 
del río. Sabía muy bien ella por qué 
yo había venido a verla, pero no que- 
ría ofrlo de mis lábios, tal vez. 
Yo mo' tenía, en realidad; certeza 
acerca del porqué de mi presencia allí. 
Amata a Susana y deseaba estar cer- 
ca' de ella. Pero ahora no podía con- 
versar de amor después de haber oídr 
hablar al padre, 
Yo sabía que se hubiera entregado 
en cuerpo y alma a mí, porque me 
amaba, Pero, ¿por qué negarlo?, -yo 
estaba allí, porque esperaba todo de 
ella sin haber pensado en nada para 
agradecerle. Era hermosa y yo la de- 
seaba. Mas desde ese momento todo 
aquello pasó. Todo eso había sido an- 
tes, y, como antes, no podía pensar 
ahora... 
— ¿Por qué has venido, Ricardo? 
Cerré los ojos y sentí el vapor tibiu 
y agradable del río rondar en torno, 
y en mi muñeca sus dedos nerviosos. 
— No sé, Susana, 
— Si me amaras como yo te amo, 
sabrías por qué. 
¡Me amaba! ¡Me había amado desde 
al prineipio! 
— Es cierto, Susana; tal vez hubiera 
¡ido mejor que me quedara en Nueva 
7ork. - 
Pero si sólo vas a estar aquí una no 
(Continúa en la nárina 71)
	        
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