Full text: 28.1938,25.Mai=Nr. 1427 (1938142700)

» 
L aproximarse diciembre, Eus- 
-taquio comenzó a mostrarse 
enjetado, nervioso, de mal hu- 
- mor. El recuerdo del diciembre 
pasado lo desasosegaba. (Diciembre y 
vacaciones eran para él dos términos 
semejantes, aunque las vacaciones fue- 
sen en beneficio del “otro”, del niño 
Marcos, el sobrino del patrón.) No po- 
día olvidarse de “la” Cirila en funcio- 
nes de mucama, de Cirila. vistiendo 
uniforme almidonado, de Cirila en 
trance de “acarrear” mates al niño 
Marcos, al cual, en cierta oportunidad, 
9yó decir: 
— Sabe, tío, que “la” Cirila se ha 
vuesto de buen ver, 
En la-noche del día en que sus oídos 
recogieron esas palabras esperó a la 
moza junto al molinete que separa el 
jardín de “las casas” del patio de los 
peones, y, después de expresarle su ra- 
bia, la acusó: 
— Y vos tenés la culpa, por andar 
coquetiando. 
La muchacha, que ni remotamente 
sospechaba ese despertar celoso, se 
echó a reír, y Eustaquio, perdiendo los 
astribos, la puso en un brete: 
— Golvete con nohotroh'o si acabó 
"odo, 
Cirila, fastidiada, optó por lo úl- 
:imo, argumentando: 
— Si áhura soh'ansí, ¿qué no serás 
nás luego? 
Esa ruptura fué el punto de parti- 
da de días de violencia para Eustaquio. 
Le bastaba ver a la moza para sentir 
deseos de cachetearla, en modo espe- 
cial si ella, al cruzarse con él, “en- 
traba” a tararear una canción cual- 
quiera, Ese canturrear con tonito de 
burla lo conducía a la exasperación. 
En otros momentos, vencido su amor 
propio, consideraba ligereza su actitud 
de aquella noche y concebía un arreglo, 
un retorno a las relaciones quebra- 
das; pero “¡cualquier día viá rebajar- 
me a la chirusa!” acababa por decirse, 
prosiguiendo la línea de conducta que 
le trazara un falso orgullo, Para col- 
mo, ella afianzada en su lindura y 
en el frescor de sus diez y seis años, 
había dado en llamarlo don Eustaquio 
cada vez que cumplía una orden del 
patrón o del niño, y a Eustaquio, ese 
don le punzaba las carnes y le hacía 
hervir la sangre. 
Finalizado el verano. distante el niño 
Marcos de “Las Mosquetas”, el idilio 
“ecomenzó de nuevo. 
Pero diciembre retornaba... 
II 
— Ustaquio: dice el patrón que va- 
ás voh'a esperarlo. Y que vayáh'en 
a volanta vieja porque él precisa el 
uto, 
—¿Y por qué no manda a otro? 
— Andá y preguntaseló vos, 
Eustaquio, que terminaba de rasque- 
tar un anca de un colorado, le clavó 
n los ojos una mirada encendida de 
ra. 
— ¿Qué te réis? ¿Vah'a golver a 
ah'el año pasao? 
— El que vuelve sos vos... Y si 
aha seguir así, decimeló, pa terminar 
le una vez, ¡Ya me tenéh'harta con tus 
elos! Que si me río... Que si me pei- 
10... Que si él me toca la mano cuan- 
lo le alcanzo el mate... :Oh, qué em- 
romar! 
Dijo estas palabras y, sin siquiera 
sperar la réplica de Eustaquio, pegó 
1edia vuelta, El mozo, al verla alejar- 
:e con paso rápido. masculló entre 
entes: 
— Un pueblero Talborota... 
Enganchó la volanta sin dejar de 
aurmurar el monólogo de sus celos, 
se monólogo que alargó poco después 
»r el camino que lleva a la esta- 
ión y que interrumpió cuando el niño 
Warcos, una vez en el corredor de “las 
asas”, le preguntó. delante de “la” 
trila: 
— ¿Para cuándo los confites? 
Ni ella ni él respondieron, 
—¿Qué?... ¿Acaso...? : 
Haciendo de tripas corazón, el men- 
ual contestó: : 
— Tuavía hay tiempo, 
Y agregó en seguida: 
— Viá desenganchar y a tráirle los 
hniltos. 
Enganchó la 
volanta sin de- 
jar de murmu- 
rar el monólo- 
70 de sus celos, 
28e monólogo 
que alargó po- 
70 después... 
Cuento 
por 
RUBEN 
CASTILLO 
% 790> 
Eustaquio volvió a subir a la volan- 
a y se dirigió al galpón, En la forma 
le empuñar el látigo y las riendas se 
1dvertía el furor que le roía las en- 
rañas. Marcos quedó sorprendido. 
Dir eso? — inquirió :a “la” Ci- 
a. 
— Y... Nada, señor... Cosas d'él 
Pmás... 
Marcos, amistosamente, la palmeó en 
:n hombro. Luego, atravesando el 
hall”, se encaminó al dormitorio, Ci- 
ila iba detrás suyo llevando una de 
as valijas, 
La frescura de la habitación invitó 
11 mozo a una inspiración profunda. 
— ¡Si me habré acordado de todo 
sto! ¡Qué ganas de volver! ¿Verdá, 
“irila, que esto es lindo? 
Ella sonrió, mirándolo como nunca 
o había mirado, quizá por culpa del 
“eloso, 
— Y a vos te encuentro muy bien, 
*robablemente un poco más gordita. 
En otras ocasiones le había dicho 
osas semejantes, pero nunca le habían 
»roducido la sensación que experimen- 
aba en ese momento. Más aún: ella 
to. hubiera podido precisar a qué so- 
taba la voz del niño Marcos; en cam 
“lo, en ese minuto sí. 
— Y a mí ¿cómo me encontrás? 
Se vió precisada a observarlo con 
guna detención, a pasear las pu- 
xilas por sobre los rasgos de esa cara 
mue, fatalmente, acabaría por serle 
"na obsesión. 
— Bien, niño. 
Emitida la respuesta, desvió la ca- 
'eZa, Las manos le pesaban, Habría 
leseado que ese hombre le dijese: “An- 
late”. Pensó en por qué sentiría ella 
"sa inquietud, esa como especie de mo- 
estia. Se acordó de Eustaquio. Y en 
se minuto, largo, enormemente largo, 
uUvo la impresión de aque el niño Mar. 
MUNDO ARGENTINO 
"0s No era el niño de otros tiempos. 
Hasta lo imaginó atrevido, audaz, dis- 
puesto a estrecharla contra sí, a abra- 
zarla con fuerza, a. besárla. Y si el 
aiño Marcos intentase todo eso, ella ¿se 
jefendería? Era como si la voluntad 
'a fallase, como si su capacidad de re- 
sistencia se hubiese agotado para siem- 
»re. Poseída por ese extraño estado de 
ánimo, maldijo la estupidez de Eusta- 
juio, sus celos sin justificación, ese ab- 
surdo empeño en confundir diligencia 
le mucama con coquetería de mujer 
juerendona, Felizmente, el niño Mar- 
:0s, de pronto, dió fin a ese minuto, 
nediante la pregunta más intrascen- 
lente: - 
— ¿Me vas a preparar unos mates? 
— Sí, niño, 
Una vez en el corredor, echó a co- 
“rer, rumbo a la cocina, y allí, en la 
sombra, estalló en sollozos. 
El llanto no le produjo alivio algu- 
10. Pese a él, continuó torturada por 
las imágenes de los dos hombres, La 
de Eustaquio la incitaba a reparar en 
la del “otro”, en la del niño Marcos, 
que siempre sería para ella eso, el niño 
Marcos, nada más... Sí; solamente el 
aiño Marcos, pero no el niño Marcos 
de épocas anteriores, sino el niño Mar- 
os hombre, Esta comprobación le pa- 
reció terrible; por ella se consideró ro- 
leada de peligros, acechada, expuesta 
1 cualquier acontecimiento desagrada- 
le. Ya no se encontraría ante el so- 
yrino del patrón con la tranquilidad 
antigua; a través de los elogios a su 
Juleritud o a su diligencia, leería un 
»ensamiento mal intencionado; en sus 
jos vería resplandecer las peores in- 
enciones... ¡Y todo por los injusti- 
icados celos de Eustaquio, celos de 
Jaisanito “sonso” que supone que el 
vueblero viene de Buenos Aires con el 
solo deseo de escamotearle la prenda! 
Secándose los ojos y componiéndose 
al cabello y el delantal, tornó al dor- 
mitorio de Marcos, llevando el primer 
mate, Caminaba a tropezones, Marcos 
'a esperaba en el corredor. 
— Tus mates, Cirila... 
El mozo le rozó los dedos, Por pri- 
nera vez, ella se daba cuenta de que 
») niño le rozaba las puntas de los 
ledos, Fué como si la rozaran con una 
Tasa. 
— ¿Sabés una cosa, Cirila? . 
Ella hizo un gesto negativo, Y no 
¡onrió: por encima del hombro del 
iño Marcos vió avanzar a Eustaquio, 
que traía un baúl grande, 
— El mes que viene va a llegar otra 
versona, 
Eustaquio depositó el baúl en el 
suelo, junto a la puerta, 
— Mi novia. ¿No sabías que estoy 
1oviando? Vendrá con la madre Quie- 
:0 que las atendás vos, - 
Eustaquio, detrás del niño Marcos, 
ajó la cabeza, corrido, » 
— ¿Qué? ¿Te disgusta acaso? . 
— Nu ehreso, niño Marcos... — Y 
Tas uNa pausa, asregó, firmemente, 
»bedeciendo 2 una súbita decisión de 
ínimo: — Es que me voy,,, Otro 
:0nchabo... —- 
Eustaquio, después de entrar el baúl, 
alió del “hall” y cruzó el corredor 
y el jardín con paso presuroso, como 
de cuzco apedreado, 
Nu 
— Si te vas, me voy con vos, p'ande 
rayás, 
— Sé valerme sola, ¿m'entendés? 
— ¿Es qui has dejao'e quererme? 
— ¡Novedá!, .. — Tespondió “lg” 
irila, sonriendo con una sonrisa de 
lesprecio y de piedad a la vez, 
Eustaquio la miraba con asombro. 
— Amás... 
— Amás ¿qué? — interrumpió él, 
insioso, 
— Cada vuelta que te vea viá ver al 
tro, al niño Marcos... — Y terminó, 
ollozando, mientras empujaba al “ga- 
leteado” y cerraba la puerta de su 
ieza: — ¡Soh'ur infeliz!
	        
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