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L aproximarse diciembre, Eus-
-taquio comenzó a mostrarse
enjetado, nervioso, de mal hu-
- mor. El recuerdo del diciembre
pasado lo desasosegaba. (Diciembre y
vacaciones eran para él dos términos
semejantes, aunque las vacaciones fue-
sen en beneficio del “otro”, del niño
Marcos, el sobrino del patrón.) No po-
día olvidarse de “la” Cirila en funcio-
nes de mucama, de Cirila. vistiendo
uniforme almidonado, de Cirila en
trance de “acarrear” mates al niño
Marcos, al cual, en cierta oportunidad,
9yó decir:
— Sabe, tío, que “la” Cirila se ha
vuesto de buen ver,
En la-noche del día en que sus oídos
recogieron esas palabras esperó a la
moza junto al molinete que separa el
jardín de “las casas” del patio de los
peones, y, después de expresarle su ra-
bia, la acusó:
— Y vos tenés la culpa, por andar
coquetiando.
La muchacha, que ni remotamente
sospechaba ese despertar celoso, se
echó a reír, y Eustaquio, perdiendo los
astribos, la puso en un brete:
— Golvete con nohotroh'o si acabó
"odo,
Cirila, fastidiada, optó por lo úl-
:imo, argumentando:
— Si áhura soh'ansí, ¿qué no serás
nás luego?
Esa ruptura fué el punto de parti-
da de días de violencia para Eustaquio.
Le bastaba ver a la moza para sentir
deseos de cachetearla, en modo espe-
cial si ella, al cruzarse con él, “en-
traba” a tararear una canción cual-
quiera, Ese canturrear con tonito de
burla lo conducía a la exasperación.
En otros momentos, vencido su amor
propio, consideraba ligereza su actitud
de aquella noche y concebía un arreglo,
un retorno a las relaciones quebra-
das; pero “¡cualquier día viá rebajar-
me a la chirusa!” acababa por decirse,
prosiguiendo la línea de conducta que
le trazara un falso orgullo, Para col-
mo, ella afianzada en su lindura y
en el frescor de sus diez y seis años,
había dado en llamarlo don Eustaquio
cada vez que cumplía una orden del
patrón o del niño, y a Eustaquio, ese
don le punzaba las carnes y le hacía
hervir la sangre.
Finalizado el verano. distante el niño
Marcos de “Las Mosquetas”, el idilio
“ecomenzó de nuevo.
Pero diciembre retornaba...
II
— Ustaquio: dice el patrón que va-
ás voh'a esperarlo. Y que vayáh'en
a volanta vieja porque él precisa el
uto,
—¿Y por qué no manda a otro?
— Andá y preguntaseló vos,
Eustaquio, que terminaba de rasque-
tar un anca de un colorado, le clavó
n los ojos una mirada encendida de
ra.
— ¿Qué te réis? ¿Vah'a golver a
ah'el año pasao?
— El que vuelve sos vos... Y si
aha seguir así, decimeló, pa terminar
le una vez, ¡Ya me tenéh'harta con tus
elos! Que si me río... Que si me pei-
10... Que si él me toca la mano cuan-
lo le alcanzo el mate... :Oh, qué em-
romar!
Dijo estas palabras y, sin siquiera
sperar la réplica de Eustaquio, pegó
1edia vuelta, El mozo, al verla alejar-
:e con paso rápido. masculló entre
entes:
— Un pueblero Talborota...
Enganchó la volanta sin dejar de
aurmurar el monólogo de sus celos,
se monólogo que alargó poco después
»r el camino que lleva a la esta-
ión y que interrumpió cuando el niño
Warcos, una vez en el corredor de “las
asas”, le preguntó. delante de “la”
trila:
— ¿Para cuándo los confites?
Ni ella ni él respondieron,
—¿Qué?... ¿Acaso...? :
Haciendo de tripas corazón, el men-
ual contestó: :
— Tuavía hay tiempo,
Y agregó en seguida:
— Viá desenganchar y a tráirle los
hniltos.
Enganchó la
volanta sin de-
jar de murmu-
rar el monólo-
70 de sus celos,
28e monólogo
que alargó po-
70 después...
Cuento
por
RUBEN
CASTILLO
% 790>
Eustaquio volvió a subir a la volan-
a y se dirigió al galpón, En la forma
le empuñar el látigo y las riendas se
1dvertía el furor que le roía las en-
rañas. Marcos quedó sorprendido.
Dir eso? — inquirió :a “la” Ci-
a.
— Y... Nada, señor... Cosas d'él
Pmás...
Marcos, amistosamente, la palmeó en
:n hombro. Luego, atravesando el
hall”, se encaminó al dormitorio, Ci-
ila iba detrás suyo llevando una de
as valijas,
La frescura de la habitación invitó
11 mozo a una inspiración profunda.
— ¡Si me habré acordado de todo
sto! ¡Qué ganas de volver! ¿Verdá,
“irila, que esto es lindo?
Ella sonrió, mirándolo como nunca
o había mirado, quizá por culpa del
“eloso,
— Y a vos te encuentro muy bien,
*robablemente un poco más gordita.
En otras ocasiones le había dicho
osas semejantes, pero nunca le habían
»roducido la sensación que experimen-
aba en ese momento. Más aún: ella
to. hubiera podido precisar a qué so-
taba la voz del niño Marcos; en cam
“lo, en ese minuto sí.
— Y a mí ¿cómo me encontrás?
Se vió precisada a observarlo con
guna detención, a pasear las pu-
xilas por sobre los rasgos de esa cara
mue, fatalmente, acabaría por serle
"na obsesión.
— Bien, niño.
Emitida la respuesta, desvió la ca-
'eZa, Las manos le pesaban, Habría
leseado que ese hombre le dijese: “An-
late”. Pensó en por qué sentiría ella
"sa inquietud, esa como especie de mo-
estia. Se acordó de Eustaquio. Y en
se minuto, largo, enormemente largo,
uUvo la impresión de aque el niño Mar.
MUNDO ARGENTINO
"0s No era el niño de otros tiempos.
Hasta lo imaginó atrevido, audaz, dis-
puesto a estrecharla contra sí, a abra-
zarla con fuerza, a. besárla. Y si el
aiño Marcos intentase todo eso, ella ¿se
jefendería? Era como si la voluntad
'a fallase, como si su capacidad de re-
sistencia se hubiese agotado para siem-
»re. Poseída por ese extraño estado de
ánimo, maldijo la estupidez de Eusta-
juio, sus celos sin justificación, ese ab-
surdo empeño en confundir diligencia
le mucama con coquetería de mujer
juerendona, Felizmente, el niño Mar-
:0s, de pronto, dió fin a ese minuto,
nediante la pregunta más intrascen-
lente: -
— ¿Me vas a preparar unos mates?
— Sí, niño,
Una vez en el corredor, echó a co-
“rer, rumbo a la cocina, y allí, en la
sombra, estalló en sollozos.
El llanto no le produjo alivio algu-
10. Pese a él, continuó torturada por
las imágenes de los dos hombres, La
de Eustaquio la incitaba a reparar en
la del “otro”, en la del niño Marcos,
que siempre sería para ella eso, el niño
Marcos, nada más... Sí; solamente el
aiño Marcos, pero no el niño Marcos
de épocas anteriores, sino el niño Mar-
os hombre, Esta comprobación le pa-
reció terrible; por ella se consideró ro-
leada de peligros, acechada, expuesta
1 cualquier acontecimiento desagrada-
le. Ya no se encontraría ante el so-
yrino del patrón con la tranquilidad
antigua; a través de los elogios a su
Juleritud o a su diligencia, leería un
»ensamiento mal intencionado; en sus
jos vería resplandecer las peores in-
enciones... ¡Y todo por los injusti-
icados celos de Eustaquio, celos de
Jaisanito “sonso” que supone que el
vueblero viene de Buenos Aires con el
solo deseo de escamotearle la prenda!
Secándose los ojos y componiéndose
al cabello y el delantal, tornó al dor-
mitorio de Marcos, llevando el primer
mate, Caminaba a tropezones, Marcos
'a esperaba en el corredor.
— Tus mates, Cirila...
El mozo le rozó los dedos, Por pri-
nera vez, ella se daba cuenta de que
») niño le rozaba las puntas de los
ledos, Fué como si la rozaran con una
Tasa.
— ¿Sabés una cosa, Cirila? .
Ella hizo un gesto negativo, Y no
¡onrió: por encima del hombro del
iño Marcos vió avanzar a Eustaquio,
que traía un baúl grande,
— El mes que viene va a llegar otra
versona,
Eustaquio depositó el baúl en el
suelo, junto a la puerta,
— Mi novia. ¿No sabías que estoy
1oviando? Vendrá con la madre Quie-
:0 que las atendás vos, -
Eustaquio, detrás del niño Marcos,
ajó la cabeza, corrido, »
— ¿Qué? ¿Te disgusta acaso? .
— Nu ehreso, niño Marcos... — Y
Tas uNa pausa, asregó, firmemente,
»bedeciendo 2 una súbita decisión de
ínimo: — Es que me voy,,, Otro
:0nchabo... —-
Eustaquio, después de entrar el baúl,
alió del “hall” y cruzó el corredor
y el jardín con paso presuroso, como
de cuzco apedreado,
Nu
— Si te vas, me voy con vos, p'ande
rayás,
— Sé valerme sola, ¿m'entendés?
— ¿Es qui has dejao'e quererme?
— ¡Novedá!, .. — Tespondió “lg”
irila, sonriendo con una sonrisa de
lesprecio y de piedad a la vez,
Eustaquio la miraba con asombro.
— Amás...
— Amás ¿qué? — interrumpió él,
insioso,
— Cada vuelta que te vea viá ver al
tro, al niño Marcos... — Y terminó,
ollozando, mientras empujaba al “ga-
leteado” y cerraba la puerta de su
ieza: — ¡Soh'ur infeliz!