25 de Mayo de 1938
POR
Una buena acción
(Continuación de la página 29)
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na atención por la pequeñuela.
— ¡Oh! — exclamó arrebatadamen-
e. — ¡Dios no permitirá que nada le
curra! ¡No es posible, doctor; no -es
osible!... . ,
El joven médico la observó deteni-
lamente. Parecía comprender el pro-
:eso psicológico de la muchacha, y se
sentía admirado de la fe con que la
¡oven aguardaba el pronto restable-
:imiento de su diminuta amiga.
— No tema usted — le dijo para
Mlentarla, — Con una voluntad como
a suya se pueden hacer milagros. Mi
lesvelo por ella no será inferior al de
isted. Me acaba de señalar una luz
jue no conocía en mi profesión: la de
stidar x un enfermo como si fuese
:0sa mía, no con la indiferencia y el
fatalismo a que estamos acostumbra-
los por la razón misma de nuestro
ajercicio. Confíe usted en Dios, como
yo confío, y entre los dos lograremos
o que ahora parece imposible,
Cuando el médico se fué, Josefina,
n su vigilia, pensó largamente en sus
alabras.
_
La gravedad de Margarita no cedió
.n muchos días. El médico concurría
isiduamente al asilo, varios veces al
lía, y sentado al borde de la cama,
:¡ambiaba palabras, cuando la soledad
o permitía, con la ocasional enferme-
"a de Margarita. A medida que trans-
urría el tiempo, el médico experimen-
aba una necesidad irremediable de
meontrarse entre las cuatro paredes
le aquella sala, donde le parecía que
su vida había tomado un nuevo giro,
vor obra de la presencia encantadora
Je Josefina. Cuando llegaba al asilo, y
yor cualquier razón no encontraba a la
joven, su visita era breve, nerviosa,
somo si le faltase algo imprescindible
vara recuperar el aplomo que lo hacía
Jueño de la situación y de sí mismo,
seguro de que, al fin, habría de ven-
er a la muerte que minuto a minuto
icechaba a la cabecera de la enferma.
En las largas veladas pasadas al la-
lo de la joven, su pensamiento se ha-
xa más diáfano, su corazón encontra-
>a la tranquilidad que le abandonaba
.n cuanto dejaba el asilo, y en las con-
versaciones mantenidas con ella en-
:ontraba un encanto tan hondo, tan
Jesconocido, que, gustosamente, se hu-
viera olvidado de las horas, si por una
razón indispensable de discreción no
hubiese tenido que atormentar sus afa-
nes, retirándose cuando menos lo de-
¿eaba. Por aquellas charlas se enteró
de que Josefina había llegado al asi-
lo en condiciones casi idénticas a las
de Margarita, permaneciendo veinte
años al lado de las hermanas, prepa-
rándose ella también para recibir a
Dios, si alguna vez se sentía digna
le poderlo ser. El respetaba sus creen-
:ias, sin atreverse a pronunciar, por
creerlo casi sacrílego, un pensamien-
:0o que desde tiempo atrás le ator-
mentaba, hasta que una noche, cuan-
do pudo decirle a la joven que el pe-
igro para la pequeñuela había des-
aparecido totalmente, reteniéndola de
ana mano, cuando ella se disponía a
zorrer para comunicar la noticia a las
hermanas, le declaró, nerviosamente:
— Perdóneme usted, Josefina, por lo
yue voy a decirle, Le hablo con el co-
:azón en la mano, en nombre del res-
veto que usted me merece y que no
vodrá extinguirse durante el resto de
mi vida. He tenido muchas veces im-
pulsos de declararle a usted un pen-
samiento. doloroso por el temor que
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onalidades
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) del corte
lel modelo,
.mplio, sua-
e ideal para la coqueta de treinta años,
'a espiritu selectivo y buen gusto.
MAIS RISE > AAA
dene de verse fustigado por una ne-
rativa. No sé cómo explicárselo; pero
in que lleve mis palabras al sentido
le una ofensa para usted, me atrevo a
leclarar desde el fondo de mi alma creo
que su vida no pertenece a este asilo.
Tay en su espíritu mucha belleza, mu-
:>ha bondad y mucha virtud que hacen
"alta en el mundo, Se puede honrar a
Jios de mil maneras, y si hoy le des-
ubro a usted el tormento de mi cora-
ón, lo hago a impulsos de un afán
an noble, que usted no dejará de com-
render, No reclamo sólo mi felicidad
:goístamente, Quiero su ayuda, su pro-
ección, sus consejos y su presencia,
vara servirla, para amarla y para hon-
rarla, porque la considero la más digna
mujer que podría encontrar en mi ca-
mino, Y usted serviría a Dios en una
'orma que tal vez escape a su com-
xrensión en estos momentos; pero que
:stá en perfecto acuerdo con su sen-
ibilidad de mujer. Perdóneme usted,
Josefina; pero sólo quiero ofrecerle
“espeto y devoción; un respeto tan sa-
rado y tan sincero como el que me
merece la presencia de ese crucifijo que
leva usted sobre su pecho... —
Josefina, con el corazón anhelante,
saltándole en el pecho, había escuchado
la inesperada declaración. Se sentía
oróxima a desfallecer, y sus ojos, po-
Jados de luces extrañas, parecían re-
procharle al hombre el haberla puesto
en una alternativa que se sentía inca-
paz de resolver,
El médico, antes de retirarse, le
lijo:
— Amiga mía: consúltelo usted con
la madre superiora... Ella podrá
zuiarla, y yo me someteré a su juicio...
—
Un rato después, Josefina, arrodilla-
la ante la madre superiora, le confe-
aba, con frases entrecortadas, lo que
:cababa de ocurrir,
La religiosa no necesitó mucho para
-omprender cuál era la predilección de
a joven, y haciéndola levantarse, le
lijo cariñosamente: .
-— Hija mía: he velado por ti mu-
chos años para ignorar lo que pasaba
en tu corazón. Estoy segura de que
Dios estará contento del paso que vas a
dar, y yo, que en cierto modo he sido cóm-
plice de este hecho, porque tú com-
prenderás lo fácil que me hubiera sido
.mpedir tus encuentros con este joven,
estoy también contenta, Efectivamen-
:e, tu destino no está señalado al lado
nuestro. Lo he comprendido desde tiem-
po atrás, y ya que la oportunidad se
presentaba, quise tentar la suerte, Creo
que es un hombre digno de ti, y no
dudo de que llegaréis muy lejos en
vuestra vida... Sólo, eso sí, te exigiré
que el casamiento se efectúe en nuestra
capilla...
Meses después, Josefina y su fla-
mante marido abandonaban el asilo,
Nntre ellos, lanzando saludos a las
1ermanag con sus manos regordetas,
Margarita, su hija adoptiva, iba muy
feliz y muy orgullosa de su nueva
madre...
Mamaci->
La voz amiga para
Lodo el día. El com-
pahero para sus hijos.
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