1 de Junio de 1938
N UANDO Gusta-
vo Calderón se
(GC recibió de abo-
gado, recordó
una frase que había leído
*n un texto: “Una fuerte
personalidad le asegurará el
íxito” Pensando que había una
gran verdad en aquellas pala-
bras, las colocó bien visibles al
ado de su diploma.
Teniendo siempre esta frase ante
sus ojos para acicate de su ambición,
Joco a poco fué adquiriendo una repy-
ación envidiable. - .
Había alcanzado una situación des-
acada a fuerza de hacer méritos, y era
ndudable que se sentía satisfecho de sí
nismo. Estaba convencido, además, que
su "éxito se lo debía a su personalidad,
a su carácter dinámico, Por ejemplo:
abía defendido con buen resultado al
“flaco” Martínez; cuando éste fué acu-
sado de matar a un policía. Todas las
semipruebas eran: desfavorables al
“Flaco”, y el juez lo consideraba cul-
able.
Calderón estaba seguro de que su de-
tendido era inocente. ¿No había pasa-
lo acaso por la severa prueba que le
'Mpuso su abogado? Fijando su poten-
ce mirada en los ojos de su cliente, y
ejerciendo toda su personalidad hipnó-
El podor f
hipngues de Gustavo Calderón
tica, le había hecho confesar toda la
verdad y nada más que la verdad.
Nadie podía burlarse de Gustavo
Calderón, El siempre investigaba por
x3 mismo la verdad de los hechos. .
Su brillante defensa, combinada con
:1 encanto de su personalidad, hizo in-
linar la balanza a favor de su clien-
e, y cuando terminó de hablar, el “fla-
so” Martínez fué declarado inocente.
Sin aquella defensa, el “Flaco” hu-
dera sido condenado a cadena perpe-
"ua, y Calderón estaba firmemente con-
vencido de que no era su brillante re-
tórica la que había asegurado la li-
dertad del “Flaco”, sino la mirada mag-
ética que había dirigido al juez.
Se vanagloriaba de este poder ante
sus amigos en el club, y en consecuen-
tia, comenzó a volverse antipático, y
sus ideas eran ridiculizadas y despre-
adas.
jue así sucediera, Un encuentro con un
andido sería la prueba suprema. Si
alía airoso de la aventura, demostra-
ía a esos incrédulos del club que no
Ta UN charlatán.
Cuento por
ALFREDO SINDALE
[)ESGRACIADAMENTE, nadie pa-
recía tener interés en asaltar
1 Gustavo Calderón, Comenzó a
ransitar por las calles más obscuras
r solitarias; pero nadie lo molestaba
n lo más mínimo, Varias veces se le
¡.cercaron individuos que tenían toda
a apariencia de ser malhechores; pero
uando Calderón los miraba, invaria-
Jemente desaparecían tras alguna
uerta. -
Esta situación comenzó a impacien-
arlo. En sus caminatas dejaba abier-
o el sobretodo, esperando que su mag-
lífica cadena de oro atraería la aten.
ión de los amigos de lo ajeno. Tam.
yoco usaba guantes, dejando bien visi
e un costoso anillo de brillantes. Mas
lada ocurría...
Los socios del club le preguntaban:
¿Ya se encontró con un asaltante?”
): “¿Cuándo va a demostrarnos su po-
ler? Y su descontento y mal humor
ban en aumento.
Transitaba por los barrios más som-
ríos y de mala reputación; pero los
ujetos sospechosos que merodeaban a
u alrededor no le prestaban la menor
+ención.
Cierta noche, cuando ya pensaba
»bandonar su plan en desesperación,
urgió, repentinamente, una sombra y
e cerró el paso, El corazón de Gus-
avo latió con renovada esperanza:
— ¡Arriba las manos? — gruñó la
mibra.
Tranquilamente, Calderón obedeció a
1 imperiosa voz. Tenía su plan bien
Trazado, y hasta ese momento todo iba
¿ las mil maravillas.
El asaltante le apuntaba con un re-
"ólver y, por lo visto, no estaba dis-
Juesto a perder el tiempo, La vie-
'a gorra le tapaba la parte su-
erior de la cara; un pañuelo atado al
uello completaba el cuadro de un per-
ecto asaltante nocturno en acción.
— ¿Y -bien? — preguntó Gustavo,
on calma; mucha calma... ,
Esta pregunta y la serenidad de su
íctima parecieron impresionar al mal-
1echor. Hubo un momento de silencio,
—- ¿Qué desea, buen hombre? — pre-
>untó Calderón, nuevamente, con el
mismo tono de voz.
El bandido parecía extrañamente tur-
ado. Había elegido un lugar obscuro
ara sus operaciones y, por lo tanto,
10 podía ver el rostro de su víctima.
— Este... Dinero — contestó, al fin,
— Su reloj..., y lo que lleve encima.
(ERTO día, cuando uno de los miem-
bros del club fué víctima de un
asalto al volver a su casa, se le ocurrió
a éste una gran-idea. Estaba justamen-
te relatando los detalles del robo a
otros socios, cuando Calderón estalló
2n una estruendosa risa: —, ,
-—Ese facineroso no me hubiera asal-
¡ado a mí — aseguró con énfasis.
— ¿No? ¿Qué habría hecho usted pa-
ra evitarlo? — preguntó la víctima.
— Un malhechor — replicó Gustavo
con un aire de superioridad — es un
cobarde, y sufre, por lo tanto, de un
complejo de inferioridad, Un sujeto
así puede ser intimidado nada más que
mirándolo fijamente en los ojos, siem-
pre que uno tenga poder. ,
— Está bien — replicó el otro. —
Quizá lo asalten a usted una de estas
aoches, y entonces, ¡veremos!...
Calderón, convencido de poseer po-
deres hipnóticos, tenía la esperanza de
S E me ocurre — dijo el ahogado —
que usted está muy seguro que lle-
"o encima objetos de valor,
— ¡Vamos! — carraspeó el indivi-
lo. — Déjese de tanto hablar.
— Y lo que es más — continuó Cal-
lerón, imperturbable: — las riquezas
adquiridas en esta forma no le repor-
arán ningún bien.
La: cara del maleante se acercaba
ada vez más a la suya, y parecía in-
rigado.
— ¿Quién cree usted...?
— Buen hombre: tiene que abando-
1ar este oficio — prosiguió Gustavo. —
“Cuarde ese revólver!
4 1 asaltante
e apuntaba
"on UN Tevól-
ver y, por lo
visto, no. esta-
»a. dispuesto a
perder el tiem
0.
El ladrón seguía escudriñando la ea-
ra de su interlocutor, envuelta en las
sombras, Gustavo también deseaba un
poco más de luz, En esa obscuridad era
imposible ver el fuego magnético de
sus ojos; pero de todos modos era evi-
dente que el maleante se sentía inde-
2iso,
Estaba ya más seguro de que su po-
der lo salvaría. Había oído decir que los
hipnotizadores ordenan a sus víctimas
que hagan ciertas cosas, y sus órdenes
son. cumplidas,
Ese era, entonces, el momento de ac-
tionar, Fijando sus ojos en el asaltan-
“e, y poniendo toda la autoridad que le
'ra posible en su voz, ordenó:
— ¡Guarde ese revólver y vuelva a
¡U Casa! -
De pronto, el sujeto prendió su lin-
erna eléctrica, y la luz reveló la fuer-
a dominadora en la mirada de Gus-
'avo Calderón,
— ¡Por todos los diablos! — musitó.
Luego: — Está bien: baje los brazos.
Apagó la linterna, giró sobre sus
salones y desapareció en la obscuridad.
E
MEDIA hora después Calderón se
UVA encontraba en el club rodeado de
sus amigos, relatándoles por tercera
"ez su reciente aventura.
Sacó un cigarro de su cigarrera de
ro, mordió la punta y comenzó a fu-
marlo, muy complacido de sí mismo.
— Es como les cuento — admitió, —
"odo ocurrió exactamente como yo ha-
fa anticipado. Si un hombre posee su-
ciente personalidad, puede hacer que
e obedezcan, no uno, sino toda una
anda de asaltantes, Es una prueba de
'uerza de voluntad...
CUETAVO Calderón no era el único
que relataba su hazaña en esos mo-
nentos, En una pieza lejana, y mucho
nenos lujosa, una mujer discutía con
1 hombre que momentos antes había
lejado libre a un asaltado.
— ¡Idiota! — gritaba la mujer. —
Dices que eres todo un hombre y de-
as que un sujeto te convenza para no
nitarle su dinero después que lo te-
1ías con los brazos en alto.
-— No podía hacer otra cosa — se de-
'endía el “flaco” Martínez. — Cuando
e enfoqué la cara y vi quién era, no
nude olvidar cómo me defendió y evitó
ne me mandaran a la cárcel, Ese hom-
re tiene lo que se llama personalidad.
Jabía, como todos los demás, que yo
até al policía... No se le podía en-
rañar; pero habló tanto, hasta que
:onvenció al juez. No podía robarle a
il, justamente a él. ¿No te parece?...,