y de Junio de 19838
7 y
Cuento por
¡VIENE un lindísimo vestido —
rY -pensó Clara.-— Pero me pa-
rece que Dora no está tan bien.
- . Veremos lo que él piensa. -¿Có-
no puede agradarle a un hombre de
»uen gusto una mujer con semejante
rente?
Se inclinó. sobre el hombro de una
'oven sentada en la primera fila.
— Dime, querida: ¿sufres vértigo?
— ¿Vértigo? ¡Por favor! — excla-
mó la otra rápidamente, — Con sólo.
mencionar. esa palábra me mareo, -
—. Entonces no mires la frente de
Dora: es peor que un precipicio. Se ha
oeinado el cabello liso hacia atrás y lo
leva en un nudo sobre la nuca. ¡Qué
orrible!
Con una graciosa imitación de la
modestia cubrió su propia frente con
1n mechón de rulos rojos. En ese ins-
ante, presintiendo que se hablaba de
:lla, Dora fijó sus brillantes ojos ne-
gros en los de Clara, y lo adivinó todo.
En seguida comenzó a hablar al oído
de una señora sentada a su lado, mien-
“tras trazaba líneas paralelas con el ín-
dice sobre su frente alta y lisa, Clara,
que no ocultaba su frente solamente
vor coquetería, vió el gesto y rechinó
os dientes con rabia.
Clara no prestaba atención a lo que
xurría en el escenario. Con los ojos
vuestos en Dora, esperaba la aparición
de un hombre.
— El no vendrá hasta que termine
'a obra. Todo el mundo se ha reunido
sta noche aquí. Pero, sí... ¡Allí llega!
Observó que al pasar conversaba
animadamente con Dora, y los celos
»bscurecieron su mirada,
— ¿Quieres que te lo presente? —
e preguntó la joven sentada delante
le ella,
— No — dijo Clara, levantando un
voco la voz.
Reconoció él la voz de Clara, e in-
nediatamente se acercó, sonriendo con
sus hermosos ojos azules, cuya expre-
sión de ternura daban un enorme atrac-
ivo a su interesante personalidad.
—- ¡Buenas noches, ave del paraíso!
Clara había vuelto a recobrar su
:ompostura, y pensaba: “Ella nos está
»bservando.”
Inclinándose hacia el gran drama-
:urgo Roberto Frank, lo recibió con
ana de sus mejores sonrisas.
— ¡Ese vestido rosado! — exclamó
2] recién venido.
— ¿Le gusta?
— De ninguna manera; una criatu-
ra exótica como usted, con ese magní-
fico cabello rojo sobre sus ojos verdes,
debiera llevar una piel de leopardo en
7ez de un vestido. -
Rápidamente, con calculada imperti-
aencia, tomó entre sus dedos el mechón
ie rulos rojos que cubría la frente de
Clara, Pálida y atenta, su rival la ob-
:ervaba.
— ¿Cómo van las ganancias esta no-
2he?
— Sacamos la suma redonda de vein-
idós mil pesos, Como ve, le descubro.
:odos mis secretos. -
— ¿Está seguro que todos?
— Todos, menos uno, y creo que su
meanto hará que pronto sepa también
iste,
De vronto. Clara ga lovontá Na mie
COLETTE
“a oír más esa noche. Se llevaría con-
igo las hermosas palabras que había
scuchado,
Desde que Clara descubrió que es-
aba enamorada de Roberto Frank, su
-ensamiento siempre iba primero hacia
2 joven que era su rival. Siempre que
2 encontraba con su antigua amiga
- Frank en una fiesta, sentía que la
ingre le coloreaba las mejillas. A toda
sta deseaba enamorar al interesante
Tank, para lo cual debía desplazar a
“ora,
Sucedió finalmente que, obligada a
vandonar el terreno en todas las oca-
iones, Dora desapareció. Esto era algo
on que Clara no había calculado. Du-
ante el estreno de la última obra de
"rank, Clara recorrió el teatro con la
mirada,
— ¿Dónde está Dora? — preguntó al
scritor.
— ¡Yo no soy su tutor! — gruñó
"rank, enojado porque Clara no pres-
aba bastante atención a: su mueva
hra. .
?ensó que mentía, y no dijo más.
Pero Dora tampoco estaba presente
n la fiesta veneciana que unos ami-
os. daban en sus magníficos jardines,
e modo que no pudo ver a Frank ves-
ido de blanco, caracterizando a un
oble italiano. del Renacimiento, y a
lara de paisana napolitana. .
— ¡Qué fiesta! — comentaban los
nigos de Clara. .
— Sí... — contestó ésta distraída.
- Es muy linda, pero falta algo, Es
na fiesta magnífica, pero un poco
burrida. . -
Ya hacía tiempo que estaba cons-
antemente aburrida e impaciente, y
'eseaba que un cambio ocurriese en su
ida” monótona. o
Por eso cuando Frank se le declaró
ceptó inmediatamente. Decidió que la
oda se realizaría en el campo, pero
bandonó la idea al pensar que Dora
:0 estaría presente. ¿Dónde estaría
"ara? . . .
Resolvió preguntárselo a su amiga
n Ja primera ocasión que se presen-
ara.
— Pero, Clara, ¿dónde has estado?
- le respondió ésta. — Dora se casó
on ese joven simpático que la corte-
aba hace tanto tiempo, y actualmen-
e andan en viaje de bodas por Europa.
Cierto día salió a almorzar con
“rank. Pensó, sin embargo, que la
rrimavera había llegado, y que ella se
burría enormemente. Frank, obser-
ando su silencio prolongado, le tomé
a2s manos entre las suyas. Clara le-
antó la vista y vió en lugar de su
ovio el vacío inconmensurable que
epresenta el hombre a quien no se ama
- de quien una se está hastiando, El
mmenzó a relatarle el argumento de
u nueva obra. Pero una serie de vio-
antos bostezos conmovió a Clara de
al modo, que creyó estar enferma, y
idió que la llevase a casa,
— Volveré después de cenar pará ver
omo te encuentras, querida mía —
ijo Frank-ansiosamente. -
— No, no te molestes; yo te llamaré
or teléfono. No es nada...
No recibió ningún llamado telefóni-
0; pero, en cambio, una nota en un
ono tan brusco. aque se sintió herida
n lo más profundo de su amor propio.
— Hay otro hombre de por medio.—
cidió al fin. — Ha jugado conmigo
1ra divertirse. .
Pero estaba muy equivocado. Clara
2 encontraba confortablemente acos-
ada en su cama, deleitándose en fu-
nar un cigarrillo de su marca favo-
ita, mientras que bajo sus párpados
errados la imagen de Frank se esfu-
aba del todo.
Era realmente una lástima que Dora
ubiese abandonado la partida de esa
1anera. De haber seguido celando a
rank, muriéndose de envidia: quizá
lara se habría casado con él para
ar feliz... a. si Manera