15 de Junio de 1988 —
RUMORES cm...
E | A D. MONFORT
RNESTO Jofrey se apresuró a entrar en el
E, ascensor. Dos muchachas, que también es-
. taban esperando, consiguieron entrar con él y
se pararon en un rincón, prosiguiendo su in-
cerrumpida charla, . _
-— Buenos días, señor — saludó el ascensorista.
Ernesto contestó apenas con un movimiento de
:abeza. Guardar las distancias era una cons-
tante preocupación en la vida de Ernesto. A los 53
años llevaba la cabeza un poco más alta que los
hombres comunes. ¿Y por qué no? Era una persona
de gran importancia. :Lo habían llamado “el más
grande comerciante del: país”. Como presidente de la
Compañía Internacional, también era amigo íntimo
v consejero de ministros y presidentes. -
Ernesto oyó decir a una'de las muchachas detrás
-uyo:
— Y me dijo Roberto: “¿Qué ocurrirá cuando se
antere la prensa?” Entonces; yo le contesté a Ro-
verto: “No se atreverán a publicarlo. ¡Es el co.
nerciante más rico del país!” —
”— Está bien — me respondió Roberto; — pero
odo el mundo ya lo. sabe.”
Un repórter de “Noticias” le había dicho que pron:
o saldría la noticia en todos los diarios,
— ¡Santo cielo! — se hizo oír la otra joven. —
Qué artículo!... Los grandes hombres no debieran
rener relaciones con las esvosas de hombres sin im-
vortancia...
El ascensor se detuvo y descendieron las dos “jó-
renes. Luego prosiguió su camino hacia las alturas.
Los pensamientos de Ernesto también se remon-
caban hacia las alturas, tratando de olvidar la pla
centera memoria de su cita con Isabel la noche
anterior. De pronto comenzó a sentirse alarmado
¿Sería verdad de que esa muchacha supiese algo,
o es que se trataba sólo de un comentario trivial?
No vendría mal investigar un poco, Aguirre, como
de costumbre, se encargaría de eso. No, aquél no
hodía hacerlo, La boca de Ernesto se contrajo hasta
cormar una línea fina y dura. No podía ser Aguirre
sta vez. ¡Aguirre era el esposo de Isabel!:., -
Ernesto. se encogió de hombros. ¿Había sido un
tonto al iniciar relaciones con Isabel? Se sonrió
como si ésta fuese una idea absurda. ¿Para qué
preocuparse? Nada le sucedería, Podía manejar. a
su gusto la prensa... Con respecto a Aguirre; po-
dría comprar su silencio, o si no, bueno: su poder
no tenía límites... No abrigába malas intenciones
:0ntra “Aguirre mientras éste lo ignorase todo.
Su secretaria le anunció al llegar:
— Aguirre quiere. entrevistarse. con usted, Dice
ue es un asunto urgente: A.
—Está bien: que pase,
— Buenos días, Aguirre — dijo cuando éste apa-
reció. — ¿Qué lo trae por acá? - .
— Circula un rumor bastante desagradnble —
respondió Aguirre. — Lo sé de un hombre de “No-
ticias”. Se están preparando para publicar un gran
escándalo social acerca de un miembro de la familia
de usted. No pude sacarle más detalles. -
Ernesto dirigió una mirada aprensiva hacia Agui-
cre. El pánico se estaba apoderando de él. ¿Qué
sabía “Noticias”? ¿Qué sabía el propio Aguirre?...
Ernesto se inclinó sobre el escritorio,
— No proceda todavía — dijo, — Supongo que
2s una mentira, Si llega a averiguar algo más, co-
muníquemelo sin pérdida de tiempo.
Cuando se hubo marchado Aguirre, Ernesto se
reclinó en el sillón y trató de coordinar sus ideas.
Su viejo enemigo “Noticias” debía saber algo so-
bre sus relaciones con Isabel. Cerrando la mano,
volpeó sobre el escritorio. Si no fuera Isabel la
mujer en cuestión, va sabría cómo manceiar la si-
ación, encargando a Aguirre del asunto. ¡Pero
Rhora no lo podía perder de vista él mismo!...
De pronto se le ocurrió una posibilidad, ¿Lo habría
ielatado Isabel? Tenía que verla y hablarla. Marcó
In número en su teléfono privado, vero no recibió
ontestación. , ,
Decidió ir al club para distraerse un rato,
Una vez allí, al pasar ante'la puerta de uno de
ns salones, oyó voces que murmuraban:
— La Compañía Internacional está perdida. Dicen
que un gran escándalo envuelven a Jofrey yla es-
posa de uno de sus empleados. “Noticias” ya lo sabe
es el fin de Jofrey.
Ernesto .esperaba a Isabel Aguirre en la confi
tería en que solían encontrarse, Las mesas contiguas
estaban vacías. .
Isabel entró en el salón con el paso ágil que la
caracterizaba. -
—¿Qué pasa, Ernesto? — preguntó. — Estoy real
mente alarmada.- .
— Pasa algo grave — murmuró, levantando la
vista. .
Otra pareja había entrado junto con Isabel y tomó
asiento dos mesas más allá. ¿Estarían siguiéndola a
[sabel? ¿Serían de “Noticias”? El hombre era de un
tipo más bien rudo, y la mujer bastante atractiva.
renían la apariencia de periodistas o detectives: pro-
cesionales. Ernesto 'se estremeció en su furia im-
potente.
La voz de Isabel interrumpió sus pensamientos:
— Ernesto — dijo, — ¿qué té ocurre? Tienes: una
mirada... -
Jofrey ya no la escuchaba, Sus ojos estaban fijos
2n los del hombre de la mesa contigua. a
El hombre estaba inclinado hacia su compañera
La tocó con la mano, mientras que con la otra ha-
cía ciertos gestos en el aire para luego señalarlo con
el dedo. —. : -
Ernesto se levantó, los nudillos blancos sobre la
»mpuñadura de su bastón. : u
A grandes pasos se acercó a la otra mesa: El hom:
bre lo miraba sonriendo. . -
— ¡Usted es uno de los sabuesos de “Noticias?! —
exclamó.
El hombre no contestó, pero siguió mirándolo y
sonriéndose.
Ernesto levantó el pesado bastón y lo golpeó con
odas sus fuerzas. El hombre cayó sobre la mesa
como fulminado. Viéndolo caído, la furia abandonó
a Ernesto y quedó inmóvil al comprender lo que
había hecho.
Aguirre entró en una oficina desordenada por una
puerta en Ja que se leía: “L, Loza. Policía privada.”
Un hombre estaba sentado tras un escritorio re
pleto de diarios, revistas y papeles, o
— ¿Todo marcha hien? — preguntó al recién -Ile-
rado.
— ¡Diablos, no! —— exclamó Aguirre. — Jofrey
astá preso, acusado de asesinato.
— ¿Qué? — explotó el otro. :
— Mató a un hombre en una confitería, Le partió
21 cráneo con su bastón. Creyó que lo estaba siguien-
do y hablando de él. .
— ¡No es posible! — exclamó Campos.
Aguirre asintió.
— Nunca me imaginé que sucediera nada parecido.
Creí que asustaríamos a Jofrey para que rompiera
con mi mujer, Sus agentes, Loza, hicieron circular el
rumor con demasiada insistencia. Jofrey estaba fue-
ra de sí.
— ¿Y su esposa?
— Está detenida en calidad de testigo.
Loza, ante la enormidad del hecho, ya no sabía qué
decir, Finalmente preguntó, entre dientes:
— ¿Quién era el tipo ese que mató?
Aguirre estaba como enloquecido.
— ¡Un pobre diablo sordomudo! — gritó. —- ¡No
rodía oír ni hablar une sola palabra!