MUNDO. ARGENTINO
Ca Sy Cuento por
t- N. T. CORAGE
Quien da consejos no siempre puede calcular el. al-
cance que pueda tener el resultado de s us buenas
intenciones .'. .
“ joven amigo, si sigue comiendo de esta ma-
nera, va a engordar — dijo Méndez en to-
no acusador a su compañero que se hallaba
sentado frente a él.
- Mi esposa no está en casa. No puede perder el
tiemno haciéndome la comida, de modo que vengo
a este restaurante y me lleno una vez por día —
explicó Eduardo Bello, entre bocado y bocado. -
-— ¡Cómo! ¿Otra vez? Ya van cuatro veces qué
ella se va de paseo desde que se casaron ustedes.
No me convence el comportamiento de su esposa,
amigo mío,
Méndez arrugó su cara bonachona, pensativo.
— A mí tampoco me gusta, qué quiere que le
diga... — respondió Eduardo, suspirando resigna-
do. — No me gusta hablar de esto a nadie, pero us-
ted nos conoce a Nelly y a mí desde chicos. La eul-
pa la tiene mi suegra, que vive en Olivos. Siempre
la invita a quedarse, y esta vez es por una semana.
De seguir así, la próxima vez se va a quedar un mes.
— ¿Todo marcha bien entre ustedes? ¿No han
reñido? — inquirió Méndez con acento paternal.
— No; nos llevamos muy bien — contestó Eduar-
do. — Pero ella lo pasa tan bien en Olivos: desayu-
no en la cama, no tiene que trabajar, y así nor el
estilo.
— Recuerdo que a Nelly nunca le gustó el tra-
bajo doméstico —— musitó Méndez. — ¿Qué aspecto
tiene el departamento cuando ella vuelve?
— ¡Horrible! — exclamó Eduardo con vehemen-
cia. — No me gusta arreglarlo, y odio lavar los pla-
tos; de modo que uso toda la vajilla y la dejo en
la cocina; y cuando vuelve Nelly, se encarga de
todo. A decir verdad, no parece enojarse. Al con-
trario, parecía . que se alegrara de encontrarme
metido en todo ese lío,
— Por lo visto, usted no es psicólogo; no sabe
nada de la mente femenina. ¿No se da cuenta que
su vanidad de mujer se siente halagada cuando lo
encuentra pálido, preocupado e indefenso entre los
platos sin lavar, las piezas llenas de tierra y la ca
ma sin hacer? Ella piensa: “¡Cuánto me necesita!
¡Cómo se alegra de verme otra vez de vuelta! La dis-
tancia aumenta el cariño, de modo que me marcho
por una temporada en cuanto me descuida un poco.”
"Es un error hacerle ver a una mujer que de su
presencia depende el confort y la felicidad de uno
—. continuó Méndez, autoritario, — Si al volver
encontrase el departamento limpio y arreglado, y
a usted feliz y romtento. empezaría a sentirse in-
cómoda.
— Pero yo no entiendo nada de trabajos domés-
ticos — contestó Eduardo, pensativo.
— No importa. Mi señora conoce una sirvienta
que es una maravilla. Le avisaré que vaya todas
las mañanas. Los gastos van a cuenta mía. Podemos
considerarlo un regalo para su próximo cumpleaños;
y estará bien empleado si logramos reformar a
Nally.
DS Gumersinda, la sirvienta, era una verdade.
ra maravilla, En la primera semana lavó toda
la vajilla, sucia 0 no usada. En fin, limpió la cocina
de arriba abajo, como se dice, Viéndola trabajar
Fduardo concibió la idea de completar la obra reno.
7adora, y ayudó a limpiar los bronces, pintó algunas
:0sas; hasta compró un aspirador eléctrico y una
1eladera moderna, "e
Cierto vendedor. de estufas a gas nó necesitó em
»Jear toda su elocuencia para convencer al futuro
'omprador de las ventajas de una estufa a gas.
Eduardo “adquirió una también,
Se sumergió entre libros y revistas de economía
loméstica, pensando que cuando Nelly volviese en-
'ontraría el departamento tan perfecto, que no acep-
'aría la próxima Invitación de su indulgente mamá.
Las paredes tampoco resistieron los ímpetus re-
10vadores de Eduardo, Todas las noches, al volver
le la oficina, trabajaba entre empapelados, engrudo
r pinturas. Eduardo y doña Gumersinda trabajaron
in tregua para que todo estuviera perfecto cuando
Telly volviese.
El día del regreso de Nelly, Eduardo pidió li-
encia de la oficina para la tarde. A: las seis estaba
tán recorriendo todo el departamento buscando en
vano alguna cosa fuera de lugar, dando un toque
1quí y allá. La estufa de gas esparcía un calorcito
1gradable en el living-room, y la lámpara nueva
lenaba de luz difusa toda la pieza, Los pisos y los
muebles brillaban de limpios... En fin, Eduardo
astaba muy satisfecho de su obra.
por consejo de Méndez, Eduardo no fué a recibir
a Nelly a la estación. - .
— Echaría a perder el asunto — le dijo éste. —
)tras veces lo encontró esperando desolado en la
olataforma, como un perro perdido espera al amo.
Ve imagino lo satisfecha que se habrá sentido —
ien la conozco a Nelly. No demuestre su. alegría
uando llegue, hágase el indiferente, Demuéstrele que
stuvo feliz y contento en sn ausencia, y así comen-
ará a dudar,
De modo que, cuando Eduardo oyó parar el taxi
le Nelly, entreabrió la puerta de entrada y luego se
1undió cómodamente en su sillón predilecto.
Cuando Nelly entró, se levantó sin demora y la
jesó cortésmente,.
— Tu mamá ¿está bien? — preguntó indiferente.—
Tué muy buena en invitarte; a la verdad, no esperé
ue regresaras tan pronto. Llegas a tiempo, pues
staba por cenar, La comida está casi lista.
— ¡Mmm! ¡Qué bien huele! ¿Quién te la cocinó?—
xreguntó con cierto tono de sospecha en la voz,
— Yo, por supuesto — contestó Eduardo, — Es
nuy fácil cocinar, ¡Me he preparado cada plato ex-
juisito en tu ausencia!... —
— ¡Qué linda estufa! — dijo Nelly acercando las
manos al calor.
— Pensé que no me vendría mal tener una. Ahora
xuedo volver de la oficina, y en un momento están
as piezas calentitas, También tengo un aspirador
éctrico: es una gran avuda para mantener todo
impio,
— Parece que te arreglaste lo más bien sin mí
¡uerido — dijo Nelly, haciendo una mueca.
— No tienes que preocuparte por mí — contestó
il, complacido. — Estoy pensando que si no te opo-
1es, la próxima vez que te vayas pienso dar alguna
tiestita.
Después de cenar, Nelly ocupó un buen rato re
corriendo las piezas e inspeccionando los cambios,
Eduardo la observaba disimuladamente, sonrienda
comblacido cuando ella no lo veía.
A! día siguiente, cuando se encontró con Méndez,
la sonrisa había desaparecido,
— ¿Qué le pasa, amigo? ¿No salió bien nuestre
Jan? — inquirió Méndez, ansioso,
— ¡Salir bien! — exclamó Eduardo con un gemás
lo, — Esta mañana me dijo que la semana que
viene se iría a Olivos por un mes.
=—— ¡No! .
— Sí. Dice que en su ausencia puedo ocuparme de
>ambiar log muebles y los cortinados que ha sofiade
nacer hace tanto tiempo, pero que le daha flojera...