MUNDO ARGENT: INO
“EIA
uento por
"OSE F. FONTANA!
ERMINADA la conferencia en
“ el reposu conventual del archi-
vo, los dos hombres cambiaron
* un apretón de manos, tras de
0 cual el juez abrió la puerta y ordenó
al vigilante estacionado en la oficina in-
nediata: ,
-— Tráigame al detenido Toral, ese del
rondo. Y, sobre todo, nada de brusque-
dades, — Después, volviéndose hacia su
visitante, el comisario Hardoy, de la ca-
vital federal, preguntó: —: ¿Es esto lo
que quiere? — e.
— Exactamente, señor juez.
— ¿Sabe que es una exorbitancia. lo
que han pedido? —— ,
Perplejo un instante, el interpelado
rontestó:
— No lo lamente; quizá convenga a
la justicia. Necesito que ese hombre
7uelva 9 la vida normal, convencido,
absolutamente convencido, de que se le
ene por inocente. Reconozcamos que
no existe contra él ninguna prueba de
lelito, Por lo tanto; debe recuperar su
ibertad, volver a la calle con todos los
honores de hombre honrado... ¡Ahí
viene!
Momentos después reaparecía el agen-
te, a cuyo lado marchaba un hombre
somo de treinta -años, recio y atrayente,
aunque de expresión un tanto fosca.
El vigilante se quedó atrás e indicó
"on el gesto al magistrado. Este se puso
en pie y salió al encuentro del detenido.
— Nada le retiene ya en el juzgado,
señor Toral — dijo el funcionario,
—¡Ah, por fin se convencieron! —
exclamó el nombrado Toral con un hon-
do suspiro de satisfacción.
-—Así es. Todo está esclarecido. La
pericia médica ha demostrado que An-
drés Alberni fué víctima de un acciden-
te en el que nadie tuvo-la menor par-
ticipación.
— No podía menos de ser así — obser-
YO el preso con algo de reconvetición.—
Sospechar que yo, el mejor: amigo de
Andrés, preparase contra él alguna tra-
na... ¡Qué atrocidad! ...
Como para dominar su emoción, Toral
dió una chupada al cigarrillo que traía
apagado El juez, atentamente, le ofre-
ció su encendedor automático.
— No se abrigó tal sospecha, joven.
Fueron las exigencias del sumario, como
es de práctica en toda muerte acciden-
tal, lo que impuso estas investigaciones.
Aun constándonos de que no hubiera
delito, procedía actuar como se ha he-
cho. Sólo me queda devolverle lá liber-
tad y declarar que no existe en contra
suya ni contra nadie la- menor sospecha
por la muerte de Alberni,
— ¡Pobre Andrés! — comentó el dete-
nido. — Si todos lo querían como a un
hermano, ¿quién iba a intentar nada
contra él? —
— Fué una desgracia, sí..., tal cree-
mos todos. ¿Necesita alguna rehabilita-
ción de parte nuestra?
— Yo, señor juez..., creo que.,, con
que hiciera público lo que me ha mani-
festado, pienso que bastaría. .
— Así se hará, amigo. Lo repito: está
usted libre
GC UANwx: e: detenido hubo abandona-
do el juzgado, los dos hombres que-
jaron un rato pensativos.
— Quisiera equivocarme — dijo el juez
Conducia aquella preciosa carga
como un devoto lleva su ofrenda,
oravlloso y felíz.
rompiendo el silencio; — pero me temo
ue han contribuido ustedes a facilitar
la impunidad de un delito. ,
—.. Si así lo cree, pese únicamente so-
bre mí la' responsabilidad. —
'— Existían contra ese sujeto circuns-
tancias muy comprometedoras...
— Tal vez, pero... ¿qué pruebas pue-
den aducirse para demostrar.que Toral
tuvo tal o cual participación en el acci-
dente que causó la muerte de Andrés
Alberni? Ninguna, señor juez, ninguna.
Isa comprobación sólo podría produ-
xirla el propio culpable. Ahora bien:
suponer que tin hombre del carácter
térreo "y ladino que: revela ser Toral
1aga tal confesión, es forjarse ilusiones.
Nada 'se le ha probado, nadie. declaró
contra él: Luego, corresponde el sobre-
seimiento, —-.:
Su interlocutor aseveró sombríamente:
. — SÍ. .., pero hay eso del testamento
Jesaparecido. Nos consta que la víctima
hizo testamento semanas antes del acci-
dente, cosa de la que Toral estaba en-
terado,' pues así lo- declaró uno. de los
testigos que actuarod en la firma, Y de
ese documento no hay rastro. - De
- — Pero por ' la .desaparición de un
:estamento en el-que Toral no.era par-
e interesada, pues no era heredero de
Andrés Alberni ni podía serlo; ¿debe-
nos-inferir que asesinara a sú amigo?
Más bien habría. que pensar en alguien
leseoso dé conseguir que la” herencia
conservase” su linea directa. En algún
ariente; “por” ejemplo... e
“— Alberni ro tenía parientes. Tené-
nos. también .que . poco después de la
muerte, ese hombre estuvo en la pieza
de la víctima. con fines que no explicó
satisfactoriameñte. ¿Nada significa eso?
—— ¡Qué sé yo!... Habrá estado allí
:0mo estuvo tantas veces, impensada-
mente; pues eran amigos y vivían en la
misma estancia. Piensa que si hubiera
ido a Ja pieza con fines tortuosos, se
habría. preparado una buena excusa. El
que delinque siempre está sobre” aviso.
Me -explico, pues; que Toral no pudiera
explicar .satisfactoriamente esa visita
intempestiva a la pieza de su amigo,
cuya muerte quizá 'ignoraría aún. En-
tró..., porque entró. E. >
- El juez lo miró de hito en hito, adus-
“0 y atónito. - -
— Su credulidad es asombrosa. Asom-
bra, sobre todo, porque usted no ignora
0 de la muchacha «de Bueños Aires, esa
Teresa con la que el finado estaba com-
arometido y ala que legaba todos sus
vienes. "Todo esto es harto sospechoso:
Aunque no constituya prueba ninguna
zontra su protegido... 7
=¡Oh, mi protegido! -— exclamó son-
riente Hardoy. —-* : o
-—...podía servir de base para una
cuesta fecunda, si era llevada cauta-
nente.- Hay polleras de por medio, y
cuando eso ócurre, ño háy que extra-
larse de nada
Eo
LA naticia de la muerte de Andres
causó desolación de tumba en el
alma de Teresa, su novia. El compañe-
:0 “en quien: eifrába “todas las dichas
del futuro, desapareció inesperadamente
en- una caída al abismo, disipándose co-
ho-un 4irón de nube. La obstinación de
su dolor llegó a tal extremo, que sus pa-
dres se inquietaron. —. . -
— Hija querida — le decía don Anto-
nio: — trata de calmarte. No te aflijas
así por lo que no tiene rentedio.
— ¡Oh, tata; no se preocupe!:— de-
cía ¿on nesgano la joven. +— Ya pasará.
Y la madre, acongojada:
— Pensá un poco en tus viejos, hijita,
¡Qué sería de nosotros si vos nos fal-
aras? a
“ Teresa, por convicción, por raciocinio,
rataba de sobreponerse a sus desfalle-
»mientos y reanudar valerosamente la
marcha, vida adelante. Pero la conmo-
sión fué muy ruda, la herida muy hon-
da. Resignóse a la ausencia del amor,
a contemplar su belleza inútil frente a
los espejos que las otras mujeres eligen
como - cómplices de la seducción, para
atraer pretendientes y despertar pa-
siones.
Durante no supo cuánto tiempo, Tere-
38 divagó con alternativas de lágrimas
(Continúa, en la página 19)