Full text: 28.1938,6.Jul.=Nr. 1433 (1938143300)

MUNDO ARGENT: INO 
“EIA 
uento por 
"OSE F. FONTANA! 
ERMINADA la conferencia en 
“ el reposu conventual del archi- 
vo, los dos hombres cambiaron 
* un apretón de manos, tras de 
0 cual el juez abrió la puerta y ordenó 
al vigilante estacionado en la oficina in- 
nediata: , 
-— Tráigame al detenido Toral, ese del 
rondo. Y, sobre todo, nada de brusque- 
dades, — Después, volviéndose hacia su 
visitante, el comisario Hardoy, de la ca- 
vital federal, preguntó: —: ¿Es esto lo 
que quiere? — e. 
— Exactamente, señor juez. 
— ¿Sabe que es una exorbitancia. lo 
que han pedido? —— , 
Perplejo un instante, el interpelado 
rontestó: 
— No lo lamente; quizá convenga a 
la justicia. Necesito que ese hombre 
7uelva 9 la vida normal, convencido, 
absolutamente convencido, de que se le 
ene por inocente. Reconozcamos que 
no existe contra él ninguna prueba de 
lelito, Por lo tanto; debe recuperar su 
ibertad, volver a la calle con todos los 
honores de hombre honrado... ¡Ahí 
viene! 
Momentos después reaparecía el agen- 
te, a cuyo lado marchaba un hombre 
somo de treinta -años, recio y atrayente, 
aunque de expresión un tanto fosca. 
El vigilante se quedó atrás e indicó 
"on el gesto al magistrado. Este se puso 
en pie y salió al encuentro del detenido. 
— Nada le retiene ya en el juzgado, 
señor Toral — dijo el funcionario, 
—¡Ah, por fin se convencieron! — 
exclamó el nombrado Toral con un hon- 
do suspiro de satisfacción. 
-—Así es. Todo está esclarecido. La 
pericia médica ha demostrado que An- 
drés Alberni fué víctima de un acciden- 
te en el que nadie tuvo-la menor par- 
ticipación. 
— No podía menos de ser así — obser- 
YO el preso con algo de reconvetición.— 
Sospechar que yo, el mejor: amigo de 
Andrés, preparase contra él alguna tra- 
na... ¡Qué atrocidad! ... 
Como para dominar su emoción, Toral 
dió una chupada al cigarrillo que traía 
apagado El juez, atentamente, le ofre- 
ció su encendedor automático. 
— No se abrigó tal sospecha, joven. 
Fueron las exigencias del sumario, como 
es de práctica en toda muerte acciden- 
tal, lo que impuso estas investigaciones. 
Aun constándonos de que no hubiera 
delito, procedía actuar como se ha he- 
cho. Sólo me queda devolverle lá liber- 
tad y declarar que no existe en contra 
suya ni contra nadie la- menor sospecha 
por la muerte de Alberni, 
— ¡Pobre Andrés! — comentó el dete- 
nido. — Si todos lo querían como a un 
hermano, ¿quién iba a intentar nada 
contra él? — 
— Fué una desgracia, sí..., tal cree- 
mos todos. ¿Necesita alguna rehabilita- 
ción de parte nuestra? 
— Yo, señor juez..., creo que.,, con 
que hiciera público lo que me ha mani- 
festado, pienso que bastaría. . 
— Así se hará, amigo. Lo repito: está 
usted libre 
GC UANwx: e: detenido hubo abandona- 
do el juzgado, los dos hombres que- 
jaron un rato pensativos. 
— Quisiera equivocarme — dijo el juez 
Conducia aquella preciosa carga 
como un devoto lleva su ofrenda, 
oravlloso y felíz. 
rompiendo el silencio; — pero me temo 
ue han contribuido ustedes a facilitar 
la impunidad de un delito. , 
—.. Si así lo cree, pese únicamente so- 
bre mí la' responsabilidad. — 
'— Existían contra ese sujeto circuns- 
tancias muy comprometedoras... 
— Tal vez, pero... ¿qué pruebas pue- 
den aducirse para demostrar.que Toral 
tuvo tal o cual participación en el acci- 
dente que causó la muerte de Andrés 
Alberni? Ninguna, señor juez, ninguna. 
Isa comprobación sólo podría produ- 
xirla el propio culpable. Ahora bien: 
suponer que tin hombre del carácter 
térreo "y ladino que: revela ser Toral 
1aga tal confesión, es forjarse ilusiones. 
Nada 'se le ha probado, nadie. declaró 
contra él: Luego, corresponde el sobre- 
seimiento, —-.: 
Su interlocutor aseveró sombríamente: 
. — SÍ. .., pero hay eso del testamento 
Jesaparecido. Nos consta que la víctima 
hizo testamento semanas antes del acci- 
dente, cosa de la que Toral estaba en- 
terado,' pues así lo- declaró uno. de los 
testigos que actuarod en la firma, Y de 
ese documento no hay rastro. - De 
- — Pero por ' la .desaparición de un 
:estamento en el-que Toral no.era par- 
e interesada, pues no era heredero de 
Andrés Alberni ni podía serlo; ¿debe- 
nos-inferir que asesinara a sú amigo? 
Más bien habría. que pensar en alguien 
leseoso dé conseguir que la” herencia 
conservase” su linea directa. En algún 
ariente; “por” ejemplo... e 
“— Alberni ro tenía parientes. Tené- 
nos. también .que . poco después de la 
muerte, ese hombre estuvo en la pieza 
de la víctima. con fines que no explicó 
satisfactoriameñte. ¿Nada significa eso? 
—— ¡Qué sé yo!... Habrá estado allí 
:0mo estuvo tantas veces, impensada- 
mente; pues eran amigos y vivían en la 
misma estancia. Piensa que si hubiera 
ido a Ja pieza con fines tortuosos, se 
habría. preparado una buena excusa. El 
que delinque siempre está sobre” aviso. 
Me -explico, pues; que Toral no pudiera 
explicar .satisfactoriamente esa visita 
intempestiva a la pieza de su amigo, 
cuya muerte quizá 'ignoraría aún. En- 
tró..., porque entró. E. > 
- El juez lo miró de hito en hito, adus- 
“0 y atónito. - - 
— Su credulidad es asombrosa. Asom- 
bra, sobre todo, porque usted no ignora 
0 de la muchacha «de Bueños Aires, esa 
Teresa con la que el finado estaba com- 
arometido y ala que legaba todos sus 
vienes. "Todo esto es harto sospechoso: 
Aunque no constituya prueba ninguna 
zontra su protegido... 7 
=¡Oh, mi protegido! -— exclamó son- 
riente Hardoy. —-* : o 
-—...podía servir de base para una 
cuesta fecunda, si era llevada cauta- 
nente.- Hay polleras de por medio, y 
cuando eso ócurre, ño háy que extra- 
larse de nada 
Eo 
LA naticia de la muerte de Andres 
causó desolación de tumba en el 
alma de Teresa, su novia. El compañe- 
:0 “en quien: eifrába “todas las dichas 
del futuro, desapareció inesperadamente 
en- una caída al abismo, disipándose co- 
ho-un 4irón de nube. La obstinación de 
su dolor llegó a tal extremo, que sus pa- 
dres se inquietaron. —. . - 
— Hija querida — le decía don Anto- 
nio: — trata de calmarte. No te aflijas 
así por lo que no tiene rentedio. 
— ¡Oh, tata; no se preocupe!:— de- 
cía ¿on nesgano la joven. +— Ya pasará. 
Y la madre, acongojada: 
— Pensá un poco en tus viejos, hijita, 
¡Qué sería de nosotros si vos nos fal- 
aras? a 
“ Teresa, por convicción, por raciocinio, 
rataba de sobreponerse a sus desfalle- 
»mientos y reanudar valerosamente la 
marcha, vida adelante. Pero la conmo- 
sión fué muy ruda, la herida muy hon- 
da. Resignóse a la ausencia del amor, 
a contemplar su belleza inútil frente a 
los espejos que las otras mujeres eligen 
como - cómplices de la seducción, para 
atraer pretendientes y despertar pa- 
siones. 
Durante no supo cuánto tiempo, Tere- 
38 divagó con alternativas de lágrimas 
(Continúa, en la página 19)
	        
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