Full text: 28.1938,6.Jul.=Nr. 1433 (1938143300)

y 
me pasa con las poyeras mesmo que 
con los díah'e sol cuando vienen aco- 
7araos: se mi hace que me reseco, que 
la garganta” se m'enyena'e polvo... 
¡Un fastidio! ¿A que no malicea lo 
que me dice el vasco Arisqueta? “Per- 
lices siempre, cansar, che Santos” Y 
así será... Las mujeres me han empa- 
:hao. 
— Y porque te han empachao las 
nujeres te ha empachao todo, hasta el 
:rabajar en la estancia. 
Santos quedó un minuto pensativo. 
Meditó: “¿D'eyas me. vendrán estas 
ganah'e nu alzarm'el catre cuanti ama- 
nece?” 
— Vaya a saber nomás... Gúel- 
tah'en que, e puro sebón, me pongo 
así, ¿ve?, d'espalda y con los brazos 
cáidoh'"y con lob'ojos cerraos... Me 
evantaba el primero; áhura me levan- 
to lúltimo y diciendomé: “Un día el 
mayor...” Y usté, de puro gíeno 
JU ES... 
— Es que yo comprendo, Santos. 
[ambién yo sé sentirme así, Amás, si 
20 supiera quién sos p'al trabajo, ¿Te 
reprendí alguna vez? 
— No, señor, . 
— ¿Alguna vez encontré mal algo 
suyo? 
— Que yo sepa... 
MUNDO ARGENTINO 
que sí. El porque sí surge de pronto, 
zungue su nacimiento sea la consecuen- 
a de un largo proceso mental, Por- 
que sí y porque no: las dos causas te- 
"vibles, opuestas pero iguales. Y San- 
-0s tenía que irse de “La Unión” y del 
ago porque sí... .jAh, si él pudiese 
lar en la raíz de ese porque sí! ¡Y si 
»udiese dar con ella don Celedonio! 
Vo; ninguno de los dos estaba capaci- 
ado para descubrirla, y ambos la te- 
an cerca: el uno ante sí, el otro en sí 
nismo. Porque esa raíz de un hastío 
"lorecido de pronto se ahincaba en la 
serie de días, de meses y de años sin 
sontratiempos vividos por Santos: su 
sermosa figura de varón lo había he- 
:ho afortunado en los lances en que las 
olleras suelen resolver un destino; 
us habilidades para las tareas más 
listintas lo habían eximido de la mo- 
estía o la ira que provocan las obser- 
raciones y las reprimendas, Nada fa- 
iga tanto como el vivir al margen del 
arror o del fracaso, 
-— No hay qué hacerle, señor. Me 
VOY... : 
Don Celedonio alzó los brazos, resig- 
nado, y suspiró: 
— Vos sabrás... 
Santos, abandonando el sillón, sa- 
ludó: 
— Hasta luego, señor, 
Y, sin prisa, se encaminó hacia su 
pieza, situada en el extremo de la casa 
de los peones. 
E Al comisario le costaba creer, 
: f) — Aunque no lo crea, comisario, pe 
? ro nada, ¡nada! 
1 
OR qué querés irte? 
—¿Pa qué viá mentirle, se- 
p ñor? Porque sí nomás... No 
Sé... 
— ¿Andás disgustao con alguien? 
— Con maides, señor, 
— ¿Poyeras? 
— No, señor. 
— Estarás enfermo, entonces... 
— No me duele nada... En la carne 
no siento nada... ¡Eh'un no sé qué! 
— ¡La verdá que es raro! 
— Así es; sí, señor: raro. 
Apenas pronunciadas las últimas pa- 
labras, Santos arqueó los labios en un 
gesto de amargura, frunció el entre- 
cejo y bajó la frente, mientras pun- 
teaba el suelo con el pie derecho, Don 
Celedonio, el mayordomo de la estancia, 
aprovechó ese instante para mirarlo 
y pensar: “Raro, más que raro. Qu: 
otro de los mensuales me hubiera di. 
cho lo que él, no me habría extraña- 
do; pero Santos...” Y observaba la 
cabeza del capataz, el frontal liso y 
ancho bajo los cabellos rubios, la na- 
riz de una fineza casi femenina, las 
largas pestañas que dejaban entrever 
parte de los iris azules. 
— ¡Paciencia, Santos! Pero me duele 
que te vayás, Te conocí cuando tenías 
doce d trece años, Te hice capataz... 
¿Estás apurao? 
— No, señor. Puedo dirme mañana, 
pasao, el domingo... 
—— Buen... Vení. - 
Sin hablarse, cruzaron el jardín has- 
ta el corredor que se extiende ante la 
puerta principal y las altas ventanas 
con rejas de la casa del patrón. 
— Sentate, 
Santos ocupó un sillón de mimbra 
— ¡Paciencia, Santos! Pero 
ne duele que te vayás. Te 
»0nocí cuando tenías doce 
9 trece años. Te hice ca- 
pataz... ¿Estás apurao? 
7 echó el cuerpo hacia adelante, la ca- 
eza descubierta y el sombrero entre 
as manos, Don Celedonio, las piernas 
ruzadas, permaneció un momento con 
as pupilas fijas en los mandarinos; 
lespués, porque era preciso empezar, 
lijo: 
— Veinticinco años.... Porque vos 
enés veinticinco años, ¿no es así? 
— Ajá. 
— Y ya estás cansao, 
— Cansao — repitió la voz de San- 
05, CoMo UN ECO. o 
— No.es de hombres hablar de la 
indura de otros hombres, pero tengo 
que hablar de la tuya. No sólo sos jo- 
ren, sino que tenés una estampa como 
10CO0S... 
— Ricuerdo que mama era linda... 
— Y tu padre también. Le llamaban 
'El duque”... Sé, porque los mucha 
:hos me han contao, que las mozas te 
vuscan, y también sé que te gustan. 
— Me gustaban, señor. ¿Ahura? 
Qué sé yo! Tuítas lo mesmo; si hacen 
as sorprendidas, las querendonas, las 
“emilgadas... Uno se leb'arrima, por- 
Jue uno nu es lerdo, y ya se dejan 
xáir... Tuitas lo mesmo. ¡Bah! Me 
mstaban... Ya ni m'importan... 
— Pero alguna te habrá sofrenao al- 
runa vez... 
— Ninguna. ... Nunca... No, señor, 
Y quiere que le diga? Me habería gus- 
:20, porque es lindo que yueva cuando 
os díah'e sol son muchos. Ahi tiene; 
Llustroó MONT 
4 a. 
) 
Cuento vor JULIO INDARTE 
— Siempre me serviste de ejemplt 
Ja observar a los peones. Antes que 
te hiciera capataz, si entraba a revisar 
'as guarniciones y los aperos que es- 
aban a tu cuidao, los encontraba en: 
xrrasaos y limpios; si te pedía que ayu: 
lases a los aradores, arabas a la par 
> mejor que eyos; si te mandaba a 
uscar una tropa, yegabas con la tropa 
jescansada y com los cabayos frescos... 
Vás todavía: nunca te vi vistiendo pil- 
:>has sucias, A veces me preguntaba: 
'Pero este Santos ¿no come tierra? 
J9r eso te hice capataz de “La Unión” 
v por eso me duele que te vayás, 
Al escuchar ese elogio, Santos tuvo 
in movimiento de ánimo vacilante, Sin- 
ióse halagado, porque no existe un 
nortal que resista a la voz de la ala 
anza, pero ese movimiento fué breve. 
—A mi también me duele, perc 
quél... Es mejor que me vaya, se- 
or... Yo sé lo que le digo, anque, la 
rerdá, me da igual dirme que quedar. 
ne. ¡No sé!... 
El ala de su sombrero seguía co- 
riendo por entre sus dedos nerviosos 
Le daba lo mismo irse que quedarse. 
V era natural que así fuese, porque, 
¡adónde iría? ¿Qué camino tomaría? 
No había en su imaginación una huella 
A un lugar de arribo. En su cerebro 
se cruzaban teorías y teorías de hue- 
las confusas y de puntos de llegada 
Era el hombre esclavizado aun por- 
ERO LACASA 
La autoridad se lonjeaba la bota, in- 
errumpía los paseos, semblanteaba a 
ada uno de los mensuales, y, si inte- 
'rogaba a alguno de ellos, recogía siem- 
re la misma. respuesta: 
— No sé, señor, 
Ninguno tenía un resentimiento con 
"especto de Santos. Ninguno había 
liscutido con él, Ninguno era su rival 
*n cuestiones amorosas. Ninguno es- 
aba descontento de su acción de ca- 
Jataz, 
— ¡Pero algún entripao haberá, gran 
ete! ¿Chuparía? 
— Agua, - 
— ¿Jugaría? 
Don Celedonio repuso: 
— ¿No le mostré la libreta de aho- 
08? Depósitos chicos, pero siempre 
lepósitos. 
Desesperado, el comisario acabó por 
xclamar: - 
— ¡Que el juez se lalarregle! 
Y, en seguida, recomendó: 
—. Naide toque el cadáver pa nada. 
¡Mi han óido? Dejelón estar ande está. 
Ni el cuchiyo me le saquen, 
Y los hombres se quedaron contem- 
»ando el cuerpo de Santos, al cual el 
gua había depositado en el “codo'e los 
vatituses”, a la sombra rojiza de un 
sauce mimbre. Los cabellos dejaban al 
lescubierto su frontal amplio. Sobre los 
abios vagaba la sombra de una son- 
risa un Poco triste,
	        
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