y
me pasa con las poyeras mesmo que
con los díah'e sol cuando vienen aco-
7araos: se mi hace que me reseco, que
la garganta” se m'enyena'e polvo...
¡Un fastidio! ¿A que no malicea lo
que me dice el vasco Arisqueta? “Per-
lices siempre, cansar, che Santos” Y
así será... Las mujeres me han empa-
:hao.
— Y porque te han empachao las
nujeres te ha empachao todo, hasta el
:rabajar en la estancia.
Santos quedó un minuto pensativo.
Meditó: “¿D'eyas me. vendrán estas
ganah'e nu alzarm'el catre cuanti ama-
nece?”
— Vaya a saber nomás... Gúel-
tah'en que, e puro sebón, me pongo
así, ¿ve?, d'espalda y con los brazos
cáidoh'"y con lob'ojos cerraos... Me
evantaba el primero; áhura me levan-
to lúltimo y diciendomé: “Un día el
mayor...” Y usté, de puro gíeno
JU ES...
— Es que yo comprendo, Santos.
[ambién yo sé sentirme así, Amás, si
20 supiera quién sos p'al trabajo, ¿Te
reprendí alguna vez?
— No, señor, .
— ¿Alguna vez encontré mal algo
suyo?
— Que yo sepa...
MUNDO ARGENTINO
que sí. El porque sí surge de pronto,
zungue su nacimiento sea la consecuen-
a de un largo proceso mental, Por-
que sí y porque no: las dos causas te-
"vibles, opuestas pero iguales. Y San-
-0s tenía que irse de “La Unión” y del
ago porque sí... .jAh, si él pudiese
lar en la raíz de ese porque sí! ¡Y si
»udiese dar con ella don Celedonio!
Vo; ninguno de los dos estaba capaci-
ado para descubrirla, y ambos la te-
an cerca: el uno ante sí, el otro en sí
nismo. Porque esa raíz de un hastío
"lorecido de pronto se ahincaba en la
serie de días, de meses y de años sin
sontratiempos vividos por Santos: su
sermosa figura de varón lo había he-
:ho afortunado en los lances en que las
olleras suelen resolver un destino;
us habilidades para las tareas más
listintas lo habían eximido de la mo-
estía o la ira que provocan las obser-
raciones y las reprimendas, Nada fa-
iga tanto como el vivir al margen del
arror o del fracaso,
-— No hay qué hacerle, señor. Me
VOY... :
Don Celedonio alzó los brazos, resig-
nado, y suspiró:
— Vos sabrás...
Santos, abandonando el sillón, sa-
ludó:
— Hasta luego, señor,
Y, sin prisa, se encaminó hacia su
pieza, situada en el extremo de la casa
de los peones.
E Al comisario le costaba creer,
: f) — Aunque no lo crea, comisario, pe
? ro nada, ¡nada!
1
OR qué querés irte?
—¿Pa qué viá mentirle, se-
p ñor? Porque sí nomás... No
Sé...
— ¿Andás disgustao con alguien?
— Con maides, señor,
— ¿Poyeras?
— No, señor.
— Estarás enfermo, entonces...
— No me duele nada... En la carne
no siento nada... ¡Eh'un no sé qué!
— ¡La verdá que es raro!
— Así es; sí, señor: raro.
Apenas pronunciadas las últimas pa-
labras, Santos arqueó los labios en un
gesto de amargura, frunció el entre-
cejo y bajó la frente, mientras pun-
teaba el suelo con el pie derecho, Don
Celedonio, el mayordomo de la estancia,
aprovechó ese instante para mirarlo
y pensar: “Raro, más que raro. Qu:
otro de los mensuales me hubiera di.
cho lo que él, no me habría extraña-
do; pero Santos...” Y observaba la
cabeza del capataz, el frontal liso y
ancho bajo los cabellos rubios, la na-
riz de una fineza casi femenina, las
largas pestañas que dejaban entrever
parte de los iris azules.
— ¡Paciencia, Santos! Pero me duele
que te vayás, Te conocí cuando tenías
doce d trece años, Te hice capataz...
¿Estás apurao?
— No, señor. Puedo dirme mañana,
pasao, el domingo...
—— Buen... Vení. -
Sin hablarse, cruzaron el jardín has-
ta el corredor que se extiende ante la
puerta principal y las altas ventanas
con rejas de la casa del patrón.
— Sentate,
Santos ocupó un sillón de mimbra
— ¡Paciencia, Santos! Pero
ne duele que te vayás. Te
»0nocí cuando tenías doce
9 trece años. Te hice ca-
pataz... ¿Estás apurao?
7 echó el cuerpo hacia adelante, la ca-
eza descubierta y el sombrero entre
as manos, Don Celedonio, las piernas
ruzadas, permaneció un momento con
as pupilas fijas en los mandarinos;
lespués, porque era preciso empezar,
lijo:
— Veinticinco años.... Porque vos
enés veinticinco años, ¿no es así?
— Ajá.
— Y ya estás cansao,
— Cansao — repitió la voz de San-
05, CoMo UN ECO. o
— No.es de hombres hablar de la
indura de otros hombres, pero tengo
que hablar de la tuya. No sólo sos jo-
ren, sino que tenés una estampa como
10CO0S...
— Ricuerdo que mama era linda...
— Y tu padre también. Le llamaban
'El duque”... Sé, porque los mucha
:hos me han contao, que las mozas te
vuscan, y también sé que te gustan.
— Me gustaban, señor. ¿Ahura?
Qué sé yo! Tuítas lo mesmo; si hacen
as sorprendidas, las querendonas, las
“emilgadas... Uno se leb'arrima, por-
Jue uno nu es lerdo, y ya se dejan
xáir... Tuitas lo mesmo. ¡Bah! Me
mstaban... Ya ni m'importan...
— Pero alguna te habrá sofrenao al-
runa vez...
— Ninguna. ... Nunca... No, señor,
Y quiere que le diga? Me habería gus-
:20, porque es lindo que yueva cuando
os díah'e sol son muchos. Ahi tiene;
Llustroó MONT
4 a.
)
Cuento vor JULIO INDARTE
— Siempre me serviste de ejemplt
Ja observar a los peones. Antes que
te hiciera capataz, si entraba a revisar
'as guarniciones y los aperos que es-
aban a tu cuidao, los encontraba en:
xrrasaos y limpios; si te pedía que ayu:
lases a los aradores, arabas a la par
> mejor que eyos; si te mandaba a
uscar una tropa, yegabas con la tropa
jescansada y com los cabayos frescos...
Vás todavía: nunca te vi vistiendo pil-
:>has sucias, A veces me preguntaba:
'Pero este Santos ¿no come tierra?
J9r eso te hice capataz de “La Unión”
v por eso me duele que te vayás,
Al escuchar ese elogio, Santos tuvo
in movimiento de ánimo vacilante, Sin-
ióse halagado, porque no existe un
nortal que resista a la voz de la ala
anza, pero ese movimiento fué breve.
—A mi también me duele, perc
quél... Es mejor que me vaya, se-
or... Yo sé lo que le digo, anque, la
rerdá, me da igual dirme que quedar.
ne. ¡No sé!...
El ala de su sombrero seguía co-
riendo por entre sus dedos nerviosos
Le daba lo mismo irse que quedarse.
V era natural que así fuese, porque,
¡adónde iría? ¿Qué camino tomaría?
No había en su imaginación una huella
A un lugar de arribo. En su cerebro
se cruzaban teorías y teorías de hue-
las confusas y de puntos de llegada
Era el hombre esclavizado aun por-
ERO LACASA
La autoridad se lonjeaba la bota, in-
errumpía los paseos, semblanteaba a
ada uno de los mensuales, y, si inte-
'rogaba a alguno de ellos, recogía siem-
re la misma. respuesta:
— No sé, señor,
Ninguno tenía un resentimiento con
"especto de Santos. Ninguno había
liscutido con él, Ninguno era su rival
*n cuestiones amorosas. Ninguno es-
aba descontento de su acción de ca-
Jataz,
— ¡Pero algún entripao haberá, gran
ete! ¿Chuparía?
— Agua, -
— ¿Jugaría?
Don Celedonio repuso:
— ¿No le mostré la libreta de aho-
08? Depósitos chicos, pero siempre
lepósitos.
Desesperado, el comisario acabó por
xclamar: -
— ¡Que el juez se lalarregle!
Y, en seguida, recomendó:
—. Naide toque el cadáver pa nada.
¡Mi han óido? Dejelón estar ande está.
Ni el cuchiyo me le saquen,
Y los hombres se quedaron contem-
»ando el cuerpo de Santos, al cual el
gua había depositado en el “codo'e los
vatituses”, a la sombra rojiza de un
sauce mimbre. Los cabellos dejaban al
lescubierto su frontal amplio. Sobre los
abios vagaba la sombra de una son-
risa un Poco triste,