MUNDO ARGENTINC
E qe
,
lo lejos se divisan todavía las
í luces de la ciudad, siempre be-
lla, de Río de Janeiro. Ya han
' pasado cinco días desde la sa-
lida de Buenos Aires, y aún deben
de tocar el puerto de La Habana, de
Veracruz, cruzar el canal de Pa-
namá, viajar por el Pacífico hasta lle-
gar a San Diego, y después al punto
Je destino de Juan Durand, que es Los
Angeles.
Este hombre culto, galante, simpá-
tico, hacía para muchos viajeros agra-
dables los largos días de navegación
con su locuacidad y con el relato de
sus andanzas por el mundo, matiza-
das con fantasías de su imaginación
exuberante. Acompañábalo, como de
costumbre, y desde hacía ya casi diez
años, su ayuda de cámara para el pú-
blico, pero en realidad amigo servil y
cómplice de sus aventuras. Pedro
Lamua. .
Este viaje, como tantos otros que
hiciera en su vida, era, según solía
decir él, “por negocios”, El negocio
consistía esta vez en que en el lujoso
buque se dirigía a los Estados Uni-
dos la hermosa Diana Jorkin, adqui-
rente de hacía muy poco tiempo de
dos famosos diamantes, famosos por
su belleza y por su historia, porque
sirvieron para que formaran parte de
la corona que ciñera una reina, y que
él deseaba pasaran a sus manos ávi-
das de fortuna,
Es la quinta noche de navegación,
noche bella del trópico que va trans-
curriendo an el buque entre risas, bai-
les y galanteos. Juan, recostado en la
barandilla, mira hacia el mar. De no
lejos de la proa le llegan los acor-
des, apagados por el ruido de las olas,
de un vals vienés. Afuera, la grandio-
sa belleza del mar y la noche clara
de luna con el transatlántico avanzan-
do, forman la atracción de la natu-
raleza; adentro, mujeres hermosas, luz
difusa, música y perfume, realizan lo
bello que el hombre ha creado.
Juan se dirige lentamente hacia el
salón de baile, pero antes de entrar
ve, con la cabeza recostada en un ca-
ble, Mirando al cielo, a Diana. La con-
templa un largo rato, hasta que, atraí-
do por sus encantos, se acerca a ella
y le dice:
-— Buenas noches, Diana.
— ¡Oh, usted!... ¿Cómo le va? — le
contesta, como si desnertara de un
sueño,
— No tan bien, ciertamente, Mi sue-
ño no es tan hermoso. ¿No le parece
mejor despertar y bailar un poco? —
repite él, mientras se le acerca.
— ¡Sí!... ¡Sí!... Entremos,
El mismo vals se vuelve a tocar, y
Diana y Juan inician la danza, Mien-
tras dan los primeros pasos, él le su-
surra al oído.
— Yo también soñaba, hace unos mi-
nutos, ante el espectáculo grandioso
de la naturaleza, A mí, lo mismo que
a usted, me gusta, de cuando en cuan-
do, soñar en lo bello de la vida. Y aho-
ra, con usted en mis brazos, sueño en
lo que no soñé hace un rato: ¡en el
amor!...
— ¡Oh, Juan! No me diga eso. No
continúe, Recuerde que yo estoy com-
prometida, y que dentro de pocos me-
ses me caso — profiere ella, dejando
de bailar. Y él, algo emocionado, le
contesta:
— Perdóneme; pero con usted tan
cerca mío, con sus cabellos .rozándo-
me el rostro, con su aliento acaricián-
dome de cuando en cuando, la tenta-
ción me vence, y mis labios quieren
decirle, Diana, que... .
Y ella, sin dejarlo concluir, lo sa-
¿uda con una inclinación de cabeza y
Cuento por
MANUEL BENITEZ (h.
0 deja solo en e:
salón de baile, El
rals vienés conti-
núa con su alegre
nelodía...
-— Es lindo
:mar, es. muy
1ermoso amar,
¡no es así? Pero
lesgraciadamente
10 estamos aquí
Jara enamorar
105 — dice a su
el amigo Pedro,
jue se encuentra
mn su camarote
entado frente a
3, — Entonces,
rolvamos a la
'ealidad. Dime:
thas averiguado
ilgo?...
Y su ayudante
le tantos años le
*ontesta: .
=— No, señor.
Toca «cosa: nada
nás que es cier-
0 que la señori-
a entregó un co-
Te para que lo
xuardaran en.la
"aja fuerte,
— Bien: vigila siempre, Cuando me-
105 lo esperemos podría presentarse
ma oportunidad, y hay que aprove-
harla — le responde Juan, mientras
:e prepara como para acostarse, —
Ahora, déjame dormir, Será hasta ma-
lana...
Al día siguiente Juan tiene que
mardar cama, porque se encuentra in-
lispuesto. Así pasan varios. días..Dia-
12 hace. preguntar por su salud; pero
10 va a verlo, Sin embargo, el resto
le los pasajeros hacen. de su camarote
:1 centro de reunión obligatorio. Mien-
llustración de.
tras tanto, el barco avanza. Ya dejé
atrás La Habana, Veracruz, y tambiér
Colón en el canal de Panamá. Y ahors
la proa penetra en el océano Pacífico
Es la mañana del primer día que se
vuelve a levantar. Está desganado y
decaído, y un poco triste al comprobar
que Diana le. da tan relativa impor-
tancia, Fué una ilusión para él. La ilu-
sión que deja en un hombre toda mujer
hermosa, De pronto interrumpen sus
pensamientos varios golpes dados en
la puerta.
— ¡Adelante! — contesta,
Es Pedro, que penetra apresurada-
Tiente y con expresión de alegría en
2] rostro:
— ¡Señor, señor! — dice, — He vis-
zo que la señorita ha llevado el cofre
al camarote.
Los ojos chispeantes de Juan se di-
atan, y exclama:
— ¡Las dos piedras!...
Fija la vista en sus manos, alucina-
HECTOR POZZO
do con la visión de los dos diamantes.
Se viste y salen apresuradamente.
— Pedro: Hévame al camarote de
ella,
El fiel servidor se adelanta unos pa-
sos y le sirve de guía, Al cabo de un
momento de caminar se para y le ma-
nifiesta:
— Aquí está: es el número ciento
veinticinco. Aquí ha entrado con el
cofre.
Juan observa. Da vueltas para saber
si tiene ventanas a algún corredor, y
se cerciora que la única salida, además
de la puerta, es un ojo de buey que
da al mar. Así entonces, en caso de
peligro, no habría nada más que la
derta para huir.
“
1
m7
Y ahora,
con usted en
mis brazos,
sueño en lo que
no soñé hace
un rato: en el
amor.
— Pregunta a cualquier oficial —
dice a Pedro — cuándo llegamos a San
Diego.
— Ya he preguntado — contesta, —
Es esta noche a las veinticuatro horas
más o menos,
—Bien: vigila constantemente, Y
cualquier movimiento que observes, ven
a decirmelo. Voy a pensar qué pode-
mos hacer. Acaso sea mejor adelantar
el golpe antes de llegar a Los Ange-
les, pues allí estará muy bien custo-
diada. Será, entonces, hasta luego...
Falta una hora para atracar en el
puerto de San Diego, el primer punto
que toca el buque ya en los Estados
Unidos. - Juan conversa animadamente
ton Diana y su compañera, y las re-
xrende porque fueron muy poco ama
»es cuando su enfermedad, La amiga
le Diana lleva siempre enla mars “na
(Continúa en la nrúgina siguiente.