MUNDO ARGENTINO
— Estah” y uno también, ¡oh
mé!... Yo, toditas las nochew an-
'eh' e acostarme, me digo: “Maña-
na será mejor”...
— Ajá... ¿Y vos?
El no satisfizo de inmediato la pre-
sunta. Permaneció un instante pen-
sativo — lo recordaba bien; — pensó
n su incorregible afán de ser el pri-
mero en todo, y movido por su amor
propio, mintió:
—Ilgual... . '
Un mes después, la moza se deci-
dió por él.
Un hombre puede no querer, pero
wuede aprender a querer, a ir querien-
do, a ir entregándose poco a poco a
'2 mujer que lo quiere, o que dice
quererlo, Camilo acabó por “prendar-
se” de “la” Clotilde. Cuando se casé,
hubiese dado la vida por ella. Eso sí,
sizo mal en decírselo, Clotilde, segura
de su dominio sobre el hombre, lo sin-
ti$ó entre sus manos con la seguridad
on que el retonero juega con la lau-
:ha, y él la dejó jugar. Prestándose a
-0s Zarpazos traviesos, le hizo creer
jue era en verdad una laucha, un algo
shico, dócil, inofensivo, el ser esclavi-
¡ado que ágradece la estimación del
poderoso que juega con él. No le fal-
aban motivos para ser así La lindu-
-a de Clotilde era una lindura tirani-
ante; le chispeaba en los ojos azules
y grandotes, 'se le hacía gracia en los
'abíos finos y en los dientes parejos...
Ante ella, Camilo experimentaba tres
sentimientos: vanidad, admiración y
:elos. Clotilde ftomentaba el último, pa-
ra, confiada en sí misma, reavivar des-
pués los dos primeros. CE] ratonero
sabe cómo se juega con la laucha an-
:es de engulliria.)
El juego repetido cansa al que si-
mula ser lo que no es, y Camilo acabó
por cansarse, después de meditar y
descubrir el secreto de quien lo supuso
f A gran siete, como aburre esta
vida! ,
[ La exclamación de Camilo
Ledesma provocó el comentario
de Absalón Sosa, dueño del boliche
*La Estrellita”: 7
— Pa mi, que este Camilo se aburre
1asta'e su sombra,
— Y vaya a saber nomás — repli-
tó el aludido, incorporándose y mi-
rando hacia afuera cón ojos sobrecar-
zados de hastío.
Perico Ahumada y Graciano lsea,
mensuales de “Santa Brígida”, escu-
shaban el diálogo entre su capataz y
el bolichero porque no tenían otra co-
ra que hacer. Camilo, señalándolos con
al cabo del rebenque, agregó:
— Estohen cambio... o
Parecía querer decir: “Estos, en
rambio, tienen esperanzas. Estos no
:argan cuarenta años como yo. Estos
20 conocen semanas sin domingos”,
Como si hubiesen comprendido, Pe-
rico y Graciano sonrieron, y Absalón,
deseoso de tirarle la lengua al pesi-
mista, retrucó:
— Estoh'y uno también, ¡oh qué!...
Yo, toditas las noches, anteh'e acos-
tarme, me digo: “Mañana será me-
jor”, y si, por un casual, no es mejor,
me consuelo: “No siempre va'cáire
rien lao la taba”. .
“Camilo rezongó un “¡ujum!” y movió
entamente la cabeza de arriba abajo.
Luego, dirigiéndose a Graciano, or-
denó:
—. Ayeguensé hasta l'estación y es-
xeren las marcas. Yo viá pasar, en-
cretanto, por lo'el gringo Cerini pa re-
coger las cadenas... Hasta pronto,
Absalón..., y dispense si no le hago
:) gusto. No siempre va'cáir la taba'e
zúen lao...
Absalón alzó una mano a modo de
| Ñ e | Cuento por
7, - PB JULIO
AN Í Q INDARTE
aludo, lamentando secretamente |
*hingada”,
Camilo, tras de cruzar el amplio sa-
5n del boliche y el patio azuleado por
uatro paraísos, detúvose junto a la
arra del palenque. El tedio resbalaba
. lo largo de su rostro, sombreado por
iala del chambergo ancho y de sus
opas. Tedio de hombre habituado a
scrutar horizontes y a no descubrir
ada nuevo en ellos. Tedio del que
densa: “Hoy lo mismo que ayer, ma-
ana lo mismo que hoy”. -
Apenas hubo montado, el lobuno, sin
suardar el más leve tirón de riendas,
ajó al camino. El sol del atardecer'
largaba de costado la sombra del ca-
allo y del jinete,
¿De dónde le venía ese tedio a Ca-
silo Ledesma? Si él se hubiese formu-
ido esa pregunta, habría sabido res-
onderse. Era un tedio de origen co-
cido para él; un tedio que se le ha-
ía presentado de pronto, no podría
recisar bien cuándo; un tedio que se
.querenció en su alma y se quedó en
lla; un tedio que se iría en la hora en
ue el alma se libertase de la cárcel
el cuerpo... Ese era el tedio que lo
oseía a Camilo, mejor dicho: ése era
Lt tedio que Camilo poseía. —. ,
Si alguien — el patrén, por ejemplo
- mandaba:
- Apuresé, Camilo...
,.el tedio sugería:
— ¿Pa qué tanto apuro?
Por eso Camilo, cada vez que iba so-
»* como en ese momento, llevaba el
aballo al tranco. Llegar con las ca-
enas a las siete o a las diez le daba
> mismo, Total... La que lo esperaba
0 era Clotilde, sino la figura de Clo-
ilde.
De soltero no había sido así, lerdo,
esadón. De soltero había sido como
erico o Graciano. Espoleado por UN
nhelo de dominio, se procuraba la vi-
ración del galope, se dejaba guiar por
na voluntad ansiosa de llegadas. La
angre- moza renovaba sus estímulos
liariamente, le exigía siempre un DUes-
0: el primero.
* Rerordó:
fácil objeto de sus juegos. Pero era
tarde...
Y empezó a ser otro,
La circunferencia -del horizonte se
astrechó en torno de su vida. Ni siquie-
ra la presencia de los tres hijos cons-
:ituía un estímulo. Empezó a decirse:
Pa qué?” Trabajar de sol a sol, re-
tresar con el cuerpo molido, soñar días
mejores... “¿Pa qué?”
El patrón le preguntaba con fre-
uencia :
— ¿Qué le pasa, Camilo? Lo veo me-
dio apichorao...
Una razón de dignidad, de dignidad
7 de hombría, lo obligaba a responder
:0n evasivas, o a no responder,
Tampoco faltaba el mensual afec-
doso o el amigote que le “largaban”:
— Ni que anduviese entumido, don
.edesma... .
Hasta hubo un hombre, el bolichero
Sosa, que se atrevió a reprocharle:
—. Ser pesimista con una mujer co-
mo la suya...
Si uno se pellizca la carne siente
1 dolor, perú si se insiste sobre el
mismo lugar, el dolor desaparece. El
¡ue le habló a Camilo por vez primera
le su estado de ánimo le provocó una
¡sensación de rabia; los que le habla-
on después lo fueron acostumbrando,
terminó por mostrarse indiferente.
“n presencia de Clotilde esa indiferen-
(Continúa en la página siguiente)
Ro
Regresaban Luciano Ramírez y él
:el Tancho de los Avila. Súbitamente,
- obedeciendo .ambos a un mismo sen-
imiento, se detuvieron en el cruce de
Tal Paso, y el amigo, mientras liaba
in “negro”, comentó:
—'stá linda la Clotilde...
— Ajá — repuso él.
— Y se me hace que te gusta...
— Ajá... ¿Ya vos?
— También. .
No valía la pena quebrar una amis-
ad por una mujer, por más linda que
]la fuese. Además, si bien Clotilde
abía que ambos no “cáian” a su ran-
:ho para charlar con sus padres, no
¡abía manifestado inclinación por nin-
"uno. -
— Gustar no es querer — sentenció
aureano.
Netos mesmo digo... Y vos ¿la que-
és?
ustró MONTERO LACASA